Authors: Charlaine Harris
No pensaba preguntar. Saberlo sería peor que sospechar.
—Sí —dije con la boca rígida—. Está aquí.
—Bien —dijo Eric con cierta satisfacción—. Si vuelve a aparecer, sé que Pam dará buena cuenta de él. Pero no es que esté ahí por eso —añadió de forma poco convincente. Con aquella ocurrencia tardía tan evidente Eric intentaba tranquilizar mi aparente enfado; pero no había surgido, a buen seguro, de ningún sentimiento de culpa.
Miré con el ceño fruncido la puerta de mi vestidor.
—¿Piensas darme alguna información veraz sobre por qué ese tipo te tiene tan inquieto?
—No has visto a la reina desde lo de Rhodes... —dijo Eric.
Aquello no mostraba indicios de ir a ser una conversación agradable.
—No —dije—. ¿Qué tal evolucionan sus piernas?
—Están creciéndole de nuevo —dijo Eric después de un breve momento de duda.
Me pregunté si le crecerían los pies directamente después de los muñones o si primero le crecerían las piernas y al final del proceso le aparecerían los pies.
—Eso es bueno, ¿no? —dije. Tener piernas tenía que ser bueno.
—Cuando pierdes determinadas partes de tu cuerpo y luego vuelven a salir —dijo Eric— es muy doloroso. Tarda un tiempo. Está muy..., está discapacitada —dijo, pronunciando muy lentamente la última palabra, como si fuera una que conocía pero que nunca había articulado en voz alta.
Reflexioné sobre lo que estaba diciéndome, tanto superficialmente como en profundidad. Las conversaciones con Eric jamás tenían un único nivel.
—No se encuentra en condiciones para gobernar —dije a modo de conclusión—. ¿Quién está al cargo entonces?
—Los sheriffs hemos estado ocupándonos de todo hasta ahora —dijo Eric—. Gervaise falleció en la explosión, naturalmente; eso nos deja a Cleo, a Arla Yvonne y a mí. La cosa habría estado más clara de haber sobrevivido Andre. —Sentí una punzada de dolor y culpabilidad. Podría haber salvado a Andre. Lo temía y lo odiaba, y por ello no lo había hecho. Había dejado que lo mataran.
Eric se quedó un minuto en silencio y me pregunté si estaría captando mi sentimiento de miedo y culpabilidad. Sería terrible que se enterara algún día dé que Quinn había matado a Andre por mi seguridad. Eric siguió hablando:
—Andre podría haber tomado el mando porque estaba completamente establecido como mano derecha de la reina. De haber podido elegir cuál de sus acólitos tenía que morir, habría escogido a Sigebert, que tiene mucho músculo pero nada de cerebro. Al menos, es capaz de protegerla físicamente, aunque Andre podría haber hecho esto y, a la vez, haber defendido también el territorio.
Nunca había oído a Eric tan parlanchín con respecto a los asuntos de los vampiros. Empezaba a tener la horrible sensación de saber hacia dónde se dirigía.
—Esperas algún tipo de golpe de estado —dije, y noté que el corazón me daba un vuelco—. Crees que Jonathan estaba tanteando el terreno.
—Vigila, o empezaré a pensar que puedes leerme la mente. —Pese a que el tono de Eric era suave como una nube de golosina, su significado subyacente era afilado como un cuchillo.
—Eso es imposible —dije, y si pensaba que mentía, no me lo demostró. Era como si Eric se arrepintiera de todo lo que me había contado. El resto de la conversación fue muy breve. Me repitió que lo llamara en cuanto viera a Jonathan y le aseguré que lo haría encantada.
