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Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #Ciencia Ficción

Dune. La casa Harkonnen (62 page)

BOOK: Dune. La casa Harkonnen
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—Uso esta imagen para comunicarme contigo. Debo transmitirte un mensaje de Ix.

Dominic tembló al acercarse la imagen.

—No; soy el Navegante de este Crucero. He elegido hablar mediante esta holoimagen porque es difícil comunicarse de otra manera.

Dominic, que se resistía a creer eso, reprimió un pavor supersticioso. Ver la imagen de Shando moverse, ver cómo la cara cobraba vida de nuevo, le produjo un temor visceral.

—Seas quien seas, ¿qué quieres de mí?

—Mi hermano C’tair Pilru, envía estas palabras desde Ix. Me suplica que te transmita esta información. No puedo hacer otra cosa que informarte.

La holoimagen de Shando movió los labios con más rapidez y utilizó una voz diferente esta vez, para repetir las palabras que C’tair había enviado en su desesperado mensaje a su hermano Navegante. Dominic escuchó, cada vez más horrorizado, y averiguó la naturaleza exacta de los daños que los usurpadores tleilaxu habían infligido a su amado planeta y a su pueblo.

La ira se apoderó de él. Cuando había suplicado ayuda durante los primeros ataques tleilaxu, el maldito emperador Elrood IX había dado largas al asunto, garantizando así la derrota de la Casa Vernius. Amargado por su pérdida, Dominic sólo lamentaba que el anciano hubiera muerto antes de haber descubierto una forma de asesinarle.

Pero ahora Dominic se daba cuenta de que el plan imperial era mucho más amplio e insidioso. En el fondo, toda la conquista tleilaxu había sido una conspiración imperial, apoyada por tropas Sardaukar casi veinte años después. Elrood había planificado el conflicto desde el principio, y su hijo Shaddam perpetuaba el esquema al oprimir a los restantes súbditos de la Casa Vernius.

La voz de Shando cambió de nuevo, regresando a las palabras más inconexas del Navegante.

—En mi ruta, puedo dejarte en Xuttuh, antes conocido como Ix.

—Hazlo —dijo Dominic con odio en el corazón—. Deseo ver los horrores con mis propios ojos, y después yo… —Se llevó la mano al pecho, como si hiciera un juramento a Shando—. Yo, lord Dominic, conde de la Casa Vernius, vengaré los sufrimientos de mi pueblo.

Cuando el Crucero entró en órbita, Dominic se reunió con Asuyo, Johdam y los demás.

—Regresad a Arrakis. Id a nuestra base y continuad nuestro trabajo. Yo me voy en una lancha. —Contempló el pedestal como si viera a su esposa sobre él—. Tengo cosas que hacer.

Los dos veteranos expresaron sorpresa y confusión, pero Dominic descargó un puñetazo sobre la mesa.

—¡Nada de discusiones! He tomado una decisión.

Fulminó con la mirada a sus hombres, que se quedaron asombrados al ver aquella transformación de su personalidad.

—Pero ¿adónde vais? —preguntó Liet—. ¿Qué pensáis hacer?

—Voy a Ix.

71

El poder se utiliza con mucha suavidad. Aferrarse a él con excesiva fuerza Equivale a dejarse dominar por el poder, y así convertirse en su victima.

Axioma Bene Gesserit

El barón no se tomó nada bien las noticias referentes a su hermano.

En el espaciopuerto de Harko City, algunos hombres estaban cargando su fragata particular con las comodidades, provisiones y personal que necesitaría para el viaje a Arrakis. Con el fin de que la recolección de especia se llevara a cabo sin interrupciones, tenía que pasar meses en el infierno del desierto, con el fin de imponer su ley y evitar que los contrabandistas y los malditos fremen se le fueran de la mano. No obstante, después de los perjuicios que Abulurd había causado años antes, el barón había convertido el planeta más importante del Imperio desde un punto de vista económico en una gigantesca fábrica de dinero. Sus beneficios no cesaban de aumentar.

Y ahora, cuando parecía que todo iba sobre ruedas, se encontraba con aquello. Abulurd, pese a su estupidez, tenía el increíble talento de meter la pata cuando menos debía.

Piter de Vries, que intuía el disgusto de su superior, se acercó con parsimonia, como para ayudarle o al menos dar esa impresión. Pero sabía que no debía acercarse demasiado. Había sobrevivido durante años a base de evitar la ira del barón, más que cualquier otro Mentat anterior de su amo. Cuando era más joven y delgado, Vladimir Harkonnen había sido capaz de saltar como una cobra y golpear a una persona en la laringe para dejarla sin respiración. Pero ahora se había vuelto tan fofo y corpulento que De Vries podía ponerse fuera de su alcance con toda facilidad.

