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Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #Ciencia Ficción

Dune. La casa Harkonnen (30 page)

BOOK: Dune. La casa Harkonnen
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El barón maldijo para sí.
¿Qué ha hecho este idiota ahora?

—Sufrió una especie de avería mecánica en su nave. ¿Venía a visitarnos, tal vez? ¿A espiar… incluso a atacar? —A continuación, apareció en la pantalla una imagen en vídeo de la no-nave siniestrada, todavía humeante al borde del huerto destrozado—. Pilotaba una nave muy interesante. Observad cómo aparece y desaparece. ¿Una especie de mecanismo de invisibilidad averiado? Muy ingenioso.

Los ojos del barón casi se le salieron de las órbitas.
¡Dioses del infierno, también hemos perdido la no-nave!
No sólo la Hermandad había capturado a su sobrino, sino que había permitido que la no-nave (el arma secreta más poderosa de los Harkonnen) cayera en manos de las brujas.

Piter de Vries se movió con sigilo y susurró en su oído, con la intención de calmarle.

—Respirad poco a poco y profundamente, mi barón. ¿Deseáis que continúe las negociaciones con la madre superiora?

El barón se serenó con un supremo esfuerzo y se volvió hacia la pantalla. Más tarde se las vería con Rabban.

—Mi sobrino es un completo idiota. No le di permiso para coger la nave.

—Una explicación muy conveniente.

—Os aseguro que será severamente castigado por sus insensatas acciones. También pagaremos todos los daños causados a vuestra escuela.

Hizo una mueca, mortificado por la facilidad con que había reconocido la derrota.

—Unos pocos manzanos. No hay motivos para presentar una denuncia… o informar al Landsraad, si colaboráis.

—¡Colaborar! —Las aletas de la nariz del barón se dilataron, dio un paso atrás y estuvo a punto de perder el equilibrio. Tenía pruebas contra ellas—. ¿Vuestro informe incluiría un resumen de cómo vuestra reverenda madre liberó un arma biológica contra mi persona, violando los principios de la Gran Convención?

—De hecho, nuestro informe incluiría algunas especulaciones —dijo Harishka con una tensa sonrisa—. Tal vez recordéis un interesante incidente acaecido hace unos años, cuando dos naves tleilaxu fueron atacadas misteriosamente en el interior de un Crucero de la Cofradía. El duque Leto Atreides fue acusado de la atrocidad, pero negó las acusaciones, cosa que pareció ridícula en aquel tiempo, pues no había más naves cerca. Ninguna nave visible, al menos. Hemos confirmado que también había una fragata Harkonnen en las cercanías, que se dirigía a la coronación del emperador.

El barón se obligó a permanecer inmóvil.

—Carecéis de pruebas.

—Tenemos la nave, barón. —La imagen del aparato se materializó en la pantalla de nuevo—. Cualquier tribunal competente llegaría a la misma conclusión. Esta revelación interesará en grado sumo a los tleilaxu y los Atreides. Y no digamos a la Cofradía Espacial.

Piter de Vries paseó la vista entre el barón y la pantalla, mientras su complejo cerebro se esforzaba en encontrar una solución aceptable, sin el menor éxito.

—Eso significará para vos la pena de muerte, bruja —dijo el barón—. Tenemos pruebas de que la Bene Gesserit desencadenó un agente biológico nocivo. Me bastará pronunciar una palabra y…

—Y tenemos pruebas de otra cosa, ¿verdad? —interrumpió Harishka—. ¿Qué opináis, barón? ¿Dos pruebas se anulan entre sí? ¿O nuestra prueba es mucho más interesante?

—Facilitadme la cura para mi enfermedad, y consideraré la posibilidad de retirar mis acusaciones.

En la pantalla, Harishka le miró con ironía.

—Mi querido barón, no existe cura. La Bene Gesserit utiliza medidas permanentes. No hay nada reversible. —Parecía dispensarle una compasión burlona—. Por otra parte, si guardáis nuestros secretos, nosotras guardaremos los vuestros. Y podréis recuperar a vuestro fastidioso sobrino… antes de que le hagamos algo irreversible.

De Vries interrumpió, consciente de que el barón estaba a punto de estallar.

—Además, insistimos en la devolución de nuestra nave accidentada.

No podían permitir que la Hermandad accediera a la tecnología del no campo, aunque ni siquiera los Harkonnen la comprendieran.

—Imposible. Ninguna persona civilizada desearía que tal nave de ataque fuera reparada. Por el bien del Imperio, hemos de tomar medidas para detener el desarrollo de esta tecnología mortífera.

—¡Tenemos más naves! —dijo el barón.

—Es una Decidora de Verdad, mi barón —susurró De Vries. La anciana Bene Gesserit les miró con aire desdeñoso, mientras el barón sudaba por encontrar una respuesta mejor.

—¿Qué haréis con los restos?

El barón apretó los puños con tal fuerza que los nudillos crujieron.

—Pues… los haremos desaparecer, por supuesto.

Cuando Rabban regresó, el barón le golpeó con el bastón y le encerró en su camarote hasta que volvieran a Giedi Prime. Pese a su estúpida impetuosidad, el hombre seguía siendo el presunto heredero de la Casa Harkonnen.

