Cuentos inconclusos de Númenor y la Tierra Media (19 page)

Read Cuentos inconclusos de Númenor y la Tierra Media Online

Authors: J.R.R. Tolkien

Tags: #Fantasía

BOOK: Cuentos inconclusos de Númenor y la Tierra Media
8.06Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Poco, señor —dijo Sador—. Partieron en secreto. Se rumoreaba entre nosotros que el Señor Túrin las había llamado; porque no dudábamos por entonces de que se hubiera vuelto grande, un rey o un señor en algún país del sur. Pero parece que no es así.

—No es así —respondió Túrin—. Un señor fui en un país del sur, aunque ahora soy un vagabundo. Pero yo no las llamé.

—Entonces no sé qué puedo decirte —replicó Sador—. Pero seguramente la Señora Aerin lo sabrá, no tengo ninguna duda. Ella conocía todos los designios de tu madre.

—¿Cómo puedo llegar a ella?

—Eso no lo sé. Le costaría gran pena si se la sorprendiera susurrando a la puerta con un desdichado vagabundo del pueblo derrotado, si fuera posible hacerlo llegar un mensaje. Y un mendigo como tú no podrá acercarse mucho por la sala hasta la mesa encumbrada antes que los Hombres del Este lo atrapen y lo echen a golpes o algo todavía peor.

Entonces Túrin gritó encolerizado: —¿No puedo yo andar por la sala de Brodda sin que me golpeen? ¡Ven y lo verás!

Entró entonces en la sala, echó hacia atrás el capuchón, y arrojando a un lado todo lo que encontró al paso avanzó a grandes zancadas hacia la mesa a la que estaban sentados el amo de la casa y su esposa y otros señores del Este. En seguida algunos acudieron para atraparlo, pero él los arrojó al suelo y gritó:

—¿Nadie gobierna esta casa o es un habitáculo de Orcos? ¿Dónde está el amo?

Entonces Brodda se puso en pie iracundo: —Yo gobierno esta casa —dijo.

Pero antes de que pudiera decir más, dijo Túrin:

—Entonces no has aprendido la cortesía que había en esta tierra antes que tú llegaras. ¿Se estila ahora que los hombres permitan que los lacayos maltraten a los parientes de sus esposas? Eso soy, y tengo un recado para la Señora Aerin. ¿Me acercaré sin trabas o lo haré a mi manera?

—¡Acércate! —dijo Brodda y frunció el entrecejo; pero Aerin palideció.

Entonces con largos pasos Túrin se acercó a la mesa encumbrada y se mantuvo erguido ante ella e hizo luego una reverencia. —Perdón, Señora Aerin —dijo—, que irrumpa de este modo ante vos; pero el cometido que tengo es urgente y con él vengo de lejos. Busco a Morwen, Señora de Dor-Lómin, y a Niënor, su hija. Pero la casa de Morwen está vacía y ha sido saqueada. ¿Qué podéis decirme?

—Nada —dijo Aerin con gran temor, porque Brodda la vigilaba de cerca—. Nada, salvo que se ha ido.

—Eso no lo creo —dijo Túrin.

Entonces Brodda se adelantó de un salto, y una ira de embriaguez le enrojecía la cara. —¡Basta! —gritó—. ¿He de oír cómo contradice a mi esposa un mendigo que habla una lengua de siervos? No existe una Señora de Dor-Lómin. En cuanto a Morwen, era del pueblo de los esclavos, y huyó como una esclava. ¡Haz tú lo mismo y en seguida, o te haré colgar de un árbol!

Entonces Túrin saltó sobre él y desenvainó la espada negra, y tomó a Brodda por los cabellos y le echó la cabeza hacia atrás. —¡Que nadie se mueva —dijo— o esta cabeza abandonará sus hombros! Señora Aerin, os pediría perdón una vez más si no pensara que este patán no os ha hecho nada más que daño. Pero ¡hablad ahora y no me lo neguéis! ¿No soy acaso Túrin, señor de Dor-Lómin? ¿No tengo mando sobre vos?

—Lo tenéis —respondió ella.

—¿Quién ha saqueado la casa de Morwen?

—Brodda.

—¿Cuándo partió ella y hacia dónde?

—Hace un año y tres meses —dijo Aerin—. El Amo Brodda y otros venidos del Este la oprimían con crueldad. Hace mucho había sido invitada al Reino Escondido, y allí fue por fin. Porque por un tiempo las tierras intermedias quedaron libres de mal, gracias a las proezas de la Espada Negra en el sur del país, según se dice; pero eso ahora ha acabado. Esperaba encontrar allí a su hijo, aguardándola. Pero si vos sois él, me temo que todo ha salido torcido.

Entonces Túrin rió con amargura. —¿Torcido, torcido? —gritó—. Sí, siempre torcido: ¡encorvado como Morgoth! —Y repentinamente una cólera negra lo sacudió; y se le abrieron los ojos, y las últimas hebras del hechizo de Glaurung se rompieron al fin, y conoció las mentiras con que había sido engañado.— ¿He sido embaucado para que viniera aquí a morir con deshonra en lugar de terminar con valentía ante las Puertas de Nargothrond? —Y le pareció oír los gritos de Finduilas en la noche de más allá de la sala.

