Cuentos inconclusos de Númenor y la Tierra Media (49 page)

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Authors: J.R.R. Tolkien

Tags: #Fantasía

BOOK: Cuentos inconclusos de Númenor y la Tierra Media
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Eorl no se detuvo. —¡Seguid cabalgando! —ordenó—. Es el único camino. ¿Nos apartará de la guerra la niebla de un río después de haber recorrido camino tan largo?

Al acercarse vieron que la niebla blanca hacía retroceder la lobreguez de Dol Guldur, y pronto penetraron en ella, cabalgando lentamente en un principio, y cautelosos; pero bajo el dosel de la niebla todas las cosas aparecían iluminadas de una luz clara y sin sombras, mientras que a derecha e izquierda estaban protegidos como por unos blancos muros de secreto.

—La Señora del Bosque Dorado está de nuestra parte, según parece —dijo Borondir.

—Quizá —dijo Eorl—. Pero por lo menos he de confiar en la sabiduría de Felaróf.
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No huele mal alguno. Su corazón está animado y se le han curado las fatigas: está ansioso por recibir su ración. ¡Así sea! Porque nunca he estado más necesitado de velocidad y secreto.

Entonces Felaróf avanzó de un salto y el ejército los siguió como un viento grande pero en un silencio extraño, como si los cascos no dieran contra el suelo. Así siguieron cabalgando durante ese día y el próximo, tan frescos y ansiosos como en la mañana de la partida; pero al amanecer del tercer día despertaron de su descanso, y súbitamente la niebla había desaparecido, y vieron que habían avanzado mucho en campo abierto. A la derecha el Anduin estaba cerca, pero habían casi pasado su meandro oriental,
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y los Codos estaban a la vista. Era la mañana del decimoquinto día de Víressë, y habían llegado con una rapidez inesperada.
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Aquí termina el texto, con una nota que anuncia que debía seguir una descripción de la Batalla del Campo de Celebrant. El Apéndice A (II) de
El Señor de los Anillos
incluye una breve crónica de la guerra:

Un gran ejército de hombres salvajes venidos del nordeste atravesaron Rhovanion, y bajando desde las Tierras Pardas, cruzaron el Anduin en balsas de madera. Al mismo tiempo, por casualidad o designio, los Orcos (que en ese tiempo, antes de la guerra librada contra los Enanos, estaban en la plenitud de sus fuerzas) bajaron de las montañas. Los invasores penetraron en Calenardhon, y Cirion, Senescal de Gondor, envió mensajeros al norte en busca de ayuda…

Cuando Eorl y sus Jinetes llegaron al Campo de Celebrant, el ejército del norte de Gondor se encontraba en peligro. Derrotado en el Páramo y aislado del sur, había sido obligado a retroceder cruzando el Limclaro y fue entonces repentinamente atacado por el ejército de Orcos que lo rechazó hacia el Anduin. Ya no había esperanzas cuando, inesperadamente, llegaron los Jinetes del Norte e irrumpieron sobre la retaguardia del enemigo. Entonces la suerte de la batalla se invirtió, y el enemigo debió cruzar el Lim-claro viéndose gravemente diezmadas sus filas. Eorl se lanzó a la persecución con sus hombres y, así, tan grande fue el miedo que cundió ante los Jinetes del Norte, que el pánico dominó a los invasores del Páramo, y los Jinetes les dieron caza en las llanuras de Calenardhon.

En el Apéndice A (I, iv) se ofrece una crónica similar y más breve. En ninguno de ambos casos resulta del todo claro el curso de la batalla, pero parece seguro que los Jinetes, después de haber cruzado los Codos, atravesaron el Limclaro y cayeron sobre la retaguardia del enemigo en el Campo de Celebrant y que «el enemigo debió cruzar el Limclaro viéndose gravemente diezmadas sus filas» significa que los Balchoth fueron rechazados hacia el sur en el Páramo.

