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Authors: Jens Lapidus

Dinero fácil (32 page)

BOOK: Dinero fácil
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Los proyectos de futuro de Jorge cambiaron lentamente. Marcharse del país lo antes posible ya no estaba tan claro. Hundir a Radovan se había convertido en lo más importante. Y en ese camino quedaba mucho por recorrer. Sabía desde antes mucho sobre el comercio de cocaína de Don R; pero no lo suficiente. Radovan debía de haberse pensado que J-boy tenía mucho más. ¿Por qué si no iba a enviar a Mrado y Ratko tras él? Jorge necesitaba más, cosas lo suficientemente gordas para hundir a Radovan definitivamente.

Lo suficiente para no poner en riesgo a Paola.

Lo suficiente para saciar su odio.

Los planes de Abdulkarim llevaban tiempo. Establecer la venta de coca en las poblaciones del extrarradio oeste más unas zonas seleccionadas del sur: Bredäng, Hägerstensåsen, Fruängen. Además estaba planificando/preparando un cargamento de nieve muy grande. Quizá directamente desde Brasil.

Jorge estaba ocupadísimo con su vida en libertad.

Capítulo 29

El mismo viaje interior: SJ
{55}
. JW de camino a Robertsfors. ¿Iba de vuelta a casa o se marchaba de vacaciones? ¿Dónde estaba su hogar en realidad? ¿En los pisos de los chicos, los baños de Kharma, donde se hacían los negocios de farla, su habitación en casa de la señora Reuterskiöld o en Robertsfors, en casa de papá y mamá?

Iba oyendo su mp3: Coldplay, The Sadies y más pop al mismo tiempo que se comía una bolsa de coches de gominola. Intentaba resolver el eterno misterio de si había alguna diferencia de sabor entre los blancos, los rojos y los verdes. Hacía catas a ciegas.

Estaba oscuro en el exterior. Su imagen se reflejaba en la ventana. JW pensó: Para un narcisista como yo, es una situación maravillosa.

El vagón estaba casi vacío de gente. Una de las ventajas de ser estudiante era que se podía viajar cualquier día de la semana. Por supuesto que se podía haber permitido coger cualquier tren o avión, casi todo lo caro que fuera, pero era innecesario; una tontería despertar las sospechas de sus padres.

En realidad debería estudiar. Escribir un trabajo sobre teorías nacionales de macroeconomía: la relación entre los tipos de interés, la inflación, los tipos de cambio. Hasta tenía el portátil encendido en las rodillas. Pero los movimientos del tren le adormilaban. Se sentía cansado.

Apagó el ordenador. Se llenó la boca de gominolas y cerró los ojos. Masticó y pensó en el pasado.

Habían pasado unos cuatro meses desde que encontró a Jorge en el bosque. Desde entonces la expansión de coca de Abdulkarim se había llevado la mayor parte de su tiempo. JW y Jorge, los responsables del proyecto, cada uno en su zona. La pasta entraba, un promedio de cien mil al mes. Pronto se compraría su BMW, al contado, y quizá un piso de cooperativa. Primero necesitaba blanquear el dinero.

Los estudios apenas iban bien. Aprobaba los exámenes por los pelos. ¿Estaba rompiendo su promesa? El efecto positivo era que empezaba a hacerse un nombre en la jungla de Stureplan. Todos los que estaban interesados en el perico le conocían. JW obedecía las órdenes de Abdulkarim, era precavido a la hora de dar su móvil. No podía ser fácil. La gente podía llamar, dejar mensajes. JW devolvía la llamada, comprobaba las personas, establecía las condiciones. Jugaba según la estrategia del árabe: con seguridad.

Salía con los chicos, más y más con Jet-set Carl y otros conocidos, gente que había crecido en Bromma, Saltsjöbaden y Lidingö. Dentro de Djursholm. Paréntesis importante: los sabelotodo creían que se decía
en
Djursholm, no
dentro de,
cuando los que controlaban lo decían justo al contrario. Eran personas con contactos y pasta: organizadores de fiestas, farloperos; por encima de todo clientes.

