Cuentos inconclusos de Númenor y la Tierra Media (22 page)

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Authors: J.R.R. Tolkien

Tags: #Fantasía

BOOK: Cuentos inconclusos de Númenor y la Tierra Media
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Niënor en Brethil

P
ero Niënor había corrido por el bosque oyendo a sus espaldas gritos de persecución; y la ropa se le desgarró, e iba librándose de ella a medida que huía, hasta que corrió desnuda; y todo ese día siguió corriendo, como una bestia perseguida a punto de desfallecer, y que no se atreve a detenerse a recobrar el aliento. Pero de pronto, al atardecer, pareció que recobraba el juicio. Se detuvo un instante, como asombrada, y en seguida, en un desmayo de completo agotamiento, cayó sobre una profunda maleza de helechos como si un golpe la hubiera derribado. Y allí, en medio del viejo helechal y las frescas frondas de la primavera, yació y durmió olvidada de todo.

A la mañana despertó y se regocijó en la luz como quien por primera vez es llamado a la vida; y todas las cosas que veía le parecían nuevas y extrañas, y no tenían nombre. Porque detrás de ella sólo había un oscuro vacío, a través del cual no le llegaba ningún recuerdo de lo que había sabido en todo tiempo, ni el eco de una palabra. Sólo recordaba una sombra de miedo y por tanto era precavida, y buscaba siempre escondites; subía a los árboles o se deslizaba entre las malezas, rápida como una ardilla o un zorro, si algún sonido o una sombra la asustaban; y desde allí espiaba largo rato entre las hojas antes de partir.

Así, siguiendo por el camino por el que había corrido antes, llegó al río Teiglin y calmó su sed: pero no encontró alimento, ni sabía cómo buscarlo, y tenía hambre y frío. Y como los árboles del otro lado de la corriente parecían más densos y más oscuros (como lo eran en realidad, pues se trataba del Bosque de Brethil), cruzó por fin las aguas y llegó a un montículo verde sobre el que se dejó caer: porque estaba agotada, y le parecía que la oscuridad que había dejado atrás estaba envolviéndola de nuevo, y que el sol se oscurecía.

Pero en realidad era una negra tormenta que venía del sur, cargada de relámpagos y de grandes lluvias; y Niënor estaba allí, acurrucada, aterrorizada por los truenos, y la oscura lluvia hería su desnudez.

Ahora bien, sucedió que algunos hombres del Bosque de Brethil volvían a esa hora de una incursión contra los Orcos, apresurándose por los Cruces del Teiglin hacia un albergue de las cercanías; y hubo el resplandor de un relámpago, de modo que la Haud-en-Elleth quedó iluminada por una llamarada blanca. Entonces Turambar, que conducía a los hombres, se sobresaltó y se cubrió los ojos, y se echó a temblar; porque le pareció que había visto el espectro de una doncella asesinada sobre la tumba de Finduilas.

Pero uno de los hombres corrió hacia el montículo y lo llamó: —¡Acudid, señor! ¡Hay una joven tendida aquí, y está viva! —Y Turambar acudió y la alzó, y el agua caía de los cabellos empapados de Niënor, pero ella cerró los ojos, y se estremeció, y dejó de resistirse. Entonces Turambar, maravillándose de verla así desnuda, la envolvió en su capa y la condujo a la morada de los cazadores en los bosques. Allí encendieron un fuego y la cubrieron con mantas, y ella abrió los ojos y los miró; y cuando su mirada se posó en Turambar, una luz le iluminó la cara, y tendió una mano hacia él, porque le pareció que por fin había encontrado algo que venía buscando en la oscuridad, y se sintió consolada. Pero Turambar le tomó la mano y se sonrió y dijo: —Pues bien, señora, ¿no nos diréis vuestro nombre y vuestra parentela y qué mal os ha acaecido?

Entonces ella sacudió la cabeza y no dijo nada, pero se echó a llorar; y ellos ya no la molestaron hasta que hubo comido los alimentos que pudieron procurarle. Y cuando hubo comido, suspiró, y puso su mano otra vez en la de Turambar; y él dijo: —Con nosotros no corréis peligro. Aquí podéis descansar esta noche, y a la mañana os conduciremos a nuestras casas, en medio del bosque. Pero querríamos conocer vuestro nombre, para que así quizá podamos encontrar a vuestros padres, y llevarles noticias de vos. ¿No queréis decírnoslo?

Pero ella tampoco respondió esta vez, y lloró.

—¡Tranquilizaos! —dijo Turambar—. Quizá la historia es demasiado triste para contarla ahora. Pero os daré un nombre y os llamaré Níniel, Doncella de las Lágrimas. —Y al oír ese nombre ella alzó los ojos y sacudió la cabeza, pero dijo: —Níniel. —Y esa fue la primera palabra que pronunció después de hundirse en la oscuridad, y desde entonces ése fue su nombre entre los hombres del bosque.

