Authors: Jens Lapidus
El que estaba al cargo pilló a la primera con quien estaba tratando. Quizá había oído la discusión del exterior por el auricular.
—¿Qué tal? Bienvenidos al Kvarnen. Lamentablemente no estamos interesados en vuestros servicios, pero pasad a tomar una copa.
Patrik se había rebotado con la provocación en la entrada: su lado explosivo había vuelto.
—¿Eres el responsable del guardarropa esta noche? ¿Podemos entrar a hablar un momento? Tengo una propuesta.
Mrado y Ratko se mantuvieron entre bastidores. Mrado, totalmente pendiente. Intentaba escuchar.
El portero dijo:
—Soy el responsable aquí, pero no tengo tiempo para charlar ahora. Podéis pasar o marcharos. Lo siento.
—No nos han tratado muy bien en la puerta. Quiero hablar contigo ahora, ¿lo entiendes? Tus otros dos chicos seguro que pueden apañárselas solos diez minutos.
Actitud. Los otros dos porteros miraban de reojo. Comprobando que no había bronca. El que estaba al cargo dijo:
—Disculpadme, quizá no me he explicado antes con suficiente claridad. No estamos interesados en vuestros servicios. Tenemos nuestro propio sistema. No quiero ser desagradable pero tenéis que entender que nos arreglamos por nuestra cuenta. Sin vosotros.
El lenguaje corporal de Patrik gritaba: quiero partirle la cara a este tío.
Los puños cerrados; los nudillos, blancos. Los tatuajes hinchados.
Mrado se adelantó, puso la mano en el hombro de Patrik. Le tranquilizó. Se giró hacia el que estaba al cargo:
—De acuerdo, entramos. Nos sentamos y te esperamos. Ven cuando tengas tiempo para hablar.
Tensión al máximo.
Mrado tiró de Patrik. Ratko les acompañó.
Patrik cedió. Entró con ellos.
Anticlímax.
Los porteros habían ganado.
Mrado pidió unas cervezas. Se sentaron a una mesa.
El ruido de fondo en la cervecería era muy alto.
Patrik se inclinó hacia Mrado.
—¿Qué coño ha sido eso? No podemos tolerarlo. ¿Por qué me has agarrado para apartarme?
—Patrik, ahora tranquilo. Te entiendo muy bien. Vamos a hablar con él, pero no delante de todos los clientes. No delante de los otros porteros. Habría problemas. Escúchame. Nos sentamos aquí y nos lo tomamos con calma. Quizá venga a hablar con nosotros. Quizá no. Pero no lo olvidamos, esperamos y cuando el cabrón ese vaya al servicio o se vaya a casa o lo que sea, entonces tenemos una charlita con él. Le explicamos cómo son las cosas.
Patrik se calmó. Parecía más satisfecho. Ratko se crujió los nudillos.
Se calmaron. Mrado se tomó una cerveza sin alcohol. Observó a las tías. Observó el lugar. Observó al portero disimuladamente. Se sentó de manera que pudiera ver el guardarropa. Pero nada de mirar fijamente hacia allí de manera exagerada. Todo controlado.
Volvieron, a hablar del tronco de Ratko. Comentaron preparados de doping. Mrado reveló algunos secretos de Radovan aunque no debía. Patrik habló de que había disparado con una Magnum el fin de semana anterior: el retroceso, la presión, los impactos.
Patrik entró en temas personales. Le preguntó a Mrado:
—¿A cuántos has matado?
Mrado, extremadamente serio.
—Estuve en Yugoslavia en 1995. Tú mismo puedes sacar tus conclusiones.
—Sí, pero ¿aquí, en Suecia?
—Yo no hablo de eso. Hago lo que hace falta para que el negocio funcione bien. Te puedo enseñar una cosa, Patrik, la lealtad hacia R y el negocio lo es todo. A veces uno tiene para tirar para delante y hacer lo que toque. Uno no puede sentarse a darle vueltas y arrepentirse de lo que ha hecho. No estoy orgulloso de todo.