3
Cirion y Eorl

U
na nota sobre el Halifirien, el fanal más occidental de Gondor a lo largo del curso de Ered Nimrais, precede la historia.

El Halifirien
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era el más alto de los fanales y, como Eilenach. el que le seguía en altura, parecía destacarse en solitario por encima del bosque; porque detrás de él había una profunda grieta, el oscuro valle de Firien, abierto en la prolongada estribación del norte de Ered Nimrais, de la que era el punto más alto. Desde esa grieta se levantaba como un muro escarpado, pero sus cuestas exteriores, especialmente hacia el norte, eran prolongadas y nunca empinadas, y sobre ellas crecían árboles casi hasta la cima. A medida que descendían, los árboles iban haciéndose más densos, especialmente a lo largo de la Corriente Mering (que nacía en la grieta) y hacia el norte en la llanura por donde la Corriente fluía hacia el Entaguas. El gran Camino del Norte avanzaba por un claro longitudinal abierto en el bosque para evitar las tierras húmedas más allá de sus lindes septentrionales; pero este camino había sido hecho en días antiguos,
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y, después de la partida de Isildur, nadie derribó nunca un árbol en el Bosque de Firien, salvo los centinelas de los fanales, cuya misión consistía en mantener despejado el gran camino y también el sendero que llevaba a la cima de la colina. Este sendero salía del Camino cerca de la entrada en el Bosque y ascendía serpenteante hasta la parte desprovista de árboles, más allá de la cual había una antigua escalinata de piedra que conducía al sitio del fanal, un amplio círculo nivelado por quienes habían construido la escalinata. Los centinelas del fanal eran los únicos habitantes del Bosque, con la única excepción de las bestias salvajes; moraban en cabañas construidas en los árboles cerca de la copa, pero no permanecían allí mucho tiempo a no ser que el mal tiempo los obligara, e iban y venían por turnos en el desempeño de su tarea. Casi todos se alegraban de volver a sus hogares. No por el peligro de las bestias salvajes ni porque alguna sombra maligna de días oscuros se proyectara en el Bosque; sino porque por debajo del ruido del viento y de los pájaros y las bestias o, a veces, el de los jinetes que pasaban de prisa por el Camino, había un silencio; y los hombres se sorprendían hablando a sus compañeros en un susurro, como si fueran a escuchar el eco de una gran voz que clamara desde muy lejos y mucho tiempo atrás.

El nombre Halifirien significaba en la lengua de los Rohirrim «montaña sagrada».
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Antes de su llegada se la llamaba en sindarin Amon Anwar, «Montaña del Temor Reverente»; por esa razón nadie la conocía en Gondor, salvo sólo (como se comprobó después) el Rey o el Senescal regente. Para los pocos hombres que se aventuraban a abandonar el Camino y a errar entre los árboles, el Bosque de por sí era ya motivo suficiente: en la Lengua Común se lo llamaba «el Bosque Susurrante». En los días del apogeo de Gondor, no se levantaba fanal alguno en la colina mientras las palantiri mantenían todavía comunicación entre Osgiliath y las tres torres del reino
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sin necesidad de recurrir a mensajeros o señales. En días posteriores, poca era la ayuda que podía esperarse del Norte a medida que el pueblo de Calenardhon iba declinando, ni tampoco era factible que se enviaran allí fuerzas mientras Minas Tirith se empeñaba más y más en mantener la línea del Anduin y proteger sus orillas meridionales. En Anórien habitaban todavía muchos que tenían por misión proteger los accesos septentrionales, fuera por Calenardhon o a través del Anduin en Cair Andros. Para comunicarse con ellos se levantaron y conservaron
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los tres fanales más viejos (Amon Din, Eilenach y Min-Rimmon), pero aunque se fortificó la línea de la Corriente Mering (entre los marjales inaccesibles de su confluencia con el Entaguas y el puente por el que el Camino llevaba hacia el oeste del Bosque Firien), no estaba permitido que se levantara fuerte o fanal alguno sobre Amon Anwar.

