Cuentos inconclusos de Númenor y la Tierra Media (27 page)

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Authors: J.R.R. Tolkien

Tags: #Fantasía

BOOK: Cuentos inconclusos de Númenor y la Tierra Media
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Un fragmento aislado cuenta la vida de los proscritos en Amon Rûdh, después de que se establecieran allí, e incluye una descripción de Bar-en-Danwedh.

Durante un buen tiempo la vida de los proscritos fue lo que ellos esperaban. Los alimentos no eran escasos y tenían buen abrigo, caliente y seco, con espacio suficiente y aun de sobra; porque descubrieron que las cavernas podían cobijar a un centenar de hombres, y más todavía si era necesario. Más adentro había otra estancia. Tenía un hogar a un lado, y el humo escapaba por una hendidura en la roca hasta una grieta astutamente oculta en la ladera de la colina. Había también otras muchas cámaras, a las que se llegaba desde las estancias o por un pasaje entre ellas, algunas destinadas a vivienda, y otras a talleres o almacenes. Mîm tenía en almacenaje más artes que ellos, y muchos vasos y cofres de piedra y madera que parecían muy antiguos. Pero la mayoría de esas cámaras estaban ahora vacías: en los armarios colgaban hachas y otras herramientas, polvorientas y oxidadas; las estanterías y las alacenas estaban vacías, y las herrerías ociosas. Salvo una: era un cuarto reducido al que se accedía desde la estancia interior de la caverna, y que tenia un hogar que compartía el escape de humo con el de la estancia. Allí trabajaba Mîm a veces, pero no permitía que nadie lo acompañase.

Durante el resto del año ya no hicieron incursiones, y si salían para cazar o recolectar alimentos, iban casi siempre en pequeños grupos. Pero durante mucho tiempo, con excepción de Túrin y no más de seis de sus hombres, les fue difícil encontrar el camino de regreso. No obstante, al ver que algunos eran capaces de llegar la guarida sin ayuda de Mîm, apostaron un guardián de día y de noche cerca de la hendidura en el muro septentrional. Del sur no esperaban enemigos, pues no había por qué temer que nadie escalara Amon Rûdh por ese lado; pero de día había casi siempre un guardián sobre la cima, desde donde podía divisar los alrededores a gran distancia. Aunque la cima era escarpada, era fácil llegar a ella, pues al este de la boca de la caverna se habían tallado unos peldaños en la roca, por los que un hombre podía trepar sin ayuda.

Así avanzó el año sin daño ni alarma. Pero a medida que pasaban los días, y el estanque se volvió gris y frío, y los abedules quedaron desnudos, y volvieron las grandes lluvias, los hombres tuvieron que quedarse más tiempo al abrigo de las cavernas. Y pronto se cansaron de la oscuridad bajo la colina, o de la penumbra en las estancias; y a la mayoría les parecía que la vida sería mejor si no tuvieran que compartirla con Mîm. Con demasiada frecuencia surgía de algún rincón oscuro o una puerta cuando se lo creía en otro sitio; y cuando Mîm estaba cerca se sentían incómodos, y empezaron a hablarse entre ellos en voz baja.

No obstante, y a los hombres les parecía extraño, Túrin era distinto; se mostraba cada vez más amistoso con el Enano, y le prestaba cada vez más atención. Durante todo el invierno, permanecía durante horas sentado con Mîm, escuchando sus cuentos y la historia de su vida; y Túrin no lo reprendía si hablaba mal de los Eldar. Mîm parecía complacido y se mostraba muy amable con Túrin. Sólo a él le permitía que visitara la herrería de vez en cuando, y allí hablaban los dos en calma. Menos complacidos estaban los hombres; y Andróg miraba todo con ojos celosos.

