Authors: Jens Lapidus
JW se puso al volante.
—Me alegro de verte. ¿Hay algo en especial que quieras comprobar?
—No, no. Tranquilo, tío. Llévanos al Spy.
Spy Bar. Stureplan. ¿Qué podía decir?
JW puso el coche en marcha. Tardó en contestar. Tomó una decisión: no podía haber mala relación con el árabe.
—Pues al Spy Bar.
—¿Algún problema?
—Claro que no. No pasa nada. Es un placer llevarte, Abdul.
—No me llames Abdul. Es esclavo en árabe.
—De acuerdo, jefe.
—Yo sé que tú no quieres ir a Stureplan, JW. Yo sé que tú no quieres que te vean allí. Tienes amigos buenos en ese lugar. Te da vergüenza, tío. Eso no se hace nunca.
El capullo del árabe lo sabía. ¿Cómo? Quizá no era tan raro, después de todo. Abdulkarim salía mucho. Habría visto a JW con sus amigos por Stureplan, habría pillado por qué no solía hacer carreras hacia allí. El resto eran cálculos fáciles.
Tenía que minimizar el daño.
—No es para tanto, Abdulkarim. Venga ya, no es gran cosa. Claro que tengo que ganar algo de dinero. Quiero salir de fiesta y eso. Y está claro que uno no le cuenta esto a todo el mundo.
El árabe asintió. El árabe se rió a carcajadas. El árabe dirigía la conversación. Estaban de charleta.
Entonces salió el tema. La oferta.
—Tú sabes, yo entiendo que tú necesitas dinero. Yo tengo una propuesta. Escucha bien, esto puede ir bien para ti.
JW asintió con la cabeza. Se preguntaba qué iba a pasar. Abdulkarim se enrollaba hablando una pasada.
—Además de taxi yo tengo otro negocio pequeño. Vendo farla. Yo sé que tú compras mi coca. Por Gurhan, tú sabes, el turco que tú y tus colegas le compráis. Pero Gurhan no funciona. Es un judío. Intenta pegármela. Timar con la diferencia. Vende con precio más caro que debería. No hace cuentas bien. Y peor, también compra a otro. Quiere hacerse el listo. Enfrentarnos y sacar ventaja. Me presiona. Dice: Si no es a cuatrocientos el gramo pues no quiero esta semana. Mal rollo. Y tú entras aquí, JW.
JW le escuchaba pero no entendía.
—Perdona pero no comprendo.
—He pensado, ¿quieres vender en vez de él? Todo esto del taxi lo haces muy bien. Vas a los sitios guapos. De verdad, yo lo sé. Garitos donde la gente tiene la nariz tan llena de azúcar como una nariz de azúcar. Lo harías bien.
—¿Qué es una nariz de azúcar?
—Da igual. ¿Quieres o no?
—Joder, Abdul. Tengo que pensármelo un poco. El otro día precisamente lo estuve pensando. Dándole vueltas a cuánto se saca el turco.
—No me llames Abdul. Y claro, puedes pensarlo. Pero recuerda, puedes ser como el Tío Gilito. Nadar en la pasta. Quieres hacerlo, lo noto. Llámame antes del próximo viernes.
JW se concentró en conducir. Bajaron por la calle Birger Jarlsgatan. Estaba nervioso. Buscaba a los chicos con la mirada, al tiempo que intentaba hundirse en el asiento.
Abdulkarim charlaba en árabe con el gorila de la parte trasera. Se reía. JW sonrió sin saber por qué. Abdul le devolvió la sonrisa, siguió hablando en árabe con Fahdi. Se acercaban a su destino.
Stureplan. Las colas delante de los clubes y los garitos, enormes: Kharma, Laroy, Sturecompagniet, Clara's, Köket, East, The Lab y más. Más gente en la calle que durante el día. Una verdadera mina de oro para los conductores de taxis ilegales.
JW paró. Abdulkarim abrió la puerta.
—Ya sabes lo que hay. Antes del viernes.
JW asintió con la cabeza.
Arrancó y se marchó a toda velocidad.