En los días de Cirion el Senescal, los Balchoth, aliados con los Orcos, cruzaron el Anduin, penetraron en el Páramo e iniciaron la conquista de Calenardhon. De este peligro mortal, que habría provocado la ruina de Gondor, se salvó el reino por la intervención de Eorl el Joven y los Rohirrim.

Cuando la guerra terminó, los hombres se preguntaron cómo el Senescal honraría y recompensaría a Eorl, y esperaban que se celebrara una gran fiesta en Minas Tirith, donde esas cosas se revelarían. Pero Cirion era hombre que se atenía a sus propias decisiones. Mientras el reducido ejército de Gondor se dirigía hacia el sur, venía acompañado por Eorl y una éored
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de Jinetes del Norte. Cuando llegaron a la Corriente Mering, Cirion se volvió a Eorl y dijo para asombro de los hombres:

—Ahora, adiós, Eorl, hijo de Eéod. Volveré a mi patria, donde hay que poner en orden muchas cosas. Entrego Calenardhon a tu cuidado por el momento, si no tienes prisa en regresar a tu reino. En el término de tres meses volveré a encontrarte aquí y entonces cambiaremos opiniones.

—Volveré —respondió Eorl; y así se separaron.

No bien llegó Cirion a Minas Tirith, convocó a algunos de sus más fieles servidores. —Id al Bosque Susurrante —dijo—. Allí debéis abrir de nuevo el viejo sendero a Amon Anwar. Hace ya mucho que lo cubren las malezas; pero una piedra erguida junto al Camino señala todavía su entrada, en el punto en que la región septentrional del Bosque se cierra sobre ella. El sendero da muchas vueltas, pero a cada recodo hay una piedra erguida. Siguiéndolas, llegaréis por fin al cabo de los árboles y os encontraréis al pie de una escalinata de piedra. Os encomiendo no ir más adelante. Haced este trabajo tan de prisa como podáis y luego volved a mí. No derribéis árboles; sólo despejad el terreno, para que unos pocos hombres de a pie puedan ascender fácilmente. Dejad la entrada junto al Camino todavía cubierta, de modo que nadie que transite por allí tenga la tentación de coger el sendero antes que yo mismo lo haga. No digáis a nadie a dónde os dirigís o lo que habéis hecho. Si alguien os lo pregunta, decid sólo que el Señor Senescal desea que se disponga un sitio para su encuentro con el Señor de los Jinetes.

Llegado el momento, Cirion se puso en camino junto con Hallas, su hijo, y el Señor de Dol Amroth y otros dos miembros de su Consejo; y se encontró con Eorl en el cruce de la Corriente Mering. Con Eorl estaban tres de sus principales capitanes. —Vayamos ahora al sitio que tengo preparado —dijo Cirion. Entonces apostaron una guardia en el puente y volvieron al Camino sombreado de árboles y llegaron a la piedra erguida. Allí desmontaron, y dejaron una fuerte guardia de soldados de Gondor; y Cirion, junto a la piedra, habló a sus compañeros— Voy ahora a la Montaña del Temor Reverente. Seguidme si queréis. Conmigo irá un escudero y otro con Eorl para que carguen nuestras armas; todos los demás irán desarmados como testigos de nuestras palabras y nuestras acciones en ese alto lugar. He mandado preparar el sendero, aunque nadie lo ha transitado desde que vine aquí con mi padre.

Entonces Cirion guió a Eorl entre los árboles y los demás siguieron en orden; y cuando hubieron dejado atrás la primera de las piedras interiores, bajaron la voz, y andaban cautelosos como si temieran hacer el menor ruido. Así llegaron a las cuestas superiores de la colina y atravesaron un cinturón de abedules blancos y vieron la escalinata de piedra que ascendía a la cima. Cuando salieron de la sombra del Bosque, el sol les parecía cálido y brillante, porque era el mes de Úrimë; no obstante, la cumbre de la Colina estaba verde como si fuera todavía Lótessë.