El barón estaba sentado en la sala de contabilidad de la fortaleza. Su mesa ovalada de plaz negro estaba tan pulida que se habría podido patinar sobre ella. Un enorme globo de Arrakis se alzaba en un rincón, un objeto artístico que cualquier familia noble hubiera codiciado. Sin embargo, en lugar de exhibirlo en las reuniones del Landsraad o en acontecimientos sociales, el barón lo guardaba en sus aposentos privados para que nadie más pudiera disfrutar del globo.

—Piter, ¿qué voy a hacer? —Señaló un montón de cilindros mensajeros recién llegados por mediación de un Correo—. La CHOAM exige una explicación, y me advierte en términos muy poco sutiles que esperan seguir recibiendo los cargamentos de piel de ballena, pese al «cambio de liderazgo». —Resopló—. ¡Como si hubiera reducido nuestras cuotas! Me recuerdan que la producción de especia en Arrakis no es el único producto vital que la Casa Harkonnen controla. Han amenazado con revocar mi cargo de director de la CHOAM si no logro cumplir mis obligaciones.

Arrojó un cilindro mensajero contra la pared con un movimiento de la muñeca. El objeto dejó una melladura blanca en la piedra.

Cogió un segundo cilindro.

—El emperador Shaddam quiere saber por qué mi hermanastro ha renunciado al apellido Harkonnen y tomado el control del gobierno del subdistrito.

Lanzó el cilindro contra la pared. Se estrelló con un ruido aún más fuerte que el anterior, al lado de la primera marca blanca. Cogió un tercero.

—La Casa Moritani de Grumman ofrece apoyo militar encubierto en el caso de que decidiera lanzar una acción directa. —El tercer cilindro fue a parar contra la pared—. La Casa Richese, la Casa Mutelli… ¡Todos muertos de curiosidad, todos burlándose a mis espaldas!

Continuó arrojando cilindros hasta dejar vacía la mesa. Uno de los tubos rodó hasta Piter, que lo recogió. —No habéis abierto este, mi señor.

—Bien, hazlo por mí. Dirá lo mismo que los demás.

—Por supuesto. —El Mentat cortó con una de sus largas uñas el sello de la cápsula y quitó la tapa. Extrajo una hoja de papel
instroy
, la leyó, y su lengua asomó entre los labios—. De nuestro agente en Caladan.

El barón se animó.

—Espero que sean buenas noticias.

De Vries sonrió mientras traducía el mensaje cifrado.

—Chiara se disculpa por no haber podido enviar mensajes antes, pero está haciendo progresos con la concubina Kailea Vernius, enemistándola con el duque.

—Bien, algo es algo. —El barón se frotó su gruesa barbilla—. Habría preferido recibir la noticia del asesinato de Leto. ¡Esa sí habría sido una buena nueva!

—A Chiara le gusta hacer las cosas a su manera, sin precipitarse. —El mensaje
instroy
se desvaneció. De Vries hizo una bola y lo tiró a un lado, junto con el cilindro—. No estamos seguros de si llegará muy lejos, mi señor, pues se ciñe a ciertas… normas… en cuestiones reales. Espiar es una cosa. Asesinar, otra muy distinta, y es la única que podría burlar la seguridad de Thufir Hawat.

—De acuerdo, de acuerdo. —Ya habían discutido sobre el asunto en otras ocasiones. El barón se puso en pie—. Al menos le estamos poniendo la zancadilla al duque en su propia casa.

—Tal vez deberíamos hacer algo más que eso con Abulurd.

Auxiliado por el sistema suspensor ceñido a la cintura, el obeso barón calculó mal la fuerza de sus brazos y estuvo a punto de caer. De Vries no dijo nada, pero asimiló el dato para realizar un análisis Mentat en cuanto su amo lo pidiera.

—Tal vez. —La cara del barón enrojeció—. El hermano mayor de Abulurd era un idiota. Literalmente, quiero decir. Un subnormal babeante que ni siquiera era capaz de vestirse, aunque su madre lo aceptaba todo con una sonrisa, como si valiera la pena invertir tantos recursos en mantener con vida a Marotin.

Su cara mofletuda se tiñó de rabia.

—Ahora parece que Abulurd es tan subnormal como el otro, pero de una manera más sutil.

Descargó su palma sobre la negra superficie oleosa y dejó una marca que fue borrada lentamente por los sistemas de autolavado del mueble.

—Ni siquiera sabía que la zorra de Emmi estaba embarazada. Ahora Abulurd tiene otro hijo, un dulce bebé, y le ha robado lo que le corresponde por derecho de nacimiento. —El barón sacudió la cabeza—. Ese chico podría ser un líder, otro heredero Harkonnen… pero el idiota de su padre se lo arrebata todo.

