Authors: Greg Egan
Orlando le dijo a su exoyó:
—Construye una copia de la cabaña. Aquí. —Hizo un gesto hacia una pared que se convirtió en vidrio; detrás, como en una imagen no invertida, la habitación se repitió en todos sus detalles—. Dale cinco dimensiones. —No pareció cambiar nada, pero él sólo veía la sombra en tres dimensiones.
Se armó de valor.
—Ahora clóname ahí, con mi 5—cuerpo, con todos los símbolos visuales macroesferanos.
De pronto se encontraba en el interior del 5-panorama. Rió, abrazándose con los cuatro brazos, intentando no hiperventilar.
—Nada de chistes sobre Alicia, Liana, por favor. —Tuvo que concentrarse para encontrar la franja bidimensional de la pared del teseracto que mostraba la cabana tridimensional adjunta; era como contemplar una mirilla muy pequeña. Su original como un muñeco de papel, el Orlando sin transformar, presionó una mano contra el vidrio en un gesto vagamente tranquilizador, intentando no mostrarse demasiado aliviado. Y en verdad, a pesar de todo el pánico que sentía, é¡mismo se sentía aliviado de no estar ya confinado en esa claustrofóbica rodaja de mundo.
Tomó aliento.
—Ahora adjunta el panorama del robot. —La pared opuesta se volvió transparente y detrás de ella pudo ver la hipersuperficie de Poincaré; el robot seguía a pocos deltas de la entrada de la cueva del Ermitaño real.
—Retira el robot. Clóname ahí, con la imagen corporal de un Ermitaño y con sus sentidos, y el lenguaje géstual de Elena. Y... —Vaciló.
Ya está, ésta es la espiral descendente
—. Elimina todo símbolo relativo a mi viejo cuerpo, a mis antiguos sentidos.
Il estaba en la hipersuperficie. A través de una ventana flotante tetradimensional podía ver —con lo que los xenólogos suponían que era la visión de los Ermitaños— la 5—cabaña y su ocupante, con todos los colores traducidos a falsos tonos de calor. Evidentemente, la escena total era físicamente imposible: surrealista, absurda. El 3—panorama de la cabaña original era demasiado pequeño y estaba demasiado lejos para verse. Il miró a su alrededor, al paisaje suavemente reluciente; ahora todo parecía más natural, más inteligible, más armonioso.
Elena había inventado un lenguaje gestual para los bastones de los Ermitaños; no tenía la intención de ser como el lenguaje real de los Ermitaños, pero la versión artificial permitía a los ciudadanos pensar en impulsos e imágenes gestuales en lugar de en su lengua nativa, y comunicarse con sus exoyós sin violar la simulación de la anatomía ermitaña.
Il extruyó los doce bastones y ordenó a su exoyó que duplicase el panorama, para luego duplicarse de nuevo con más modificaciones. Algunas se debían a observaciones de los xenólogos sobre el comportamiento de otras especies, algunas a las antiguas notas de Blanca sobre posibles estructuras mentales de la macroesfera y algunas a su propia sensación de qué símbolos eran necesarios para poder ajustar este cuerpo más adecuadamente a este mundo.
El tercer clon alterado de Orlando miró por el túnel de panoramas más allá de su progenitor inmediato, buscando en vano entrever a su incomprensible tatarabuelo.
Había un mundo donde ese ser vivía..
. pero no podía nombrarlo ni imaginarlo con claridad. Habiendo desaparecido los símbolos de la mayoría de sus recuerdos episódicos originales, la herencia más fuente del clon era una sensación de urgencia. Pero aun así, los extremos seccionados de los recuerdos perdidos todavía le dolían, como los vestigios de algún sueño sin sentido e irrecuperable sobre el amor y la pertenencia a algo.
Después de un tiempo, il se apartó de la ventana. La cueva del Ermitaño seguía siendo inalcanzable, pero ahora era más fácil avanzar que retroceder.
Orlando recorría la cabaña, pasando de los mensajes de Paolo y Yatima. Hacía nueve kilotaus que el séptimo clon había tomado el control del robot y casi de inmediato había conseguido convencer al Ermitaño real para que saliese de la cueva. Desde entonces habían estado agitándose y gesticulando.
Cuando el robot finalmente dejó al Ermitaño para hablar con el sexto clon, Orlando podía ver a todos los demás observando con atención; incluso el primer clon parecía fascinado, como si obtuviese placer estético de los movimientos de los bastones en cinco dimensiones a pesar de desconocer por completo su significado.
Orlando esperó, con un nudo en las entrañas, a medida que el mensaje recorría la cadena hasta él. ¿Qué sería de esos mensajeros —más hijos que clones— una vez que hubiesen cumplido con su propósito? Los enlazadores jamás había estado aislados; todos habían estado conectados a un subconjunto amplio y solapante de la comunidad total. Lo que había hecho había sido una perversión demencia! de esa práctica.
