Desde Rusia con amor (7 page)

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Authors: Ian Fleming

Tags: #Aventuras, Intriga, Policíaco

BOOK: Desde Rusia con amor
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El ayudante de campo del coronel Nikitin le susurró al oído a su superior. El coronel Nikitin decidió que ésa era una pregunta que él podía, y quizá debía, responder.

—Es un almirante. Se le conoce por la letra M. Tenemos un
zapiska
sobre él, pero contiene muy poca información. No bebe mucho. Es demasiado viejo para ir detrás de las mujeres. El público no tiene conocimiento de su existencia. Resultará difícil crear un escándalo en torno a su muerte. Y no será fácil matarlo. Raras veces viaja al extranjero. Dispararle en una calle londinense no sería algo muy refinado.

—Tiene mucha razón en lo que dice, camarada —respondió el general G.—. Pero estamos aquí para encontrar un objetivo que sí cumpla con los requisitos. ¿No tienen a nadie que sea un héroe para la organización? ¿Alguien que sea admirado y cuya ignominiosa muerte pueda provocar consternación? Los mitos se construyen sobre acciones heroicas y personas heroicas. ¿Acaso no tienen a ningún hombre semejante?

Se produjo un silencio en torno a la mesa, mientras todos rebuscaban en su memoria. ¡Tantos nombres que recordar, tantos expedientes, tantas operaciones en marcha cada día por todo el mundo! ¿Quién había en el servicio secreto británico? ¿Quién era el hombre que…?

Fue el general Nikitin, del MGB, quien rompió el incómodo silencio.

—Hay un hombre que se llama Bond —dijo con tono dubitativo.

Capítulo 6
Orden de muerte

El general G., dejando escapar una tremenda obscenidad, dio un sonoro golpe con la palma de la mano sobre el escritorio.

—Camarada, ya lo creo que hay «un hombre que se llama Bond», como dice usted. —Su voz era sarcástica—. James Bond.—Pronunció el nombre como «Shems»—. ¡Y nadie, yo incluido, ha sido capaz de pensar en el nombre de ese espía! Estamos realmente olvidadizos. No es de extrañar que el
apparat
sea objeto de críticas.

El general Vozdvishensky pensó que debía defenderse a sí mismo y a su departamento.

—Hay incontables enemigos de la Unión Soviética, camarada general —protestó—.

Cuando quiero saber sus nombres, se los pido al índice Central. Desde luego que conozco el nombre de ese Bond. Ha sido un gran problema para nosotros en diferentes ocasiones. Pero hoy tengo la cabeza llena de otros nombres, nombres de personas que están creándonos problemas ahora, esta semana. Me gusta el fútbol, pero no puedo recordar el nombre de todos los extranjeros que han marcado un gol contra el Dynamo.

—Le gusta hacer bromas, camarada —contestó el general G. para hacer hincapié en este comentario fuera de lugar—. I ste es un asunto serio. Para empezar, yo admito mi fallo al no recordar el nombre de este agente. No me cabe duda de que el camarada coronel Nikitin nos refrescará la memoria aún más, pero recuerdo que este Bond ha frustrado las operaciones de SMERSH en al menos dos ocasiones. Es decir —añadió—, antes de que yo asumiera el control del departamento. Hubo aquel asunto de Francia, en la ciudad de aquel casino. Fue con Le Chiffre. Un soberbio dirigente del Partido en Francia. Se metió tontamente en problemas de dinero. Pero habría salido de ellos de no haber interferido ese tal Bond. Recuerdo que el departamento tuvo que actuar con rapidez para liquidar al francés. El ejecutor debería haberse encargado del inglés al mismo tiempo, pero no lo hizo. Luego estuvo lo de aquel negro nuestro de Harlem. Un gran hombre… uno de los más grandes agentes extranjeros que jamás hayamos tenido, y con una vasta red para respaldarlo. Había algún asunto relacionado con un tesoro en el Caribe. He olvidado los detalles. Este inglés fue enviado por los servicios secretos y destruyó toda la organización, además de matar a nuestro hombre. Fue un enorme revés. También en este caso, mi predecesor debería haber procedido de modo implacable contra este espía inglés.

El coronel Nikitin intervino.

—Nosotros tuvimos una experiencia similar en el caso del alemán, Drax, y su cohete.

Recordará el asunto, camarada general. Una
konspiratsia
de la máxima importancia. El Estado Mayor estaba profundamente implicado. Se trataba de un asunto de alta política que podría haber dado decisivos frutos. Pero, una vez más, fue ese Bond quien frustró la operación. El alemán resultó muerto. Hubo graves consecuencias para el Estado. Siguió un período de grandes apuros que pudo solucionarse sólo con enormes dificultades.

El general Slavin, del GRU, creyó que debía decir algo. El cohete había sido una operación del Ejército y su fracaso había sido atribuido al GRU. Nikitin sabía eso perfectamente bien. Como de costumbre, el MGB estaba intentando crearle problemas al GRU, sacando a relucir viejas historias de esa manera.

