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Authors: Federico Jiménez Losantos

Tags: #Ensayo, Economía, Política

De La Noche a La Mañana (35 page)

BOOK: De La Noche a La Mañana
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Aznar dedicó sus siete años como jefe de la oposición a criticar con minuciosa e implacable severidad esa confusión de lo público y lo privado en el orden moral y del Estado, del Gobierno y del Partido en el orden político que caracteriza a todos los regímenes dictatoriales y corruptos. Yo también dediqué un libro,
La dictadura silenciosa
.
Mecanismos totalitarios en nuestra democracia
(1989), a explicar las bases teóricas de ese fenómeno de concentración y abuso de poder. Pocos meses después publiqué otro libro,
Contra el felipismo
.
Crónicas de una década
(1982-1992), resumen de artículos y breves ensayos sobre el régimen de González, Polanco, Pujol y Arzalluz, el póquer de ases de la fullería nacional, cuya segunda parte,
Crónicas del acabóse
, salió en 1996, cuando Aznar acababa de ganar —por poquísimos votos— las elecciones. Creo, sin falsa modestia, que ese anaquel crítico permite seguir fielmente, casi al día, la creación, naturaleza y atrincheramiento en el Poder. También la perspectiva desde la que lo contemplaba y combatía la oposición de centro y derecha, desde Suárez y Fraga hasta Hernández Mancha, Oreja, Herrero, aquel oscuro meteoro llamado Mario Conde y, entre ellos, tras ellos, contra ellos y a pesar de todos ellos, José María Aznar.

Repasando los artículos y ensayos dedicados a Aznar en todo ese tiempo, desde la «Serpiente de otoño» de septiembre de 1987 hasta este mismo que voy pergeñando mientras veo pasar interminablemente las imágenes de la boda y que bien podría ser el que terminara el libro, creo que si bien la multitud de episodios y situaciones difíciles que Aznar y los pocos suyos debieron —debimos— afrontar en esos años resulta pasmosa, lo realmente valioso y duradero es el hilo de reflexión ética sobre el ser de España y la libertad que alienta en todas las batallas. Ética y estética. Porque la alternativa política al PSOE —en eso nos empeñamos algunos y eso representó finalmente el PP de Aznar— sólo podía ser nacional y liberal, pero, además, debía representar una alternativa en el fondo y en la forma al obsceno derroche de poder, a la confusión de los negocios de Estado, Gobierno y Partido, a la mezcolanza de todos los poderes a mayor gloria de un caudillo vagamente democrático, en rigor plebiscitado desde el cerro de oro de los medios de comunicación adictos y convertido desde esa trinchera en un peligro público.

Ética y estética, sí. Incluso en los capítulos más errados de esa búsqueda de una legitimidad intelectual alternativa al socialismo —como mi libro sobre Azaña, presentado a bombo y platillo por Aznar y que provocó una tormenta feroz en los medios felipistas—, lo que late a través de las páginas escritas a diario en estas últimas dos décadas es una insatisfacción moral y una repugnancia estética por todo lo que el felipismo era y se complacía en representar. Pues bien, creo que si desde la inolvidable investidura dineris causa de Mario Conde en la Complutense hay una ceremonia que pudiera ser archirepresentativa de la estética y de la ética de la apoteosis del poder sin contrapesos, ésa sería, habría sido ya, ay, la boda de los Aznar en El Escorial. Allí, en torno a un hecho presuntamente individual se retrataban todos los elementos del Poder en España, desde los Reyes hasta los bufones, pasando por los políticos, los banqueros, los grandes empresarios y algunas mujeronas imponentes, de profesión sus hombres. Allí, como aquí, se retrataban ante el poder, transitorio pero decisivo para sus intereses, todos los aspirantes a conservarlo. De todos los que aplaudían a Conde, ebrio de Poder y a punto de despedirse camino de la cárcel, los que no le debían un macrosueldo lo injuriaban en privado la noche anterior y en el momento mismo del aplauso.

De todos los que se retrataron en la boda de los Aznar, los que más se notaban eran precisamente los que ya habían estado en aquel aquelarre de corrupción ética y de villanía estética. Allí, como aquí, los Albertos con sus consortes de temporada; allí, como aquí, Emilio Ibarra; allí como aquí, Fernández Tapias; allí, como aquí, los poderes que para ser permanentes deben contentar a los fugaces, desde La Zarzuela a El Corte Inglés pasando por los Botín. Sólo faltaba Polanco, y porque no podía ir sola Mariluz. A cambio de eso, el escenario grandioso, a espaldas del Jardín de los Frailes, mejoraba mucho el anfiteatro de la Complutense, peana y precipicio desde la que se despeñaron las ambiciones de un tipo raro de la clase media baja. A quienes vimos aquello, ¿cómo no iba a producirnos esto una cierta melancolía?