Después de colgar, no tenía sueño. En honor al frío reinante aquella noche, me puse unos pantalones de pijama de lana, blancos con ovejitas de color rosa, y una camiseta blanca. Desenterré el mapa que tenía de Luisiana y busqué un lápiz. A continuación, señalé las áreas que conocía. Mis conocimientos partían de distintos retazos de conversaciones que habían tenido lugar en mi presencia. Eric tenía la Zona Cinco. La reina tenía la Zona Uno, que consistía en Nueva Orleans y sus aledaños. Todo eso tenía sentido. Pero el resto era una mezcolanza. El fallecido Gervaise tenía el área que incluía Baton Rouge, y allí era donde había estado viviendo la reina desde que el Katrina asoló sus propiedades en Nueva Orleans. Me imaginé que, debido a su preeminencia, aquella debía de ser la Zona Dos. Pero la llamaban Zona Cuatro. Tracé una línea fina que luego pudiera borrar, y acabé borrándola después de quedarme mirándola un rato.
Escarbé en mi cabeza en busca de otras piezas de información. La Zona Cinco, en la parte norte del estado, tenía una gran extensión. Eric era más rico y más poderoso de lo que me imaginaba. Debajo de él, y con un territorio semejante, estaban la Zona Tres de Cleo Babbitt y la Zona Dos de Arla Yvonne. Descendiendo hacia el Golfo desde la esquina sudoeste del Misisipi se encontraban las grandes zonas que habían estado antiguamente en manos de Gervaise y la reina, Cuatro y Uno respectivamente. Podía imaginarme el retorcimiento vampírico que había dado lugar a aquella numeración y disposición.
Estuve examinando el mapa unos cuantos minutos más antes de borrar todas las líneas finas que había dibujado. Miré el reloj. Había transcurrido casi una hora desde mi conversación con Eric. Melancólica, me cepillé los dientes y me lavé la cara. Después de meterme en cama y rezar mis oraciones, permanecí despierta un buen rato. Reflexioné sobre la innegable verdad de que, en aquel momento, el vampiro más poderoso del estado de Luisiana era Eric Northman, el rubio que en su día fuera mi amante. Eric había dicho en mi presencia que no quería ser rey, que no quería hacerse con más territorio; y desde que había visto con mis propios ojos la extensión actual de su territorio, comprendía aún más su afirmación.
Creía conocer un poco a Eric, tal vez todo lo que un ser humano puede llegar a conocer a un vampiro, lo que no significa que mi conocimiento fuera profundo. No creía que quisiera hacerse con el estado, pues de desearlo ya lo habría hecho. Estaba claro que su poder significaba llevar una diana gigante clavada en la espalda. Necesitaba intentar dormir. Volví a mirar el reloj. Había pasado una hora y media desde que había hablado con Eric.
Bill se deslizó en silencio en mi habitación.
—¿Qué sucede? —pregunté, intentando mantener la voz muy tranquila, muy calmada, pese a que hasta el último nervio de mi cuerpo había empezado a temblar.
—Estoy inquieto —dijo con su fría voz; casi me echo a reír—. Pam ha tenido que marcharse a Fangtasia. Me ha llamado para que ocupe su lugar aquí.
—¿Por qué?
Se sentó en la silla que había en un rincón. Mi habitación estaba casi a oscuras, pero las cortinas entrecerradas permitían el paso de la luz de seguridad del jardín. Tenía, además, una luz de noche en el baño, lo que me permitía adivinar los perfiles de su cuerpo y vislumbrar sus facciones. Bill mostraba cierto resplandor, como todos los vampiros.
—Pam no ha conseguido contactar con Cleo por teléfono —dijo—. Eric ha tenido que ausentarse del club para hacer un recado y Pam tampoco ha logrado localizarlo a él. Pero yo le he dejado un mensaje en el contestador y seguro que responderá. El problema es que Cleo no conteste.
—¿Son amigas Pam y Cleo?
—No, en absoluto —dijo sin darle importancia—. Pero tendría que responder si la llamamos al supermercado que tiene abierto toda la noche. Cleo siempre contesta.
—¿Y por qué intentaba Pam contactar con ella?
