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Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #Ciencia Ficción

Dune. La casa Harkonnen (33 page)

BOOK: Dune. La casa Harkonnen
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Leto, de rodillas y riendo, movía de un lado a otro el toro de juguete para dificultar la labor al niño de pelo negro, que todavía se movía con la torpeza de un bebé.

—Haz lo que te he enseñado, Victor. —Intentó disimular su sonrisa con una expresión muy seria—. Cuidado con la vara. —Le hizo una demostración—. Sujétala así, y húndela de costado en el cerebro del monstruo.

El niño, obediente, probó de nuevo, apenas capaz de levantar el arma. La punta roma de la vara rebotó en la cabeza, cerca de la marca que Leto había dibujado con tiza.

—¡Mucho mejor!

Tiró el toro a un lado, cogió al niño en brazos y lo levantó por encima de su cabeza. Victor rio cuando Leto le hizo cosquillas en el pecho.

—¿Otra vez? —dijo Kailea en tono desaprobador—. Leto, ¿qué estás haciendo? —Estaba en la puerta con Chiara, su dama de compañía—. No le aficiones a esas tonterías. ¿Quieres que muera como su abuelo?

Leto se volvió hacia su concubina con expresión grave.

—El toro no fue el culpable, Kailea. Fue drogado por unos traidores.

El duque no habló del secreto que ocultaba, que la propia madre de Leto estaba implicada en la conspiración, y que había exiliado a lady Helena a un monasterio primitivo con las Hermanas del Aislamiento.

Kailea le miró, muy poco convencida. Leto intentó adoptar un tono más razonable.

—Mi padre creía que esas bestias eran nobles y magníficas. Derrotar a una en el ruedo exige mucha habilidad, y honor.

—Aun así…, ¿es adecuado para nuestro hijo? —Kailea miró a Chiara, como si buscara el apoyo de la anciana—. Sólo tiene dos años.

Leto removió el pelo del niño.

—Nunca es demasiado pronto para aprender a luchar. Hasta Thufir lo aprueba. Mi padre nunca me mimó, y yo tampoco pienso hacerlo con Victor.

—Estoy segura de que sabes lo que más le conviene —dijo la joven con un suspiro de resignación, pero el brillo agitado de sus ojos proclamaba lo contrario—. Al fin y al cabo, tú eres el duque.

—Es la hora de la clase de Victor, querida.

Chiara consultó su crono de muñeca incrustado de joyas, una antigüedad richesiana que había traído de Kaitain.

Victor, con expresión decepcionada, miró a su padre.

—Ve. —Leto palmeó su espalda—. Un duque ha de aprender muchas cosas, y no todas son tan divertidas como esta.

El niño se resistió con tozudez un momento, pero después atravesó la habitación con sus cortas piernas. Chiara, con una sonrisa digna de una abuela, le cogió en brazos y le llevó al aula privada situada en el ala norte del castillo. Swain Goire, el guardia encargado de vigilar a Victor, siguió a la dama de compañía. Kailea se quedó en el cuarto de jugar, mientras Leto apoyaba el toro de peluche contra la pared, se secaba el cuello con una toalla y bebía un vaso de agua fresca.

—¿Por qué mi hermano confía siempre en ti, antes de decirme nada? —Leto vio que su concubina estaba disgustada e insegura—. ¿Es verdad que esa mujer y él están hablando de casarse?

—No va en serio… Creo que es algo que se le ha ocurrido de repente. Ya sabes lo lento que es Rhombur a la hora de tomar decisiones. Algún día, quizá.

Kailea apretó los labios con desaprobación.

—Pero ella no es más que una… Bene Gesserit. No es de sangre azul.

—Una mujer Bene Gesserit fue lo bastante buena para mi primo, el emperador. —Leto no habló del dolor que embargaba su corazón—. Él es quien ha de decidir, Kailea. Parece que se quieren, desde luego.