De momento.

El barón se paseaba de un lado a otro y golpeaba las paredes, mientras intentaba imaginar el peor castigo que pudiera infligir a su sobrino, una pena adecuada por los increíbles perjuicios que había causado el torpe ataque de Rabban. Por fin, dio con la solución y sonrió.

En cuanto volvieron a casa, Glossu Rabban fue enviado al remoto planeta de Lankiveil, donde viviría con su apocado padre Abulurd.

33

El comportamiento de los Atreides es un ejemplo de honor para nuestros hijos, y es posible que también lo sea para nuestra progenie.

Duque L
ETO
A
TREIDES
, Primer discurso a la Asamblea del Landsraad

Habían transcurrido dieciocho meses.

La luna llena bañaba el castillo de Caladan, y las torrecillas arrojaban sombras sobre el borde del acantilado que dominaba el revuelto mar. Desde el jardín ornamental, Thufir Hawat veía al duque Leto y a Kailea Vernius pasear junto al borde del precipicio, amantes con mala estrella.

Ella era su concubina oficial, pero sin ataduras, desde hacía más de un año, y a veces preferían disfrutar de momentos románticos y tranquilos como este. Leto no tenía la menor prisa en aceptar las numerosas ofertas de alianzas matrimoniales que recibía de otras Casas del Landsraad.

La constante vigilancia de Hawat irritaba al duque, quien exigía cierta intimidad. Pero al Mentat, como jefe de seguridad de la Casa Atreides, le daba igual. Leto era propenso a colocarse en posiciones vulnerables, a confiar demasiado en la gente que le rodeaba. Hawat prefería incurrir en la desaprobación del duque por estar demasiado alerta, que permitir un error fatal. El duque Paulus había muerto en el ruedo porque Hawat no había estado lo bastante atento. Juró que nunca volvería a cometer una equivocación semejante.

Mientras Leto y Kailea paseaban en la fría noche, Hawat sufría por si la senda era demasiado estrecha, demasiado cercana a una caída mortal hasta la orilla rocosa. Leto se negaba a aceptar barandillas. Quería que el sendero continuara exactamente igual como lo había dejado su padre, pues el viejo duque también había paseado por los promontorios, mientras reflexionaba sobre asuntos de estado. Era una cuestión de tradición, y los Atreides eran hombres valientes.

Hawat escudriñó la oscuridad con lentes infrarrojas, no distinguió otros movimientos en las sombras que los de sus guardias apostados en la senda y en la base de la roca. Indicó a dos de sus hombres que cambiaran de posiciones con una tenue luz infrarroja.

Tenía que estar siempre vigilante.

Leto sujetaba la mano de Kailea, contemplaba sus delicadas facciones y el cabello cobrizo que la brisa nocturna agitaba. La joven se había subido el cuello de la chaqueta alrededor de su esbelta garganta. Tan hermosa como cualquier otra dama del Imperio, la hermana de Rhombur se comportaba como una emperatriz. Pero Leto nunca podría casarse con ella. Debía permanecer fiel a las tradiciones, como había hecho su padre, y su abuelo antes que él. El camino del honor… y de la conveniencia política.

Sin embargo, nadie, ni siquiera el fantasma de Paulus Atreides, podía oponerse a tal unión si algún día la Casa Vernius recuperaba su fortuna. Durante meses, con el apoyo total de Leto, Rhombur había enviado en secreto modestos fondos y otros recursos a C’tair Pilru y a los Combatientes por la Libertad de Ix mediante canales subrepticios, y a cambio había recibido fragmentos de información, inventarios, imágenes de vigilancia. Ahora que por fin se había puesto en acción, Rhombur parecía más animado y vivo que nunca.

Leto se detuvo en lo alto de la senda que descendía a la playa y sonrió, pues sabía que Hawat estaba cerca, como siempre. Se volvió hacia su concubina.

—Caladan ha sido mi hogar desde que era niño, Kailea, y para mí siempre es hermoso. Pero ya me he dado cuenta de que aquí no eres feliz.

Una gaviota nocturna alzó el vuelo y les sobresaltó con sus graznidos.

—No es culpa tuya, Leto. Ya has hecho mucho por mi hermano y por mí. —Kailea no le miraba—. Esto no es… el lugar donde imaginaba que viviría.

—Ojalá pudiera llevarte a Kaitain más a menudo —dijo Leto, que conocía sus sueños—, para que pudieras disfrutar de la corte imperial. He visto cómo resplandeces en los acontecimientos de gala. Estás tan radiante que me entristece tener que devolverte a Caladan. Esto carece de encanto, no te facilita la vida a que estabas acostumbrada.

Las palabras eran una disculpa por todas las cosas que no podía ofrecerle: el lujo, el prestigio, la legitimidad de pertenecer a una Gran Casa de nuevo. Se preguntó si ella comprendía el sentido del deber que le ataba.

La voz suave de Kailea sonó vacilante. Toda la tarde había estado nerviosa. Se detuvo en el sendero.

