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Authors: Alejandro Suarez Sánchez-Ocaña

Desnudando a Google (24 page)

BOOK: Desnudando a Google
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No es el primer caso, ni será el último, de violación masiva de los derechos de autor por parte de YouTube, pero tiene una particularidad. Generalmente hay un punto de inflexión en el que las empresas que han demandado a Google, y que son generadoras de contenidos, llegan a acuerdos. Suelen retirar las demandas si hay una indemnización, y se sigue adelante, sin rencores, compartiendo los ingresos. Esto aún no ha ocurrido en este caso. En mi opinión, si Viacom sigue peleando tarde o temprano terminará por llegar a un acuerdo.

Jeremy Zweig, vicepresidente de Comunicaciones Corporativas de Viacom, me comentaba que «los instrumentos para identificar y eliminar contenido donde se hayan podido vulnerar los derechos de autor han estado disponibles durante años. Tenían acceso a las herramientas de filtrado, pero sólo las quieren utilizar para beneficio de las empresas y los artistas con los que habían formalizado un contrato, y no con nosotros. Así que éste es uno de nuestros argumentos —sí, sabían que era piratería, y tenían las herramientas para su control, pero sólo nos las habrían ofrecido en caso de llegar a un acuerdo comercial con ellos—. No creemos que sea una forma muy legal de actuar».

Google se ha defendido siempre apoyándose en dos argumentos. El primero, que ellos no pueden ejercer una censura previa de los contenidos que suben los usuarios. El segundo, que no son quienes deban revisar todo el contenido almacenado en Youtube; debe ser responsabilidad del titular de los derechos la tarea de investigar, informar y señalar los contenidos que, a su juicio, deben ser retirados.

Esto último nos lleva a un delirante escenario en el que Google nos estaría ayudando a reducir la falta de empleo en la industria cultural. O al menos en las compañías que no quieran o no estén interesadas en firmar acuerdos de distribución con ellos, ya que si quieren salvaguardar sus derechos, y que sus contenidos no se reproduzcan sin su autorización generando beneficios para quien no ha participado en modo alguno en su elaboración, deberían contratar a decenas de investigadores especializados en YouTube.com para encontrarlos. Podríamos incluso ponerle un cargo más rimbombante, como «YouTube
detective manager
». Serían precisos departamentos enteros para patrullar día y noche por la inmensa web de vídeos buscando, identificando y finalmente denunciando cualquier irregularidad que encontraran. Es decir, para que no aparezcan en mi casa las joyas de tu abuela, paga de tu bolsillo a un policía que revise quién entra y quién sale de mis instalaciones. Sorprendente.

En España existe una situación similar, en este caso con el Grupo Mediaset, propietario de Telecinco, que interpuso una demanda contra YouTube. Según afirmó la propia cadena, considera que el portal de vídeos actúa como un pirata industrial al difundir ilícitamente, sin autorización, los contenidos de Telecinco, explotándolos comercialmente a espaldas del titular de los derechos. Paolo Vasile, consejero delegado de Telecinco, declaraba que antes se «identificaba al pirata por el top manta», y que ahora «han llegado piratas nuevos a los que, además, se celebra». A diferencia de los primeros, «no son inmigrantes clandestinos. ¡Éstos cotizan en Bolsa!». La respuesta de los portavoces fue desvincularse de cualquier problema inculpando indirectamente a sus usuarios. «Nosotros sólo somos meros intermediarios. Además, cualquier cadena de televisión puede notificarnos, cuando exista un vídeo de su propiedad en nuestro portal, si consideran que se vulnera su derecho a la propiedad intelectual. Son los usuarios quienes suben los archivos, y no podemos quitarlos uno a uno. Por ese motivo, hemos puesto a disposición de las cadenas de televisión un programa gratuito con el que pueden proteger sus contenidos, evitando así que puedan ser reproducidos.»

Mario Rodríguez Valderas, director general corporativo de Telecinco, con quien mantuve una entrevista, hacía hincapié de manera muy acertada en lo siguiente: «Efectivamente, el usuario sube los vídeos, pero el beneficio siempre lo obtienen los mismos. Youtube obtiene beneficios sobre la base del trabajo de otros. Los vídeos que son propiedad de nuestra cadena no tienen por qué estar expuestos en otro sitio que el de la propia cadena, ni generar rendimientos económicos para terceros».