Al pie de la escalinata había una bóveda pequeña en la ladera de la colina, hecha con turba de las orillas. Allí la compañía reposó un rato hasta que Cirion se puso en pie y tomó de su escudero el cetro blanco y la capa blanca de los Senescales de Gondor. Entonces, en pie en el primer escalón de la escalinata, rompió el silencio diciendo en voz baja, pero clara:

—Declararé ahora lo que con la autoridad de los Senescales de los Reyes he resuelto ofrecer a Eorl, hijo de Léod, Señor de los Éothéod, en reconocimiento del valor de su pueblo y de la ayuda que dispensó a Gondor en momentos de extremada necesidad, cuando ya no quedaban esperanzas. A Eorl daré, como libre don, toda la gran tierra de Calenardhon desde el Anduin hasta el Isen. Allí reinará, si así lo desea, y sus herederos después de él, y su pueblo vivirá en libertad mientras dure la autoridad de los Senescales, hasta el retorno del Gran Rey.
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Nada los obligará, salvo sus propias leyes y su voluntad, con esta excepción solamente: estarán unidos en perpetua amistad con Gondor, y los enemigos de Gondor serán sus enemigos, mientras ambos reinos perduren. Pero a esto mismo estará obligado el pueblo de Gondor.

Entonces Eorl se puso de pie, pero permaneció por algún tiempo en silencio. Porque estaba asombrado ante la gran generosidad de la dádiva y los nobles términos en que le había sido ofrecida; y vio la sabiduría con que se conducía Cirion a la vez en relación consigo mismo como gobernante de Gondor, y como amigo de los Éothéod, de cuyas necesidades tenía conciencia. Porque eran ahora un pueblo en exceso numeroso para habitar en la tierra del Norte y anhelaban volver a sus antiguos hogares, aunque los detenía el temor de Dol Guldur. Pero en Calenardhon tendrían más espacio del que nunca les cabría haber esperado y al mismo tiempo estarían lejos de las sombras del Bosque Negro.

No obstante, más que el tino y la política, movían a Cirion y a Eorl la gran amistad que unía a sus respectivos pueblos y el amor que había entre ellos como verdaderos hombres. De parte de Cirion el amor era el de un padre juicioso, hecho a los cuidados del mundo, por un hijo en la flor de la fuerza y la esperanza de la juventud; mientras que en Cirion veía Eorl al hombre más encumbrado y noble que nunca hubiera visto en el mundo, y al más sabio, en quien se asentaba la majestad de los Reyes de los Hombres de mucho tiempo atrás.

Por fin, cuando Eorl hubo examinado todo esto de prisa en su pensamiento, habló diciendo: —Señor Senescal del Gran Rey, acepto para mí y mi pueblo el regalo que ofrecéis. Excede con mucho cualquier recompensa que nuestras acciones hayan podido merecer, si no hubieran sido a su vez un libre don de la amistad. Pero ahora sellaré esta amistad con un juramento que no será olvidado.

—Entonces, subamos a lo alto de la colina —dijo Cirion—, y ante estos testigos hagamos los votos que creamos adecuados.

Entonces Cirion ascendió la escalinata con Eorl, y los demás les siguieron; y cuando llegaron a la cima, vieron un amplio espacio oval cubierto de hierba, sin cercar, pero en su extremo oriental se alzaba un pequeño montículo donde crecían las blancas flores del alfirin
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, y el sol que se ponía las tocaba de oro.

Entonces, el Señor de Dol Amroth, principal de los de la compañía de Cirion, avanzó hacia el montículo y vio, sobre la hierba que crecía frente a él sin que las brezas o la intemperie la hubieran deteriorado, una piedra negra; y sobre ella había grabadas tres letras. Entonces le dijo a Cirion:

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