El texto que sigue en
El Silmarillion
no indica cómo Beleg encontró el camino a Bar-en-Danwedh: «apareció de pronto entre ellos» «en el opaco crepúsculo de un día de invierno». En otros breves esbozos se dice que por la imprevisión de los proscritos, los alimentos escasearon en Bar-en-Danwedh durante el invierno, y Mîm les escatimaba las raíces comestibles que guardaba en los almacenes; por tanto, a comienzos del año salieron del refugio en una partida de caza. Beleg, que se aproximaba a Amon Rûdh, encontró sus huellas, y o bien las siguió hasta un campamento en el que se vieron obligados a refugiarse a causa de una súbita tormenta de nieve, o bien fue tras ellos cuando regresaban a Bar-en-Danwedh, donde entró sin ser visto.

Por ese tiempo, Andróg, que buscaba el almacén de alimentos secreto de Mîm, se perdió en las cavernas y encontró una escalera escondida que llevaba a la cima plana de Amon Rûdh (fue por esta escalera que algunos proscritos huyeron de Bar-en-Danwedh cuando fue atacada por los Orcos. (Véase
El Silmarillion
) Y ya durante la incursión que acaba de mencionarse, o en una ocasión posterior, Andróg, que llevaba arco y flechas en desafío de la maldición de Mîm, fue herido por una flecha envenenada: Sólo en una de las varias referencias a este hecho se dice que fue una flecha disparada por Orcos.

Beleg curó a Andróg de esta herida, pero sin embargo no por eso confió Andróg más en los Elfos; y el odio que experimentaba Mîm por Beleg se acrecentó más todavía, pues Beleg había «deshecho» la maldición. —Volverá a morder —dijo. Se le ocurrió a Mîm que si comía los lembas de Melian recobraría la juventud y las fuerzas; y como no podía llegar a apoderarse de ellos furtivamente, se fingió enfermo y rogó a su enemigo que se los diera. Cuando Beleg se negó, el odio de Mîm quedó sellado, tanto más porque Túrin amaba al Elfo.

Puede mencionarse aquí que cuando Beleg sacó los lembas de su saco (véase
El Silmarillion
), Túrin lo rechazó:

Las hojas de plata lucían rojas a la luz del fuego; y cuando Túrin vio el sello, se le oscurecieron los ojos.

—¿Qué tienes ahí? —preguntó.

—El mayor don que alguien que aún te ama tiene para dar —respondió Beleg—. He aquí el lembas, el pan del camino de los Eldar, que ningún Hombre ha probado todavía.

—El yelmo de mis padres lo recibo de buen grado —dijo Túrin—, porque tú lo guardaste; pero nada quiero recibir de Doriath.

—Entonces envía allí tu espada y tus armas —dijo Beleg—. Y también los conocimientos y la comida que recibiste en tu juventud. Y que tus hombres mueran en el desierto para complacer tu talante. Sin embargo, este pan del camino fue un regalo para mí y no para ti, y puedo hacer de él lo que se me antoje. No lo comas si no te pasa de la garganta; pero otros puede haber más hambrientos y menos orgullosos.

Entonces Túrin se avergonzó, y en cuanto a los lembas, olvidó su orgullo.

Hay algunas otras noticias fragmentarias sobre Dor-Cúarthol, la Tierra del Arco y el Yelmo, donde Beleg y Túrin se convirtieron, desde el fuerte de Amon Rûdh, en los conductores de un gran ejército en las tierras al sur del Teiglin (véase
El Silmarillion
).

Túrin recibió de buen grado a todos los que acudieron a él, pero por consejo de Beleg no admitió a ningún recién llegado en su refugio de Amon Rûdh (que se llamaba ahora Echad i Sedryn, Campamento de los Fieles); el camino para llegar allí sólo los de la Vieja Compañía lo conocían, y nadie más era admitido. Pero otros campamentos y fuertes protegidos se establecieron en derredor: en el bosque del este, o en las tierras altas, o en los marjales del sur, desde Methed-en-Glad («el Fin del Bosque») hasta Bar-Erib, a algunas leguas al sur de Amon Rûdh; y desde todos esos lugares los hombres podían divisar la cima de Amon Rûdh, y por señales recibían noticias y órdenes.

