Dos velas para el diablo (36 page)

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Authors: Laura Gallego García

Tags: #Fantástico, infantil y juvenil

BOOK: Dos velas para el diablo
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Me detengo y lo miro, impresionada.

«No… no puedes estar hablando en serio», balbuceo.

«Muy en serio. Al principio, cuando tus antepasados empezaron a cazar sin medida y aniquilaron a gran parte de la megafauna del planeta, los demonios nos hicimos más fuertes y poderosos. Muchos celebramos el gran hallazgo de Azazel y los suyos. Sí…, mientras ellos sufrían tormentos en el infierno, los demás observábamos a los humanos, encantados. Los animábamos, los alentábamos y nos mezclábamos con ellos. Para cuando los ángeles quisieron intervenir, ya era demasiado tarde».

Me cuesta creerlo y asimilarlo. Porque Astaroth no está hablando de los tiempos modernos. Está hablando de la prehistoria. Está insinuando que los humanos ya provocábamos extinciones en masa cuando nuestras armas de destrucción más mortíferas eran piedras y palos. Es absurdo.

Sin embargo, mi padre me habló alguna vez de la megafauna prehistórica. Lobos del tamaño de osos. Perezosos de tres metros de alto. Armadillos tan grandes como coches. Los mamuts y toda su parentela. Y los uros. Manadas enteras de uros, una especie parecida al buey, enormes y magníficos, que en tiempos pasados poblaron las praderas de toda Europa.

A mi padre, según me contó en cierta ocasión, le gustaban mucho los uros.

Todas esas especies llevaban habitando la Tierra cientos de miles de años y, sin embargo, no tardaron en extinguirse cuando el ser humano salió de África y empezó a poblar otros continentes. ¿Casualidad?

«¿Insinúas que exterminamos a todos esos animales cuando ni siquiera teníamos medios para ello?», protesto, indignada.

Astaroth se ríe.

«Oh, sí que teníais medios», me contradice. «El raciocinio. El libre albedrío. La ambición. La crueldad. Y la ignorancia. Con eso os bastó. Con todo, debo decir que el debate acerca de la bondad o la maldad del ser humano nos ha entretenido durante siglos. Vuestros defensores entre los demonios y vuestros detractores entre los ángeles forman el bando de los que opinan que sois una auténtica catástrofe para el mundo, y que lo erais ya en tiempos prehistóricos. Por el contrario, los que piensan que no sois tan malos hablan a vuestro favor en círculos angélicos, y en vuestra contra en ambientes demoníacos».

«Es un galimatías», opino.

«La extinción de la megafauna prehistórica fue el primer aviso», prosigue Astaroth. «Pero, aun entonces, todavía vivíais más o menos en armonía con la naturaleza. Luego, empezasteis a asentaros, y aprendisteis a cultivar, y a criar animales, y a construir ciudades. Y pese a que seguíais destruyendo sin medida, a los ángeles les encantaron algunos de vuestros logros. El arte, el lenguaje, la espiritualidad, la filosofía… incluso la técnica. Estabais creando cosas nuevas, Cat. A algunos ángeles eso les asustó, pero otros vieron en vosotros la manifestación más clara del poder de Dios.

»No obstante, a estas alturas, ya es inevitable darse cuenta de lo que estáis haciendo. Porque ya no os limitáis a matar a otros seres vivos sin control. Destruís su entorno, y a menudo lo hacéis de manera irreversible. Y eso es lo peor. Ha habido otras grandes extinciones en nuestro planeta… catástrofes que han estado a punto de acabar con toda la vida que medraba en él. Todo ello sucedió millones de años antes de que aparecieran los primeros humanos, pero no fue irreversible. En todos aquellos casos, la vida tenía oportunidad de resurgir, y lo hizo… los ángeles se esforzaron mucho para que nuestro mundo resucitase, una y otra vez. Sin embargo… vosotros no solo destruís la vida, sino que estáis atacando a las mismas condiciones necesarias para que la vida exista: la tierra, el aire, el mar. Algo que ni el mismo Lucifer se habría atrevido a hacer. Y lo más desconcertante de todo es que no parecéis ser conscientes de ello, que no es ese vuestro objetivo. Se trata, simplemente, de que vuestra forma de vida, vuestra simple existencia, es una mala noticia para el resto del planeta. E incluso los demonios nos hemos dado cuenta del peligro que supone eso para todos, también para nosotros. Nos hicisteis poderosos en tiempos pasados, pero ahora nuestra fuerza está menguando, porque no existe la muerte sin la vida. A la larga, si esto sigue así, los demonios nos extinguiremos también.