Me he prohibido hacer ningún comentario nacido de nuestra relación personal hasta que Aznar haya designado sucesor y abandonado el proscenio de la política española. Pero si se quiere buscar —como hacen afanosamente muchos— la excusa sentimental para perdonar esta exhibición de poder personal, valga la evidencia de que el padre ha querido regalar a la novia la boda más fabulosa que en España pudiera celebrarse, incluidas las de la Familia Real. El imponente regalo de la niña es también la oceánica satisfacción de la mamá y el mefistofélico orgullo del papá: «He aquí todos los poderes de la Nación que puedo poner y pongo a tus pies, hija mía: hasta aquí hemos llegado».

Y, efectivamente, hasta aquí han llegado todos y ahí están: el jefe del Estado, a su pesar uncido siempre al del Gobierno; las presidentas del Congreso y el Senado, nombradas por él; los presidentes del Supremo y el Constitucional, designados por él; los presidentes de todas las comunidades autónomas del PP, escogidos por él; los ministros todos de sus gobiernos, hechura suya; los directores de los medios de comunicación oficiales y oficiosos, puestos por él, y los eventualmente adictos o habitualmente considerados, en que él relativamente confía; los presidentes de las grandes empresas, por él colocados; los grandes banqueros, por él admitidos; los cantantes, y hasta algún escritor de su predilección, por él distinguidos; y, en fin, el interminable friso de celebridades medianejas y medianeras, que acompañan siempre al Poder como el brillo al oropel: modelos, actrices, cineastas, aventureras de la vida y piratas del crédito, futbolistas que antaño pudieran ser toreros y hasta la autoridad eclesiástica y algunas personas decentes, porque de todo hay en la viña del Señor y tampoco nos privamos de lo bueno, que para saborearlo ha de ser poco. El mejor presidente de Gobierno en muchas décadas tiene también su punto flaco, como todo El Mundo. Sólo que, por respeto a lo que quería significar, ayer lo ocultaba y hoy lo exhibe. Porque esto no es una celebración sino una exhibición. Un alarde. Un desafío.

Estos fastos de la boda de los Aznar con el Poder, con su poder, desde el fiestón, cautelado por el Alcalde, de cuatrocientos señoritos en la despedida de solteros hasta el largometraje escurialense de los casados, son humanamente comprensibles y biográficamente harto explicables. También son, o pueden parecer, políticamente lamentables y estéticamente detestables. Al menos para quienes precedieron y acompañaron a José María Aznar en la rebeldía ética y la objeción estética durante los largos años de despotismo socialista, y para los que, una vez llegado e instalado el PP en el Poder, han querido mantener el flaco porvenir de una ilusión a la que los liberales no renuncian: el control y el autocontrol, los límites del poder. Por una buena razón personal, Aznar no ha vacilado en la sinrazón política. Ha querido hacer un regalo a su familia que no pueda olvidar. Y lo ha hecho, en efecto, inolvidable. Pero, en fin, así son las cosas, así son las personas y así es, sobre todo, la política. Incluso en estos frescos días luminosos de septiembre, los de hoy y los de hace quince años, campo abonado para la melancolía.

La fatalidad, el destino, la política y otras postrimerías

Entre la sombría presentación del libro, la pelea de Luis con Pedro Jota en las ondas y los problemas lógicos e ilógicos pero habituales y cotidianos en la COPE, empezando por el futuro de Luis Herrero y de
La mañana
, el ambiente se iba haciendo irrespirable. Estaba ya en marcha el proceso antidemocrático que acabaría llevando al PSOE al Gobierno. Pero de las dos grandes herramientas antes del 11-M, que fueron la crisis del
Prestige
y el apoyo de Aznar a la guerra de Irak, el Gobierno sólo le había servido en bandeja la primera. A los medios y periodistas supuestamente «afines», amén de enfrentarnos por la herencia de Telefónica Media, cuyo anunciado desguace fue uno de los elementos más desestabilizadores de la temporada 2002-2003, Aznar nos sirvió el acíbar de su rendición incondicional ante Polanco. Que incluía la entrada en política de Ana Botella dentro del séquito de Gallardón, mitad como coartada y mitad como rehén.

El mes de diciembre estuvo marcado por la manipulación mediática de la catástrofe del
Prestige
, hasta tal punto que Tele 5, convertida de hecho en la cadena televisiva de la SER, falsificó la Nochevieja para poder atacar ferozmente al Gobierno sin dejar de disfrutar las vacaciones, metáfora adecuadísima a la situación que permitía a muchos estar al plato y a las tajadas, en la procesión y repicando. Mercedes Milá, que revivía marchitos laureles como presentadora de
Gran Hermano
y acaso para disfrazar tan exitosa cutrez, se vistió de ecologista para retransmitir las doce campanadas en uno de los pueblos gallegos más afectados por el fuel vertido al mar, el famoso chapapote. Así quedaba definida una política de acoso implacable contra el Gobierno del PP que no perdonaría fiestas ni días de guardar. Claro que también mostró el carácter totalitario, genuinamente orwelliano, de esa ofensiva político-mediática contra la derecha, ya que, para más seguridad, Tele 5 no emitió el programa de la última noche del año, sino el de la penúltima, que fue cuando lo grabaron, enlataron y emitieron como si fuera la última. Descubierto el pastel, el escándalo duró un par de días, porque en España siempre hay otro que lo tapa y porque la izquierda estaba ya dispuesta a defender que Abel se había suicidado con una quijada de asno para culpar a su hermano Caín, el primer progresista.