Esta situación me retrotrae a cuando me dedicaba, hace casi veinte años, al sector de la hostelería. Recuerdo que abrí mi segunda discoteca en Madrid en el barrio de Salamanca con un conocido y acaudalado empresario del sector, que tenía además otras salas. Siempre me sorprendió su poder adquisitivo y su calidad de vida. En España, generalmente, la hostelería da para vivir bastante bien, pero no tanto como lo que yo veía en él, y eso me intrigaba. Meses después llegué a la conclusión de que sus ingentes beneficios eran colaterales al negocio, y que posiblemente los recibía de la venta de todo tipo de sustancias ilegales en sus locales, ya que su personal parecía «no ver» determinadas actitudes dependiendo de quién las llevara a cabo. Él, por supuesto, no cometía ningún delito, pero siempre pensé que se lucraba y que, al menos, su dejadez en el control facilitaba dichas actividades. Si la policía venía una noche a revisar el local y realizaba algún cacheo o detención, él permanecía impasible. No era su problema, él no había hecho nada. ¿No te parece algo similar a la manera en la que Google gestiona los derechos de autor?

Es la tenue línea que separa la moralidad de la legalidad. Puede haber algún piratilla que pisa la línea constantemente, y que juega con ello. Conozco a algunos que asumen ese riesgo en el negocio de la tecnología, y llegan al límite. Pero a una de las mayores empresas del mundo, que genera ingresos de casi 30.000 millones de dólares al año, y que con el
Don’t be evil
por bandera habla de ganar dinero de forma ética y respetable, ¿no se le debería exigir más en el terreno de lo moral? ¿No deberían ser, cuando menos, más escrupulosos con determinadas actitudes?

En el caso de Telecinco, tras dos años de litigio, el tribunal sentenció en septiembre de 2010 que «YouTube es un intermediario y que compete a quien cuelgue el material la responsabilidad de infringir o no los derechos de la propiedad intelectual, y a las terceras partes en reclamar esa protección. YouTube no tiene que aplicar una censura previa antes de su publicación». Para mi sorpresa, Google ganó el caso en primera instancia, y por ello Telecinco ha recurrido la sentencia. Según Mario Rodríguez Valderas, pese a la derrota inicial, la expectativa del recurso es muy positiva, ya que «el tribunal vio indicios de delito, y por ello prohibieron a YouTube reproducir nuestros vídeos. Pero al tribunal le ha venido muy grande condenar a YouTube por las repercusiones que tendría… Sería sentar un precedente, y tal vez deba hacerlo un tribunal de más alto rango».

En todo este juego de demandas y presiones hay una doble moral que no puedo obviar. Telecinco también emite en su programación vídeos de YouTube en programas de
zapping
, humor o similares. Aunque Google no es el titular de esos vídeos, su utilización hace que éste sea un caso de doble moral. Están condenados a entenderse, y lo acabarán haciendo. Telecinco intentará conseguir una indemnización, alcanzar un acuerdo y negociar desde la posición más ventajosa posible.

Yo apuesto a que eso sucederá. A día de hoy, el director general corporativo de Telecinco me lo negaba rotundamente: «Tal y como se desarrollan los hechos, son ellos quienes deben dar el primer paso, y no lo están haciendo. Además, tarde o temprano cederán. Las cosas tienen que cambiar sí o sí, es cuestión de tiempo, y sé que vamos a ganar esta batalla». Apuesto a que acabaremos algún día gritando como en un combate de boxeo amañado: «¡Que se besen, que se besen!». Tiempo al tiempo.

5
El mundo contra mí
Historia de un cuento chino

China es un mercado exótico y apasionante que mantiene enormes diferencias culturales con Occidente. Para una empresa de tecnología soñar con 1.500 millones de chinos como potenciales y futuros consumidores resulta muy atractivo.

En 2011 se estimaba que 400 millones de chinos tenían acceso a la red. Se espera que en 2013 la cifra alcance los 900 millones de personas, con lo que sería, a mucha distancia, el mayor mercado de internautas del mundo.

Desde su creación, los chinos accedían a Google.com, donde se les daba servicio sin que eso implicara un lanzamiento desde la propia China. De hecho, por sus especiales circunstancias, este país no fue uno de los principales objetivos de expansión cuando Google empezó a abrir servicios, oficinas y locales por todo el mundo. En China apareció un buscador local llamado Baidu, que quiere decir «cien veces», y que desde entonces se conoce coloquialmente como el «Google Chino». Baidu fue creciendo hasta que en 2005 se situó como líder del mercado chino, con lo que superó a Google.com.

Meses después, Baidu salía a Bolsa en el NASDAQ colocando un 12,5% de sus acciones y obteniendo una de las mayores revalorizaciones en un primer día de cotización. Los títulos se dispararon de los 27 dólares iniciales hasta 122 en una sola sesión. Debemos entender esta extraordinaria subida por el «efecto Google», que aún permanecía en la retina de los analistas. La multitud de inversores que un año antes no habían adquirido por 85 dólares las acciones de Google las veían cerca de los 300 dólares, y no querían dejar pasar la oportunidad con el nuevo «Google Chino».