De ese modo, antes de terminar el verano, los secuaces de Túrin se convirtieron en una gran fuerza; y el poder de Angband fue rechazado. Pero esto llegó a saberse aun en Nargothrond, y muchos se impacientaron allí, diciendo que si un proscrito podía infligir tales daños al enemigo, qué no podría hacer entonces el señor de Narog. Pero Orodreth no alteró sus designios. En todo seguía a Thingol, con quien intercambiaba mensajes por vías secretas; y era él un señor sabio, de acuerdo con la sabiduría de los que se preocupan en primer término por su propio pueblo, y tratan de averiguar durante cuánto tiempo podrán preservar la vida y las propiedades de los suyos contra la codicia del norte. Por tanto, no permitió que nadie fuera al encuentro de Túrin, y envió mensajeros que le dijeran que en todos sus actos y planes de guerra, no debía poner el pie en tierra de Nargothrond, ni rechazar hacia allí a los Orcos. Pero ofrecía a los Dos Capitanes cualquier otra ayuda, que fuera en armas, y esto, se dice, de acuerdo con lo que sugerían Thingol y Melian.

Se subraya repetidamente que Beleg se opuso en todo momento al designio general de Túrin, aunque no dejó de apoyarlo; que le parecía que el Yelmo del Dragón había hecho en Túrin un efecto que no era el esperado; y que preveía con ánimo turbio lo que acarrearían los días por venir. Se conservan fragmentos de sus diálogos con Túrin acerca de estos asuntos. En uno de ellos los dos están sentados en la fortaleza de Echad i Sedryn, y Túrin le dice a Beleg:

—¿Por qué estás triste y pensativo? ¿No va todo bien desde que volviste a mí? ¿No ha resultado buena mi decisión?

—Todo va bien ahora —dijo Beleg—. Nuestros enemigos están aún sorprendidos y atemorizados. Y aún nos esperan días felices, por el momento.

—¿Y después?

—El invierno. Y después un año más para quienes estén todavía con vida.

—¿Y después?

—La ira de Angband. Hemos quemado la yema de los dedos de la Mano Negra… Sólo eso. No se retirará.

—Pero ¿no es la ira de Angband nuestro fin y deleite? —dijo Túrin—. ¿Qué más quieres que haga?

—Lo sabes perfectamente bien —dijo Beleg—. Pero de ese camino me has prohibido hablar. Pero escúchame ahora. El señor de un gran ejército tiene múltiples necesidades. Ha de contar con un refugio seguro; y ha de tener riquezas y mucha gente cuyo trabajo no sea la guerra. Con el número crece la necesidad de alimentos, más que los que el desierto procura; y así el secreto ya no puede guardarse. Amon Rûdh es un buen sitio para unos pocos… Tiene ojos y oídos. Pero se levanta en un sitio solitario, y se divisa desde lejos; y no es necesaria una gran fuerza para rodearlo.

—No obstante, seré el capitán de mi propio ejército —dijo Túrin—, y si caigo, caigo. Aquí intercepto el camino de Morgoth, y mientras yo esté aquí él no podrá tomar la ruta del sur. Por ello Nargothrond me debe algún agradecimiento; y aun ayudar con cosas necesarias.

En otro breve pasaje, Túrin replica a las advertencias de Beleg sobre la fragilidad de su poder:

—Quiero regir una tierra; pero no ésta. Aquí sólo quiero reunir fuerzas. Hacia la tierra de mi padre en Dor-Lómin se vuelca mi corazón, y allí iré cuando pueda.

Se afirma también que por un tiempo Morgoth retiró su mano, y sólo llevó a cabo ataques fingidos, «de modo que por una fácil victoria la confianza de estos rebeldes se volviera presuntuosa; como sucedió en realidad».

Andróg vuelve a aparecer en un esbozo del ataque a Amon Rûdh. Sólo entonces le reveló a Túrin la existencia de la escalera interior; y fue uno de los que por esa vía llegó a la cima. Se dice que allí luchó con más valentía que nadie, pero cayó por fin mortalmente herido por una flecha; y así se cumplió la maldición de Mîm.