Patrik presionó:
—¿Como qué, por ejemplo?
—Aprende una cosa más. Hacemos más de lo que decimos. A veces tienes que hacer cosas que no son agradables. ¿Qué quieres que te diga? Por ejemplo, me he visto obligado a encargarme de amigos que no han sido de fiar o de algunas mujeres, putas, que han hecho el tonto. No puedo decir que ese tipo de cosas sería lo primero que pondría en mi curriculum.
Patrik se calló. Entendió la situación. De algunas cosas sencillamente no se habla.
Charlaron de otros asuntos.
Pasó una hora.
En la sala del bar crecía el nivel de fiesta.
El chico de la puerta seguía en su sitio. Eran las dos y cuarto. El sitio cerraba a las cuatro. Esperaron. La gente de fiesta iba muy curda. Mrado se tomó un agua con gas Ramlösa. Patrik pidió su sexta cerveza. Empezaba a estar bastante borracho. Ratko tomaba café. Patrik volvió a hablar del tratamiento que les habían dado en la entrada. Se encendió. Los maricones de los porteros iban a cobrar. Los maricones de los porteros acabarían llorando. Gateando. Rogando. Gimiendo. Hechos papilla.
Mrado le tranquilizó. Miró hacia el guardarropa. Los porteros pasaban de ellos. ¿Eran idiotas? ¿No se daban cuenta de con quién estaban tratando?
Pasó una hora más.
Esperaron. Siguieron charlando.
En una ocasión el portero principal se levantó de su sitio.
Patrik apuró su vaso. Se levantó. Mrado vio que estaba bien, no demasiado borracho. Mrado se puso de pie, enfrente de Patrik. Cara a cara.
Los ojos de Patrik estaban abiertos de par en par. El aliento le apestaba. Un encendedor delante de su boca y la explosión del garito habría sido peor que la de una gasolinera.
Mrado le cogió la cara con las manos. El ruido del local molestaba. Gritó:
—¿Estás bien?
Patrik asintió. Señaló en dirección a los baños. Tenía ganas de hacer pis después de tanta cerveza.
Fue hacia allí.
Mrado se sentó. Ratko le miró, se inclinó hacia delante sobre la mesa. Preguntó:
—¿Adónde ha ido?
—Al servicio.
Un pensamiento atravesó a toda velocidad la mente de Mrado: joder, no haberse dado cuenta. El portero seguro que había ido al baño y Patrik iba para allí sin Mrado o Ratko.
Mrado se levantó. Hizo una seña a Ratko.
—Acompáñame. Ahora.
Salieron tras Patrik medio a la carrera.
Entraron en los aseos.
Azulejos blancos y grandes lavabos metálicos. Una de las paredes cubierta por un espejo. Cinco urinarios en la pared opuesta. Más adelante estaban los cubículos de los retretes. Goteaban. Pis en el suelo.
Contacto.
El portero principal estaba de pie ante uno de los urinarios. Había tres chicos de pie que charlaban junto al lavabo. Tenían pinta de idiotas: camisas desabrochadas con camisetas debajo. Más adelante había dos chicos jóvenes haciendo cola para los retretes.
Patrik dirigiéndose hacia el tío.
El portero se dio la vuelta. Todavía tenía la polla en la mano.
Patrik se quedó de pie a cuarenta centímetros de él.
—¿Te acuerdas de mí? Me has despachado sin más. Has rechazado totalmente nuestros servicios. ¿Te pensabas que eso no iba a tener su castigo?
El portero se dio cuenta de la situación. Musitó algo. Intentó tranquilizar a Patrik. El chico tenía experiencia. Con la mano libre empezó a buscar el auricular.
Patrik dio un paso más, conocedor o no de que Mrado y Ratko le habían seguido hasta el aseo.
