Authors: Charlaine Harris
Entonces Sam empezó a hablarnos sobre un problema que tenía con uno de sus distribuidores de cerveza y Holly y yo nos atamos el delantal e iniciamos nuestra jornada laboral. Introduje la cabeza por la ventanilla pasaplatos para saludar al personal de cocina. El actual cocinero del Merlotte's era un tipo que había estado en el ejército y que se llamaba Carson. Los cocineros de cocina rápida iban y venían. Carson era uno de los mejores. Dominó enseguida las hamburguesas Lafayette (hamburguesas con una salsa especial que había ideado un cocinero anterior) y preparaba a la perfección las tiras de pollo rebozadas y las patatas fritas; por otro lado, no tenía rabietas ni había intentado apuñalar nunca al chico que limpiaba las mesas. Era puntual y dejaba la cocina limpia al final de su turno, y eso era tan importante que Sam le habría perdonado a Carson muchas rarezas.
No teníamos muchos clientes, de modo que Holly y yo estábamos ocupándonos de las bebidas mientras Sam hablaba por teléfono desde su despacho cuando cruzó la puerta Tanya Grissom. Menuda y curvilínea, tenía el aspecto sano y bello de una nodriza. Tanya utilizaba poco maquillaje y estaba muy segura de sí misma.
—¿Dónde está Sam? —preguntó. Su boquita se curvó para formar una sonrisa. Le devolví una sonrisa poco sincera. Bruja.
—En el despacho —respondí, como si yo tuviera que saber siempre dónde se encontraba exactamente Sam.
—Esa tía... —dijo Holly, deteniéndose a mi lado de camino hacia la ventanilla de la cocina—. Esa tía es un pozo sin fondo.
—¿Por qué lo dices?
—Vive en Hotshot, comparte casa con una de las mujeres de allí —dijo Holly. De todos los ciudadanos normales de Bon Temps, Holly era una de las pocas que sabía de la existencia de criaturas como los hombres lobo y los cambiantes. No estaba segura de si había descubierto que los habitantes de Hotshot eran hombres pantera, pero sí era consciente de que estaban cruzados entre ellos y que eran extraños, pues el tema era la comidilla del condado de Renard. Y consideraba a Tanya (una mujer zorro) culpable por asociación o, como mínimo, sospechosa por asociación.
Sentí una punzada de ansiedad. Pensé: «Tanya y Sam podrían transformarse juntos. A Sam le gustaría. De quererlo, podría incluso transformarse en zorro».
Me costó un gran esfuerzo seguir sonriendo a la clientela después de que me viniese aquella idea a la cabeza. Y me avergoncé de mí misma al darme cuenta de que debería alegrarme por ver a una mujer interesada por Sam, una mujer capaz de apreciar su verdadera naturaleza. No decía mucho de mí que no me alegrara en absoluto. Pero aquella mujer no era lo bastante buena para él y ya le había advertido a Sam sobre ella.
Tanya regresó por el pasillo que llevaba al despacho de Sam y salió por la puerta, no tan segura de sí misma como cuando había entrado. Le sonreí a la espalda. ¡Ja! Sam salió a continuación para reponer cervezas. Tampoco se le veía muy feliz.
Y al verlo la sonrisa se esfumó de mi cara. Mientras servía la comida al sheriff Bud Dearborn y a Alcee Beck (que no dejó de sonreírme ni un instante), empecé a preocuparme. Decidí echar una ojeada a la cabeza de Sam, pues estaba mejorando en cuanto a enfocar mi talento de determinadas maneras. Y ahora que estaba vinculada a Eric, y por poco que me gustara admitirlo, también me resultaba más fácil bloquearlo y mantenerlo alejado de mis actividades diarias. No es agradable meterse en los pensamientos de los demás, pero siempre lo he hecho; es un acto reflejo.
Sé que es una excusa mala. Pero estaba acostumbrada a saber, no a preguntarme. Las mentes de los cambiantes resultan más complicadas de leer que las de la gente normal, y Sam era además un cambiante sofisticado, pero conseguí captar que se sentía frustrado, inseguro y pensativo.