»Evidentemente, yo no soy el único que se ha percatado del desastre que estáis provocando. En ambos bandos hay gente que lo tiene presente. Y no van a esperar a que lo solucionéis, Cat. Están actuando ya».

Una pieza más encaja.

«El virus», murmuro. «El virus que debía eliminar a todos los seres humanos del planeta…».

«… para salvarlo, sí», asiente Astaroth. «Ese es el plan de Nebiros, del cual me enteré gracias a Angelo y a ti. Pero, en primer lugar, Nebiros no está solo, y en segundo lugar, no es el único que tiene un plan».

En ese momento salimos al exterior, atravesando una de las paredes de piedra de la pirámide. La luz del sol golpea mi esencia como una revelación y recuerdo, de pronto, la conspiración de Astaroth, aquello que se traía entre manos y de lo cual Hanbi no nos quiso dar detalles. Supusimos que estaba tratando de asaltar el trono del infierno, ocupar el lugar de Lucifer, pero, si hay algo de verdad en toda esta locura, sus intenciones van mucho más allá.

«Nosotros pensamos que hay otra manera de salvar el mundo. Es arriesgado, y nada nos garantiza que vaya a funcionar, pero hemos de intentarlo. Todos aquellos a quienes les caéis bien los humanos, en uno y otro bando, estarían de acuerdo en que hay que probarlo, al menos. No obstante, es un plan audaz y temerario, y no cuenta, por el momento, con la aprobación de nuestros líderes. Por eso era, y sigue siendo, un plan secreto».

«Salvar el mundo…», repito anonadada, «sin eliminar a los humanos…».

Tengo una sospecha acerca de lo que quiere decir. Es una locura, pero es lo único que tiene algo de sentido. Lo que pretende Astaroth… lo que están haciendo él y su gente…

«Recrear el origen del ser humano», me confirma. «Recrear las comunidades que surgieron durante la Tregua. Que vuelvan a nacer los hijos del equilibrio. Niños con suficiente sangre angélica como para reequilibrar la balanza. Ese es nuestro plan».

De nuevo, me quedo helada. Hijos del equilibrio. Niños nacidos de ángeles y demonios. No puede estar hablando en serio.

Hemos pasado de debatir acerca del futuro de los ángeles, del origen de la humanidad y la destrucción del mundo, a… algo tan concreto como el misterio de mi nacimiento, de mi esencia misma.

«Entonces… yo…», murmuro.

El demonio asiente. Flota por encima de la pirámide y contempla, pensativo, la selva tropical que se extiende a nuestros pies. Una selva que, no me cabe duda, era mucho más exuberante en los tiempos en los que Metatrón caminaba por estas tierras, encarnado en un ser alado al que los mayas tenían por un semidiós.

Pero eso no me importa ahora. Junto a Astaroth, el Gran Duque del Infierno, contemplo nuestro mundo y me pregunto cuál es mi lugar en él.