—Ix ha desaparecido, Leto, y con él todo su encanto. Ya lo he aceptado. —Se volvieron para mirar en silencio el océano negro como la noche, antes de que ella volviera a hablar—. Los rebeldes de Rhombur nunca podrán derrotar a los tleilaxu, ¿verdad?

—Sabemos muy poco de lo que está sucediendo en realidad allí. Los informes son escasos. ¿Crees que es mejor no intentarlo? —Leto la miró fijamente con sus ojos grises, intentando comprender su angustia—. Los milagros son posibles.

Ella aprovechó la oportunidad que esperaba.

—Los milagros sí. Y ahora he de contarte uno, mi duque. —Él la miró sin comprender, y los labios de Kailea se curvaron en una extraña sonrisa—. Voy a tener un hijo tuyo.

Leto se quedó de una pieza. En el mar, a lo lejos, un banco de murmones entonaba una dramática canción como contrapunto a las boyas sónicas que indicaban el emplazamiento de los arrecifes traicioneros. Leto se inclinó y besó a Kailea, saboreó la conocida humedad de su boca.

—¿Estás contento? —Su voz era muy frágil—. No intenté concebirlo. Ha sucedido sin más.

Leto retrocedió un paso para examinar su rostro.

—¡Por supuesto! —Tocó su estómago con ternura—. Había imaginado tener un hijo.

—Tal vez sería el momento adecuado para conseguirme otra dama de compañía —dijo Kailea, angustiada—. Necesitaré ayuda para los preparativos del parto, y sobre todo cuando el niño haya nacido.

Leto la estrechó entre sus fuertes brazos.

—Si quieres otra dama de compañía, la tendrás. —Thufir Hawat se encargaría de investigar a las posibles candidatas con su habitual minuciosidad—. ¡Conseguiré diez, si así lo deseas!

—Gracias, Leto. —La joven se puso de puntillas para besarle en la mejilla—. Pero con una será suficiente.

Polvo y calor lo cubrían todo. Confiando en que un clima seco sería beneficioso para su estado de salud, el barón Harkonnen pasaba más tiempo en Arrakis. Pero aún se sentía desdichado.

En su estudio de Carthag, el barón revisaba los informes sobre la recolección de especia, intentaba imaginar nuevos métodos de ocultar sus ganancias al emperador, a la CHOAM, a la Cofradía Espacial. Debido a su tamaño cada vez mayor, habían practicado un hueco en el escritorio para acomodar su estómago. Sus brazos flácidos descansaban sobre la sucia superficie.

Un año y medio antes, la Bene Gesserit le había acorralado mediante amenazas y contramenazas, le había chantajeado sin piedad. Rabban había perdido su no-nave. Las brujas y él se mantenían a una distancia mutua segura.

Aun así, las heridas supuraban, y cada día estaba más débil… y gordo.

Sus científicos habían intentado construir otra no-nave, sin la ayuda del genio richesiano Chobyn, al que Rabban había asesinado. El barón se enfurecía cada vez que pensaba en las numerosas meteduras de pata de su sobrino.

Los planos y holograbaciones del proceso de construcción original eran defectuosos, al menos eso afirmaban los científicos del barón. Como resultado, su primer prototipo nuevo se había estrellado en las estribaciones de obsidiana del monte Ebony, y toda la tripulación había perecido.
Lo tienen bien merecido.

El barón se preguntó si preferiría una muerte repentina como esa al torturante deterioro y debilitación progresivos que le afligía. Había invertido una astronómica cantidad de solaris en el laboratorio de investigaciones médicas de Giedi Prime, con la ayuda reticente y esporádica del doctor Suk richesiano Wellington Yueh, más interesado en sus investigaciones sobre los cyborgs que en encontrar formas de paliar los sufrimientos del barón. El primer ministro richesiano todavía no le había enviado la factura por sus servicios, pero al barón le daba igual.

Pese a todos sus esfuerzos no se habían producido resultados, y las continuas amenazas no parecían servir de nada. Para el barón, el simple acto de caminar, que antes realizaba con gracia y elegancia sin parangón, constituía ahora una odisea. Pronto, ni el bastón le sería suficiente.

—He recibido noticias de un acontecimiento interesante, mi barón —dijo Piter de Vries entrando en las polvorientas oficinas de Carthag.

El barón frunció el entrecejo, molesto por la interrupción. El enjuto Mentat, cubierto con un manto azul claro, ocultó su sonrisa teñida de safo.

—La concubina del duque Leto Atreides ha solicitado a la corte imperial los servicios de una dama de compañía personal. He venido a informaros lo antes posible. No obstante, debido a la urgencia de la situación me he tomado la libertad de llevar un plan a la práctica.

El barón enarcó las cejas.

—Ah, ¿sí? ¿Cuál es ese plan tan interesante que necesita mi aprobación?

—Desde hace tiempo, cierta matrona que vive en la casa de Suuwok Hesban, el hijo del antiguo chambelán de Elrood, Aken Hesban, nos ha proporcionado excelente información sobre la familia Hesban. A instancias mías, dicha matrona, Chiara Rash-Olin, ha hecho saber que está interesada en entrar al servicio de la Casa Atreides, y va a ser entrevistada en Caladan.

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