JW entró en contacto con los ambientes cercanos a la familia real. Glamur al máximo. Los hijos del grupo social de los dueños de tierras. Fiestas salvajes con las familias de los vencedores. Ventas de farla importantes. Un estadio propio con billetes de entrada caros.

Sophie y él quedaban dos o tres veces por semana. A veces salían a comer, a tomar una copa a un bar o a dar un paseo.

Su problema, según JW: la relación no se desarrollaba. Parecía como si todavía estuvieran jugando. Ella no le llamaba en varios días. JW no devolvía la llamada. Esperaban. Se hacían los duros.

El sexo no valía nada estando sobrios. Embarazoso. JW muy nervioso. Acababa en diez segundos. Como máximo. Intentaba asegurarse de que sucediera en los subidones de coca. Funcionaba mejor.

Tras algunos meses, su relación se volvió más estable. Se quedaba a dormir en casa de Sophie varios días a la semana. Al mismo tiempo: quedaba algún tipo de distancia. A veces ella no quería quedar sin que JW entendiera por qué. Él la anhelaba cada vez que los periodos entre los encuentros eran demasiado largos.

Jorge estaba bien, no era del tipo de JW, pero muy bien. El chileno sabía una pasada de cocaína. JW intentaba absorber toda la información, conocimientos y trucos.

El tren aminoró la marcha al llegar a Hudiksvall. JW observó la estación. En el otro lado del andén había un lago. Estaba a mitad de camino de casa.

Tres días antes, Abdulkarim le había llamado. El tono de voz parecía excitado.

—JW, tengo en marcha una cosa muy grande.

—Soy todo oídos, Abdulkarim. Cuenta.

—Vamos a Londres. Organizamos la importación grande.

—Ah. ¿Y eso? ¿Tu jefe secreto también está en esto? —JW se sentía más y más seguro con Abdulkarim, casi se atrevía a plantarle cara.

—Tranquilo,
habibi,
mi jefe está en esto. Cosas grandes, ¿sabes? Mucho más grandes que nuestras otras importaciones. Vamos a contactar a los proveedores directamente. Esto va a ser buenísimo,
inshallah.
Tienes que reservar billetes para nosotros. Yo, Fahdi y tú. Necesitamos unos cinco días. El 7 de marzo máximo hay que estar allí. Tienes que conseguir habitación de hotel, lo quiero bueno. Organizar buenos clubes. Conseguir un arma para Fahdi. Organizar Londres para mí. ¿Entendido, amiguete?

JW se ponía enfermo cada vez que Abdulkarim usaba la palabra «amiguete». Pero no se sentía tan seguro como para hacerle burla al árabe. En cambio le gustaba la situación.

—Por supuesto. Organizaré el viaje. Pero tengo que ver la fecha, tengo exámenes y eso. ¿Y quién consigue un arma allí?

—No, nada de ver la fecha. Hay que estar allí el 7 de marzo. El arma, tú lo hablas con Jorge. Y tú, amiguete, quiero también una visita turística organizada en Londres. Big Ben, Beckham y todo eso.

Sonaba emocionante. Fabuloso. Abdulkarim y él habían hablado mucho de ello; necesitaban bajar los precios de compra aún más para aumentar la importación. Encontrar vías de entrada inteligentes. Tras la visita a Robertsfors pensaba encargarse de la organización del viaje.

Lo único que ya había mirado era cómo conseguir un arma en Londres. Jorge conocía a un tío que había estado en el trullo en Inglaterra. Se pusieron en contacto con él. Se pusieron en contacto con sus contactos. Se comprometieron a pagar dos mil libras. Enviaron un anticipo de quinientas libras con Money Transfer. Acordaron un lugar para la entrega. Una pistola yugoslava, Zastava M 57, 7.63mm, estaría disponible en la estación de metro de Euston Square a las doce el 7 de marzo.

