Dos velas para el diablo (13 page)

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Authors: Laura Gallego García

Tags: #Fantástico, infantil y juvenil

BOOK: Dos velas para el diablo
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… y, de pronto, estoy temblando de terror y me muero de ganas de marcharme de allí.

—La vas a asustar —murmura entonces Angelo, en castellano.

El otro demonio aparta su mirada de mí y la centra en Angelo. Y entonces dice, cambiando de idioma con total facilidad:

—Lleva una espada angélica.

No ha levantado la voz, pero hay una velada amenaza en sus palabras.

—Lo sé, pero no es una de ellos. Es humana.

—Ah —dice entonces el demonio—. ¿De modo que es ella? —Vuelve a mirarme, esta vez con cierta curiosidad.

—Me llamo Nergal —me dice—. Soy uno de los demonios más antiguos que viven sobre la faz de la Tierra. Muy pocos humanos me han visto, sabiendo quién soy, y han vivido para contarlo. Y tú osas presentarte aquí de la mano de un demonio…

—No le he cogido la mano —me apresuro a puntualizar molesta, pero me callo inmediatamente, inquieta, al comprender que acabo de interrumpir al mismísimo Nergal pero el me mira con fijeza y sonríe como un vampiro.

—Ah, de modo que aceptas la ayuda de un demonio y luego niegas tratos con él. ¿La hipocresía es una de esas cualidades que te enseñó tu padre, el ángel?

—Yo no niego nada —protesto sintiendo que me arden las mejillas—. Solo intento dejar claro nuestro grado de intimidad. Para que no haya confusiones.

Para mi sorpresa, Nergal acoge mi respuesta con una carcajada. Justo cuando empezaba a relajarme un poco, vuelve a ponerse tan serio que da escalofríos.

—Deberías estar muerta —dice con toda tranquilidad. Me incorporo un poco en mi silla, inquieta. Miro a Angelo, pero el no hace ademán de protegerme. Alzo la mano para alcanzar la empuñadura de mi espada.

—No lo hagas —dice Angelo en voz baja. Nergal no ha movido un solo músculo, pero hay algo tan amenazador en su sola presencia que bajo la mano, lentamente. Un camarero se acerca a nosotros; pero Nergal le dirige una breve mirada y el joven sacude la cabeza y vuelve a refugiarse en la cafetería, con el rabo entre las piernas. Intuyo que ya no vamos a ser molestados en toda la tarde.

—Deberías estar muerta —repite Nergal—. Envié a alguien a matarte y, sin embargo, has venido voluntariamente hasta mí. O eres estúpida o estás loca.

Estoy a punto de decirle que estoy aquí por consejo de Angelo; sin embargo, eso también parece un síntoma de locura o de estupidez, por lo que opto por callar y esperar a ver qué pasa. Si decide matarme, no habrá nada que yo pueda hacer al respecto.

Entonces, Angelo extrae con parsimonia la espada de Rüdiger de la vaina y se la enseña al demonio. Por supuesto, y a pesar de que la plaza está abarrotada de gente, nadie se fija en ella.

—Tu enviado está muerto —responde Angelo—. Y aquí está su espada.

—Comprendo —asiente Nergal—. Quieres cobrar la recompensa en su lugar. Pues has de saber que el trato era matar a la humana, no traerla viva.

—No quiero cobrar la recompensa. Quiero hacer otro trato.

Nergal se ríe.

—¿Otro trato? No sabes qué fue lo que me ofrecieron a cambio de la vida de la chica, ni si estás en situación de regatear.

Angelo se encoge de hombros.

—No pido mucho: solo información y dos días de plazo. Después puedes hacer lo que quieras.

¿Cómo ha dicho? Salto en mi sitio como si me hubiesen pinchado. ¿Angelo está comprando dos días más de vida para mí?

—¿Qué es esto? —exijo saber—. Hemos descubierto su juego y hemos matado a su enviado. ¡Es él quien nos debe, como mínimo, una explicación!