—¡No seré yo quien muera primero aquí! —exclamó. Y sujetó a Brodda, y con la fuerza de una gran angustia y una ira terrible, lo levantó en alto y lo sacudió como si fuera un perro—. ¿Morwen del pueblo de esclavos, has dicho? ¡Tú, hijo de la vileza, ladrón, esclavo de esclavos! —Entonces arrojó a Brodda de cabeza por sobre su propia mesa, a la cara de un Hombre del Este que se levantaba para atacarlo.

En esa caída el cuello de Brodda se quebró; y Túrin saltó detrás de él y mató a tres más que habían retrocedido, porque no tenían armas. Hubo un tumulto en la sala. Los Hombres del Este sentados a la mesa habrían atacado a Túrin, pero había allí muchos otros, del viejo pueblo de Dor-Lómin: durante mucho tiempo habían sido sirvientes domesticados, pero ahora se ponían de pie con gritos de rebeldía. No tardó en estallar una gran pelea en la sala, y aunque los esclavos sólo disponían de cuchillos de mesa y otras cosas semejantes contra las dagas y las espadas, muchos de ambos bandos murieron en seguida, antes que Túrin saltara entre ellos y matara al último de los Hombres del Este que quedaba en la sala.

Entonces descansó, apoyándose contra una columna y el fuego de la cólera quedó en cenizas. Pero el viejo Sador se arrastró hacia él y lo asió por las rodillas, porque estaba herido de muerte. —Tres veces siete años y más todavía fue mucho tiempo a la espera de esta hora —dijo—. ¡Pero ahora vete, vete, señor! Vete y no vuelvas, si no traes contigo fuerzas poderosas. Levantarán la tierra contra ti. Muchos han huido de la sala. Vete o tendrás aquí tu fin. ¡Adiós! —Y Sador resbaló al suelo y murió.

—Habla con la verdad de la muerte —dijo Aerin—. Os enterasteis de lo que queríais. ¡Ahora, marchaos, de prisa! Pero id primero ante Morwen y consoladla; de lo contrario, me será difícil perdonaros toda la tempestad que habéis levantado aquí. Porque aunque mala era mi vida, me habéis traído la muerte con vuestra violencia. Los Hombres del Este se vengarán esta noche en todos los que estaban aquí. Precipitadas son vuestras acciones, hijo de Húrin, como si fuerais todavía el niño que conocí en otro tiempo.

—Y débil corazón es el vuestro, Aerin, hija de Indor, como lo era cuando os llamaba tía, y un perro alborotador os asustó —dijo Túrin—. Fuisteis hecha para un mundo más dulce. Pero ¡venid! Os llevaré a Morwen.

—La nieve cubre el país, pero es más espesa todavía sobre mi cabeza —respondió ella—. En el desierto moriría tan pronto como con los brutales Hombres del Este. No podéis componer lo que habéis hecho. ¡Marchaos! Quedaros lo empeoraría todo y Morwen os perdería sin objeto alguno. ¡Marchaos, os lo ruego!

Entonces Túrin le hizo una profunda reverencia, y se volvió, y abandonó la sala de Brodda; y los rebeldes que aún tenían fuerzas lo siguieron. Huyeron hacia las montañas, porque algunos de entre ellos conocían bien los caminos, y bendijeron la nieve que caía detrás y borraba sus huellas. Así, aunque pronto se organizó la persecución, con muchos hombres y perros y relinchos de caballos, escaparon hacia el sur, entre las colinas. Entonces, al mirar atrás, vieron una luz roja a lo lejos en la tierra que acababan de abandonar.

—Han pegado fuego a la sala —dijo Túrin—. ¿Con qué fin?

—¿«Han»? No, señor, «ha»: ella lo ha hecho, según creo —dijo uno de nombre Asgon—. Muchos hombres de armas interpretan mal la paciencia y la quietud. Ella hizo mucho bien entre nosotros pero a un alto precio. No era débil de corazón, y la paciencia un día se acaba.

Ahora bien, algunos de los más resistentes, capaces de soportar el invierno, se quedaron con Túrin, y lo condujeron por extraños senderos a un refugio en las montañas, una caverna conocida de los proscritos y los vagabundos; y había allí escondidos algunos alimentos. Esperaron dentro de la caverna hasta que cesó la nieve, y luego le dieron comida y lo llevaron a un paso poco transitado que conducía hacia el sur, al Valle del Sirion, donde aún no había nieve. En el camino de descenso se separaron.

—Adiós, Señor de Dor-Lómin —le dijo Asgon—. Pero no nos olvidéis. Ahora seremos hombres perseguidos; y el Pueblo de los Lobos será más cruel por causa de vuestra venida. Por tanto, marchaos, y no volváis si no traéis fuerzas para liberarnos. ¡Adiós!