A la mañana llevaron a Níniel a Ephel Brandir, y el camino ascendía empinado hacia Amon Obel, hasta que llegaba a un sitio en que cruzaba la precipitada corriente del Celebros. Allí se había construido un puente de madera, y debajo el torrente avanzaba sobre un suelo de piedras desgastadas, y descendía espumoso varios peldaños, y más allá caía en cascada en un cuenco rocoso; y todo el aire estaba lleno de un rocío que era como una llovizna. Había un amplio prado en la parte superior de las cascadas, y a su alrededor crecían unos abedules, pero desde el puente se alcanzaban a ver en el horizonte las hondonadas del Teiglin, a unas dos millas hacia el oeste. Allí el aire era fresco, y los viajeros descansaban en verano, y bebían agua fría. Dimrost, la Escalera de las lluvias, se llamaban esas cascadas, pero después de ese día se llamaron Nen Girith, las Aguas Estremecedoras; porque cuando Turambar y sus hombres se detuvieron allí, Níniel tuvo frío, y se puso a temblar, y no pudieron darle calor ni consuelo.
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Por tanto, emprendieron otra vez la marcha, precipitadamente, pero antes de llegar a Ephel Brandir, Níniel tenía fiebre, y deliraba.

Mucho tiempo yació enferma, y Brandir recurrió a toda su habilidad para curarla, y las mujeres de los leñadores la vigilaban de noche y de día. Pero sólo cuando Turambar estaba cerca de ella, daba muestras de paz o dormía sin quejarse; y esto observaron todos los que la cuidaban: durante todo el tiempo que le duró la fiebre, aunque a menudo se la veía muy perturbada, nunca murmuró una palabra en la lengua de los Elfos o la de los Hombres. Y cuando lentamente recobró la salud, y empezó a andar y comer nuevamente, las mujeres de Brethil tuvieron que enseñarle a hablar como a un niño, palabra por palabra. Pero en este aprendizaje era rápida, y se deleitaba en él, como quien vuelve a encontrar grandes y pequeños tesoros que se habían perdido; y cuando hubo aprendido bastante como para conversar con sus amigos, decía: —¿Cuál es el nombre de esa cosa? Porque en mi oscuridad lo he perdido. —Y cuando fue capaz de andar otra vez, buscaba la casa de Brandir; porque quería aprender en seguida los nombres de todas las criaturas vivientes, y él sabía mucho de esos asuntos; y solían ir juntos de paseo por los jardines y los valles.

Entonces Brandir la amó; y cuando ella se recuperó le ofrecía el brazo para ayudarlo a caminar, pues él cojeaba, y lo llamaba hermano. Pero su corazón estaba entregado a Turambar, y sólo sonreía cuando lo veía llegar, y sólo reía cuando él hablaba alegremente.

Un atardecer de aquel otoño dorado estaban sentados juntos, y el sol fulguraba sobre la ladera de la colina y las casas de Ephel Brandir, y había una profunda quietud. Entonces Níniel le dijo: —De todas las cosas he preguntado el nombre, salvo el tuyo. ¿Cómo te llamas?

—Turambar —respondió él.

Entonces ella hizo una pausa, como si escuchara un Ceo; pero dijo: —¿Y qué significa ese nombre? ¿O es sólo tu nombre?

—Significa —dijo él— Amo de la Sombra Oscura. Porque yo también, Níniel, tuve mi oscuridad, en la que se perdieron mis cosas queridas; pero ahora creo haberla vencido.

—¿Y también huiste de ella corriendo hasta llegar a estos hermosos bosques? —preguntó ella—. ¿Y cuándo escapaste, Turambar?

—Sí —respondió él—, huí durante muchos años. Y escapé cuando tú escapaste. Porque estaba oscuro cuando viniste, Níniel, pero desde entonces hubo luz. Y me parece que lo que he buscado durante tanto tiempo, en vano, ha venido a mí. —Y cuando regresaba a su casa en el crepúsculo, se dijo a sí mismo:— ¡Haudh-en-Elleth! Vino desde el montículo verde. ¿Es ése un signo? Y ¿cómo he de interpretarlo?

Ahora bien, el año dorado se desvaneció al fin, y dio paso a un gentil invierno, y luego siguió otro año brillante. Hubo paz en Brethil, y los hombres del bosque se mantenían tranquilos, y no se alejaban, y no tenían noticias de las tierras de alrededor. Porque en ese tiempo los Orcos avanzaban hacia el sur, hasta el oscuro reino de Glaurung, o eran enviados a espiar las fronteras de Doriath, evitando los Cruces del Teiglin, e iban hacia el oeste mucho más allá del río.

Y ahora Níniel estaba del todo recuperada y eran muchas sus fuerzas y su belleza; y Turambar ya no se contuvo y la pidió en matrimonio. Entonces Níniel sintió alegría; pero cuando Brandir lo supo, se le sobrecogió el corazón, y le dijo: —¡No te apresures! No pienses que es falta de bondad de mi parte si te aconsejo esperar.

—Nada de lo que haces es hecho sin bondad —dijo ella—. Pero ¿por qué entonces me das ese consejo, sabio hermano mío?

—¿Sabio hermano? —respondió él—. Hermano cojo más bien, ni amado ni amable. Y apenas sé por qué. No obstante, hay una sombra en ese hombre y tengo miedo.