Nergal se ríe otra vez.

—Pequeña humana —me explica, con una sonrisa en la que me muestra todos los dientes—, los demonios no tenemos por qué dar explicaciones. Alguien paga por tu cadáver, y yo no tengo inconveniente en facilitárselo.

—Ah, por favor —protesto de nuevo—. Pero si todos los demonios sois asquerosamente ricos. ¿De verdad te vas a tomar tantas molestias para liquidar a una simple humana, y solo por dinero?

—Los demonios no intercambiamos dinero —se limita a contestar Angelo; él y Nergal cruzan una oscura sonrisa, y trago saliva sin poderlo evitar—. Con todo —prosigue—, es cierto que no dejas de ser una simple humana y, por lo tanto lo que hayan podido ofrecer por tu cabeza no puede ser gran cosa, comparado, al menos, con lo que podrían dar por liquidar a un ángel de verdad, o a otro demonio. —Nergal se queda mirándolo fijamente—. A cambio de la vida de la humana… ¿prometen acaso, la espada de un demonio? —pregunta Angelo con una sonrisa, ofreciéndole el arma de Rüdiger.

Nergal se toma su tiempo para contestar.

—No me sirve de mucho esa espada, Angelo —replica entonces.

—Sí te sirve. Rüdiger no cayó bajo mi arma, sino bajo la de Cat. Fue muerto por una espada angélica.

—Rüdiger era mi siervo —le recuerda Nergal entornando los ojos en una mueca amenazadora.

Angelo no parece impresionado.

—Pero ¿lo había sido desde siempre? —pregunta.

Nergal se echa hacia atrás, sin perder de vista a su interlocutor, pero no responde.

—Era un siervo reciente —aventura Angelo—, porque, de lo contrario, no lo habrías enviado a realizar una tarea tan poco importante como liquidar a una humana.

Nergal arquea las cejas.

—¿De verdad crees que sabes cómo pienso y de qué forma distribuyo el trabajo entre mis siervos?

—Nada más lejos de mi intención —se apresura a responder él—. Si Rüdiger era un siervo valioso, entonces la espada no te sirve de nada, y no va a compensar el agravio. Si no lo era, entonces lo que te ofrezco vale más que su vida y, por tanto, puedo esperar solicitar algo a cambio.

—Eres retorcido y manipulador, Angelo —manifiesta Nergal, pero sonríe ampliamente—. No obstante, sigo sin tener garantías de que el trato valga la pena.

—Rüdiger murió bajo la espada de Cat —insiste él—. Puedes comprobarlo tú mismo.

Nergal agarra la empuñadura. Se concentra en percibir algo, tal vez una sensación, tal vez una certeza. Por fin, parece que la espada le ha dicho lo que quiere saber.

—Caído en Combate —reconoce, y me mira entornando los ojos, con una mezcla de resentimiento y curiosidad.

—Puedes perder a más gente —dice Angelo— a cambio de una recompensa que ya no te vale la pena, puesto que ya has perdido a Rüdiger… o puedes quedarte con la espada a cambio de un par de nombres y reflexionar acerca de si merece el esfuerzo o no.

Nergal sigue mirándome fijamente. Sé lo que está pensando: que existe una tercera opción, y esa consiste en matarme ahora mismo. Pero entiendo, de pronto, que no lo hará, por la simple razón de que hay demasiada gente alrededor. No es que los demonios tengan miedo de los humanos, o de lo que estos puedan pensar de ellos. Pero les gusta ser discretos, y puede que ese sea el secreto del poder que ejercen sobre nosotros: que sabemos muy poco sobre ellos, y el resto tenemos que imaginárnoslo.

Y entiendo también por qué han quedado en un lugar público: es una forma de asegurarse de que nadie desenvainará la espada. Una forma de cubrirse las espaldas.