—Hay buenas y malas noticias —dijo su clon de cuatro piernas detrás de la pared, su rostro se iba modificando ligeramente a medida que su cabeza se movía en dimensiones invisibles. Orlando se acercó al vidrio.
—¿Son inteligentes? Los Ermitaños...
—Sí. Elena tenía razón. Alteraron el ecosistema. Más de lo que suponíamos. No sólo son inmunes a los cambios climáticos y las variaciones de población; son inmunes a la mutación, a las nuevas especies... a todo menos a que Poincaré se convierta en supernova. Todo lo demás todavía tiene libertad para evolucionar a su alrededor, pero ellos ocupan un punto fijo en el sistema mientras éste cambia.
Orlando se sentía estupefacto; tal equilibrio dinámico a largo plazo superaba a cualquier cosa que los exuberantes de la Tierra hubiesen considerado hacer. Era al menos tan impresionante como hacer nudos en los neutrones.
—¿Son los... Transmutadores? ¿Reducidos a esto?
El rostro sombra de su clon rieló con regocijo.
—¡No! Son nativos de Poincaré. Nunca se fueron, nunca han viajado. Pero no te disgustes. Han sufrido su era de barbarismo y han tenido desastres que rivalizan con Lacerta. Ahora éste es su santuario. Su Atlanta invulnerable. ¿Cómo puedes negárselo?
Orlando no tenía respuesta.
El clon dijo:
—Pero recuerdan a los Transmutadores. Y saben adonde fueron.
—¿Dónde? —Incluso la estrella más cercana podría no ser alcanzada a tiempo si la singularidad volvía a deslizarse—. ¿Están en el desierto? ¿En una polis?
—No.
—Entonces, ¿qué estrella? —Quizá todavía hubiese esperanza, si usaban todo el combustible para un viaje rápido de ida y optaban por enviar una señal a la estación en lugar de regresar físicamente.
—Ninguna estrella... o ninguna que los Ermitaños puedan indicar. No están en la macroesfera.
—¿Quieres decir... que encontraron una forma de entrar en otro universo tetradimensional? ¿
Penetrar
?—Orlando apenas se atrevía a creerlo; si fuera cierto, podían traer a todos a la macroesfera, esperar a que pasase la radiación y luego usar el truco de los Transmutadores para regresar al universo natal... independientemente de si sobrevivían robots en Kafka o Swift.
El clon sonrió melancólico.
—No exactamente. Pero la buena noticia es que la segunda macroesfera es tetradimensional.
Paolo contemplaba el desplazamiento al rojo hacia atrás hasta la singularidad.
—Me hubiese gustado haber sido yo en lugar de él.
Yatima dijo:
—Enlazar con los Ermitaños no lo destruyó. Y quizá estaba más capacitado que nadie para la tarea.
Paolo negó con la cabeza.
—Aun así fue demasiado.
—Mejor que limitarse a venir. Mejor que ser simplemente superfluo.
Paolo se volvió hacia il y dijo con pesar.
—No me digas.
POLIS CARTER-ZIMMERMAN, U*
Orlando había renunciado a los 5-panoramas, así que se quedó en un panorama sombra de la Instalación de Nucleón Largo, esperando a despedirse de Paolo. El panorama era una laberinto denso de conducciones y cableado, con todas las tuberías y cables del pentaractal edificio real estrujados en un espacio cúbico.
En la macroesfera no existían «isótopos», pero los Transmutadores habían marcado su punto de salida con una gigantesca losa de minerales refractarios e implausiblemente puros, que originalmente cubría el «polo» de rotación de Poincaré... la esfera bidimensional sobre la hipersuperficie que permanecía fija en el espacio a medida que la estrella giraba. Desde entonces todo el continente polar se había desplazado y dividido, pero el marcador no se había fundido ni hundido, y una vez que el embajador Ermitaño hubo descrito su composición había sido muy fácil localizarlo. Los nucleones largos de la roca contenían el mismo mapa de la Vía Láctea que los neutrones de Swift, seguido de una secuencia catalítica diseñada para interactuar con el vacío de la segunda macroesfera. Al bombardear los nucleones con antileptones lo suficientemente energéticos como para contrarrestar la repulsión electrostática, la singularidad en el «U-doble-estrella» emitía partículas de materia ordinaria; igualmente, las partículas disparadas contra la singularidad modificarían la misma interacción nucleón-antileptón.
Paolo, Elena y Karpal se encontraban junto al portal metafórico que llevaba a la segunda macroesfera, ataviados con sus viejos 3-cuerpos, bromeando con los amigos que dejaban atrás. La mayoría de los cuarenta y seis expedicionarios de segundo nivel habían decidido congelar sus yoes de Poincaré, para ser revividos sólo en caso de que no regresasen. Orlando estaba de acuerdo; estaba cansado de las bifurcaciones.
Paolo le vio y se acercó.
—¿No has cambiado de idea?
—No.
—No lo comprendo. Se trata de un tres-espacio/un-tiempo, física normal. Galaxias, planetas... todo lo que teníamos en el viejo mundo. Y si resulta que no se puede sobrevivir al estallido del núcleo galáctico...