Decididamente, un nivel más alto para JW. Se sentía eufórico por poder ir y negociar directamente con los grandes. Acceder a la sala VIP del negocio de la farlopa.

Una cosa le preocupaba: JW notaba que Abdulkarim estaba cambiando. Hablaba más del islam y de la política mundial. Empezaba a llevar un gorro musulmán blanco. Hacía referencias al sermón del último viernes en la mezquita. Alababa a Mahoma cada tres palabras, dejó de beber alcohol y se quejaba de que Estados Unidos dirigiera el mundo. Según JW, el árabe estaba cavando su propia tumba. Sólo había una lealtad: la venta. Nada más podía ser prioritario, ni siquiera el dios de uno.

JW no había visto a su madre y a su padre desde el verano anterior. El contacto desde entonces había sido escaso. Una llamada de mamá Margareta alguna vez cada dos semanas había sido todo. Sus preguntas recurrentes le irritaban. ¿Cómo van los estudios? ¿Vas a subir pronto a visitarnos a nosotros y a la abuela? Sus respuestas recurrentes eran machaconas. Los estudios van bien, saco todos los exámenes bien. No tengo tiempo para subir, tengo que encargarme de mi trabajo extra de taxista. Que no, mamá, que no es peligroso.

El amor y la mala conciencia bien mezclados. Todo el tiempo notaba el miedo en la voz de Margareta. El miedo a que algo le pasara.

Él veía la cara de Camilla ante él. ¿Qué sabía él que sus padres ignoraran?

Había averiguado algunas cosas.

Si no hubiera visto el Ferrari amarillo hacía más de cinco meses, todo habría seguido como siempre. Una añoranza serena. Dolor contenido. Represión consciente.

Quizá fuera la velocidad del coche lo que le molestó. El ruido. El rugido del motor. La chulería descabellada de conducir por la ciudad por lo menos a noventa kilómetros por hora.

JW se había visto en la disyuntiva de seguir buscando y descubrir algo desagradable o dejarlo ahí. Pasar de todo, intentar seguir dejando atrás la historia como había hecho los últimos años. Lo mejor quizá fuera pasar a la policía esa información que había obtenido. Dejarles que hicieran su trabajo.

No podía ser; no cuando Jan Brunéus mentía sobre algo.

JW le había llamado. El profesor era evidentemente reticente a verle de nuevo. JW actuó con sutileza. Hizo intentos. Le contó lo que le alegraba que hubiera conocido a Camilla. Jan salió con excusas. No tenía tiempo, iba a ir a una conferencia de profesores, estaba enfermo. Tenía que corregir exámenes, se iba a ir de vacaciones.

Pasaron las semanas. JW dejó de llamar. En lugar de eso volvió directamente a la escuela a regañadientes.

Usó el mismo método que la otra vez. Se puso a esperar en el exterior del aula. El mismo chico negro que salió por la puerta la vez anterior también en esta ocasión salió el primero.

Jan estaba aún en la clase. JW tuvo imágenes retrospectivas de la vez anterior que había estado allí; las mismas chicas se habían quedado en la clase. Guardaban los cuadernos en las bolsas.

Se quedó de pie en el umbral de la puerta y esperó una reacción. Jan se lo tomó con calma. Fue hasta JW. Ni siquiera parecía sorprendido.

Le saludó:

—Hola, Johan. He pensado mucho en ti. Entiendo que pienses que mi comportamiento ha sido raro.

JW le miraba a los ojos.

¿Quién era Jan Brunéus? JW había averiguado bastante. El profesor estaba casado, sin hijos, y vivía en un adosado en Stureby. Conducía un Saab. Además de en la Komvux daba clases en un instituto. No aparecía en Google. En la superficie parecía normal. Pero ¿quién no?

JW contestó:

—En absoluto.

—Te propongo algo. Vamos a dar un paseo. ¿Qué te parece si vamos hacia Haga Forum? Es muy agradable.

JW asintió. Jan tenía algo que explicar.

