—Una
khaleesi
debe tener un
khal
—señaló Irri al tiempo que volvía a llenarle la copa a su reina—. Lo sabe todo el mundo.
—¿Debería proponéroslo de nuevo? —se preguntó Xaro—. No, esa sonrisa la conozco bien. Reina cruel es aquella que juega con el corazón de los hombres. Los humildes mercaderes como yo no somos más que guijarros bajo vuestras sandalias enjoyadas.
Una lágrima solitaria le corrió por la mejilla blanca, pero Dany lo conocía demasiado bien para conmoverse. Los qarthienses eran capaces de derramar lágrimas a voluntad.
—Venga ya, dejadlo. —Cogió una cereza de un cuenco y se la tiró a la nariz—. Puede que sea una niña, pero no soy tan tonta como para casarme con un hombre que encuentra más seductora una fuente de fruta que mi pecho desnudo. Ya he visto en qué bailarines os fijabais.
Xaro se secó la lágrima.
—Supongo que en los mismos que vuestra alteza. Ya veis: somos muy parecidos. Si no queréis tomarme como esposo, me daré por satisfecho con ser vuestro esclavo.
—No quiero esclavos. Os libero.
La nariz enjoyada era un blanco de lo más tentador. En aquella ocasión, Dany le tiró un albaricoque. Xaro lo atrapó en el aire y le dio un mordisco.
—¿Cuándo comenzó esta locura? ¿Tendría que alegrarme de que no liberarais a mis esclavos cuando erais mi invitada en Qarth?
«Entonces no era más que una reina mendiga, y tú eras Xaro de los Trece —pensó Dany—. Y a ti, lo único que te interesaba eran mis dragones.»
—Tratabais bien a vuestros esclavos; parecían satisfechos. No se me abrieron los ojos hasta que llegué a Astapor. ¿Sabéis cómo hacen a los inmaculados, cómo los entrenan?
—Con crueldad, seguro. Cuando un herrero fabrica una espada mete la hoja en el fuego, la golpea con un martillo y la introduce en agua helada para templar el acero. Para obtener el sabor dulce de la fruta hay que regar el árbol.
—Este árbol se regó con sangre.
—¿Y de qué otra manera se puede hacer un soldado? Vuestro esplendor ha disfrutado con mis bailarines. ¿Os sorprendería saber que todos son esclavos, criados y entrenados en Yunkai? Han estado bailando desde que aprendieron a caminar. ¿Cómo, si no, se puede obtener tal perfección? —Tomó un trago de vino y le dio vueltas en la boca—.
También son expertos en todas las artes eróticas. Había pensado en regalárselos a vuestra alteza.
—Sí, por favor. —Dany no se sorprendió en absoluto—. Los liberaré.
El hombre acusó el golpe con una mueca.
—¿Y qué harían con la libertad? Tanto os daría regalarle una cota de malla a un pez. Están hechos para bailar.
—¿Quién los hizo? ¿Sus amos? Tal vez vuestros bailarines preferirían ser albañiles, panaderos o granjeros. ¿Se lo habéis preguntado?
—Y tal vez vuestros elefantes preferirían ser ruiseñores. Las noches de Meereen estarían pobladas de barritos y no de trinos dulces; vuestros árboles se doblarían bajo el peso de enormes pájaros grises. —Xaro suspiró—. Daenerys, delicia mía, bajo ese hermoso seno late un corazón tierno…, pero aceptad el consejo de una cabeza más vieja y sabia. Las cosas no siempre son lo que parecen. Las cosas que parecen malas a veces son buenas. Por ejemplo, la lluvia.
—¿La lluvia? —«¿Me toma por idiota, o cree que soy una niña?»