En el frente interno, pasamos una crisis bastante seria, pero después, cuanto peor se fueron poniendo las cosas en el frente externo, más se fueron arreglando. Sin lo malo, éramos incapaces de hacer nada a derechas. ¡El sino de la COPE!

La crisis vino de la mano de Luis Herrero pero por inducción de don Bernardo, que le pidió que utilizara nuestra amistad para cambiar el tono crítico de
La linterna
. Lo malo es que el tono molestaba a los nacionalistas y a la izquierda pero aún molestaba más a los del PP. Y a mí me molestaba que me tocaran tanto las narices con el tono y la tona. El único programa que en los dos últimos años se había sostenido y hasta fortalecido en medio de la crisis de la cadena era
La linterna
. Cuando Luis me dijo lo que le había dicho don Bernardo que me dijera, o sea, que si debía moderar el tono, que si debía cambiar el estilo, que si no podíamos seguir así porque cuando no protestaba un obispo protestaba un ministro y cuando no un cardenal protestaba el presidente del Gobierno le dije lo que pensaba de la advertencia y también lo que pensaba hacer si seguíamos así:

—Mira, Luis, hasta aquí hemos llegado. Yo no sé si a don Bernardo le han dicho eso o no le han dicho nada, si exagera para asustarme o si se asusta él y exagera a ver si tú me asustas a mí, pero así no se puede trabajar. Si me quieren echar que me echen y que busquen un mirlo blanco que les haga
La linterna
por cuatro duros. Se acabó.

—Fede, que esta vez parece que va en serio. Gana un poco de tiempo, que ya sabes que es la única táctica que funciona en esta casa. Un mes, dos meses, y todo olvidado. Ya conoces a don Bernardo.

—Y él me conoce a mí. Que ya estoy harto, Luis, que ya estoy harto.

—Mira, Fede, para mí es muy desagradable tener que decirte esto, como comprenderás.

—Pues no me lo digas más. Desagradable, lo que se dice desagradable, lo es, sobre todo, para mí.

—No creo que tengas ninguna duda de que hago lo posible por ayudar.

—No la tengo de ti. Pero del cura sí tengo dudas. Todas las dudas.

—Pero, hombre, ¿qué va a ganar el cura riñendo con un puntal de la cadena?

—Ése es su problema.

—Pero es también el tuyo. Y el mío. Y el de la COPE. Esto se puede hundir en dos dias. Todo está cogido con alfileres. Y Lara, los vascos y el
ABC
, a. la espera.

—Bueno, pues si no quieren vender el barco que no lo hundan. Tú siempre has tenido debilidad por la figura del violinista del
Titanic
. Yo, por Robinson Crusoe.

—Creo que te ha dado cita para mañana.

—Sí. A ver si esto se acaba o se aclara de una maldita vez.

—Bueno, antes de entrar al despacho, ya sabes la receta de Antonio.

—Sí, un puñado de cubitos ahí para enfriarlos. Luego, otro más para congelarlos. Y cuando ya estén helados, otro más, por si acaso. Bueno, veremos lo que me dice y en función de eso administraré el congelador.

—Yo ya no te puedo decir más.

—Sí, ya me has dicho bastante. Mañana hablamos.

Así que al otro día voy al despacho de don Bernardo. Hablo con él un cuarto de hora y salgo. Me llama Luis porque yo no le llamaba.

—Bueno, ¿qué te ha dicho?

—Nada.

—¿Y de los obispos, y de las protestas?

—Absolutamente nada. Bueno, que Rouco me tiene un gran aprecio intelectual.

—¿Y del tono, del Gobierno, de los nacionalistas, de todo eso? ¿Nada?

—Prácticamente nada. Me ha repetido lo de la queja de Aznar en la recepción del embajador boliviano. Pero más bien me ha animado a seguir adelante que a frenar.

—No me lo puedo creer.

—Bueno, no vayamos ahora a estropearlo. Bastante chapapote llevamos encima.

—Te juro que no lo entiendo.

—Yo tampoco. Pero siempre te he dicho que no hay que tomar al cura al pie de la letra.

—A pesar de todo. Pero, bueno, me alegro.

—Supongo que yo también. Bueno, tengo que entrar al programa.

—Vale, vale, adiós.

—Adiós.

Por supuesto, al día siguiente Luis se puso como un basilisco con don Bernardo. Que para qué le obligaba a hacer el papelón si luego a mí no me decía nada. Que eso suponía que yo pensara que lo de amenazarle era cosa suya y no de la COPE. Que no estaba dispuesto a perder a un amigo por esas formas retorcidas de llevar la casa. Que yo estaba pensando en largarme y hacía bien. Y que le quitara el cargo de consejero adjunto a la Presidencia, porque no le daba más que disgustos. Que en mala hora lo había aceptado.

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