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Authors: José Zorrilla

Tags: #Clásico, Drama, Teatro

Don Juan Tenorio (9 page)

BOOK: Don Juan Tenorio
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mas con lo que habéis osado,

imposible la hais dejado

para vos y para mí.

DON JUAN.—¿Por qué la apostasteis, pues?

DON LUIS.—Porque no pude pensar

que la pudierais lograr.

Y… vamos, por San Andrés,

a reñir, que me impaciento.

DON JUAN.—Bajemos a la ribera.

DON LUIS.—Aquí mismo.

DON JUAN.—Necio fuera;

¿no veis que en este aposento

prendieran al vencedor?

Vos traéis una barquilla.

DON LUIS.—Sí.

DON JUAN.—Pues que lleve a Sevilla

al que quede.

DON LUIS.—Eso es mejor;

Salgamos, pues.

DON JUAN.—Esperad.

DON LUIS.—¿Qué sucede?

DON JUAN.—Ruido siento.

DON LUIS.—Pues no perdamos momento.

Escena VII

DON JUAN, DON LUIS
y
CIUTTI.

CIUTTI.—Señor, la vida salvad.

DON JUAN.—¿Qué hay, pues?

CIUTTI.—El Comendador,

que llega con gente armada.

DON JUAN.—Déjale franca la entrada,

pero a él solo.

CIUTTI.—Mas, señor…

DON JUAN.—Obedéceme.

(
Vase
CIUTTI.)

Escena VIII

DON JUAN
y
DON LUIS.

DON JUAN.—Don Luis,

pues de mí os habéis fiado

cuanto dejáis demostrado

cuando, a mi casa venís,

no dudaré en suplicaros,

pues mi valor conocéis,

que un instante me aguardéis.

DON LUIS.—Yo nunca puse reparos

en valor que es tan notorio;

mas no me fío de vos.

DON JUAN.—Ved que las partes son dos

de la apuesta con Tenorio,

y que ganadas están.

DON LUIS.—¡Lograsteis a un tiempo…!

DON JUAN.—Sí;

la del convento está aquí;

y pues viene de don Juan

a reclamarla quien puede,

cuando me podéis matar,

no debo asunto dejar

tras mí que pendiente quede.

DON LUIS.—Pero mirad que meter

quien puede el lance impedir

entre los dos, puede ser…

DON JUAN.—¿Qué?

DON LUIS.—Excusaros de reñir.

DON JUAN.—¡Miserable…! De don Juan

podéis dudar sólo vos;

mas aquí entrad, vive Dios,

y no tengáis tanto afán

por vengaros, que este asunto

arreglado con ese hombre,

don Luis, yo os juro a mi nombre

que nos batimos al punto.

DON LUIS.—Pero…

DON JUAN.—¡Con una legión

de diablos! Entrad aquí,

que harta nobleza es en mí

aún daros satisfacción.

Desde ahí ved y escuchad;

franca tenéis esa puerta;

si veis mi conducta incierta,

como os acomode obrad.

DON LUIS.—Me avengo, si muy reacio

no andáis.

DON JUAN.—Calculadlo vos

a placer; mas, ¡vive Dios!,

¡que para todo hay espacio!

(
Entra
DON LUIS
en el cuarto que
DON JUAN
le señala.
)

Ya suben.

(DON JUAN
escucha.
)

DON GONZALO.—(
Dentro.
) ¿Dónde está?

DON JUAN.—Él es.

Escena IX

DON JUAN
y
DON GONZALO.

DON GONZALO.—¿Adónde está ese traidor?

DON JUAN.—Aquí está, Comendador.

DON GONZALO.—¿De rodillas?

DON JUAN.—Y a tus pies.

DON GONZALO.—Vil eres hasta en tus crímenes.

DON JUAN.—Anciano, la lengua ten,

y escúchame un solo instante.

DON GONZALO.—¿Qué puede en tu lengua haber

que borre lo que tu mano

escribió en este papel?

¡Ir a sorprender, infame,

la cándida sencillez

de quien no pudo el veneno

de esas letras precaver!

¡Derramar en su alma virgen

traidoramente la hiel

en que rebosa la tuya

seca de virtud y fe!

¡Proponerse así enlodar

de mis timbres la alta prez,

como si fuera un harapo

que desecha un mercader!

¿Ese es el valor, Tenorio,

de que blasonas? ¿Esa es

la proverbial osadía

que te da a el vulgo a temer?

¿Con viejos y con doncellas

las muestras…? ¿Y para qué?

¡Vive Dios! Para venir

sus plantas así a lamer,

mostrándote a un tiempo ajeno

de valor y de honradez.

DON JUAN.—¡Comendador!

DON GONZALO.—¡Miserable!