Le dio al portero un cabezazo en la nariz. La sangre parecía aún más roja en contraste con los azulejos blancos cuando salió despedida contra la pared. El portero llamó a sus compañeros a gritos. Intentó empujar a Patrik. El portero fuerte. Grande. Patrik cabreado. Los idiotas junto al lavabo empezaron a gritar. Los chicos junto a los cubículos salieron corriendo para detener la bronca. Mrado se interpuso. Los alejó de un empujón. No eran precisamente unos tíos difíciles. Ratko se puso junto a la salida. La bloqueó. Patrik agarró al portero por el pelo. Le golpeó la cabeza contra el urinario. Salieron dientes volando. Volvió a golpearle. Salieron más dientes volando. La nariz se rompió por un número indeterminado de sitios. El urinario parecía un cubo de un matadero. Patrik volvió a golpear la cabeza del portero de nuevo. Sonaba a hueco. Le soltó. El portero se desplomó en el suelo. Inconsciente. La cara irreconocible. Los idiotas del lavabo lloraban. Los críos de los cubículos lloraban.
Dos compañeros porteros pasaron corriendo junto a Ratko. Patrik se quitó de encima con un empujón a uno de los porteros. Ratko salió. Mrado agarró con las manos la rodilla del primer portero. Le agarró. Le hizo una llave. Retorció. El chico se cayó como una marioneta cuando se le sueltan los hilos. Mrado agarró el pie del chico desde otra posición. Lo retorció. Patrik arrasaba, gritaba, soltaba tacos. Mrado dijo con voz tranquila:
—Márchate de aquí ahora, Patrik.
El ex cabeza rapada salió. Mrado estaba solo. Vio a Ratko y a Patrik fuera de los aseos. Giró el pie un poco más. El portero ensangrentado tenía convulsiones bajo el urinario. El portero que tenía agarrado Mrado gimoteaba. Quedaba un portero de pie. Dudaba. Parecía calcular las posibilidades. Dos porteros en el suelo. Fuera de juego. Quedaba en el cuadrilátero: él, solo, contra un yugoslavo enorme. Y dos chicos más fuera. ¿Dónde estaban los refuerzos?
Alboroto en el exterior.
Silencio en el interior de los aseos.
Mrado dijo:
—Chicos, esta noche habéis cometido un pequeño error. Os habéis metido con quien no debíais. Pronto nos pondremos en contacto con vosotros en relación con nuestros negocios. Una cosa más, no le deis mayor importancia a esto. Seguro que vosotros solitos entendéis por qué.
Mrado soltó al chico y salió del aseo. Los tres porteros se quedaron dentro. Como gilipollas.
Mrado, Ratko y Patrik se deslizaron entre la masa de gente. En el exterior del Kvarnen brillaban las luces azules de los coches de los maderos. Se subieron a un taxi. Patrik con sangre en la chaqueta y en la camiseta. Mal asunto.
Era un hervidero de policías.
Pronto sería el momento. Jorge, sentado en silencio en el comedor. Concentrado. No hacía caso del golpeteo de los cubiertos, los ruidos que hacían al comer y el parloteo. Ese era el día.
Rolando le llamó a gritos cuando se levantó:
—Jorge, ¿vienes luego a fumar un porro?
Rolando era irónico. El único que lo sabía.
Jorge dijo:
—No grites tanto, el mono ese de ahí puede oírte.
Rolando se rió.
—No entiende palabras así. Es de Mölnbo.
Jorge puso la mano en el hombro de Rolando:
—Te voy a echar de menos,
hombre*
.
La mirada de Rolando se volvió seria.
—Joder, Jorge, haces lo correcto, lo sabes. ¿No puedes contar al viejo gánster Rolando cómo va a ser? ¿Quién quiere seguir interno toda la vida?
—
Loco*
, no puedo contártelo hoy. Ya lo entenderás. Mira y disfruta. Tú sólo haz lo tuyo.
