Cuentos inconclusos de Númenor y la Tierra Media (26 page)

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Authors: J.R.R. Tolkien

Tags: #Fantasía

BOOK: Cuentos inconclusos de Númenor y la Tierra Media
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Entonces volvió la espalda a Glaurung, dejando que se pudriera allí; pero a medida que se alejaba, cada paso se le hacía más pesado, y pensó: «En Nen Girith quizá encuentre a algún explorador que me esté esperando. Pero querría llegar pronto a mi casa y sentir las gentiles manos de Níniel y recibir los hábiles cuidados de Brandir». Y así, por fin, andando con fatiga, apoyado en Gurthang, a través de la luz gris de las primeras horas de la mañana, llegó a Nen Girith, y cuando los hombres se ponían en camino en busca de su cuerpo, se les presentó delante erguido.

Entonces ellos retrocedieron aterrados, creyendo que era el espíritu de Túrin, que no tenía descanso, y las mujeres gimieron y se cubrieron el rostro. Pero él dijo: —¡No, no lloréis, por el contrario, alegraos! ¡Mirad! ¿Acaso no estoy vivo? Y he dado muerte al Dragón que tanto temíais.

Entonces ellos se volvieron a Brandir y exclamaron: —¡Tú y tus falsas historias! ¡Decirnos que estaba muerto! ¿No dijimos acaso que te habías vuelto loco? —Pero Brandir estaba espantado y miraba con miedo en los ojos, y no decía nada.

Pero Túrin le dijo: —¿Eras tú el que estuvo allí y me atendió la mano? Te lo agradezco. Pero tu habilidad te está faltando si no te es posible distinguir el desmayo de la muerte. —Entonces se volvió a la gente:— No le habléis así, necios de vosotros. ¿Quién podría haberlo hecho mejor? Al menos, él tuvo el ánimo de acudir al sitio de la batalla, mientras vosotros os lamentabais.

Pero ahora, hijo de Handir, ¡ven! Hay más cosas de las que quiero enterarme. ¿Por qué estáis aquí tú y toda esta gente que dejé en Ephel? Si yo enfrento un peligro de muerte por vosotros, ¿no he de ser obedecido cuando parto? Y ¿dónde está Níniel? Cuando menos espero que no la hayáis traído, y que la hayáis dejado en mi casa, encomendada al cuidado de hombres fieles.

Y como nadie le respondiera: —¡Vamos, decid! ¿Dónde está Níniel? —gritó—. Porque a ella quiero ver primero; y a ella primero le contaré la historia de los hechos de esta noche.

Pero todos apartaban la cara, y Brandir dijo por fin: —Níniel no está aquí.

—Mejor así —dijo él—. Entonces iré a mi casa. ¿Hay un caballo que me lleve? O una litera sería más apropiada. Mis trabajos me han agotado.

—¡No, no! —dijo Brandir lleno de angustia—. Tu casa está vacía. Níniel no está allí. Ha muerto.

Pero una de las mujeres, la esposa de Dorlas, que sentía poco cariño por Brandir, gritó con voz aguda:

—¡No le hagáis caso, señor! Porque está loco. Llegó gritando que vos habíais muerto y llamó a eso una buena noticia. Pero vivís. ¿Por qué entonces habría de ser cierta esta historia de que Níniel ha muerto y cosas peores aún?

Entonces Túrin avanzó a grandes zancadas sobre Brandir. —¿De modo que mi muerte era una buena noticia? —gritó—. Sí, tú siempre me guardaste rencor por ella, lo sé. Ahora está muerta, dices. ¿cosas peores aún? ¿Qué mentira has concebido en tu malicia, Pata Coja? ¿Querrías matarnos con tu lengua inmunda ya que no puedes blandir otra arma?

Entonces la ira ahogó la piedad en el corazón de Brandir, y gritó: —¿Loco? No, tú eres el loco, Espada Negra del negro destino! ¡Y toda esta gente es necia! ¡Yo no miento! ¡Níniel está muerta, muerta, muerta! ¡Búscala en el Teiglin!