Tú has robado a mi hija Inés

de su convento, y yo vengo

por tu vida o por mi bien.

DON JUAN.—Jamás delante de un hombre

mi alta cerviz incliné,

ni he suplicado jamás,

ni a mi padre, ni a mi rey.

Y pues conservo a tus plantas

la postura en que me ves,

considera, don Gonzalo,

que razón debo tener.

DON GONZALO.—Lo que tienes es pavor

de mi justicia.

DON JUAN.—¡Pardiez!

Óyeme, Comendador,

o tenerme no sabré,

y seré quien siempre he sido

no queriéndolo ahora ser.

DON GONZALO.—¡Vive Dios!

DON JUAN.—Comendador,

yo idolatro a doña Inés,

persuadido de que el cielo

me la quiso conceder

para enderezar mis pasos

por el sendero del bien.

No amé la hermosura en ella

ni sus gracias adoré;

lo que adoro es la virtud,

don Gonzalo, en doña Inés.

Lo que justicias ni obispos

no pudieron de mí hacer

con cárceles y sermones,

lo pudo su candidez.

Su amor me torna en otro hombre

regenerando mi ser,

y ella puede hacer un ángel

de quien un demonio fue.

Escucha, pues, don Gonzalo,

lo que te puede ofrecer

el audaz don Juan Tenorio

de rodillas a tus pies.

Yo seré esclavo de tu hija,

en tu casa viviré,

tú gobernarás mi hacienda

diciéndome
esto ha de ser
.

El tiempo que señalares,

en reclusión estaré;

cuantas pruebas exigieres

de mi audacia o mi altivez,

del modo que me ordenares

con sumisión te daré.

Y cuando estime tu juicio

que la pueda merecer,

yo la daré un buen esposo

y ella me dará el Edén.

DON GONZALO.—Basta, don Juan; no sé cómo

me he podido contener

oyendo tan torpes pruebas

de tu infame avilantez.

Don Juan, tú eres un cobarde

cuando en la ocasión te ves,

y no hay bajeza a que no oses

como te saque con bien.

DON JUAN.—¡Don Gonzalo!

DON GONZALO.—Y me avergüenzo

de mirarte así a mis pies,

lo que apostabas por fuerza

suplicando por merced.

DON JUAN.—Todo así se satisface,

don Gonzalo, de una vez.

DON GONZALO.—¡Nunca! ¡Nunca! ¿Tú su esposo?

Primero la mataré.

Ea, entregádmela al punto,

o, sin poderme valer,

en esa postura vil

el pecho te cruzaré.

DON JUAN.—Míralo bien, don Gonzalo,

que vas a hacerme perder

con ella hasta la esperanza

de mi salvación tal vez.

DON GONZALO.—¿Y qué tengo yo, don Juan,

con tu salvación que ver?

DON JUAN.—¡Comendador, que me pierdes!

DON GONZALO.—¡Mi hija!

DON JUAN.—Considera bien

que por cuantos medios pude

te quise satisfacer;

y que con armas al cinto

tus denuestos toleré,

proponiéndote la paz

de rodillas a tus pies.

Escena X

Dichos y
DON LUIS,
soltando una carcajada de burla.

DON LUIS.—Muy bien, don Juan.

DON JUAN.—¡Vive Dios!

DON GONZALO.—¿Quién es ese hombre?

DON LUIS.—Un testigo

de su miedo, y un amigo,

Comendador, para vos.

DON JUAN.—¡Don Luis!

DON LUIS.—Ya he visto bastante,

don Juan, para conocer

cuál uso puedes hacer

de tu valor arrogante;

y quien hiere por detrás

y se humilla en la ocasión,

es tan vil como el ladrón

que roba y huye.

DON JUAN.—¿Esto más?

DON LUIS.—Y pues la ira soberana

de Dios junta, como ves,

al padre de doña Inés

y al vengador de doña Ana,

mira el fin que aquí te espera

cuando a igual tiempo te alcanza

aquí dentro su venganza

y la justicia allá fuera.

DON GONZALO.—¡Oh! Ahora comprendo… ¿Sois vos

el que…?

DON LUIS.—Soy don Luis Mejía,

a quien a tiempo os envía

por vuestra venganza Dios.

DON JUAN.—¡Basta, pues, de tal suplicio!

Si con hacienda y honor

ni os muestro ni doy valor

a mi franco sacrificio,

y la leal solicitud

con que ofrezco cuanto puedo

tomáis, vive Dios, por miedo

y os mofáis de mi virtud,

os acepto el que me dais

plazo breve y perentorio

para mostrarme el Tenorio

de cuyo valor dudáis.

DON LUIS.—Sea, y cae a nuestros pies

digno al menos de esa fama

que por tan bravo te aclama.

DON JUAN.—Y venza el infierno, pues.