Jorge se levantó. Sentía que verdaderamente iba a echar de menos a Rolando, sus chorradas sobre la pasta de cocaína, sus explicaciones sobre la unidad de OG y los robos de transportes blindados.
Había puesto a prueba a Rolando varias veces. Había revelado cosas para ver qué pasaba. Por ejemplo, que entrenaba así porque estaba preparando una fuga. Si Rolando hubiera cantado, Jorge habría podido decir que todo era una broma. Pero todo estaba tranquilo. Rolando había mantenido el pico cerrado. No se había filtrado nada. Se podía confiar en el latino. Jorge había tomado la decisión. Rolando tenía un papel importante que desempeñar en el plan. Ese día tenía que hacer su parte.
Pero todo dependía de Sergio, a quien Jorge había visto durante el permiso. Que pudiera encargarse de todo lo que hacía falta desde el exterior. Treinta metros por fuera de los muros: zona talada; era difícil hacer algo que llevara demasiado tiempo sin ser descubierto. Si funcionaba ese día, Jorge tendría una eterna deuda de gratitud con él.
Jorge sabía lo suficiente como para conseguirlo. Las rutinas de los guardias. Por dónde vendría Sergio. Dónde estaría aparcado el coche. La mejor ruta por la que ir. Las bifurcaciones de las carreteras. Jorge sabía que corría cuatrocientos metros en cincuenta segundos y tres kilómetros por debajo de los once minutos. Sabía que todos se quedarían con la boca abierta. Jorge controlaba. Jorge sabía. Se iba a dar el piro, sin violencia y sin que Sergio se arriesgara demasiado. Era todo un rey.
En la prisión, tras la comida tenían una hora de descanso del trabajo. Todo listo y preparado. Entonces tendría lugar. El plan era sencillo y genial. Jorge inesperadamente tranquilo. Si la cosa se iba a la mierda, pues a la mierda.
Jorge volvió a su celda. Cerró la puerta. Quitó el póster del Che Guevara. Desatornilló el listón de madera con las uñas. Se soltó con facilidad. Lo había hecho muchas veces antes.
Sacó la cuerda, dispuesta como una pequeña serpiente en el espacio que él había vaciado en el hormigón. El único lugar donde los monos no miraban durante las inspecciones de la celda. Un espacio pequeño pero largo. Perfecto para una cuerda.
Pensaban que habían sido inteligentes con lo del listón. Jorge, el fugitivo de la salsa, era más inteligente. Sinceramente, pensaba que incluso su hermana estaría orgullosa. Por mucha formación universitaria que tuviera, tenía gusto por las cosas bien hechas.
La cuerda: realizada con largas tiras de sábanas retorcidas. El ritual antes de dejar la colada una vez por semana: cortar una tira, aproximadamente de un centímetro de ancho. El tío que recibía las sábanas todas las semanas era colombiano. Su trato: el tío no decía nada sobre que las sábanas de Jorge estaban raras a cambio de un paquete de tabaco a la semana.
La cuerda aguantaría bien. Cada trozo había sido comprobado antes de añadir el siguiente.
Salió.
Tiempo soleado en el exterior. Molaba. Calor antes del verano.
El patio estaba lleno de gente. El mono de guardia jugaba al fútbol con los chicos. Rolando estaba en el equipo contrario al del mono. Qué bonito.
Jorge miró el reloj.
Pasaría exactamente a los treinta segundos.
Rolando le miró de reojo. Tras diez segundos, hizo la señal que habían acordado. Rolando cogió impulso. Corrió hacia el mono. Entrada deslizándose a lo Vieira. El mono cayó al suelo. Gritaba como un cerdo. Se retorcía de dolor. Atención, cero.
Jorge corrió hacia el muro. Se colocó en posición.
Esperó.
Vio lo que había planeado desde hacía tanto tiempo: la parte superior de una escalera de aluminio se asomaba por encima del muro, desde el otro lado.