Desde Rusia con amor (6 page)

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Authors: Ian Fleming

Tags: #Aventuras, Intriga, Policíaco

BOOK: Desde Rusia con amor
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Serov, Héroe de la Unión Soviética y veterano de los famosos predecesores del MGB —la Cheka, el Ogpu, el NKVD y el MVD—, era, en todos los aspectos, un hombre mucho más importante que Beria. Había estado directamente detrás de las ejecuciones en masa en la década de 1930, cuando murieron un millón de personas; había sido el
metteur en scéne
de los espectaculares juicios de Moscú; había organizado el sanguinario genocidio del Cáucaso Central en febrero de 1944, y era él quien había inspirado las deportaciones en masa de los estados bálticos y el secuestro del ingeniero atómico alemán y otros científicos que le habían dado a Rusia lo necesario para su salto tecnológico después de la guerra.

Y Beria, junto con toda su camarilla, había acabado en el cadalso, mientras al general G. le entregaban SMERSH como recompensa. Por lo que respectaba al general del Ejército Ivan Serov, él, junto con Bulganin y Kruschov, gobernaba ahora la Unión Soviética. Puede que algún día llegara incluso a estar en la cumbre, solo. Pero, calculó el general Vozdvishensky al tiempo que posaba la vista sobre la brillante cabeza calva que se hallaba al extremo de la mesa, probablemente el general G. no se encontraría muy por detrás de él.

La cabeza se alzó y los duros y protuberantes ojos pardos se fijaron directamente en los del general Vozdvishensky. Este consiguió devolverle una mirada calma, con una pizca de cálculo, incluso.

«Ese sí que es astuto —pensó el general G.—. Centremos el foco en él y veamos qué tal suena en la grabación.»

—Camaradas —comenzó mientras el oro brillaba a ambos lados de su boca al separarse los labios en una sonrisa presidencial—, no nos desanimemos demasiado. Incluso el árbol más alto tiene un hacha aguardando a sus pies. Nunca se nos ha ocurrido que nuestros departamentos fuesen tan perfectos para estar más allá de toda crítica. Lo que se me ha ordenado que les diga no resultará una sorpresa para ninguno de nosotros. Así pues, aceptemos el reto con buen ánimo y pongámonos a trabajar.

En tomo a la mesa no se produjo ninguna sonrisa de respuesta a estas perogrulladas. El general G. no las había esperado. Encendió un cigarrillo y continuó.

—He dicho que debemos aconsejar de inmediato un acto de terrorismo en el terreno de la Inteligencia, y uno de nuestros departamentos, sin duda el mío, será llamado a llevar a efecto dicho acto.

Un suspiro inaudible de alivio recorrió la mesa. ¡Así que, al menos, el departamento responsable sería SMERSH! Eso ya era algo.

—Pero escoger un blanco no resultará cosa fácil, y nuestra responsabilidad colectiva por la elección correcta será una pesada responsabilidad.

Blando-duro, duro-blando. La pelota había sido devuelta a los miembros de la conferencia.

—No es sólo una cuestión de volar un edificio o disparar contra un primer ministro. No estamos contemplando una payasada burguesa semejante. Nuestra operación debe ser delicada, refinada y dirigida al corazón del
apparat
de Inteligencia de Occidente. Debe causarle un gran perjuicio al
apparat
enemigo, perjuicio oculto del que el público quizá nada llegue a saber, aunque será el tema de conversación secreta de los círculos gubernamentales. Pero también debe causar un escándalo público tan devastador que el mundo se lama los labios y se mofe de la vergüenza y estupidez de nuestros enemigos. Naturalmente, los gobiernos sabrán que se trata de una
konspiratsia
soviética. Eso es positivo. Será una muestra de política «dura». Y los agentes y espías de Occidente también lo sabrán, y se maravillarán ante nuestra inteligencia y temblarán.

Los traidores y posibles desertores cambiarán de parecer. Nuestros propios agentes se sentirán estimulados. Nuestra demostración de fuerza e ingenio los impulsará a realizar mayores esfuerzos. Aunque, por supuesto, nosotros negaremos todo conocimiento del hecho, cualquiera que sea, y sería deseable que el pueblo de la Unión Soviética en general quedara en la más completa ignorancia respecto a nuestra complicidad.

El general G. hizo una pausa y volvió a posar los ojos sobre el representante del RUMID, que una vez más le sostuvo la mirada con expresión impasible.

—Y ahora escojamos a la organización a la que golpearemos, y luego al blanco específico dentro de esa organización. Camarada teniente general Vozdvishensky, dado que usted observa el escenario de la Inteligencia extranjera desde un punto de vista neutral —esto era una pulla motivada por los famosos celos existentes entre la Inteligencia militar del GRU y el servicio secreto del MGB—, tal vez pueda darnos una visión general del terreno. Deseamos conocer su opinión sobre la importancia relativa de los diferentes servicios de inteligencia occidentales.