—Maldecimos la lluvia cuando nos cae encima, pero sin ella nos moriríamos de hambre. Hace falta lluvia en el mundo…, igual que hacen falta esclavos. No, no pongáis esa cara; es verdad. La prueba la tenéis en Qarth. En cuestión de arte, música, magia, comercio…, en todo lo que hace que los hombres estén por encima de las bestias, Qarth sobresale del resto de la humanidad, igual que vos estáis por encima de todos en la cúspide de esta pirámide… Pero abajo, la grandeza de la Reina de las Ciudades reposa sobre los hombros de los esclavos y no sobre ladrillos. Pensadlo bien: si no queda hombre que no tenga que escarbar en el barro para buscar comida, ¿habrá alguno capaz de levantar la vista para contemplar las estrellas? Si todos tenemos que deslomarnos para construir una choza, ¿quién edificará los templos para mayor gloria de los dioses? Para que unos hombres sean grandes, otros deben ser esclavos.
Era demasiado elocuente para ella. Dany no tenía otra respuesta que la rabia que sentía en el estómago.
—La esclavitud no es lo mismo que la lluvia —replicó—. Me ha llovido encima y me han vendido. No es lo mismo. Ninguna persona puede ser propiedad de otra.
Xaro se encogió de hombros con gesto lánguido.
—Cuando desembarqué en vuestra hermosa ciudad, en la orilla del río tropecé casualmente con un hombre, un hombre que en otros tiempos estuvo en mi casa como invitado, un comerciante que trataba con especias raras y vinos selectos. Estaba desnudo de cintura para arriba, enrojecido por el sol, desollado; parecía que cavaba un hoyo.
—Una zanja, para traer agua con que regar los sembradíos. Hemos pensado en plantar legumbres, y requieren agua.
—Qué amable por parte de mi viejo amigo ofrecerse a cavar zanjas. Y qué raro, conociéndolo. ¿O será que no se le permitió elegir? No, cómo va a ser eso. En Meereen no hay esclavos.
—A vuestro amigo se le paga con comida y alojamiento. —Dany se sonrojó—. No puedo devolverle sus riquezas. En Meereen hacen más falta legumbres que especias raras, y las legumbres requieren agua.
—¿También pondréis a mis bailarines a cavar zanjas? Mi dulce reina, cuando mi amigo me vio, se puso de rodillas y me suplicó que lo comprara como esclavo y me lo llevara a Qarth.
Se sintió como si la hubiera abofeteado.
—Pues compradlo.
—Si eso os complace… Al él lo complacería, eso es seguro. —Le puso una mano en el brazo—. Estas son verdades que solo os contará un amigo. Cuando llegasteis a Qarth como mendiga, os ayudé, y ahora he atravesado muchas leguas y mares tormentosos para ofreceros mi ayuda de nuevo. ¿Hay algún sitio donde podamos hablar con franqueza?
Dany sentía la calidez de sus dedos.
«En Qarth también era cálido —recordó—, hasta que llegó el día en que dejé de serle útil.» Se puso en pie.
—Venid.
Xaro la siguió entre las columnas, hacia los anchos peldaños de mármol que llevaban a sus habitaciones privadas, en la cúspide de la pirámide.
—Oh, mujer bella entre las bellas —dijo Xaro cuando empezaron a subir—, oigo el sonido de pisadas a nuestras espaldas. Alguien nos sigue.
—¿Acaso tenéis miedo de mi anciano caballero? Ser Barristan ha jurado guardar mis secretos. —Llegaron a la terraza desde la que se divisaba la ciudad. La luna llena flotaba en el cielo negro sobre Meereen—. ¿Damos un paseo? —Dany se cogió de su brazo. El aroma de las flores que se abrían durante la noche impregnaba el aire—. Me habéis hablado de ayuda. Lo que más necesito es comercio. Meereen tiene sal para vender, y también vino…
—¿Vino ghiscario? —Xaro puso cara de desagrado—. El mar nos proporciona toda la sal que necesitamos en Qarth, pero aceptaré de buena gana todas las aceitunas que queráis venderme, y también aceite de oliva.