Kailea y él se habían distanciado desde el nacimiento de su hijo. O tal vez desde que Chiara había llegado con todos sus chismes e historias sobre la corte imperial.

—¿Amor? Ah, ¿es el único ingrediente necesario para el matrimonio? —Su rostro se ensombreció—. ¿Qué diría de tamaña hipocresía tu padre, el gran duque Paulus Atreides?

Leto intentó conservar la calma, se acercó a la puerta del cuarto y la cerró para que nadie pudiera oírles.

—Sabes que no puedo tomarte como esposa.

Recordaba las terribles peleas de sus padres detrás de las gruesas puertas de su dormitorio. No quería que eso se repitiera con él y Kailea.

La irritación ocultaba la delicada belleza de Kailea. Agitó el pelo, y sus bucles cobrizos se depositaron sobre sus hombros.

—Un día, nuestro hijo debería ser el duque Atreides. Espero que cambies de opinión cuando llegues a conocerle.

—Es una cuestión de política, Kailea. —Leto enrojeció—. Quiero mucho a Victor, pero soy el duque de una Gran Casa. Antes de todo debo pensar en la Casa Atreides.

En las reuniones del Consejo del Landsraad, otras Casas exhibían a sus hijas casaderas ante Leto, con la esperanza de tentarle. La Casa Atreides no era la familia más poderosa ni más rica, pero Leto era apreciado y respetado, sobre todo después de su valiente comportamiento durante el Juicio por Decomiso. Estaba orgulloso de lo que había conseguido en Caladan y deseaba que Kailea le apreciara más por ello.

—Y Victor seguirá siendo un bastardo.

—Kailea…

—A veces odio a tu padre por las estúpidas ideas que te metió en la cabeza. Como no puedo ofrecerte alianzas políticas, y como carezco de dote y posición, no soy aceptable como esposa. Pero como tú eres un duque, puedes ordenar que acuda a tu cama siempre que te apetezca.

Ofendido por la forma en que Kailea expresaba su disgusto, Leto imaginó lo que Chiara debía cuchichear a su concubina en la intimidad de sus aposentos. No podía haber otra explicación. A Leto no le caía nada bien la anciana, pero despedirla acabaría por separarlo de Kailea. Las dos mujeres se daban ínfulas juntas, se enzarzaban en conversaciones intelectuales, imitaban el estilo imperial.

Miró por la ventana, y pensó en lo felices que habían sido Kailea y él unos años antes.

—No merezco eso, sobre todo considerando todo cuanto mi familia ha hecho por ti y tu hermano.

—Oh, muchísimas gracias. Tampoco ha perjudicado tu imagen, ¿verdad? Ayudar a los pobres refugiados de Ix para que tu amado pueblo se dé cuenta de lo benévolo que es su gobernante. El noble duque Atreides. Pero tus íntimos sabemos que sólo eres un hombre, no la leyenda en que intentas convertirte. No eres el héroe del vulgo, como imaginas ser. Si lo fueras, accederías…

—¡Basta! Rhombur tiene todo el derecho a casarse con Tessia, si así lo desea. Si así lo decide. La Casa Vernius fue destruida, y para él no habrá matrimonios políticos.

—A menos que sus rebeldes reconquisten Ix —replicó ella—. Leto, dime la verdad, ¿deseas en secreto que los rebeldes no triunfen, para así tener siempre una excusa para no casarte conmigo?

Leto se quedó pasmado.

—¡Pues claro que no!

Kailea salió de la habitación, al parecer convencida de que había ganado aquella partida.

A solas, Leto pensó en lo mucho que la joven había cambiado. Durante años había estado enamorado de ella, mucho antes de tomarla como concubina. Había entablado una relación con ella, aunque no tan oficial como Kailea deseaba. Al principio se había mostrado colaboradora, pero sus ambiciones se habían disparado, hasta complicarse la vida sin necesidad. En los últimos tiempos, la había visto con excesiva frecuencia acicalarse ante un espejo, emperifollarse como una reina… algo que jamás podría ser. Leto no podía cambiar lo que ella era.