Y, como si hubiese leído mis pensamientos, Astaroth responde:

«Tú fuiste la primera de esa generación de niños. Tu padre, Iah-Hel, era de los nuestros, de lo que se conoce como el Grupo de la Recreación; fue a Florencia para aprender más cosas acerca de aquellos primeros días, de los albores del ser humano. Entre todos los ángeles y demonios implicados, Azazel era la única que recordaba con detalle qué había sucedido. Iah-Hel fue enviado junto a ella para reunir información, para tantearla, para ver, finalmente, si podría estar interesada en unirse a nosotros. Pero… ambos congeniaron mejor de lo que habíamos previsto… y naciste tú. Ya habrás visto que tu madre vive en el pasado, Cat, y que el largo castigo de Lucifer dejó secuelas en ella. Nos pareció demasiado inestable, demasiado peligrosa como para revelarle la verdad y hacerla partícipe de nuestro plan. Y tú eras demasiado valiosa como para dejarte con ella. Por eso Iah-Hel te llevó consigo, te alejó de tu madre y pasó toda su vida escondiéndote de ella… hasta que ella os encontró, y le asesinó».

Cierro los ojos, mareada. Es demasiada información, demasiadas cosas que no quiero saber. Pero Astaroth continúa hablando.

«Cuando nos enteramos de la muerte de Iah-Hel, enviamos a alguien a buscarte. Pero no estabas con tu madre, y nadie tenía noticia de ti. Te localizamos finalmente en Berlín; ibas acompañada de un demonio menor, y estabas tratando de averiguar quién estaba detrás de la muerte de tu padre. Descubrimos, para nuestra sorpresa, que había gente interesada en matarte. Sabíamos que Azazel te buscaba también, pero no para matarte, por lo que encargué a Angelo que cuidara de ti. Está claro que no lo hizo muy bien».

No respondo. Astaroth sigue hablando, sin piedad: «Después de que te mataran, pedimos a Angelo que averiguara quién te quería muerta. Sospechábamos que alguien había descubierto nuestro plan y conocía tus orígenes, y aunque los tiempos han cambiado y la relación entre un ángel y un demonio no se castigaría de la misma manera que en épocas remotas, suponíamos que habría gente, en uno y otro bando, que no lo aprobaría y que podía llegar al extremo de volverse contra nosotros… y contra los nuevos hijos del equilibrio. Pero vuestras pesquisas os llevaron hasta Nebiros y su plan de exterminar a toda la raza humana. Eso al principio nos desconcertó: ¿qué tenía que ver ese proyecto demencial contigo… con nosotros? Pensamos mucho en ello, y creo que por fin hemos dado con la respuesta: Nebiros sabía quién eras y, si prefería verte muerta, se debía a que probablemente eras un peligro para la ejecución de su plan».

«No veo por qué», respondo abatida.

«Es fácil», responde Astaroth. «Ese virus ha sido diseñado para acabar con los humanos, y solo con ellos. Con los humanos actuales, quiero decir. Vosotros… los nuevos hijos del equilibrio… no sois como los humanos actuales. Pertenecéis a otra cepa. Hijos directos de los ángeles y los demonios. Mucho más resistentes. Diferentes al resto. Muy probablemente —sonríe— seáis inmunes al virus de Nebiros».

«Qué bien», comento sin mucho entusiasmo. «Sería una buena noticia, de no ser porque a mí no me sirve de gran cosa: ya estoy muerta».

«Pensé que te interesaría saberlo», añade Astaroth, «porque esa es la razón por la que Nebiros envió a los suyos a matarte, y por la que están matando a los demás».

«¿A los demás?», repito mecánicamente. Hace ya un rato que he perdido la capacidad de sorprenderme. Sospecho que me encuentro en una especie de estado de shock.

«A los demás», confirma el demonio, «porque hay otros como tú. Hijos de ángeles y de demonios, niños que poseen mucho más de la esencia angélica que el resto de los humanos. Son ya cerca de un centenar, y los tenemos bien protegidos. Pese a ello, Nebiros ha logrado matar a una docena, entre los cuales te encuentras tú. Por ese motivo era tan importante que supiéramos quién era nuestro enemigo. Para salvar a los demás niños».

«Bueno», respondo con cierta tristeza. «Por lo menos, mi muerte sirvió de algo».