—No puedo ofreceros nada. Los esclavistas quemaron los árboles. —Durante siglos, los olivos habían crecido a lo largo de las playas de la bahía de los Esclavos, pero los meereenos les habían prendido fuego a medida que avanzaba el ejército de Dany, convirtiéndolo todo en un yermo ennegrecido—. Estamos plantando más, pero tardan siete años en empezar a dar fruto, y treinta en ser productivos de verdad. ¿Queréis cobre?
—Es un metal hermoso, pero tan voluble como una mujer. En cambio, el oro… El oro es sincero. Qarth os pagará mucho oro a cambio de esclavos.
—Meereen es una ciudad libre de hombres libres.
—Es una ciudad pobre que antes era rica. Una ciudad hambrienta que antes estaba ahíta. Una ciudad ensangrentada que antes era pacífica.
Las acusaciones la hirieron, porque contenían demasiada verdad.
—Meereen volverá a ser una ciudad rica, ahíta y pacífica, y también libre. Si queréis esclavos, acudid a los dothrakis.
—Los dothrakis toman esclavos; los ghiscarios los entrenan. Para llegar a Qarth, los señores de los caballos tendrían que transportar a sus cautivos a través del desierto rojo. Morirían cientos, tal vez miles, y sobre todo, muchos caballos, por lo que ningún
khal
se arriesga. Luego hay otra cosa: Qarth no quiere ningún
khalasar
en las cercanías de su muralla. Todos esos caballos… ¡Qué peste! No os ofendáis,
khaleesi.
—El olor de los caballos es honorable. Más de lo que se puede decir de algunos grandes señores y príncipes mercaderes.
—Hablemos con sinceridad, Daenerys, como los amigos que somos —Xaro hizo caso omiso de la pulla—. No conseguiréis que Meereen vuelva a ser una ciudad rica, ahíta y pacífica. Solo la conduciréis a su destrucción, igual que sucedió en Astapor. ¿Sois consciente de que hubo una batalla en los Cuernos de Hazzat? El Rey Carnicero tuvo que retroceder a su palacio, con sus nuevos Inmaculados pisándole los talones.
—Todo el mundo lo sabe. —Ben Plumm el Moreno le había hecho llegar la noticia con dos de sus segundos hijos—. Los yunkios han comprado más mercenarios, y dos legiones del Nuevo Ghis luchan junto a ellos.
—Dos que pronto serán cuatro, y luego diez. Se ha visto a emisarios yunkios camino de Myr y Volantis; van a contratar más espadas. La Compañía del Gato, los Lanzas Largas, los Hijos del Viento. Se dice que los sabios amos cuentan también con los servicios de la Compañía Dorada.
En cierta ocasión, su hermano Viserys había celebrado un banquete con los capitanes de la Compañía Dorada, con la esperanza de que apoyaran su causa. Se comieron su comida, escucharon sus súplicas y se rieron de él. Por aquel entonces, Dany no era más que una niñita, pero aun así lo recordaba.
—Yo también tengo mercenarios.
—Dos compañías. Los yunkios os atacarán con veinte si hace falta. Y no estarán solos: Tolos y Mantarys se han aliado con ellos.
Una noticia aciaga, en caso de que fuera digna de crédito. Daenerys había enviado delegaciones a Tolos y a Mantarys con la esperanza de encontrar en el oeste aliados que compensaran la enemistad de Yunkai en el sur. Sus emisarios no habían vuelto.
—Meereen ha firmado una alianza con Lhazar.
A Xaro le pareció divertidísimo.
—Los señores dothrakis tienen un nombre para los lhazarenos: hombres cordero, porque cuando los esquilan, lo único que hacen es balar. No es lo que se dice un pueblo muy marcial.
«En cuestión de amigos, un cordero es mejor que nada.»
—Los sabios amos deberían tomar ejemplo. Perdoné una vez a Yunkai; no lo haré dos veces. Si se atreven a atacarme, arrasaré su Ciudad Amarilla hasta los cimientos.
—Y mientras arrasáis Yunkai, Meereen se rebelará. No cerréis los ojos ante el peligro que se cierne sobre vos, Daenerys. Vuestros eunucos son buenos soldados, pero su número es escaso para enfrentarse a los ejércitos que enviará Yunkai contra vos cuando caiga Astapor.