En aquel momento me sentí horrorizada ante mi audacia y mi carencia de buenos modales. Sam había arriesgado su vida por mí la noche anterior. Me había salvado la vida. Y aquí estaba yo, husmeando en su cabeza igual que un niño fisga el interior de una caja llena de juguetes. Me sonrojé de pura vergüenza y perdí el hilo de lo que me estaba diciendo la chica de la mesa que atendía hasta que muy educadamente me preguntó si me encontraba bien. Lo dejé correr y me concentré en tomar nota del pedido de chile, galletas saladas y un vaso de té frío con azúcar. Su amiga, una mujer de unos cincuenta años, pidió una hamburguesa Lafayette y una ensalada de acompañamiento. Tomé nota del tipo de salsa de aliño y de cerveza que querían y corrí hacia la ventanilla para pasar el pedido. Cuando llegué al lado de Sam, le pedí la cerveza con un ademán de cabeza y me la entregó un segundo después. Estaba demasiado nerviosa para hablar con él. Sam me miró con curiosidad.
Me alegré de salir del bar una vez terminado mi turno. Después de pasar el relevo a Arlene y Danielle, Holly y yo recogimos nuestros respectivos bolsos. Salimos y estaba prácticamente oscuro. Las luces de seguridad ya estaban encendidas. Iba a ponerse a llover y las estrellas quedaban ocultas por las nubes. Se oía la voz de Carrie Underwood en la máquina de discos. Pedía en la canción que Jesús se sentara al volante..., una buena idea, a mi entender.
Nos quedamos un momento junto a los coches. El viento soplaba con fuerza y hacía mucho frío.
—Sé que Jason es el mejor amigo de Hoyt —dijo Holly. Su voz sonaba insegura y aunque la expresión de su rostro era difícil de descifrar, me di cuenta de que no estaba muy convencida de si a mí me iba a gustar oír lo que se disponía a decirme—. Hoyt siempre me gustó. Era un buen chico en el instituto. Supongo..., y espero de verdad que no te enfades conmigo, supongo que lo que me impidió salir con él antes fue que estuviese tan unido a Jason.
No sabía cómo responder.
—Jason no te gusta —dije finalmente.
—Oh, sí, claro que me gusta Jason. ¿A quién no? Pero ¿es bueno para Hoyt? ¿Puede Hoyt ser feliz si se debilita ese vínculo que los une? Porque no me imagino ir más allá con Hoyt a menos que crea que puede estar unido a mí de la manera en que siempre estuvo unido a Jason. ¿Entiendes a qué me refiero?
—Sí —dije—. Quiero a mi hermano. Pero sé que Jason no tiene la costumbre de pensar en el bienestar de los demás. —Y dije aquello por no decir algo peor.
—Me gustas —dijo Holly—. Y no pretendo herir tus sentimientos. Me imaginaba que lo sabrías, de todos modos.
—Sí, creo que sí—dije—. Tú también me gustas, Holly. Eres una buena madre. Has trabajado duro para sacar a tu hijo adelante. Te llevas bien con tu ex. Pero ¿qué me dices de Danielle? Diría que estabas tan unida a ella como Hoyt a Jason. —Danielle era otra madre divorciada y ella y Holly habían sido uña y carne desde el colegio. Danielle disponía de un sistema de apoyo mejor que el de Holly; sus padres seguían aún sanos y encantados de ayudarla con sus dos hijos. Danielle llevaba también un tiempo saliendo con un chico.