Era diciembre. Cero grados y con nieve. En Brunnsviken se había formado una fina capa de hielo. A JW no le gustaba ese tiempo; era difícil llevar zapatos bonitos, la tendencia era demasiada suela de goma y muy poca elegancia.

Iban andando por detrás de Wennergrens Center cuando Jan empezó a hablar.

—He sido un mierda. Debería haber quedado contigo hace mucho para contártelo. Lo admito.

De su boca salía vaho al hablar.

—Toda esta historia me pesa como una losa. Tengo pesadillas y no puedo dormir. Me despierto en mitad de la noche preguntándome qué pasó en realidad con Camilla.

Silencio compartido.

Jan continuó:

—Era una pena. Tenía pocos amigos. Creo que su inteligencia despertaba el rechazo de otras chicas. Se le notaba que quería llegar a algo. Quizá era la ambición lo que asustaba a los demás. De todas maneras, yo me volqué con ella. La animaba. Solía discutir con ella tras las clases. Le gustaba mucho el inglés, me acuerdo. Quiero decir que era una mujer adulta. Aquí en la Komvux ya no son niños. Pese a ello a veces los veo como a niños. El paso por la escuela básica normal de la mayoría no ha estado exento de problemas. Con frecuencia hay algo que les falta.

JW se preguntó cuándo iba a ir al grano.

—Cuando apareciste aquí queriendo saber más sobre Camilla me asusté. Me sentí culpable. Por no haberle prestado más atención. Por no haberlo visto venir. Su dolor y alienación. El estado de ánimo. La depresión. El suicidio.

JW se paró. Pensó: ¿De qué estaba hablando? Nadie sabía lo que le había pasado a Camilla.

—¿De dónde te sacas lo del suicidio?

—No lo sé con seguridad, pero ahora, mirando hacia atrás, veo que las señales estaban ahí. Adelgazó. Debía de tener problemas de insomnio, venía con ojeras profundas. Se cerró más y más en sí misma. Sencillamente estaba mal. Yo estaba ciego. Me echo la culpa. Debería haber dado la voz de alarma. Al mismo tiempo, ¿cómo iba a saberlo?

La idea no era nueva. JW se había preguntado muchas veces cómo se habría sentido su hermana en realidad.

Jan continuó:

—Por eso me he mantenido alejado de ti. No he conseguido manejar esta historia. Tenía miedo. Entiendo si te preguntas qué he hecho. De verdad que tengo que volver a pedirte perdón.

Caminaron cien metros más. JW no tenía mucho que decir. Jan dijo que tenía que volver al Instituto de Sveaplan. Le esperaban más clases.

Se dieron la mano.

JW le observó. Jan llevaba una cazadora acolchada de Melka. Tenía una postura espantosa, caminaba con pasos rápidos hacia el edificio de la escuela. Parecía estresado.

JW se quedó solo en el exterior de Haga Forum. Helado y pensando. ¿Jan le había dado buenas notas a Camilla para ser amable? ¿Para animarla? ¿Porque había visto su estado mental?

Se sintió deprimido. Por su hermana. Porque no había surgido nada nuevo. Si Camilla se había suicidado, ¿dónde estaba su cuerpo? ¿Por qué no había dejado ninguna carta? ¿No era el suicidio un grito de ayuda, como decían los psicólogos? No, pese a no haber conocido a su hermana demasiado bien, la conocía lo suficiente para saber que no se había quitado la vida. Ella no era de ésos.

JW fue directamente a Kista. Abdulkarim se iba a enfadar; habían acordado quedar para intercambiar dinero al contado por coca, pero tendría que esperar.

Kista Centrum había sido remodelado desde la última vez que había estado allí: los cines, los restaurantes, las tiendas de ropa, los almacenes Åhléns, lo que quieras. Fue directamente a H&M. Esperaba que Susanne Pettersson trabajara ese día. Habían pasado varios meses desde que fue allí por primera vez y ella le sugirió que debía localizar a Jan Brunéus.

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