Lo cual significa que Nergal no sabía que Angelo acudiría conmigo. Es más: ni siquiera sabía aún que Rüdiger estaba muerto, ni que yo me había presentado en Berlín. Probablemente, si me hubiese quedado más tiempo en Madrid, habría venido a la cita prevenido, y entonces Angelo no habría tenido nada con lo que negociar.

—¿A ti no te interesa la espada, Angelo? —pregunta entonces Nergal.

Él se encoge de hombros con un gesto despreocupado.

—Demasiada responsabilidad.

Los dos se miran y cruzan una sonrisa, como si compartieran una broma secreta. No sé de qué va esto, pero no me produce buenas vibraciones.

—Me quedo con la espada —anuncia entonces Nergal, y se la quita a Angelo de las manos—. En cuanto al nombre que buscáis, siento no poder ofrecéroslo a cambio, puesto que lo desconozco. Las órdenes vienen de arriba, ya sabes. Lo único que se nos ha dicho es que la chica debe morir porque es la hija de un ángel. Nada más.

—Pero… —me rebelo—, pero… ¿eso es todo?

—Es mucho más de lo que debería haberte dicho —responde Nergal—. Y ahora, fuera de mi vista los dos, antes de que cambie de idea.

Me vuelvo hacia Angelo esperando que proteste, que diga algo. Sin embargo, mi demoníaco aliado se limita a sonreír como si le hubiesen revelado un gran secreto. ¿Qué diablos me estoy perdiendo?

Los dos demonios se levantan. Angelo se despide de nuestro interlocutor con una breve inclinación de cabeza. Yo me pongo en pie también, pero no estoy dispuesta a marcharme así, sin más.

—¡Espera! —le digo a Nergal—. ¿Quién mató a mi padre?

El demonio ya se iba, pero se vuelve hacia mí bruscamente. Y su gesto ha dejado de ser amable.

—He… dicho… fuera… de… mi… vista —susurra con una voz que no es de este mundo, una voz que evoca todos los tormentos del infierno, que auna pánico, ira, odio, dolor y, sobre todo, la esencia de la más pura maldad, el corazón del caos primigenio. Su voz y su mirada, donde arde todo el fuego del averno, se cuelan hasta lo más profundo de mi ser y me paralizan de terror. Y de mi garganta brota un espantoso grito de horror.

Nergal da media vuelta y se marcha dejándome en el suelo, donde me retuerzo en pleno ataque del miedo más profundo e irracional. Grito y me convulsiono, aterrorizada, como si todos los demonios del mundo se hubiesen apoderado de mí. Levanto la mirada al cielo y solo veo la cúpula de la Postdamer Platz, que parece girar sobre sí misma en un torbellino metálico, como una espiral que se abalanza sobre mí, iluminada con un resplandor violáceo, casi fantasmal. La gente se ha quedado mirándome, pero apenas lo percibo, como tampoco noto los brazos de Angelo, que me rodean, ni su voz susurrándome al oído:

—Tranquilízate… despierta… vamos, Cat… tranquila…

La voz de Angelo es suave y amistosa, pero no deja de ser la voz de un demonio, y lo único que consigue es redoblar mi pánico. Grito con toda la fuerza de mis pulmones y me convulsiono una última vez antes de perder el sentido, mientras oigo, en lo más profundo de mi alma, una carcajada de ultratumba, la risa de Nergal burlándose de las pretensiones de una niña humana.

Me despierto de noche, en una habitación que tardo en reconocer, la que comparto con otras tres chicas en mi hostal berlinés. Intento incorporarme, pero no puedo. Estoy demasiado cansada, como si me hubiese quedado sin fuerzas. Trato de hablar, pero de entre mis labios solo escapa un débil gemido.

—Te dije que no lo desafiaras —dice la voz de Angelo en la oscuridad.

Intento responder, pero solo emito otro gemido, un poco más agudo.

—Silencio —me recomienda Angelo en voz baja—. Vas a despertar a tus compañeras de cuarto.