—Nunca habría pensado que algo pudiera interponerse entre Danielle y yo, Sookie. —Holly se puso su cortavientos y buscó las llaves en el fondo del bolso—. Pero nos hemos distanciado un poco. Seguimos viéndonos para comer de vez en cuando, y nuestros niños siguen jugando juntos. —Holly suspiró—. No sé. Cuando empecé a interesarme por cosas distintas al mundo de Bon Temps, el mundo en el que nos criamos, Danielle empezó a pensar que mi curiosidad no estaba bien. Y luego, cuando decidí convertirme en wiccana, aborreció la idea, y lo sigue haciendo. Si supiese lo de los hombres lobo, si supiese lo que me ha pasado... —Una bruja cambiante había intentado chantajear a Eric para que le entregara una parte de sus negocios. Había obligado a todas las brujas de la ciudad a ayudarla, incluyendo entre ellas a una muy poco dispuesta Holly—. Todo aquello me cambió —dijo Holly.
—Te cambia, ¿verdad? Eso de tratar con seres sobrenaturales.
—Sí. Pero forman parte de nuestro mundo. Algún día toda la gente lo sabrá. Algún día... el mundo entero será distinto.
Pestañeé. Aquello no me lo esperaba.
—¿A qué te refieres?
—Cuando todos salgan a la luz —dijo Holly, sorprendida por mi falta de perspicacia—. Cuando todos salgan a la luz y admitan su existencia. Todos, todo el mundo, tendrá que adaptarse a ello. Aunque habrá gente que no querrá. Es posible que haya reacciones violentas. Guerras, tal vez. Quizá los hombres lobo se enfrenten a otros cambiantes, o tal vez los humanos ataquen a los hombres lobo y a los vampiros. O tal vez los vampiros (ya sabes que los lobos no les gustan en absoluto) esperen la llegada de una noche propicia para matarlos a todos y los humanos se lo agradezcan.
Holly tenía ciertos aires de poetisa. Y era una visionaria, aunque bastante pesimista, es evidente. No me imaginaba que Holly fuera tan profunda y volví a avergonzarme de mí misma. No es normal sorprender a una lectora de mentes. Me había esforzado tanto últimamente por mantenerme alejada de la cabeza de la gente, que empezaba a perderme señales importantes.
—Todo o nada —dije—. Tal vez la gente se limite a aceptarlo. No en todos los países, claro está. Basta con ver lo que les ha sucedido a los vampiros en Europa del Este y en parte de América del Sur...
—El Papa no ha dejado clara su postura —comentó Holly.
Asentí.
—Tiene que ser difícil saber qué decir, me imagino. —La mayoría de las iglesias lo habían tenido muy jodido (pido perdón por la expresión) para decidir su política escrituraria o teológica con respecto a los no muertos. El anuncio de los hombres lobo no haría más que añadir aún más leña al fuego. Y era evidente que estaban vivos, de eso no cabía la menor duda... Aunque quizá en su caso casi podía decirse que les sobraba vida, al contrario de los vampiros, que ya habían muerto una vez.
Cambié el peso de mi cuerpo sobre el otro pie. En ningún momento había sido mi intención estar allí fuera intentando resolver los problemas del mundo y especulando sobre el futuro. Estaba aún cansada de la noche anterior.
—Nos vemos, Holly. ¿Qué tal si alguna noche vamos al cine a Clarice Amelia, tú y yo?
—Claro que sí—dijo algo sorprendida—. Esa Amelia... no le gustan mucho mis artes, pero al menos podríamos charlar un poco.
Demasiado tarde, tenía la convicción de que el trío no funcionaría, pero qué demonios. Valía la pena intentarlo.
Volví a casa preguntándome si habría alguien esperándome. La respuesta llegó cuando aparqué en la entrada trasera junto al coche de Pam. Usaba un modelo de automóvil conservador, naturalmente, un Toyota con una pegatina de Fangtasia en el parachoques. Lo que me sorprendía era que no se hubiera decidido por un monovolumen.
Pam y Amelia estaban viendo un DVD en la sala de estar. Estaban sentadas en el sofá, pero no exactamente abrazadas. Bob estaba acurrucado en la butaca. Amelia tenía un recipiente con palomitas en el regazo y Pam una botella de TrueBlood en la mano. Di la vuelta para mirar qué estaban viendo.
Underworld
. Hmmm.