—Solicitamos que su departamento le ajustara las cuentas a ese hombre, camarada coronel —declaró con tono gélido—. No recuerdo que se emprendiera ninguna acción a consecuencia de nuestra solicitud. De haber sido así, ahora no tendríamos que estar preocupándonos por él.

Las sienes del coronel Nikitin palpitaron de furor. Pero se controló.

—Con el debido respeto, camarada general —dijo con voz alta, sarcástica—, la solicitud del GRU no fue confirmada por la Suprema Autoridad. No deseábamos más situaciones incómodas con Inglaterra. Tal vez ese detalle se le haya olvidado. En cualquier caso, si una solicitud semejante hubiese llegado al MGB, se le habría remitido a SMERSH para su ejecución.

—Mi departamento no recibió tal solicitud —declaró el general G. con tono cortante—, o la ejecución de ese hombre se habría producido muy poco después. De todas formas, éste no es momento para investigaciones históricas. El asunto del cohete tuvo lugar hace tres años. Tal vez el MGB pueda hablarnos de las actividades más recientes de este hombre.

El coronel Nikitin mantuvo una rápida conversación susurrada con su ayudante de campo.

Luego se giró otra vez hacia la mesa.

—Tenemos muy poca información adicional, camarada general —respondió, a la defensiva—. Creemos que estuvo implicado en algún asunto de contrabando de diamantes. Eso fue el año pasado. Entre África y América. El caso no nos concernía. Desde entonces no hemos tenido más noticias de él. Tal vez haya información más actual en su expediente.

El general G. asintió con la cabeza. Levantó el receptor del teléfono que tenía más cerca. Era el llamado
Kommandant Telefon
del MGB. Todas las líneas eran directas y no pasaban por ninguna centralita. Marcó un número.

—¿índice Central? Aquí el general Grubozaboyschikov. El
zapiska
de Bond, espía inglés.

Emergencia. —Escuchó hasta oír el instantáneo «de inmediato, camarada general», y colgó el receptor. Miró con aire de autoridad a los que ocupaban la mesa—. Camaradas, desde muchos puntos de vista, este espía parece un blanco adecuado. Da la impresión de ser un peligroso enemigo del Estado. Su liquidación será beneficiosa para todos los departamentos de nuestro
apparat
de Inteligencia. ¿Es así?

Los reunidos gruñeron.

—Su pérdida también será sentida por el servicio secreto. Pero, ¿logrará algo más? ¿Los perjudicará gravemente? ¿Contribuirá a destruir ese mito del que hemos estado hablando? , Ese hombre es un héroe de su organización y su país?

El general Vozdvishensky decidió que esta pregunta iba dirigida a él, así que intervino.

—Los ingleses no sienten interés por los héroes a menos que sean futbolistas, jugadores de cricket o jinetes de carrera. Si un hombre escala una montaña o corre muy rápido, también es un héroe para algunas personas, pero no para las masas. La reina de Inglaterra también es una heroína, y Churchill. Pero los ingleses no se muestran muy interesados en los héroes militares.

Ese tal Bond es desconocido para el público. Y aunque fuera conocido, tampoco sería un héroe.

En Inglaterra, ni las guerras abiertas ni las secretas son asuntos heroicos. No les gusta pensar en la guerra, y después de una guerra los nombres de sus héroes son olvidados lo antes posible. Dentro del servicio secreto, puede que este hombre sea un héroe, o puede que no. Eso dependerá de su apariencia y características personales. Sobre eso, yo no sé nada. Podría ser gordo, adulón y desagradable. Nadie convierte a un hombre semejante en héroe, por mucho éxito que tenga.

Entonces intervino Nikitin.

—Los espías ingleses que hemos capturado hablan maravillas de este hombre. No cabe duda de que es muy admirado dentro del servicio secreto. Se dice de él que es un lobo solitario, pero un lobo muy apuesto.

El teléfono interno de la oficina emitió un suave ronroneo. El general G. levantó el receptor, escuchó durante un instante y dijo:

—Tráigamelo.

Se oyó un golpe en la puerta. El ayudante de campo entró con un expediente abultado de tapas de cartón. Atravesó la habitación, depositó el expediente sobre el escritorio ante el general G. y volvió a salir, cerrando suavemente la puerta tras de sí.

El expediente tenía una lustrosa cubierta negra. Una ancha franja blanca la atravesaba en diagonal desde la esquina superior derecha a la inferior izquierda. En el espacio superior de la izquierda se veían las letras «S.S.» impresas en blanco, y debajo de ellas las palabras «SOVERSHENNOE SEKRETNO», el equivalente de «Alto Secreto». De través y en el centro estaban, pulcramente impresas en blanco, las palabras «JAMES BOND» y, debajo,
«Angliski Spion»
.

El general G. abrió el expediente y sacó de él un gran sobre que contenía fotografías, el cual vació sobre la superficie de vidrio del escritorio. Las fue cogiendo una a una. Las miraba de cerca, a veces a través de una lupa que sacó de un cajón, y se las pasaba a Nikitin, que se hallaba al otro lado del escritorio, el cual les echaba una mirada y se las entregaba al que tenía a su lado.