Luego escogeremos al que sea más peligroso y al que más nos interese perjudicar.

El general G. apoyó su espalda contra el alto respaldo de su silla. Apoyó los codos en los posabrazos y el mentón sobre los dedos entrelazados de las manos unidas, como un profesor que se dispone a oír una larga disertación.

El general Vozdvishensky no se desanimó ante la tarea. Hacía treinta años que estaba en Inteligencia, y la mayor parte de su servicio lo había realizado en el extranjero. Había trabajado como «portero» de la embajada soviética en Londres, a las órdenes de Litvinoff. Había trabajado con la agencia Tass, en Nueva York, y luego había regresado a Londres, con Amtorg, la organización comercial soviética. Durante cinco años había sido agregado militar a las órdenes de la brillante madame Kollontai en la embajada de Estocolmo. Había colaborado en el entrenamiento de Sorge, el maestro del espionaje soviético, antes de que Sorge se marchara a Tokio. Durante la guerra, había sido director residente en Suiza, o «Schmidtland», como se lo había denominado en la jerga de los espías, y allí había contribuido a sembrar las semillas de la red
Lucy
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, de sensacional éxito pero trágicamente mal utilizada. Incluso había entrado varias veces en Alemania como correo de la «Orquesta Roja»
[18]
, y había escapado por los pelos de que lo eliminaran junto con la misma. Y, después de la guerra, al ser trasladado al ministerio de Exteriores, había estado dentro de la operación Burgess y Maclean
[19]
, así como en otros incontables planes de penetración en los ministerios de Exteriores occidentales. Era un espía profesional de los pies a la cabeza y se encontraba perfectamente preparado para dejar constancia de sus opiniones acerca de los rivales con los que había estado batiéndose durante toda la vida.

El ayudante de campo que tenía a su lado se sentía menos cómodo. Le ponía nervioso que el RUMID fuese obligado a definirse de aquella manera, y sin haber celebrado una reunión general del departamento. Dejó su mente por completo libre de todo otro pensamiento y afinó el oído para captar cada palabra que se dijera.

—En estos asuntos —dijo el general Vozdvishensky con cautela—, no debe confundirse al hombre con la organización. Todos los países tienen buenos espías y no son siempre los países más grandes los que tienen la mayor cantidad ni los mejores. Pero los servicios secretos son costosos, y los países pequeños no pueden permitirse el esfuerzo coordinado que da como resultado una buena Inteligencia: los departamentos de falsificación, la red de radio, el departamento de archivos, el aparato digestivo que evalúa y compara los informes de los agentes.

Hay agentes individuales al servicio de Noruega, Holanda, Bélgica e incluso Portugal, que podrían constituir una gran molestia para nosotros si estos países conocieran el valor de esos informes, o hicieran buen uso de ellos. Pero no es así. En lugar de pasarles la información a las potencias más grandes, prefieren guardárselos y sentirse importantes. Por lo tanto, no necesitamos preocuparnos por estos países pequeños. —Hizo una pausa—. Hasta que llegamos a Suecia. Los suecos han estado espiándonos durante siglos. Siempre han tenido mejor información sobre el Báltico que incluso Finlandia o Alemania. Son peligrosos. Me gustaría poner punto final a sus actividades.

El general G. lo interrumpió.

—Camarada, en Suecia siempre hay escándalos de espionaje. Un escándalo más no llamará la atención del mundo. Por favor, continúe.

—A Italia podemos descartarla —prosiguió el general Vozdvishensky, al parecer sin acusar recibo de la interrupción—. Son inteligentes y activos, pero no nos causan ningún daño. Sólo les interesa su patio trasero, el Mediterráneo. Lo mismo puede decirse de España, excepto por el detalle de que su contraespionaje constituye un gran obstáculo para el Partido. Hemos perdido a muchos grandes hombres a manos de estos fascistas. Pero montar una operación contra ellos nos costaría probablemente más hombres. Y se conseguiría muy poco. Aún no están maduros para la revolución. En Francia, aunque nos hemos infiltrado en la mayoría de sus servicios secretos, el Deuxiéme Bureau continúa limpio y es peligroso. Hay un hombre que se llama Mathis en la jefatura del mismo. Nombrado por Mendés-France.' Sería un blanco tentador y resultaría fácil operar en Francia.

—Francia está cuidando de sí misma —comentó el general G.

—Inglaterra es un caso por completo distinto. Creo que todos sentimos respeto por su servicio de Inteligencia. —El general Vozdvishensky recorrió a los presentes con la mirada. Todos asintieron de mala gana con la cabeza, incluido el general G.—. Su servicio de seguridad es excelente.

Inglaterra, siendo una isla, cuenta con grandes ventajas para su seguridad, y los agentes del llamado MI5 están bien preparados y tienen buenos cerebros. El servicio secreto es todavía mejor. Obtiene destacados éxitos. En determinados tipos de operaciones, constantemente nos encontramos con que ellos ya han estado allí antes que nosotros. Sus agentes son buenos. Les pagan poco dinero, sólo el equivalente de mil o dos mil rublos al mes, pero sirven con devoción.