—Mis libertos… —empezó Dany.
—Los esclavos de cama, los carniceros y los obreros no ganan batallas.
Dany solo podía esperar que estuviera equivocado. Los libertos no tenían formación de guerreros, pero había organizado en compañías a todos los hombres en edad de luchar, y Gusano Gris los estaba entrenando como soldados.
«Que piense lo que quiera.»
—Olvidáis que tengo dragones.
—¿De verdad? En Qarth era raro veros sin un dragón en el hombro… pero ahora observo que vuestro hombro está tan hermoso y desnudo como vuestro precioso seno.
—Mis dragones han crecido, pero no mis hombros. Ahora están lejos, cazando. —«Perdóname, Hazzea.» Se preguntó hasta qué punto estaría informado Xaro, qué rumores le habrían llegado—. Preguntad si no a los bondadosos amos de Astapor. —«Vi los ojos derretidos de un esclavista corriéndole por las mejillas»—. Decidme la verdad, viejo amigo: si no es para comerciar, ¿para qué habéis venido a verme?
—Quería traerle un regalo a la reina de mi corazón.
—Decidme. —«Es una trampa.»
—El regalo que me suplicasteis en Qarth: barcos. En la bahía hay trece galeras. Son vuestras si las queréis. Os he traído una flota para que os lleve a vuestro hogar, a Poniente.
«Una flota.» Era mucho más de lo que podía esperar, de modo que, por supuesto, sintió desconfianza. En Qarth le había ofrecido treinta barcos, pero a cambio de uno de sus dragones.
—¿Qué pedís a cambio de esos barcos?
—Mi ansia de poseer dragones ha desaparecido. Rumbo hacia aquí, mi
Nube Sedosa
hizo escala en Astapor para proveerse de agua, y vi lo que habían hecho. Esos barcos son vuestros, mi dulce reina. Trece galeras con sus correspondientes remeros.
«Trece. Por supuesto.» Xaro era uno de los Trece. Sin duda había convencido a sus compañeros para que cada uno aportara un barco. Conocía demasiado bien al príncipe mercader para creerlo capaz de sacrificar trece naves propias.
—Tengo que meditarlo. ¿Puedo inspeccionar esas naves?
—Os habéis vuelto desconfiada, Daenerys.
«Desde luego.»
—Me he vuelto inteligente, Xaro.
—Inspeccionadlas a vuestro gusto. Cuando estéis satisfecha, juradme que volveréis a Poniente de inmediato y los barcos serán vuestros. Jurádmelo por vuestros dragones, por vuestro dios de siete rostros, por las cenizas de vuestros padres, y marchaos.
—¿Y si prefiero esperar un año, o dos, o tres?
Una expresión de pesadumbre nubló el rostro de Xaro.
—Eso me entristecería mucho, delicia mía…, porque, aunque ahora parecéis joven y fuerte, no viviréis tanto tiempo. No. Aquí no.
«Con una mano me ofrece la miel y con la otra me enseña el látigo.»
—Los yunkios no son tan temibles.
—No todos vuestros enemigos están en la Ciudad Amarilla. Tened cuidado con los hombres de corazón frío y labios azules. No hacía ni quince días que habíais abandonado Qarth cuando Pyat Pree partió con tres de sus compañeros para buscaros en Pentos.
Aquello le pareció más divertido que amenazador.
—Menos mal que me desvié, ¿no? Pentos está a medio mundo de Meereen.
—Cierto —tuvo que reconocer—, pero más tarde o más temprano les llegarán noticias de la reina dragón que se encuentra en la bahía de los Esclavos.
—¿Qué pretendéis? ¿Que tenga miedo? Viví con miedo catorce años, mi señor. Tenía miedo todos los días al despertar y todas las noches al acostarme…, pero todos mis miedos ardieron el día en que salí del fuego. Ahora solo tengo miedo de una cosa.