Pero la alegría que le proporcionaba su hijo compensaba los demás problemas. Quería al niño con una intensidad que le sorprendía. Sólo deseaba lo mejor para Victor, que llegara a ser un hombre decente y honorable, a la manera Atreides. Aunque no podía nombrarle oficialmente heredero del ducado, Leto tenía la intención de concederle todos los beneficios, todas las ventajas. Un día, Victor comprendería las cosas que su madre no asumía.

Mientras el niño estaba sentado ante la máquina pedagógica, jugando a reconocer formas e identificar colores, Kailea y Chiara hablaban en voz baja. Victor oprimía botones con rapidez, alcanzaba resultados poco frecuentes a su edad.

—Mi señora, hemos de encontrar una forma de convencer al duque. Es un hombre tozudo, e intenta forjar una alianza matrimonial con una familia poderosa. El archiduque Ecaz le persigue, según me han dicho, y ofrece una de sus hijas. Sospecho que los presuntos esfuerzos diplomáticos de Leto para mediar en el conflicto entre los Moritani y los Ecaz constituyen una pantalla de humo que oculta sus verdaderas intenciones.

Kailea entornó los ojos.

—Leto viaja a Grumman la semana que viene para hablar con el vizconde Moritani. No tiene hijas casaderas.

—Él dice que va allí, querida, pero el espacio es inmenso, y si Leto se desvía, ¿quién se va a enterar? Después de todos los años que he pasado en la corte imperial, comprendo estas cosas demasiado bien. Si Leto consigue un heredero oficial, Victor no será más que un hijo bastardo… y arruinará vuestra posición.

Kailea inclinó la cabeza.

—He dicho todo lo que me aconsejaste, Chiara, pero me pregunto si he ido demasiado lejos… —Ahora que Leto no podía verla, expresaba todas sus vacilaciones y miedos—. Me siento tan frustrada. Parece que no puedo hacer nada. Él y yo éramos uña y carne antes, pero todo ha salido mal. Confiaba en que darle un hijo nos volvería a acercar.

Chiara se humedeció sus arrugados labios.

—Ay, querida, en épocas antiguas, a esos hijos se les llamaba «cemento humano», porque unían a las familias.

Kailea meneó la cabeza.

—En cambio, Victor sólo ha logrado que el problema saliera a la luz. A veces pienso que Leto me odia.

—Todo tiene solución, si confiáis en mí, mi señora. —Chiara apoyó una mano tranquilizadora en el hombro de la joven—. Para empezar, hablad con vuestro hermano. Preguntad a Rhombur qué puede hacer. —Su voz era dulce y razonable—. El duque siempre le escucha.

Kailea se animó.

—Eso podría funcionar. Probar no cuesta nada.

Habló con Rhombur en sus aposentos del castillo. Estaba en la cocina con Tessia, y la ayudaba a preparar una ensalada de hortalizas locales. Rhombur la escuchó con atención mientras cortaba una calabaza de mar púrpura sobre una tabla.

No pareció comprender la gravedad de la situación de su hermana.

—No tienes derecho a quejarte de nada, Kailea. Leto nos ha tratado como a reyes… er, sobre todo a ti.

La joven emitió un resoplido de exasperación.

—¿Cómo puedes decir eso? Ahora que tengo a Victor, me juego mucho más.

No sabía si montar en cólera o abandonarse a la desesperación.

Tessia parpadeó.

—Rhombur, tu única esperanza es derrotar a los tleilaxu. En cuanto recuperes la Casa Vernius, tus demás problemas te parecerán irrelevantes.

Rhombur se inclinó para besar a su concubina en la frente.