Entonces Túrin se detuvo, frío. —¿Cómo lo sabes? —preguntó lentamente—. ¿De qué modo maquinaste la historia?

—Lo sé porque la vi saltar —respondió Brandir—. Pero la maquinación fue tuya. Huyó de ti, Túrin, hijo de Húrin, y al Cabed-en-Aras se arrojó, para no verte nunca más. ¡Níniel! ¿Níniel? No, Niënor, hija de Húrin.

Entonces Túrin lo aferró por los hombros y lo sacudió; porque en estas palabras oía que los pasos del destino lo alcanzaban, pero en su horror y su furia no quiso escucharlos, como una bestia herida de muerte que daña todo lo que tiene cerca.

—Sí, soy Túrin, hijo de Húrin —gritó—. De modo que ya lo habías adivinado desde mucho tiempo atrás. Pero nada sabes de Niënor, mi hermana. ¡Nada! Ella vive en el Reino Escondido, y está a salvo. Esa es una mentira pergeñada por tu mente vil, para enloquecerme y enloquecer a mi esposa. Malvado cojo… ¿quieres acosarnos a ambos hasta la muerte?

Pero Brandir se arrancó de sus manos. —¡No me toques! —dijo—. ¡Quédate con tus devaneos! La que llamas tu esposa fue hacia ti y te cuidó, y tú no respondiste a su llamada. Pero uno respondió por ti. Glaurung, el Dragón, que según creo os hechizó a ambos para que no escaparais a vuestro destino. Así habló antes de sucumbir: «Niënor, hija de Húrin, he aquí a tu hermano: traidor con sus enemigos, infiel con sus amigos, maldición para su casa, Túrin, hijo de Húrin». —Entonces una risa aciaga asaltó a Brandir.— En su lecho de muerte los hombres hablan con verdad, según cuentan —apenas pudo decir, entrecortadamente—. ¡Y también los Dragones, parece! ¡Túrin, hijo de Húrin, una maldición sobre tu casa y sobre todos los que te acogen!

Entonces Túrin esgrimió a Gurthang y una luz fiera le fulguraba en los ojos. —¿qué se dirá de ti, Pata Coja? —dijo lentamente—. ¿Quién le dijo en secreto y a mis espaldas mi verdadero nombre? ¿Quién la llevó ante la malicia del Dragón? ¿Quién estaba a su lado y la dejó morir? ¿Quién vino aquí de prisa a hacer público este horror? ¿Quién se exulta a mis expensas? ¿Hablan los hombres con verdad antes de morir? Pues entonces habla ahora, rápido.

Entonces Brandir, viendo su propia muerte en los ojos de Túrin, se mantuvo inmóvil y no flaqueó, aunque no tenía otra arma que la muleta; y dijo:

—Todo lo que ha acaecido es historia larga de contar, y estoy cansado de ti. Pero me calumnias, hijo de Túrin. ¿Te calumnió Glaurung a ti? Si me matas, todos verán que no lo hizo. Pero no tengo miedo de morir, porque entonces iré al encuentro de Níniel, a quien amaba, y quizá la vuelva a encontrar más allá del Mar.

—¡Al encuentro de Níniel! —gritó Túrin—. ¡No, a Glaurung encontrarás, y juntos concebiréis mentiras! Dormirás con el Gusano, el compañero de tu alma, y os pudriréis en una misma oscuridad! —Y alzando a Gurthang, hendió con ella a Brandir, y lo hirió de muerte. Pero la gente apartó la mirada, y cuando Túrin se volvió y abandonó Nen Girith, todos huían aterrados.

Entonces Túrin avanzó como quien ha perdido el inicio por los bosques salvajes, ora maldiciendo la Tierra Media y la vida toda de los Hombres, ora llamando a Níniel. Pero cuando por fin la locura de su dolor lo abandonó, se sentó un momento y meditó en todas sus acciones, y se oyó a sí mismo que gritaba: —¡Vive en el Reino Escondido y está a salvo! —Y pensó que ahora, aunque toda su vida estaba en ruinas, tenía que ir allí; porque las mentiras de Glaurung siempre lo habían extraviado. Por tanto, se puso de pie y fue hacia los Cruces del Teiglin, y al pasar junto a Haudh-en-Elleth, exclamó.