—Kate Beckinsale está buenísima —dijo Amelia—. Hola, ¿qué tal el trabajo?
—Bien —dije—. Pam, ¿cómo te lo has montado para librar dos noches seguidas?
—Me lo merezco —respondió Pam—. Llevaba dos años sin tomarme ni una noche libre. Eric ha accedido sin problemas. ¿Cómo crees que me quedaría ese vestido negro?
—Oh, tan bien como a Beckinsale —dijo Amelia, y volvió la cabeza para sonreírle a Pam. Estaban en la fase del enamoramiento. Considerando que ese estado no iba últimamente conmigo, prefería no rondar por allí.
—¿Sabes si Eric ha descubierto algo más sobre ese tipo llamado Jonathan? —pregunté.
—No lo sé. ¿Por qué no le llamas y se lo preguntas? —respondió Pam, completamente despreocupada.
—Tienes razón, estás de vacaciones —murmuré, y salí hacia mi habitación, malhumorada y algo avergonzada. Marqué el número de Fangtasia sin siquiera tener que mirarlo. Vaya, vaya. También lo tenía guardado en mi teléfono móvil, entre los números de marcación rápida. Caramba. Mejor no ponerse a pensar en eso en aquel momento.
Sonó el teléfono y dejé de lado mis terribles cavilaciones. Para hablar con Eric necesitas tener los cinco sentidos alerta.
—Fangtasia, el bar con mordisco, le habla Lizbet. —Una colmillera. Revolví mi armario mental, tratando de encontrarle una cara a ese nombre. Ya está: alta, redondita y orgullosa de ello, cara de luna, atractivo pelo castaño.
—Lizbet, soy Sookie Stackhouse —dije.
—Oh, hola —dijo, sorprendida e impresionada a la vez.
—Hmmm..., hola. Oye, ¿podría hablar con Eric, por favor?
—Veré si el amo está disponible —jadeó Lizbet en un intento de sonar reverente y misteriosa.
«Amo», y una leche.
Los «colmilleros» eran hombres y mujeres que adoraban los vampiros hasta tal punto que querían vivir a su lado cada minuto que éstos pasaban despiertos. Un puesto de trabajo en un lugar como Fangtasia era lo habitual para ese tipo de gente, que consideraba casi sagrada la oportunidad de recibir un mordisco de vez en cuando. El código de los colmilleros les exigía aceptar como un «honor» que un chupador de sangre quisiera utilizarlos; y consideraban asimismo un honor morir como consecuencia de ello. Detrás de todo el patetismo y complicada sexualidad del típico colmillero vivía la esperanza subyacente de que algún vampiro lo considerase «merecedor» de ser convertido en vampiro. Como si tuvieses que pasar una prueba de carácter.
—Gracias, Lizbet—dije.
Lizbet dejó el teléfono con un golpe seco y salió a buscar a Eric. No podía haberla hecho más feliz.
—¿Sí? —dijo Eric pasados unos cinco minutos.
—¿Estabas ocupado?
—Ah..., cenando.
Arrugué la nariz.
—Pues espero que hayas tenido suficiente —dije con una falta total de sinceridad—. ¿Has descubierto alguna cosa sobre Jonathan?
—¿Has vuelto a verlo? —preguntó Eric de forma seca.
—Ah, no, es sólo que me acordé.
—Si lo ves, tengo que saberlo de inmediato.
—De acuerdo, entendido. ¿Qué has averiguado?
—Ha sido visto en otros lugares —dijo Eric—. Incluso se presentó una noche aquí cuando yo no estaba. Pam está en tu casa, ¿verdad?
Noté una sensación de desazón interior. Tal vez Pam no se acostaba con Amelia por pura atracción. Tal vez había combinado los negocios con una buena historia que le servía de tapadera y estaba simplemente con Amelia para tenerme vigilada. «Malditos vampiros», pensé enfadada, porque ese escenario se parecía demasiado a un incidente de mi pasado reciente que me dolía muchísimo.