En la última carrera de la noche, JW cogió a un hombre de mediana edad borracho que farfulló algo sobre Kärrtorp. JW ofreció hacer la carrera por trescientas coronas.
Condujo en silencio. Necesitaba pensar. El hombre se quedó dormido.
La carretera de Nynäs estaba a oscuras. Apenas algunos coches y algún que otro taxi. JW sentía que la ansiedad de tener que decidir empezaba a dominarle.
Por una parte: una suerte fantástica, una oportunidad, una verdadera posibilidad. No había márgenes mejores que los que ofrecía la coca. ¿Qué podría ser? ¿Comprar un gramo por quinientos y venderlo a mil? Cálculos mentales. Sólo los chicos se gastaban fácilmente cuatro gramos por noche. Debería poder colocar veinte gramos. Por lo menos. Multiplicó. Las ganancias de una noche: diez mil. La hostia.
Por otra parte: peligroso de la leche, totalmente ilegal, desagradable. Un error y podría perderlo todo. ¿Estaba hecho para eso? Una cosa era consumir de vez en cuando. Vender era totalmente diferente. Ser parte de la industria de la droga, ganar dinero con que la gente se destrozara la nariz, se derrumbara y destruyera su vida. No le parecía muy bien.
Por otra parte: nadie se arruinaba la vida por la farlopa, por lo que él sabía. La mayoría de los que se metían era gente con vidas ordenadas. Los chicos, por ejemplo, se metían porque era divertido, no para huir de una existencia de lo peor. Estudiaban, tenían dinero y buenas familias. No tenían ningún problema. No había peligro de yonquis machacados. No había peligro de que JW tuviera remordimientos.
Por otra parte: Abdulkarim y su gente posiblemente no fueran los chavales más buena gente de la ciudad. El gorila del asiento trasero, por poner un ejemplo. Se veía a trescientos metros de distancia: Fahdi era peligrosísimo. ¿Qué pasaría si JW no podía pagar, si se metía en líos? ¿Si metía la pata con la venta? ¿Si le robaban el género? Quizá fuera demasiado peligroso.
Por otra parte: el dinero. Una manera segura. Una manera fácil. Aprender de Gekko: «I don't throw darts, I bet on sure things»
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. En este sector los ingresos estaban garantizados. JW tenía la necesidad y no sería un triste sueco medio. Sería el final de la ropa de segunda mano, los peinados caseros y vivir de huésped. El final de las privaciones. El sueño de poder vivir con normalidad podía convertirse en realidad. El sueño de un coche, un piso, una fortuna, podía convertirse en realidad. Podría formar parte de las ideas de negocio de los chicos.
PODER FORMAR PARTE
Ser empresario de la coca de éxito contra ser perdedor.
Criminalidad contra seguridad.
¿Qué hacer?
Noche de sábado en Estocolmo: colas, tarjetas de crédito, minifaldas. Los de diecisiete años, borrachos. Los de veinticinco años, borrachos. Los de cuarenta y tres años, borrachos. Todos borrachos.
Los porteros con chaquetas de cuero y tono chulesco: Que no, que no, que no. Algunos no lo cogían: buscar tu tipo de garito o que te nieguen la entrada, no intentes entrar ahí donde no pegas.
A lo largo de la calle Kungsgatan los suequitos medios iban en caravana. Por Birger Jarlsgatan desfilaban los pijines. Todo era como siempre.
Mrado, Patrik y Ratko iban de incursión. Se tomaron una cerveza en Sturehof antes de empezar. Esa noche tocaba Södermalm.
Los guardarropas eran minas de oro. Cálculo para un garito medio: obligar a todos los que lleven algún tipo de chaqueta o similar a que la dejen. Veinte coronas por cabeza. Otro tanto en el caso de los bolsos. Pasaba una media de cuatrocientas personas. Total: al menos ocho mil por noche. Del noventa por ciento no quedaba constancia. Todo el dinero al contado. Imposible que el gran hermano estatal controlara los ingresos. Y los únicos gastos eran una chica mona de pie que se encargaba del asunto.