Poco a poco, vuelvo a la realidad. Es de noche y estoy tendida en mi cama. Las otras chicas están durmiendo. No sé cuánto rato llevo aquí, pero, probablemente, cuando ellas volvieron al hostal yo ya estaba en la cama, y no han querido despertarme.

Angelo está sentado junto a mí. Es verdad que no debería estar aquí.

—Voy a hablar —susurra él—, y tú vas a escuchar, ¿de acuerdo?

Intento asentir, pero me duele el cuello y apenas puedo mover la cabeza.

—No fue Nergal quien trató directamente con la persona que quiere matarte. Fue su superior, Agliareth. ¿Sabes lo que significa eso? Que quien te persigue es lo bastante poderoso como para poder recurrir al mismísimo Señor de los Espías. Quizá este no lo considerara un asunto importante, y por eso le encomendó el trabajo a Nergal, pero el hecho es que, en teoría, cualquier demonio podría haberte encontrado y matado sin problemas. Y, sin embargo, se lo encargaron a Agliareth, y eso quiere decir que quien lo hizo no quería dejar huella, por un lado, y quería asegurarse de que acabaras muerta, por otro. Es decir, que se lo ha tomado muy en serio.

»Con Agliareth no podemos regatear. De hecho, con Agliareth ni siquiera podemos hablar. Seguimos sin tener idea de quién te persigue, pero sí sabemos que lo hace porque eres la hija de un ángel. De ese ángel, en concreto, así que puede que, después de todo, se trate de algo que hizo tu padre antes de morir. Quizá se cruzó en el camino de algún demonio poderoso, quizá posee un secreto que nadie más debía saber, y si sospechan que te lo transmitió a ti…

Intento hablar de nuevo, pero solo consigo negar con la cabeza.

—No puedes saberlo todo sobre tu padre —dice Angelo—. Era muchísimo más viejo que tú. No puedes saber qué ha hecho a lo largo de sus varios millones de años de vida, antes de que tú nacieras.

Trato de sacudir la cabeza. Algo me dice que no van por ahí los tiros. Quizá porque una de las primeras lecturas de mi infancia fue el
Libro de Enoc
, o quizá porque soy así de paranoica, pero el caso es que eso de que quieran matarme «porque soy la hija de un ángel» me suena demasiado a pecado ancestral, según algunas fuentes. Intento decírselo a Angelo, pero solo puedo susurrar:

—… Enoc…

Angelo niega con la cabeza.

—El hecho de ser la hija de un ángel no te hace tan importante ni tan especial. Los ángeles y los demonios hemos dejado mucha descendencia entre los humanos. Especialmente los demonios —añade tras una pausa; no puedo evitar preguntarme, de pronto, si Angelo tendrá hijos. Pese a su aspecto juvenil, casi adolescente, no hay que olvidar que tiene miles de años—. Por eso, ni en un bando ni en otro se considera que sea algo malo tener hijos mortales, ni mucho menos nos molestaríamos en ir persiguiendo a esos niños por el simple hecho de ser medio humanos. Tenemos cosas más importantes en que pensar.

Angelo hace una pausa. Yo ni siquiera trato de hablar esta vez. Entonces él añade, con seriedad:

—Así que acepta mi consejo, Cat, y vete muy lejos, deja esa espada en cualquier otra parte y empieza una nueva vida anónima… o ponte bajo la protección de los ángeles, porque no vas a poder seguir con esto tú sola.

—¿Sola? —consigo repetir, con un hilo de voz.

Angelo suspira brevemente.

—Lo siento, pero yo no voy a llegar más lejos. Fue divertido mientras nos enfrentamos a demonios de la talla de Rüdiger, pero mira lo que ha hecho contigo Nergal con solo mirarte, e imagina cómo serán los demonios que están a la altura de su superior, Agliareth. No puedes enfrentarte a ellos, y yo tampoco. Adiós, Cat.

Siento que se levanta, que me da la espalda y que se aleja, como una sombra, a través del dormitorio. Trato de llamarlo, pero solo logro pronunciar su nombre con un hilo de voz que suena patético y humillante:

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