—Se llaman noche sí, noche no —dijo Bill—. Luego, Cleo llama a Arla Yvonne. Tienen una cadena. Que no debería romperse, y menos en los tiempos que corren. —Bill se levantó con una velocidad que me resultó imposible seguir—. ¡Escucha! —susurró, en un tono de voz tan suave como el aleteo de una mosca—. ¿Has oído?
Yo no había oído nada de nada. Permanecí inmóvil bajo las sábanas, deseando ardientemente que todo aquello acabara. Hombres lobo, vampiros, problemas, peleas..., pero no tendría esa suerte.
—¿Qué has oído? —pregunté, intentando hablar tan flojito como Bill, un esfuerzo condenado al fracaso.
—Alguien se acerca —dijo.
Y entonces oí que llamaban a la puerta principal. Una llamada muy suave.
Retiré las sábanas y me levanté. Estaba tan nerviosa que no encontré mis zapatillas. De modo que me dirigí descalza hacia la puerta del dormitorio. Era una noche gélida y aún no había puesto en funcionamiento la calefacción; las suelas de mis pies chocaron con el frío de la madera pulida del suelo.
—Iré a abrir yo —dijo Bill, y se plantó delante de mí sin que ni siquiera lo viera moverse.
—Por todos los santos —murmuré, y le seguí. Me pregunté dónde estaría Amelia: ¿estaría durmiendo arriba o en el sofá del salón? Confiaba en que estuviera dormida. Estaba tan asustada que me la imaginé muerta.
Bill se deslizó en silencio por la casa oscura, recorrió el pasillo, cruzó el salón (que olía aún a palomitas), se plantó delante de la puerta de entrada y oteó por la mirilla, un gesto que encontré gracioso. Tuve que taparme la boca con la mano para no echarme a reír como una tonta.
Nadie disparó a Bill a través de la mirilla. Nadie intentó echar la puerta abajo. Nadie gritó.
El continuo silencio me puso la carne de gallina. Ni siquiera vi moverse a Bill. Noté su fría voz justo detrás de mi oído derecho.
—Es una mujer joven. Lleva el pelo teñido de blanco o de rubio, muy corto y con las raíces oscuras. Escuálida. Es humana. Está asustada.
Y no era la única.
Me esforcé en pensar quién podía ser aquella chica que llamaba a mi puerta en plena noche. De pronto, me imaginé quién era.
—Frannie —dije con voz entrecortada—. La hermana de Quinn. Tal vez.
—Déjame entrar —dijo una voz de chica—. Déjame entrar, por favor.
Era igual que en una historia de fantasmas que había leído tiempo atrás. Se me pusieron los pelos de punta.
—Tengo que contarte lo que le ha pasado a Quinn —dijo Frannie, y me decidí al instante.
—Abre la puerta —le dije a Bill, esta vez con mi voz normal—. Tenemos que dejarla entrar.
—Es humana —dijo Bill, como si fuese algo extraño—. ¿Hasta qué punto podría ser problemática? —Abrió la puerta.
No voy a decir que Frannie entrara de sopetón, pero sí que no perdió tiempo en cruzar la puerta y cerrarla de un portazo a sus espaldas. Mi primera impresión de Frannie, que había mostrado una actitud agresiva y muy poco encanto, no había sido buena, pero había podido conocerla un poquito mejor cuando acompañó a Quinn en el hospital, después de la explosión. Había tenido una vida complicada, y quería mucho a su hermano.
—¿Qué ha pasado? —le pregunté escuetamente en cuanto Frannie tropezó con la primera silla que encontró y se derrumbó en ella.
—Tenía que haber un vampiro en tu casa... —dijo—. ¿Puedo tomar un vaso de agua? Después intentaré hacer lo que Quinn quiere que haga.
Corrí a la cocina para prepararle el vaso de agua. Encendí la luz de la cocina pero dejé a oscuras el salón.
—¿Dónde está tu coche? —preguntó Bill.