La organización del reparto: los yugoslavos se llevaban una cantidad fija de tres mil pavos por cada noche de fin de semana. Nada por los días de diario. El garito y los encargados de los guardarropas tenían sus propios acuerdos sobre cómo distribuir el resto. Ganancia asegurada: un buen negocio para todos.
La estrategia para esa noche: Mrado y Ratko se colocaban detrás. Patrik delante, se encargaba de la charla.
Se trataba de llevar bien el asunto. Si se jodia algo, eso significaba que Mrado tendría problemas. La lucha por el favor de Radovan se había recrudecido. Mrado en competencia con los otros hombres que había justo debajo de R: Goran, Nenad, Stefanovic. Otra cosa había sido cuando Jokso estaba al mando: entonces funcionaban como un equipo. Los serbios, juntos.
Había tres categorías de guardarropas en Estocolmo: los que controlaba Radovan, los que controlaban otros, como los Ángeles del Infierno o el rey de los garitos, Göran Boman, y finalmente los que intentaban ser independientes. Esto último no era bueno. Se arriesgaban a ir por libre.
Empezaron en Tivoli en la calle Hornsgatan. El sitio lo controlaba Radovan. Patrik se dirigió a la chica que trabajaba en el guardarropa. Mrado asintió con la cabeza. La conocía de antiguo. Le puso la mano a Patrik en el hombro.
—De esto me puedo encargar yo. La conozco.
Todo iba bien. Ella sacó la ficha número 162. La noche estaba empezando. El echó un vistazo a la caja. Parecía cuadrar. No había nada guardado aparte.
Siguieron adelante. El sitio de enfrente, Marie Laveau, lo controlaba Göran Boman. Ya le llegaría la hora algún día, pero de momento había que dejar las cosas tal cual.
Continuaron hacia Slussen. La noche era fresca. Ratko contó cómo planeaba aumentar el volumen de la parte superior del cuerpo. Comer proteína sin grasa: atún y pollo. Meterse anabolizantes. Hacer sesiones dobles. Ideas nuevas sobre cómo planificar su entrenamiento.
Mrado le miró. Katko estaba cachas, pero le faltaban muchas horas de gimnasio para llegar a jugar en la categoría de Mrado.
Patrik confesó que había comido helado sólo dos veces en el último año. Lo único que tomaba que no fuera sano era cerveza.
Mrado se quedó absorto en sus pensamientos. Los chicos no se centraban en lo importante. Pensaba en Lovisa, su hija. Su ex, Annika, vivía con ella. Mrado tenía un convenio de régimen de visitas, desde la noche del miércoles hasta la noche del jueves cada dos semanas. No era suficiente, pero así y todo eran los mejores días del mes. El ciclo diurno-nocturno de su trabajo como cobrador-camello-matón le iba perfectamente. Todo el día libre para visitas a Skansen
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, teatro infantil, las últimas películas de Walt Disney. Comían pizza, veían vídeos y leían libros infantiles serbios. Mrado podía decir con sinceridad a los de su entorno: Soy un buen padre. Y sin embargo no podía pasar más tiempo con su hija. El derecho de familia del departamento social, Annika, la sociedad, todos pensaban que un hombre serbio no podía hacerse cargo de un niño. Chorradas.
Debería retirarse. Organizar un régimen de visitas más frecuente. Pasar más tiempo con Lovisa. Dejar de ser un tipo duro.
Subieron por la calle Götgatan. Empezaron a recorrer la lista de garitos. La mayoría de ellos ya estaban controlados, pero había algunos que iban por libre. Patrik trabajaba bien. Entraba. Mrado y Ratko se ponían detrás de él, bien visibles. Los brazos cruzados. Patrik pedía hablar con el responsable del guardarropa. Patrik explicaba las ventajas. Patrik: con vaqueros ajustados, camiseta, chaqueta verde del ejército fina, cráneo rapado con cicatrices. Tatuajes en el cuello que sobresalían.
Siente el miedo.