—Sí, amor mío. ¿No crees que me esfuerzo? Hace años que enviamos dinero en secreto a C’tair, pero aún no sé cómo les va a los rebeldes. Hawat envió otro espía, y el hombre ha desaparecido. Ix es un hueso duro de roer, tal como nosotros lo diseñamos.

Tessia y Kailea se sorprendieron mutuamente cuando contestaron al unísono:

—Has de esforzarte más.

37

El Universo funciona sobre un principio económico básico: todo tiene un coste. Pagamos para crear nuestro futuro, pagamos por los errores del pasado. Pagamos por todos los cambios que efectuamos…, y pagamos igual si nos negamos a cambiar.

Anales de la Banca de la Cofradía
, Registro Filosófico

Se decía entre los fremen que era preciso respetar y temer a Shai-Hulud, pero incluso antes de cumplir dieciséis años, Liet-Kynes había montado gusanos de arena muchas veces.

Durante su primer viaje a las regiones polares del sur, su hermano de sangre Warrick y él habían convocado a un gusano tras otro, y los habían montado hasta agotarlos. Después plantaban un martilleador, preparados con sus garfios de doma, y llamaban al siguiente. Todos los fremen confiaban en ellos.

Durante cuatro interminables horas, los dos jóvenes se acurrucaron con sus destiltrajes bajo mantos provistos de capucha, soportando el calor del día bajo un cielo de un azul polvoriento. Escuchaban el rugido de la arena bajo ellos, ardiente debido a la fricción producida por el paso del gusano.

Lejos de la línea cartográfica de los sesenta grados de las regiones deshabitadas, cruzaron la Gran Extensión y los ergs desolados, vadearon mares de arena carentes de senderos, llegaron al ecuador y continuaron hacia el sur, hacia los palmerales prohibidos cercanos al casquete antártico. Aquellas plantaciones habían sido establecidas y cuidadas por Pardot Kynes, una primera fase de su sueño de volver a despertar Dune.

La mirada de Liet escudriñó la inmensidad. Vientos invernales azotaban la superficie de la Gran Extensión, lisa como la superficie de una mesa.
Este debe de ser el horizonte de la eternidad.
Estudió el austero paisaje, las sutiles gradaciones, los afloramientos rocosos. Su padre le había dado lecciones sobre el desierto desde que su joven mente había comprendido el lenguaje. El planetólogo lo había llamado un paisaje implacable, sin pausa… sin vacilación.

Cuando anocheció el sexto día de viaje, su gusano empezó a dar señales de agotamiento y nerviosismo, hasta el punto de que intentó meterse bajo la arena, aunque sus sensibles segmentos principales se mantenían abiertos gracias a los garfios. Liet indicó a Warrick un bajo arrecife de roca con sus grietas protegidas.

—Podemos pasar la noche ahí.

Warrick utilizó sus palos para espolear al gusano. Después quitaron los garfios y se dispusieron a bajar. Como Liet había llamado a este monstruo en particular, indicó por señas a su amigo que bajara por el lomo segmentado.

—El primero en subir, el último en bajar —dijo Liet.

Warrick obedeció. Desenganchó las cajas a suspensión, cargadas de esencia de melange en bruto, y las alejó del alcance del monstruo. Luego corrió hacia la cumbre de una duna. Al llegar se quedó inmóvil, pensando como la arena, tan silencioso como el desierto.

Liet dejó que el gusano se enterrara en la arena y saltó en el último momento, vadeando la arena como si fuera un pantano. A su padre le gustaba contar historias de los pantanos miasmáticos de Bela Tegeuse y Salusa Secundus, pero Liet dudaba que esos planetas poseyeran una pizca del encanto o vigor de Arrakis.

Como hijo del Umma Kynes, Liet disfrutaba de ciertas ventajas y privilegios. Aunque lo estaba pasando muy bien en aquel importante viaje a las tierras antárticas, sabía que su derecho de nacimiento no aumentaba sus posibilidades de éxito. Todos los fremen jóvenes recibían esas responsabilidades.

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