A ninguno se nos escapa que China no es precisamente el paraíso de la democracia. Como en otros países gobernados por regímenes autoritarios, las libertades son interpretadas, por decirlo de alguna manera, de una forma un tanto especial por sus autoridades. El caso es que China tiene sus normas propias, y para operar en ese país, con lógica o sin ella, hay que cumplirlas. Otros gigantes de internet, como Microsoft y Yahoo!, lo hacían al aceptar las normas de licencia chinas. Estas normas implicaban un acuerdo con las autoridades para obtener una licencia denominada ICP. Cualquier proveedor de contenidos que no obtenga esa licencia puede ser bloqueado por el Gran Cortafuegos de China (GFW), con lo que nadie tendría acceso a él desde el país.

Uno de los requisitos para la obtención de tan preciada licencia, que da acceso a un mercado de 400 millones de personas, consiste en suscribir una serie de normas, entre las que está la censura de los contenidos que el gobierno chino considera inadecuados. Ese tipo de contenidos incluyen la pornografía, las actividades ilegales y lo que el gobierno denomina rumorología, que finalmente es un «cajón de sastre» en el que incluyen todos los temas incómodos, entre los que se encuentran los disidentes políticos, Tíbet o los enfrentamientos con Taiwán. Cualquier compañía que opere en China sabe desde el primer momento que las normas locales, sean justas o no, le impiden albergar y mostrar ese tipo de contenidos en mandarín o en cualquier otro idioma.

¿Deberían las empresas aceptar ese tipo de normas? ¿Es eso ético? Resulta extremadamente difícil valorar este tipo de decisiones empresariales, que buscan maximizar el beneficio de los accionistas, desde el terreno de la ética. Esto debe decidirse en el seno de cada consejo de administración, y es complicado juzgarlo. Yo no me atrevo a opinar sobre qué decisión debe tomar cada cual, pero sí pienso que el que va a China sabe desde un primer momento qué riesgos corre y qué contrato suscribe con el gobierno. Por lo tanto, se debe al menos intuir que quien incumple allí las normas tendrá «problemillas».

Pues bien, el caso es que Google valoró los pros y los contras y decidió instalarse en China. Era una decisión empresarial respetable, como la que toman otras muchas empresas al año. Pese a eso, fue duramente criticada por analistas y bloggers, incluso por algunos fieles
googlefans
que hasta esa fecha se creían a pies juntillas la bonita teoría de la empresa
flower power
que buscaba el bien universal con un compromiso moral por encima de los intereses económicos y empresariales. Insisto en que ir a un país, sea cual sea, y del régimen que sea, es una decisión de la empresa, que además crea inversión y valor en el país receptor, por lo que incluso podemos considerar que es una ayuda a ciudadanos oprimidos por los regímenes que los controlan. Hasta aquí nada que objetar, y nada que pedirle a Google por encima de otros. Son muchos los que acatan jugar con las cartas marcadas para posicionarse en un mercado emergente.

Los problemas con tus usuarios, tus fans e incluso con algunos accionistas comienzan cuando todos ellos se toman muy en serio lo del
Don’t be evil
. Eso sucede al poner el listón moral muy alto, al dar lecciones al mundo de cómo ganar dinero de forma ética, o de tu decálogo público de buenas prácticas, que incluso figura en una carta de compromiso con los accionistas al salir a Bolsa. Insisto en que la decisión de ir a China me parece muy correcta, pero muchos miles de personas, confundidas por el intenso marketing de la compañía, despertaron de golpe del sueño y se dieron cuenta de que ciertos ideales son menos importantes que las posibilidades de negocio. Y eso les decepcionó.

A su llegada diseñaron una página local adaptada a las nuevas normas. Así nació Google.cn y optaron por suprimir las referencias a asuntos considerados sensibles por Pequín, tales como los enfrentamientos con Taiwán y Tíbet o la cuestión de los derechos humanos en ese país, condición que ya acataban en aquel entonces buscadores locales como Sohu.com y Baidu.com, así como empresas estadounidenses como Microsoft o Yahoo! Cabe destacar que el gobierno chino no aplicaba la censura, sino que era autoimpuesta, por imperativo legal, por las propias empresas obligadas a filtrar determinadas búsquedas dado el compromiso contractual adquirido.

En las siguientes imágenes podemos apreciar la diferencia del concepto simbólico «Plaza de Tiananmen» en la versión libre de Google y en la versión censurada para los habitantes de China.
[37]
Ambas nos muestran dos dimensiones antagónicas del concepto. La versión censurada nos enseña un lugar idílico para el turismo, sin referencia alguna a los horribles sucesos de la matanza de la Plaza de Tiananmen en 1989, en la que murieron a manos de los tanques del Ejército Popular de Liberación cientos de estudiantes e intelectuales chinos que protestaban contra el gobierno dictatorial. Según diversas fuentes el triste episodio acabó con dos mil muertos, la mayoría por ráfagas de ametralladora.

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