—En ese caso regresaré a la Tierra por máser y presentaré las pruebas en persona, ante toda la Coalición. Luego pasaré. Pero no antes.
Paolo parecía desconcertado, pero inclinó la cabeza en gesto de aceptación. Orlando recordaba la época en que los injertos mentales habían estado de moda y habían tenido que componer formalmente pequeños paquetes de emociones para pasárselos de unos a otros; qué pesadilla. Abrazó a su hijo, brevemente, y lo vio irse.
El primero de los clones enlazadores apareció a su lado... en realidad habitaba el 5-panorama realista, pero proyectaba una sombra en este lugar, de la misma forma que el 3-cuerpo de Orlando se representaba como una versión engrosada en el 5-panorama.
El clon dijo:
—Encontrarán a los Transmutadores y regresarán con la física de Lacerta y el estallido galáctico. La gente se convencerá. Se salvarán vidas. Deberías alegrarte.
—A estas alturas los Transmutadores podrían estar a un millón de años luz de la singularidad. Y probablemente la física del estallido del núcleo sea incomprensible.
El clon sonrió.
—Nada es incomprensible.
Orlando esperó a que los cuarenta y seis atravesasen el portal. Yatima alzó la mano y le gritó:
—¡Te reservaré un planeta, Orlando! ¡Nueva Atlanta!
—No quiero un planeta. Me basta con una pequeña isla.
—Vale. —Yatima entró en el icono del software de emigración y desapareció.
Orlando se volvió hacia su clon:
—¿Ahora qué? —El embajador Ermitaño se había vuelto poco comunicativo; al conocer el problema, estuvo encantado de contarles todo lo que necesitaban saber para seguir a los Transmutadores, pero en cuanto los xenólogos, a través de los enlazadores, le incordiaron con preguntas sobre detalles históricos y sociológicos, muy cortésmente había sugerido que se largasen a ocuparse de sus asuntos. Al estar ociosos, muchos de los clones enlazadores empezaban a mostrarse ansiosos y deprimidos.
El clon dijo:
—Depende de lo que tú quieras.
Orlando respondió de inmediato:
—Os aceptaré a todos. Me fusionaré con todos vosotros.
—¿En serio? —El clon volvió a sonreír, el rostro rielando—. ¿Cuánto peso puedes soportar? ¿Cuánta nostalgia por un mundo que no volverás a ver? ¿Cuánta claustrofobia? ¿Cuánta —agitó sus dedos, como si fuesen bastones— frustración por las palabras que ya no puedes usar?
Orlando agitó la cabeza.
—No me importa.
El clon encogió de hombros hiperreales; las sombras de su par extra de brazos se contrajeron para luego volver a crecer.
—El séptimo clon quiere quedarse en Poincaré. Empleando el robot por ahora, hasta que se pueda sintetizar un cuerpo adecuado.
A Orlando no le sorprendió; siempre había esperado que la parte inferior del puente cayese a la hipersuperficie.
—¿Y los otros?
—Los otros quieren morir. A los Ermitaños no les interesa un programa de intercambio cultural; aquí no hay sitio para traductores. Y no quieren fusionarse.
—Es su decisión. —Orlando sintió algo de alivio culpable; podría haberse vuelto loco con la cabeza repleta de símbolos Ermitaños, y se habría sentido obligado a no eliminarlos jamás, no eliminar nunca a los yos que hubiese re-absorbido.
El clon dijo:
—Pero yo lo haré. Yo me fusionaré contigo. Si realmente estás dispuesto.
Orlando examinó esa extraña cara gemela, preguntándose si se burlaba de él o lo ponía a prueba.
—Estoy dispuesto. Pero, ¿estás seguro de que es lo que quieres? Cuando yo me fusione con los otros mil, ¿a qué quedará reducida tu experiencia de algunos megataus en 5-panoramas?
—A no mucho —admitió el clon—. Una herida diminuta. Un dolor sutil. El recuerdo de que en una ocasión tú abrazaste algo más grande de lo que creías poder concebir.
—¿Quieres que encuentre santuario y aun así me sienta insatisfecho?
—Sólo un poco.
—¿Quieres que sueñe en cinco dimensiones?
—De vez en cuando.
Orlando le habló a su exoyó, preparando el camino. Luego le ofreció las manos al clon.
POLIS CARTER-ZIMMERMAN, U**
Después de setenta y nueve días en la segunda macroesfera, Paolo seguía queriendo dar gritos de alegría. Resultaba que la singularidad se hallaba bien en el interior de una galaxia elíptica y el cielo alrededor del Satélite Pinatubo volvía a estar atestado de estrellas. Poincaré había poseído una terrible belleza propia, pero ver las clases espectrales familiares dispersas formando nuevas constelaciones hacía que le recorriese una agradable corriente de alteridad, diferente a cualquier cosa que hubiese sentido en la macroesfera.