«Sí», asiente Astaroth con una macabra sonrisa. «Cuando te mataron, pensamos que te habías ido por el túnel de luz. Al final resultó que te quedaste, y nos has sido más útil muerta que viva».

«Eso no ha sido muy amable por tu parte», replico dolida.

La sombra de Astaroth se estremece con lo que parece ser una grave risa.

«Soy un demonio, Cat. No fui hecho para ser amable».

Pienso inmediatamente en Angelo, en que no hace mucho me dijo algo parecido. Y, sin embargo, Angelo me ha ayudado… por los motivos que sean, pero ha sido el único que ha estado a mi lado todo este tiempo. ¿Dónde estaba Astaroth cuando me mataron? ¿Dónde estaba cuando iba en busca de los asesinos de mi padre?

«Te equivocas», le digo temblando. «Un demonio puede ser amable, si quiere. Yo lo sé».

Astaroth me responde con una carcajada. Parece que me ha leído el pensamiento, porque responde:

«Te has encariñado con Angelo, Cat, y no deberías haberlo hecho. Porque el tiempo que ha pasado contigo es solo un parpadeo comparado con su larga, larguísima vida. Y el rostro que te ha mostrado es solo uno de tantos. No te gustaría conocer los demás».

«¿Por qué no?», lo desafío. «¿No se supone que la labor de los demonios es necesaria para el equilibrio del mundo?».

«Es necesaria», asiente Astaroth. «Pero nunca se dijo que fuera agradable para los mortales».

No respondo. Pese a ello, el Gran Duque sigue hablando.

«Como comprenderás, cuando Angelo empezó a trabajar para mí, investigué un poco sobre él. Ahora mismo, sé más cosas sobre tu enlace que las que él mismo recuerda. ¿Quieres que te las cuente?».

Vacilo.

«No estoy segura de que…».

«Angelo, como todos los ángeles y demonios, ha tenido muchos nombres antiguos. Ha viajado mucho, y se le puede rastrear a través de los mitos de muchas culturas. Siempre apariciones fugaces, siempre encarnado en dioses menores o en semidioses. Pero pasó mucho tiempo en África, entre los yoruba. En tiempos antiguos lo llamaron Shangó. Ese fue uno de sus múltiples nombres».

Me mira, pero no reacciono. El nombre no me dice nada.

«Shangó, el dios del rayo, del fuego y de la guerra. Un dios al que le gustaba disfrutar de los placeres de la vida, que se mezcló con los humanos y los gobernó durante generaciones. Y fue un rey tirano y cruel. Utilizaba el trueno y el fuego para destruir con facilidad y despreocupación. Allá donde iba, le seguía un rastro de cenizas. Era egoísta, soberbio y belicoso. Como la mayor parte de nosotros, desde luego. Cientos de personas fueron abatidas por sus rayos. Miles de guerreros fueron a la batalla por su causa. Millones de criaturas perecieron en los incendios que provocaba solo por diversión. Abandonó África cuando un ángel lo expulsó de allí. No he logrado averiguar quién fue, pero en la mitología yoruba lo recuerdan con el nombre de Gbonka. Dicen que derrotó a Shangó y que este, avergonzado, se suicidó. Pero en realidad lo que hizo fue renunciar a su cuerpo mortal y regresar al estado espiritual, para volver a materializarse, con otro aspecto, en Europa, donde probablemente adoptó otros muchos nombres antes de ser Angelo».

Sigo sin responder.

«Y sí, le gustaban las mujeres humanas», prosigue Astaroth. «A pesar de su tendencia natural a la destrucción, adoraba a tu especie, y dicen que le encantaba la buena vida. Reinó en África durante muchas generaciones, y en ese tiempo tuvo varias parejas, diablesas la mayoría de ellas. Pero hubo una de ellas que fue humana, y con la que engendró hijos, y le fue fiel a lo largo de toda la vida de ella».

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