A la historia que se cuenta en
El Silmarillion
sobre el viaje de Beleg en busca de Túrin, el encuentro con Gwindor en Taur-nu-Fuin, el rescate de Túrin y la muerte de Beleg a manos de Túrin, no hay nada de importancia que agregar. En cuanto a la «lámpara Fëanoriana» de resplandor azulino que poseía Gwindor, y el papel que ésta desempeñaba en una versión de la historia, véase página Nota 2.

Es oportuno mencionar aquí que mi padre tenía intención de prolongar la historia del Yelmo del Dragón de Dor-Lómin hasta el período de la estada de Túrin en Nargothrond, y aún más; pero esto nunca se incorporó a las narraciones. En las versiones existentes, el Yelmo desaparece con el fin de Dor-Cúarthol, en la destrucción de la fortaleza de los proscritos en Amon Rűdh; pero de algún modo iría a reaparecer en posesión de Túrin en Nargothrond. Sólo podría haber ido a parar allí si los Orcos que llevaban a Túrin a Angband lo hubieran transportado.

Pero esta recuperación del Yelmo cuando Beleg y Gwindor rescataron a Túrin, habría exigido cierto desarrollo de la historia.

Un fragmento aislado cuenta que Túrin no quería llevar nuevamente el Yelmo en Nargothrond «temiendo que lo delatara»; pero lo llevó cuando fue a la Batalla de Tumhalad (
El Silmarillion
dice que tenía puesta la máscara de Enano que encontrara en las armerías de Nargothrond). He aquí la continuación de la nota:

Por temor al Yelmo todos los enemigos lo evitaban, y fue así que salió ileso de ese campo mortal, y regresó a Nargothrond llevando el Yelmo del Dragón. Glaurung, deseoso de arrebatar a Túrin la ayuda y protección del Yelmo (puesto que él mismo lo temía), lo provocó diciendo que seguramente Túrin se declaraba vasallo y servidor de Morgoth, puesto que llevaba su imagen en la cimera del Yelmo.

Pero Túrin respondió: —Mientes y lo sabes. Porque esta imagen fue hecha para tu escarnio; y mientras haya quien la lleve, siempre te morderá la duda de que sea él quien ponga término a tu destino.

—Entonces he de aguardar a un poseedor de otro nombre —dijo Glaurung—; porque a Túrin, hijo de Húrin, no le tengo miedo. Muy distinta es la verdad. Porque no tiene el atrevimiento de mirarme cara a cara abiertamente.

Y en verdad tan grande era el terror que el Dragón provocaba, que Túrin no se atrevía a mirarlo directamente a los ojos, y había mantenido baja la visera del Yelmo, y durante el parlamento no había mirado más arriba de los pies de Glaurung. Pero así desafiado, con precipitación y orgullo, levantó la visera, y clavó la vista en los ojos del Dragón.

En otro sitio hay una nota en la que se dice que cuando Morwen oyó en Doriath que el Yelmo del Dragón había aparecido en la Batalla de Tumhalad, supo que el rumor no mentía, que la Mormegil era en realidad Túrin, su hijo.

Por último se sugiere que Túrin había de llevar el Yelmo cuando matara a Glaurung, y que en ese momento provocaría al Dragón con las palabras que éste le dirigiera en Nargothrond sobre «un poseedor de otro nombre» pero no hay indicio de cómo se hubiera desarrollado la historia para hacer esto posible.

Un fragmento precisa la naturaleza y la sustancia de la oposición de Gwindor a la política seguida por Túrin en Nargothrond, sobre la que hay sólo una ligera referencia en
El Silmarillion
. Este fragmento no es en verdad un relato completo, pero puede reconstruirse así:

Gwindor hablaba siempre contra Túrin en el consejo del Rey, diciendo que él había estado en Angband, y que algo conocía del poder de Morgoth y sus designios.