—Amargamente he pagado, ¡oh, Finduilas!, haber hecho caso del Dragón. ¡Aconséjame ahora!

Pero mientras así gritaba vio a doce cazadores bien armados que vadeaban el Teiglin, y eran Elfos; y cuando se acercaron, reconoció a uno de ellos, porque era Mablung, cazador mayor de Thingol. Y Mablung lo saludó gritando: —¡Túrin! Nos encontramos por fin. Te estaba buscando y me alegro de encontrarte vivo, aunque los años han sido gravosos para ti.

—¡Gravosos! —dijo Túrin—. Sí, como los pies de Morgoth. Pero si te alegras de encontrarme vivo, eres el último de tu especie en la Tierra Media. ¿Por qué te alegras?

—Porque eras honrado entre nosotros —respondió Mablung—; y aunque escapaste de muchos peligros, temí por ti al final. Vi la salida de Glaurung y pensé que había cumplido su funesto propósito y volvía con su Amo. Pero se encaminó a Brethil y al mismo tiempo supe por viajeros que la Espada Negra de Nargothrond había aparecido allí otra vez, y que los Orcos evitaban la región como a la muerte. Entonces tuve miedo y me dije: «¡Ay! Glaurung se atreve a ir donde no se atreven los Orcos, en busca de Túrin». Por tanto vine aquí tan deprisa como me fue posible para advertirte y ayudarte.

—De prisa, pero no lo bastante —dijo Túrin—. Glaurung está muerto.

Entonces los Elfos lo miraron maravillados y dijeron: —¡Has dado muerte al Gran Gusano! ¡Alabado por siempre será tu nombre entre los Elfos y los Hombres!

—No me importa —dijo Túrin—. Porque también está muerto mi corazón. Pero como venís de Doriath, dadme noticias de mis parientes. Porque se me dijo en Dor-Lómin que habían huido al Reino Escondido.

Los Elfos no respondieron, pero por fin Mablung dijo: —Así lo hicieron, en verdad, en el año antes de la aparición del Dragón. Pero por desgracia, ya no están allí. —Entonces el corazón de Túrin se detuvo, escuchando los pasos del destino que lo perseguían hasta el fin.— ¡Sigue hablando! —gritó—. ¡Y no te demores!

—Fueron al descampado en tu busca —dijo Mablung—. Fue en oposición a todo consejo; pero insistieron en ir a Nargothrond cuando se supo que tú eras la Espada Negra; y Glaurung apareció, y todos los que las custodiaban se dispersaron. A Morwen nadie la ha visto desde ese día; pero un hechizo había enmudecido a Niënor, que huyó hacia el norte y se perdió. —Entonces, para asombro de los Elfos, Túrin rió con fuerte risa penetrante.— ¿No es acaso una broma? —gritó—. ¡Oh, la hermosa Niënor! De modo que huyó de Doriath al encuentro del Dragón, y del Dragón a mi encuentro. ¡Qué dulce gracia de la fortuna! Era parda como una baya, oscuros sus cabellos, pequeña y esbelta como una niña Elfo, nadie podía confundirla.

Entonces se desconcertó Mablung, y dijo: —Pero aquí hay un error. No era así tu hermana. Era alta, y de ojos azules y de oro fino los cabellos: la imagen misma de Húrin, su padre en forma femenina. ¡No pudiste haberla visto!

—¿No? No pude haberla visto, Mablung? —gritó Túrin—. Pero… ¡no! Porque, ¿sabes?, ¡soy ciego! ¿No lo sabías? ¡Ciego, ciego, y ando a tientas desde la infancia en las oscuras nieblas de Morgoth! Por tanto, ¡dejadme! ¡idos, idos! ¡Volved a Doriath, y ojalá el invierno la marchite! ¡Maldita sea Menegroth! ¡Y maldito sea tu cometido! Esto sólo faltaba. ¡Ahora llega la noche!