La primera estaba fechada en 1946. Mostraba a un hombre joven, moreno, sentado en la soleada terraza de un café. Junto a él, sobre la mesa, había un vaso largo y un sifón de soda. Su brazo derecho estaba apoyado sobre la mesa y sujetaba un cigarrillo entre los dedos de la mano correspondiente, que colgaba con negligencia del borde. Tenía las piernas cruzadas en esa actitud que sólo adopta un inglés: con el tobillo derecho apoyado sobre la rodilla izquierda y la mano izquierda rodeando el tobillo. Era una postura descuidada. El hombre no sabía que estaban fotografiándolo desde un punto situado a unos seis metros de distancia.

La siguiente estaba fechada en 1950. Se trataba de un rostro y unos hombros, borrosos, pero del mismo hombre. Era un primer plano y Bond estaba mirando algo con atención y con los ojos entrecerrados. Probablemente el rostro del fotógrafo, justo por encima del objetivo. Una cámara miniaturizada de botón, supuso el general.

La tercera era de 1951. Tomada desde su izquierda, desde bastante cerca, mostraba al mismo hombre vestido con un traje oscuro, sin sombrero, caminando por una ancha calle desierta.

Pasaba ante una tienda que tenía las contraventanas cerradas y cuyo letrero decía: «Charcuterie».

Parecía dirigirse con urgencia a alguna parte. El perfil limpiamente tallado estaba dirigido hacia delante, y la flexión del codo derecho sugería que tenía la mano correspondiente en el bolsillo de la chaqueta. El general G. reflexionó que probablemente la fotografía había sido tomada desde un coche. Pensó que la expresión decidida del hombre y la resuelta inclinación de su figura, que caminaba a grandes zancadas, parecían peligrosas, como si se encaminara con presteza hacia algo malo que sucedía calle abajo.

La cuarta y última fotografía tenía la inscripción
«Passe. 1953»
. Un ángulo del sello real y las letras «…REIGN OFFICE», en el segmento de un círculo, se veían en la esquina derecha inferior.

La fotografía, que había sido ampliada a 10 por 15 centímetros, debía de haber sido hecha en una frontera, o por el recepcionista de un hotel cuando Bond había entregado su pasaporte. El general G. recorrió atentamente el rostro con su lupa.

Se trataba de una cara morena, de rasgos bien definidos, con una cicatriz blanquecina de unos siete centímetros que le bajaba por la bronceada mejilla derecha. Los ojos eran grandes y horizontales, coronados por unas cejas negras más bien largas. El cabello era negro, peinado con raya a la izquierda, y echado descuidadamente hacia atrás de modo que un grueso mechón negro caía sobre la ceja derecha. La nariz recta y algo larga descendía hasta un labio superior corto bajo el cual había una boca ancha y finamente cincelada, pero cruel. La línea de la mandíbula era recta y firme. Un trozo de traje oscuro, camisa blanca y corbata negra de punto, completaban la imagen.

El general G. sujetó la foto en alto con el brazo estirado. Decisión, autoridad, implacabilidad… esas cualidades podía verlas. No le importaba qué mas sucedía dentro de aquel hombre. Pasó la fotografía a los que estaban ante la mesa y volvió su atención hacia el expediente, recorriendo la página rápidamente con los ojos de arriba abajo y pasando con brusquedad a la siguiente.

Las fotografías volvieron a sus manos. Marcó con el der do el punto donde estaba leyendo, y alzó brevemente la mirada.

—Parece un tipo peligroso —comentó con aire ceñudo—. Su historial lo confirma. Les leeré algunos extractos. Luego tendremos que tomar la decisión. Está haciéndose tarde.

Volvió a la primera página y comenzó a leer los puntos que le parecían importantes.

—Nombre de pila: JAMES. Estatura: 183 centímetros; peso: 76 kilos; constitución delgada; ojos: azules; cabello: negro; cicatrices a lo largo de la mejilla derecha y en el hombro izquierdo; señales de cirugía plástica en el reverso de la mano derecha (ver Apéndice «A»); atleta destacado en todos los aspectos; tirador experto con pistola, boxeador, lanzador de cuchillos; no usa disfraces. Idiomas: francés y alemán. Fuma muchísimo (N.B.: cigarrillos especiales con tres bandas doradas); vicios: bebida, aunque no en exceso, y mujeres. Se cree que no acepta sobornos.

El general G. pasó la página y continuó.

—Este hombre va invariablemente armado con una Beretta automática calibre 25 que lleva en una sobaquera bajo el brazo izquierdo. Cargador de ocho balas. Se ha sabido que lleva un cuchillo sujeto al antebrazo izquierdo; ha usado zapatos con punta de acero; conoce las llaves básicas del judo. En general, lucha con tenacidad y tiene un elevado índice de tolerancia al dolor (ver Apéndice «B»).

El general G. fue pasando más páginas y leyendo extractos de los informes de algunos agentes, de los que se habían sacado estos datos. Llegó a la última página antes de los apéndices, que daba detalles de los casos en los que se habían encontrado con Bond. La recorrió hasta el final con los ojos y leyó:

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