A pesar de todo, estos agentes no cuentan con ningún privilegio especial en Inglaterra, no están libres de pagar impuestos ni tienen tiendas especiales como nosotros, donde puedan comprar mercancías a bajo precio. No tienen una alta posición social en el extranjero, y sus esposas tienen que pasar por esposas de secretarios. Raras veces les otorgan una condecoración antes de que se retiren. Y sin embargo, esos hombres y mujeres continúan realizando este peligroso trabajo. Es curioso. Tal vez se deba a la tradición de la escuela y la universidad públicas
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. Al amor por la aventura. Pero continúa resultando extraño que participen con tanta eficiencia en este juego, porque no son conspiradores por naturaleza. —El general Vozdvishensky pensó que sus observaciones podrían ser interpretadas como demasiado elogiosas. Se apresuró a modificarlas—. Por supuesto, la mayor parte de su fuerza reside en el mito: el mito de Scotland Yard, de Sherlock Holmes, de los servicios secretos. Es evidente que nada debemos temer de estos caballeros. Pero este mito constituye un estorbo que sería bueno apartar a un lado.

—¿Y los estadounidenses? —El general G. deseaba poner fin a los intentos del general Vozdvishensky por modificar sus alabanzas de la Inteligencia británica. Algún día, esa parte referente a la tradición de la escuela y la universidad públicas podría ser bien utilizada ante un tribunal. A continuación, esperaba el general G., Vozdvishensky diría que el Pentágono era más fuerte que el Kremlin.

—Los estadounidenses tienen el servicio más grande y rico entre nuestros enemigos.

Tecnológicamente, en cuestiones como la radio, las armas y el equipamiento, son los mejores.

Pero no entienden en absoluto este trabajo. Se entusiasman con algún espía de los Balcanes que dice tener un ejército secreto en Ucrania. Lo cargan de dinero para que compre botas para ese ejército. Por supuesto, él se marcha de inmediato a París y se gasta el dinero en mujeres. Los estadounidenses intentan hacerlo todo con dinero. Los buenos espías no trabajarían sólo por dinero; sólo los malos lo hacen, de los cuales Estados Unidos tienen varias divisiones.

—Obtienen éxitos, camarada —comentó el general G. con voz sedosa—. Tal vez los subestima.

El general Vozdvishensky se encogió de hombros.

—Es forzoso que obtengan éxitos, camarada general. Uno no puede sembrar un millón de semillas sin cosechar una sola patata. Personalmente, no creo que los estadounidenses requieran la atención de esta conferencia. —El jefe del RUMID se acomodó en su silla y, con aire impasible, sacó su pitillera.

—Ha sido una exposición muy interesante —dijo el general G. con frialdad—. ¿Camarada general Slavin?

El general Slavin, del GRU, no tenía ninguna intención de comprometerse en nombre del Estado Mayor del Ejército.

—He escuchado con interés las palabras del camarada general Vozdvishensky. No tengo nada que añadir.

El coronel de Seguridad del Estado, Nikitin, del MGB, pensó que no causaría un gran daño dejando al GRU como una organización demasiado estúpida como para tener ideas de cualquier tipo, haciendo al mismo tiempo una discreta recomendación que probablemente concordaría con los pensamientos de los presentes… y que sin duda el general G. tenía en la punta de la lengua. El coronel Nikitin también sabía que, dada la propuesta que les había planteado el Presidium, el servicio secreto soviético lo respaldaría.

—Yo recomiendo al servicio secreto inglés como objetivo de la acción terrorista—declaró con decisión—. Bien sabe el diablo que apenas resultan adversario digno para mi departamento, pero son los mejores de todo un grupo de tercera categoría.

Al general G. le fastidió la autoridad que se percibía en la voz del hombre, y el hecho de que se le hubiese adelantado, porque también él había tenido la intención de declararse a favor de una operación contra los británicos. Dio unos suaves golpecitos con el encendedor sobre el escritorio para restablecer su condición de presidente de la reunión.

—¿Queda acordado, entonces, camaradas? ¿Un acto contra los servicios secretos británicos?

Las cabezas asintieron con cautela y lentitud en torno a la mesa.

—Estoy de acuerdo. Y ahora, decidamos el objetivo dentro de esa organización. Recuerdo que el comandante general Vozdvishensky dijo algo acerca de un mito del que depende gran parte del supuesto poder de este servicio secreto. ¿Cómo podemos contribuir a destruir ese mito y herir así a la mismísima fuerza motriz de esta organización? ¿Dónde reside ese mito? No podemos destruir a todo su personal con un solo golpe. ¿Reside acaso en el jefe? ¿Quién es el jefe del servicio secreto británico?

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