—Hubo una sombra —dijo Níniel—, porque él así me lo dijo. Pero escapó de ella, al igual que yo. Y ¿no es acaso digno de amor? Y aunque ahora sea hombre de paz, ¿no fue uno de los más grandes capitanes, de quien todos nuestros enemigos huían al verlo?

—¿Quién te lo ha dicho? —preguntó Brandir.

—Dorlas —dijo ella—. ¿No dice la verdad?

—La dice, por cierto —dijo Brandir, pero estaba descontento, porque Dorlas encabezaba el partido que deseaba hacer la guerra a los Orcos. Y, no obstante, buscaba todavía razones para demorar a Níniel; y dijo, por tanto—: La verdad, pero no toda la verdad; porque fue capitán de Nargothrond, y llegó antes del Norte, y era (se dice) hijo de Húrin de Dor-Lómin, de la guerrera Casa de Hador. —Y Brandir, al ver la sombra que pasó por la cara de Níniel al oír ese nombre, la interpretó mal, y continuó:— Por cierto, Níniel, bien puedes creer que alguien semejante no tardará en volver a la guerra, lejos de esta tierra quizá. Y si es así, ¿lo soportarás? Ten cuidado, porque pronostico que si Turambar va de nuevo a la batalla, no él entonces, sino la Sombra será la vencedora.

—Mal lo soportaría —respondió ella—, pero soltera no mejor que casada. Y una esposa, quizá, sería más capaz de retenerlo, y mantener alejada la sombra. —No obstante, las palabras de Brandir la perturbaron, y le pidió a Turambar que aguardara todavía un tiempo. Y él quedó asombrado y abatido; pero cuando supo por Níniel que Brandir le había aconsejado esperar, se sintió disgustado.

Pero cuando llegó la primavera siguiente, le dijo a Níniel: —El tiempo pasa. Hemos esperado, y ahora ya no seguiré esperando. Haz lo que tu corazón te dicte, mi muy cara Níniel, pero ten en cuenta: ésta es la elección que tengo por delante. Volveré ahora a hacer la guerra en el desierto; o me casaré contigo y ya no volveré a guerrear, salvo sólo en tu defensa, si algún mal irrumpe en nuestra casa.

Y la alegría de Níniel fue grande en verdad, y empeñó su palabra de casamiento, y en mitad del verano se casaron; y los hombres del bosque celebraron una gran fiesta y les dieron una hermosa casa que levantaron para ellos en Amon Obel. Allí vivieron felices, pero Brandir se sentía perturbado, y la sombra le pesó aún más en el corazón.

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La llegada de Glaurung

A
hora bien, el poder y la malicia de Glaurung crecieron deprisa, y se hinchó y reunió Orcos a su alrededor, y gobernó como Rey Dragón, y todo el reino devastado de Nargothrond le estaba sometido. Y antes de que ese año terminara, el tercero de la estadía de Turambar entre los hombres del bosque, empezó a atacar aquellas tierras, que durante un tiempo habían tenido paz; porque por cierto era bien conocido de Glaurung y de su Amo que en Brethil habitaban todavía unos pocos hombres libres, los últimos de las Tres Casas que habían desafiado el poder del Norte. Y esto no lo toleraban; porque era propósito de Morgoth someter a toda Beleriand, y registrar hasta el último de sus rincones, de modo que no hubiera nadie que viviera en algún agujero o escondite que no fuera su esclavo. Así, pues, poco importaba que Glaurung adivinara dónde estaba escondido Túrin, o que (como sostienen algunos) hubiera logrado por entonces escapar a la mirada del Mal. Porque en última instancia los consejos de Brandir fueron vanos, y sólo dos opciones tenía Turambar por delante: permanecer inactivo hasta que fuese encontrado y acosado como una rata; o salir pronto a la batalla y mostrarse tal como era.

Pero cuando por primera vez llegaron a Ephel Brandir las nuevas de la llegada de los Orcos, Turambar no salió al campo de batalla e hizo caso de los ruegos de Níniel. Porque ella dijo: —No han atacado todavía nuestras casas, como tú mismo dijiste. Se cuenta que los Orcos no son muchos. Y Dorlas me dijo que antes que tú llegaras, esas refriegas no eran infrecuentes, y que los hombres del bosque los mantenían a raya.

Pero los hombres del bosque fueron derrotados, porque estos Orcos eran de una raza maligna, feroces y astutos; y venían en verdad con el propósito de invadir el Bosque de Brethil, no como en ocasiones anteriores, cuando pasaban por sus orillas con otros cometidos, o iban de cacería en grupos pequeños. Por tanto, Dorlas y sus hombres fueron rechazados con muchas pérdidas, y los Orcos cruzaron el Teiglin y se internaron profundamente en los bosques. Y Dorlas se presentó ante Turambar y le mostró sus heridas, y dijo: —Ved, señor, el tiempo de la necesidad nos ha llegado, después de una falsa paz, como yo lo tenía predicho. ¿No pedisteis ser considerado uno de nuestro pueblo y no un forastero? ¿No es este peligro el vuestro también? Porque nuestras casas no permanecerán ocultas si los Orcos se adentran más en nuestras tierras.

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