8
La llegada a Túrin a Brethil

E
ntonces Túrin descendió hacia el Sirion, con la mente desgarrada. Porque le parecía que mientras antes había tenido por delante dos amargas opciones, ahora tenía tres, y su pueblo oprimido, al que sólo había traído más dolor, clamaba por él. Sólo un consuelo le quedaba: que más allá de toda duda, Morwen y Niënor, hacía ya mucho tiempo, habían llegado a Doriath, y sólo por las proezas de la Espada Negra de Nargothrond, que había librado de peligros el camino. Y dijo en sus pensamientos: «¿A qué sitio mejor podría haberlas llevado si yo hubiera venido más pronto? Si el Cinturón de Melian se rompe, entonces todo está perdido. No, es mejor así; porque por causa de mi cólera y mis acciones precipitadas, arrojo una sombra donde quiera que voy. ¡Que Melian las ayude! Y las dejaré en paz, sin que la sombra las alcance por un tiempo».

Pero demasiado tarde buscó Túrin a Finduilas, rondando los bosques bajo las crestas de Ered Wethrin, salvaje y cauteloso como una bestia; y registró todos los caminos que conducían hacia el norte al Paso del Sirion. Demasiado tarde. Porque todas las sendas habían sido borradas por las lluvias y las nieves. Pero así fue que Túrin, al descender por el Teiglin, se topó con algunos del Pueblo de Haleth, que vivían en el Bosque de Brethil. A causa de la guerra eran ahora un pueblo poco numeroso, y vivían casi todos en secreto, dentro de un vallado sobre Amon Obel, en lo profundo del bosque. Ephel Brandir se llamaba ese sitio; porque Brandir, hijo de Handir, era ahora el señor del lugar, desde que mataran a su padre. Y Brandir no era hombre de guerra, pues cojeaba de una pierna que se le había roto por accidente en la infancia; y era además de ánimo gentil, y amaba más la madera que el metal, y el conocimiento de las cosas que crecen en la tierra más que el de otra ciencia alguna.

Pero algunos de los hombres del bosque perseguían todavía a los Orcos en los confines, y así fue que Túrin, al llegar allí, oyó el ruido de una refriega. Se apresuró hacia él, y al acercarse cauteloso entre los árboles vio a unos pocos hombres rodeados de Orcos. Se defendían desesperadamente de espaldas a un grupo de árboles que crecía en un claro, pero el número de Orcos era crecido, y los hombres tenían pocas esperanzas de escapar, a no ser que los socorrieran. Por tanto, invisible entre los matorrales, Túrin hizo un gran ruido de pisadas y desgarramiento de ramas, y gritó luego con grandes voces, como si condujera a toda una compañía: —¡Ja! ¡Pues aquí están! ¡Seguidme todos! ¡Adelante y a matar!

Entonces muchos Orcos miraron atrás, amilanados, y Túrin emergió de un salto haciendo señas, como si otros hombres lo siguiesen, y esgrimiendo a Gurthang, cuyos bordes chisporroteaban como llamas. Demasiado bien conocían los Orcos esa hoja, y aun antes que Túrin saltara entre ellos, muchos se dispersaron y escaparon. Entonces los hombres del bosque corrieron al encuentro de Túrin, y juntos persiguieron a los Orcos hasta el río: pocos lo cruzaron.

Por último se detuvieron en la orilla, y Dorlas, conductor de los hombres del bosque, dijo: —Rápido sois en la persecución, señor; pero vuestros hombres son lentos en seguiros.

—No —dijo Túrin—, todos corremos a una como un único hombre y jamás nos separamos.

Entonces los Hombres de Brethil se echaron a reír, y dijeron:

—Bien, uno solo de esta especie vale por muchos. Tenemos una gran deuda de agradecimiento con vos. Pero ¿quién sois y qué hacéis aquí?

—No hago sino ejercer mi oficio, que es el de matar Orcos —dijo Túrin—. Y vivo donde mi oficio me lo exige. Soy el Hombre Salvaje de los Bosques.

—Entonces venid y vivid con nosotros —dijeron—. Porque nosotros vivimos en los bosques y necesitamos un artesano como vos. ¡Seríais bienvenido!

Entonces Túrin los miró de manera extraña y dijo: —¿Hay, pues, quien soporte todavía que ensombrezca sus puertas? Pero, amigos, tengo aún por delante un penoso cometido: encontrar a Finduilas, hija de Orodreth de Nargothrond, o, al menos, saber nuevas de ella. ¡Ay! Muchas semanas han transcurrido desde que fue llevada desde Nargothrond, pero todavía he de ir en su busca.

Other books

Seduction on the Cards by Kris Pearson
The Penny Heart by Martine Bailey
The Final Judgment by Richard North Patterson
It Lives Again by James Dixon
Immortal Distraction by Elizabeth Finn
Suspension by Richard E. Crabbe