Dios en una harley: el regreso (11 page)

BOOK: Dios en una harley: el regreso
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Los niños no llegarían a casa hasta las nueve, de modo que me paré a tomar un café y luego decidí que todavía me quedaba tiempo para una agradable carrera por la playa. Aunque tendría que conducir un poco más, quería correr por la arena de Sandy Hook. Había algo en la inmensidad y la belleza intacta y agreste de aquel lugar que me atraía sobremanera. Al cabo de media hora, estaba haciendo estiramientos al lado del coche, mientras observaba el horizonte trémulo de una gloriosa mañana de septiembre.

Empecé a correr pausada y regularmente, al tiempo que observaba cómo las olas jugueteaban airosas contra la popa de una solitaria barca de pesca, a escasa distancia de la playa. Todo era tan perfecto que no me extrañó en absoluto escuchar el sonido de unas pisadas que avanzaban a mi mismo ritmo. Ni siquiera tuve que mirar. Sabía que Joe volvía a estar conmigo.

—Buenos días —me saludó, sin resollar.

—Buenos días —respondí, sonriente.

—Estoy encantado de verte tan contenta, Christine —comentó sin modificar su marcha—. Al parecer tú y Jim habéis tenido la oportunidad de arreglar un poco las cosas, ¿no?

—Es cierto —dije, y me reí. Entonces recordé lo que Jim me había contado por la noche y me detuve de golpe—. Así que también fuiste a buscar a Jim, ¿eh? ¿Por qué no me lo dijiste?

Joe rió con inocencia.

—Porque sabía que él te lo diría a su debido tiempo.

Me quedé inmóvil un momento y escruté el bello rostro de Joe. Estaba radiante.

—Te veo muy bien, Joe —dije, con toda sinceridad—. De hecho, estás radiante.

—Ver a la gente unida de nuevo alimenta mi espíritu —reconoció.

Seguí observándole bajo la dorada luz de la mañana para intentar grabar en la memoria la chispa, el entusiasmo y el amor que de él emanaba.

—Gracias por volver a mostrarme el camino —murmuré con delicadeza.

—Ha sido un placer.

—Ahora te marcharás, ¿verdad? —pregunté, a pesar de que ya conocía la respuesta. No sé cómo supe que mi tiempo se había terminado, pero lo supe.

—Ahora ya puedes arreglártelas sola, Christine —admitió, después de asentir con la cabeza—. Tengo fe en ti.

Con eso, me tomó la mano, se la llevó a sus labios carnosos y me regaló un largo y cálido beso en los nudillos.

—¿Esta vez no me dejas ninguna prueba física? —pregunté, esperando que me dejara algún recuerdo del tiempo que habíamos compartido.

Joe se limitó a sonreír y a guiñarme el ojo. Lo vi alejarse por la playa hasta su Harley. Me quedé quieta hasta que escuché el rugido del motor, y vi que alzaba la mano y levantaba el pulgar. Entonces, como una estrella fugaz, se alejó del aparcamiento hacia el sur, tierra adentro.

Me volví hacia el mar y me quedé mirando fijamente los destellos del agua con cierta melancolía. Al final, reposé la vista sobre la arena esponjosa y mojada de la orilla. Había algo escrito, y aunque las olas se paseaban por encia, no habían conseguido borrarlo. Llena de curiosidad, me acerqué y lo que vi me dejó si aliento.

Un enorme corazón con una flecha atravesada con un mensaje en su interior: Joe ama a Christine. Para siempre.

FIN

NOTAS

[1]
Tumba oceánica. (N. de la T.)

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