Entonces huyó de ellos como el viento, y todos quedaron pasmados de asombro y de temor. Pero Mablung dijo: —Algo extraño y espantoso ha sucedido de lo que nosotros nada sabemos. Sigámoslo y ayudémoslo si nos es posible: porque ahora corre desesperado y sin juicio.

Pero Túrin se les adelantó mucho, y llegó a Cabed-en-Aras, y se detuvo; y oyó el rugido del agua y vio que todos los árboles que crecían en las cercanías y a lo lejos se habían marchitado, y las hojas secas y luctuosas caían como si el invierno hubiera llegado en los primeros días del verano.

—¡Cabed-en-Aras, Cabed-Naeramarth! —gritó—. No mancillaré tus aguas en las que se bañó Níniel. Porque todas mis acciones han sido malas, y la última la peor.

Entonces desenvainó la espada y dijo: —¡Salve, Gurthang, hierro de la muerte, sólo tú quedas ahora! Pero ¿qué señor o lealtad conoces salvo la mano que te esgrime? ¡Ante ninguna sangre te intimidas! ¿Recibirás a Túrin Turambar? ¿Me matarás de prisa?

Y en la hoja resonó una fría voz: —Sí, beberé tu sangre para olvidar así la sangre de Beleg, mi amo, y la sangre de Brandir, derramada injustamente. Te mataré deprisa.

Entonces Túrin aseguró la empuñadura en el suelo y se arrojó sobre la punta de Gurthang, y la hoja negra le arrebató la vida.

Pero Mablung llegó y miró la espantosa forma de Glaurung que yacía muerto y miró a Túrin y se sintió apenado pensando en Húrin, tal como lo había visto en la Nirnaeth Arnoediad, y en el terrible destino de la casa de Túrin. Y mientras los Elfos estaban allí, llegaron hombres desde Nen Girith a mirar el Dragón, y cuando vieron cuál había sido el fin de la vida de Túrin Turambar, se echaron a llorar; y los Elfos, enterándose por fin del sentido de las palabras de Túrin, se sintieron espantados. Entonces Mablung dijo amargamente: —También yo he sido atrapado en el destino de los Hijos de Húrin, y así, con palabras, he dado muerte a quien amaba.

Entonces levantaron a Túrin y vieron que la espada se había partido. Así acababa todo lo que había poseído en vida.

Con el trabajo de muchas manos recogieron leña, y la apilaron e hicieron una gran fogata, y destruyeron el cuerpo del Dragón, hasta que no fue sino unas negras cenizas, y golpearon sus huesos hasta que quedaron confundidos con el polvo, y el sitio de la cremación fue siempre en adelante desnudo y baldío. Pero a Túrin lo colocaron sobre un alto túmulo levantado en el lugar donde había caído, y los fragmentos de Gurthang fueron puestos a su lado. Y cuando todo estuvo terminado y los cantores de los Elfos y de los Hombres hubieron compuesto un lamento en el que se hablaba del valor de Turambar y de la belleza de Níniel, trajeron una lápida gris que se colocó sobre el túmulo; y sobre ella los Elfos grabaron en las runas de Doriath:

TÚRIN TURAMBAR DAGNIR GLAURUNGA

Y debajo escribieron también:

NIËNOR NÍNIEL

Pero ella no estaba allí, ni nunca se supo dónde la habían llevado las frías aguas del Teiglin.

Así termina la Historia de los Hijos de Húrin, la más larga de las baladas de Beleriand.

Apéndice

Desde el punto de la historia en que Túrin y sus hombres se establecen en la antigua morada de los Enanos Pequeños en Amon Rûdh, no hay ningún relato detallado hasta que la «Narn» retoma el viaje de Túrin hacia el norte después de la caída de Nargothrond. A partir de muchos esbozos provisorios o exploratorios y notas, es posible sin embargo reconstruir algunos episodios que amplían la mera crónica resumida que se ofrece en
El Silmarillion
, y aun algunos pasajes completos, breves y coherentes que hubieran podido ser parte de la «Narn».

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