—Nos encargamos de que os evitéis problemas con grupos y bandas. No querréis que os roben la caja del guardarropa un montón de noches. Nuestro seguro cubre eso. Os podemos ayudar a conseguir más clientes que paguen. Tenemos muchas buenas ideas sobre cómo aumentar la efectividad en el guardarropa. Bla, bla, bla.
La mayoría lo pillaban. Algunos ya habían recibido visita anteriormente. Ni un problema. La gente no quería que los yugoslavos se les echaran encima. Algunos se negaban. Patrik no montaba un numerito. Sólo pedía volver. Sabían que tenían un marrón: aceptar o recurrir a otro.
Avanzaron por Götgatan. Hacia Medborgarplatsen. Era la una. Muchos sitios empezaban a cerrar. Más abajo, en Medborgarplatsen, Snaps, Sante 4, Kvarnen, Gröne Jägaren, Mondo, Göta Källare y más allá Metro y Öst 100 aún estaban abiertos.
Snaps era de Göran Boman. Gröne Jägaren de los Ángeles del Infierno.
Entraron en Mondo, en el edificio Medborgarhuset. Discoteca juvenil. Mucha gente. Patrik hacía su trabajo. Ellos pillaron el planteamiento. Quisieron llegar a un acuerdo. La mayoría de los dueños de garitos contaban con el gasto del guardarropa en su cuenta de resultados. Mrado observó que el ex cabeza rapada trabajaba bien. Durante los años que llevaban trabajando juntos Patrik había moderado su faceta más explosiva, había alcanzado el estilo adecuado: tranquilo, seguro, imponía respeto.
Se fueron de allí a la una y cuarto. Medborgarplatsen bullía de taxis ilegales.
Siguieron hacia uno de los bares y clubes nocturnos más grandes de Söder, Kvarnen. Un antiguo garito de borrachos y lugar de encuentro para los hinchas del Bajen
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. Kennedy aprisionado por los brazos extendidos de los hinchas cuando el Hammarby ganó el Campeonato de Liga de 2001. La sala antigua había sido una cervecería. Techo alto. Columnas, mesas de madera, friso de madera en la pared, estilo fin de siglo. La decoración de la sala nueva de tema acuático con acuario y gotas azules y estilizadas en las paredes. En el sótano el tema era el fuego, las paredes de color naranja, sin mesas grandes. Sólo taburetes altos y mesas pequeñas fijadas a la pared para apoyar las cervezas.
La cola llegaba hasta Götgatan. Treinta y cinco metros de larga. Bien ordenada. Gente moderna muy peinada y con accesorios. Los alternativos con botas militares, envueltos en pañuelos palestinos. Los capullos poperos, pelo teñido de negro con flequillo. Los hinchas del Bajen, a su aire.
El Kvarnen atraía a muchos.
Mrado, Patrik y Ratko se saltaron la cola. La gente les miró con mala cara. Pero, sin embargo, ni una queja. Lo captaban. Veían la evidente aura de respeto.
El portero dijo no.
—Aquí nadie se cuela.
Esto es el democrático Söder. Imbécil. Patrik se lo tomó con tranquilidad. Explicó que sólo quería hablar con el del guardarropa. El portero no controlaba. Se negaba a dejarlos pasar. Mrado se preguntó quién sería ese cretino. Miró fijamente. Patrik volvió a intentarlo. Explicó que no querían colarse, sólo iban a tratar unos asuntos con el del guardarropa. El portero giró la cabeza. Vio a Mrado. Pareció entender. Les dejó entrar.
El guardarropa lo llevaban los propios porteros. Poco habitual. Significaba problemas.
Los porteros responsables del guardarropa: tres chicos grandes. Las camisetas abultadas, las placas de los chalecos de seguridad se notaban a través de la tela. Dirigían la masa humana con chulería. Hablaban con la jerga de Söder. Inflexibles con la exigencia de pagar el guardarropa pese a que muchos sólo llevaban chaquetas finas. Esos chicos trabajaban para SWEsecurity, una empresa vikinga para chicos vikingos en el sentido literal de la palabra. Gilipollas.