—Las pequeñas victorias de nada valdrán en definitiva —decía—, pues es así como Morgoth se entera en dónde se encuentran los más audaces de sus enemigos, y reúne fuerzas suficientes para aniquilarlos. Todo el poder de los Elfos y de los Edain sumados bastó justo para contenerlo, y para ganar el respiro del estado de sitio; un largo respiro en verdad, pero que duraría sólo lo que quisiera Morgoth, y nunca otra vez será posible obtener una unión semejante. Únicamente en el secreto hay ahora esperanzas; hasta que lleguen los Valar.

—¡Los Valar! —exclamó entonces Túrin—. Os han abandonado, y desprecian a los Hombres. ¿De qué sirve mirar al Oeste más allá del Mar infinito? Sólo hay un Valar que nos importa, y ése es Morgoth; y si en definitiva no podemos vencerlo, podemos cuando menos hacerle daño y estorbarlo. Porque una victoria es una victoria, aunque parezca pequeña, y no tiene valor tan sólo por lo que le sigue. Pero también es eficaz ahora; porque si no se hace nada por detenerlo, toda Beleriand estará bajo su sombra antes que transcurran muchos años, y uno por uno os hará salir de vuestros escondites. ¿Y entonces qué? Un resto lamentable huirá hacia el sur y hacia el oeste, acobardado a orillas del Mar, atrapado entre Morgoth y Ossë. Es mejor por tanto, vivir un tiempo de gloria, aunque sea efímero; porque no será peor el final. Habláis de secreto y decís que sólo en él hay esperanzas; pero si pudierais tender emboscadas y atacar a todo explorador y espía de Morgoth, hasta el último y el más pequeño, de modo que él nunca tuviera nuevas de Angband, por eso mismo se enteraría de que vivís y adivinaría dónde. Y esto digo también: aunque los Hombres tienen poca vida en comparación con los Elfos, de buen grado la perderían en la batalla antes que huir o someterse. El desafío de Húrin Thalion es una gran hazaña; y aunque Morgoth mate a su ejecutor, no puede hacer que la hazaña no haya ocurrido. Incluso los señores del Oeste lo honrarían. Y ¿no está acaso escrita en la historia de Arda de manera que ni Morgoth ni Manwë la pueden borrar?

—Hablas de elevados asuntos —respondió Gwindor—, y está claro que has vivido entre los Eldar. Pero una oscuridad hay en ti si mencionas juntos a Morgoth y Manwë, o si hablas de los Valar como si fueran enemigos de los Elfos o de los Hombres; porque los Valar no menosprecian a nadie y menos todavía a los Hijos de Ilúvatar. Tampoco conoces todas las esperanzas de los Eldar. Según una profecía conocida entre nosotros un día llegará un mensajero de la Tierra Media, atravesará las sombras y vendrá a Valinor, y Manwë lo escuchará, y Mandos se aplacará. ¿No hemos de preservar la simiente de los Noldor y también la de los Edain hasta ese momento? Y Círdan vive ahora en el Sur, y allí construye barcos; pero ¿qué sabes tú de barcos o del mar? Piensas en ti mismo y en tu propia gloria; y nos pides que cada cual haga lo mismo; pero nosotros hemos de pensar en otros tanto como en nosotros, porque no todos pueden luchar y caer, y tenemos que protegerlos de la guerra y la ruina mientras podamos.

—Entonces envíalos a tus barcos mientras haya tiempo todavía —dijo Túrin.

—No se separarán de nosotros —dijo Gwindor—, aun cuando Círdan pudiera mantenerlos. Tenemos que vivir juntos tanto como podamos, y no cortejar a la muerte.

—A todo eso ya he contestado —dijo Túrin—. Valiente defensa de la frontera y duros golpes al enemigo antes que se rehaga: esas medidas son la única vía, no hay mejor esperanza si queréis vivir mucho tiempo juntos. Y esos de los que hablas, ¿aman más a los que se esconden en los bosques, de caza siempre como los lobos, que al que se pone el yelmo y se arma con el escudo decorado y rechaza al enemigo aunque sea mayor que todo su ejército? Al menos las mujeres de los Edain, no. No impidieron que sus hombres fueran a la Nirnaeth Arnoediad.

—Pero sufrieron mayores daños que si esa guerra no se hubiera librado.

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