—Se averió a un kilómetro y pico de aquí —respondió—. Pero no podía quedarme esperando. He llamado a una grúa y he dejado las llaves puestas en el contacto. Confío en que lo retiren de la carretera y de la vista de todo el mundo.
—Cuéntame ahora mismo qué está pasando —dije.
—¿La versión corta o la larga?
—La corta.
—Los vampiros de Las Vegas vienen a apoderarse de Luisiana.
Aquello nos aguó la fiesta.
La voz de Bill resonó acalorada.
—¿Dónde, cuándo, cuántos?
—Han eliminado ya a varios sheriffs —dijo Frannie, y adiviné que en el fondo le hacía gracia tener que comunicar una noticia tan trascendental—. Fuerzas de pequeño tamaño se encargan de liquidar a los más débiles, pero hay un ejército más grande que está preparándose para rodear Fangtasia y acabar con Eric.
Bill cogió el teléfono móvil antes de que Frannie terminara de hablar y yo me quedé boquiabierta mirándolo. Había tardado tanto en comprender lo débil que era la situación de Luisiana que por un segundo creí que yo lo había propiciado todo sólo de pensarlo.
—¿Y cómo ha sucedido? —le pregunté a la chica—. ¿Cómo es que Quinn está involucrado en el tema? ¿Cómo se encuentra? ¿Es él quien te envía aquí?
—Por supuesto que es él quien me envía aquí —respondió, como si yo fuera la persona más estúpida que había conocido en su vida—. Sabe que estás vinculada a ese vampiro llamado Eric, lo que te convierte también en blanco. Sabemos incluso que los vampiros de Las Vegas han enviado a alguien para que te vigile.
Jonathan.
—Quiero decir que están evaluando los bienes de Eric, y tú formas parte del paquete.
—¿Y por qué todo esto es un problema de Quinn? —pregunté. Tal vez no fue la mejor manera de expresarlo, pero Frannie entendió a qué me refería.
—Nuestra madre, nuestra jodida madre, cuya historia no hace más que jodernos... —dijo con amargura Frannie—. Sabes que fue capturada y violada por unos cazadores, ¿verdad? En Colorado. Hará unos cien años. —En realidad, sólo había sido hacía diecinueve años, pues así fue como Frannie fue concebida.
—Y sabes que Quinn, siendo aún sólo un niño, la rescató y los mató a todos, y quedó en deuda con los vampiros del lugar porque le ayudaron a limpiar la escena del crimen y a llevarse de allí a nuestra madre.
Conocía la triste historia de la madre de Quinn. Me di cuenta de que estaba asintiendo como una loca, pues me moría de ganas de llegar a lo que estaba aún por decir.
—Está bien, pues resulta que mi madre se quedó embarazada de mí después de la violación —dijo Frannie, lanzándome una mirada desafiante—. Me tuvo, pero su cabeza nunca volvió a estar bien y criarme con ella fue complicado, ¿me entiendes? Quinn, mientras, estaba pagando su deuda en las minas. —Pensé en una versión de
Gladiator
pero con cambiantes—. Mi madre nunca volvió a estar bien de la cabeza —repitió Frannie—. Y cada vez está peor.
—Eso ya lo he entendido —dije, tratando de que mi voz no sonara alterada. Bill estaba a punto de decirle a Frannie que acelerase un poco más su relato, pero yo negué con la cabeza para que no lo hiciese.
—Muy bien, de manera que vivía en un lugar muy agradable que Quinn estaba pagándole, en los alrededores de Las Vegas, el único centro para enfermos dependientes de Estados Unidos donde puedes enviar a gente como mi madre. —¿El asilo para mujeres tigre trastornadas?—. Pero mi madre se escapó, mató a una turista, se vistió con su ropa e hizo autoestop para ir a Las Vegas. Mató también al hombre que la recogió. Le robó todo su dinero y se lo jugó hasta que por fin dimos con ella. —Frannie hizo una pausa y respiró hondo—. Quinn está aún recuperándose de lo de Rhodes y esto está matándole.