¡Ulloa, pues mi alma así

vuelves a hundir en el vicio,

cuando Dios me llame a juicio

tú responderás por mí!

(
Le da un pistoletazo.
)

DON GONZALO.—(
Cayendo.
) ¡Asesino!

DON JUAN.—¡Y tú, insensato,

que me llamas vil ladrón,

di en prueba de tu razón

que cara a cara te mato!

(
Riñen, y le da una estocada.
)

DON LUIS.—(
Cayendo.
) ¡Jesús!

DON JUAN.—Tarde tu fe ciega

acude al cielo, Mejía,

y no fue por culpa mía.

Pero la justicia llega,

y a fe que ha de ver quién soy.

CIUTTI.—(
Dentro.
) ¡Don Juan!

DON JUAN.—(
Asomándose al balcón.
) ¿Quién es?

CIUTTI.—(
Dentro.
) Por aquí;

Salvaos.

DON JUAN.—¿Hay paso?

CIUTTI.—Sí:

arrojaos.

DON JUAN.—Allá voy.

Llamé al cielo, y no me oyó,

y pues sus puertas me cierra,

de mis pasos en la tierra

responda el cielo, y no yo.

(
Se arroja por el balcón, y se le oye caer en el agua del río; al mismo tiempo que el ruido de los remos muestra la rapidez del barco en que parte, se oyen golpes en las puertas de la habitación; poco después entra la justicia, soldados, etc.
)

Escena XI

Alguaciles, soldados. Luego
DOÑA INÉS
y
BRÍGIDA.

ALGUACIL 1.º.—El tiro ha sonado aquí.

ALGUACIL 2.º.—Aún hay humo.

ALGUACIL 1.º.—¡Santo Dios!

Aquí hay un cadáver.

ALGUACIL 2.º.—Dos.

ALGUACIL 1.º.—¿Y el matador?

ALGUACIL 2.º.—Por allí.

(
Abren el cuarto en que están
DOÑA INÉS
y
BRÍGIDA,
y las sacan a la escena;
DOÑA INÉS
reconoce el cadáver de su padre
).

ALGUACIL 1.º.—¡Dos mujeres!

DOÑA INÉS.—¡Ah! ¡Qué horror!

¡Padre mío!

ALGUACIL 1.º.—¡Es su hija!

BRÍGIDA.—Sí.

DOÑA INÉS.—¡Ah! ¿Dó estás, don Juan, que aquí

me olvidas en tal dolor?

ALGUACIL 1.º.—Él le asesinó.

DOÑA INÉS.—¡Dios mío!

¿Me guardabas esto más?

ALGUACIL 2.º.—Por aquí ese Satanás

se arrojó sin duda al río.

ALGUACIL 1.º.—Miradlos… a bordo están

del bergantín calabrés.

TODOS.—Justicia por doña Inés.

DOÑA INÉS.—Pero no contra don Juan.

(
Esta escena puede suprimirse en la representación, terminando el acto con el último verso de la anterior.
)

Parte II
Acto I

DON JUAN,
el Capitán
CENTELLAS,
don Rafael de
AVELLANEDA,
un
ESCULTOR,
la
SOMBRA
de doña Inés.

Panteón de la familia Tenorio. El teatro representa un magnífico cementerio, hermoseado a manera de jardín. En primer término, aislados y de bulto, los sepulcros de
DON GONZALO
de Ulloa, de
DOÑA INÉS
y de
DON LUIS
Mejía, sobre los cuales se ven sus estatuas de piedra. El sepulcro de
DON GONZALO
a la derecha, y su estatua de rodillas; el de
DON LUIS
a la izquierda, y su estatua también de rodillas; el de
DOÑA INÉS
en el centro, y su estatua al pie. En segundo término otros dos sepulcros en la forma que convenga; y en tercer término y en puesto elevado el sepulcro y la estatua del fundador,
DON DIEGO
Tenorio, en cuya figura remata la perspectiva de los sepulcros. Una pared llena de nichos y lápidas circuye el cuadro hasta el horizonte. Dos llorones a cada lado de la tumba de
DOÑA INÉS,
dispuestos a servir de la manera que a su tiempo exige el juego escénico. Cipreses y flores de todas clases embellecen la decoración, que no debe tener nada horrible. La acción se supone en una tranquila noche de verano, y alumbrada por una clarísima luna.

Escena I

El
ESCULTOR,
disponiéndose a marchar.

ESCULTOR.—Pues señor, es cosa hecha;

el alma del buen don Diego

puede, a mi ver, con sosiego

reposar muy satisfecha.

La obra está ya rematada

con cuanta suntuosidad

su postrera voluntad

dejó al mundo encomendada.

Y ya quisieran, ¡pardiez!,

todos los ricos que mueren

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