De Vries tomó más precauciones que de costumbre para mantenerse alejado del barón, en el lado opuesto de la mesa ovalada.

—Mi señor, por lo que sé, Abulurd se ha ceñido escrupulosamente a las leyes. Según las normas del Landsraad, está autorizado a solicitar y recibir una concesión en la que pocos de nosotros nos habríamos parado a pensar. Quizá no lo consideremos sensato, pero Abulurd tenía derecho como miembro de la Casa Harkonnen…

—¡Yo soy la Casa Harkonnen! —rugió el barón—. Él no tiene ningún derecho, a menos que yo lo diga. —Rodeó el escritorio. El Mentat temió que el corpulento barón le atacara. En cambio, anadeó hacia la puerta de la cámara—. Vamos a ver a Rabban.

Recorrieron los pasillos de la fortaleza hasta un ascensor blindado en el que bajaron hasta un ruedo cerrado. Glossu Rabban trabajaba con la guardia de la Casa para preparar el combate de gladiadores previsto para la noche, una tradición que el barón había establecido como preludio de todos sus largos viajes a Arrakis.

En el ruedo, esclavos silenciosos limpiaban los asientos y barrían desperdicios. Los espectáculos del barón siempre atraían muchedumbres, y los utilizaba para impresionar a invitados de otras Grandes Casas. Las puertas de duracero del pozo de los gladiadores estaban cerradas. Tras ellas aguardaban los animales enjaulados. Hirsutos trabajadores de torso desnudo pasaban la manguera por rediles vacíos de bestias o esclavos muertos, y después esparcían suprimidores de olores.

Sudoroso, aunque no parecía hacer gran cosa, Rabban se erguía en mitad de los hombres. Vestía un justillo sin mangas de cuero. Contemplaba la actividad con los brazos en jarras y los gruesos labios apretados. Otros trabajadores rastrillaban la arena del ruedo para recoger fragmentos de hueso y espadas rotas.

Kryubi, el capitán de la guardia, dirigía a sus soldados. Decidía dónde situar a cada hombre armado con el fin de proporcionar una presencia militar impresionante, en vista a las festividades inminentes.

El barón descendió la cascada de peldaños gracias a su cinturón suspensor, atravesó una cancela de hierro y salió al ruedo. Sus pies apenas tocaban el suelo, y se movía con la gracia de una bailarina. Piter de Vries le seguía con un paso similar.

Kryubi avanzó y saludó.

—Mi barón —dijo—, todo está preparado. El acontecimiento de esta noche será espectacular.

—Como siempre —dijo De Vries, mientras una sonrisa deformaba sus labios manchados de safo.

—¿Cuántas bestias tenemos? —preguntó el barón.

—Dos tigres de Laza, mi señor, un oso deka y un toro salusano.

El barón inspeccionó la pista con ojos centelleantes y asintió.

—Esta noche estoy cansado. No quiero un combate largo. Suelta las bestias y cinco esclavos escogidos al mismo tiempo. Será una lucha general.

Kryubi saludó militarmente.

—Como deseéis, mi señor.

El barón se volvió hacia su Mentat.

—La sangre salpicará esta noche, Piter. Quizá me distraerá de pensar en lo que me gustaría hacerle a Abulurd.

—¿Preferís sólo distraeros, mi barón? —preguntó el Mentat—. ¿O preferís… satisfacción? ¿Por qué no vengaros de Abulurd?

Un momento de vacilación.

—La venganza me sentaría muy bien, Piter. ¡Rabban!

Su sobrino se volvió y les vio. Atravesó la pista de arena en dirección a los dos hombres.

—¿Te ha contado Piter lo que el necio de tu padre nos ha hecho ahora?

El rostro de Rabban se demudó.

—Sí, tío. A veces me pregunto cómo logra seguir viviendo semejante zoquete.

—Es cierto que no comprendemos a Abulurd —dijo De Vries—, pero una de las leyes más importantes de la política sugiere que para aplastar a un enemigo hay que comprenderle, descubrir sus debilidades. Descubrir dónde se le puede hacer más daño.

—La debilidad de Abulurd reside en su cerebro —masculló el barón—. O tal vez en su corazón sentimental.

Rabban lanzó una risita estridente. El Mentat alzó un largo dedo.

—Pensad en esto. Su hijo recién nacido, Feyd-Rautha Rabban, es ahora su punto más vulnerable. Abulurd ha dado un paso extraordinario con el fin de, y citaré sus palabras, «educar al niño tal como es debido». Por lo visto, esto significa mucho para él.

El barón miró a su sobrino.

—No nos gustaría que el hermanito de Rabban saliera como Abulurd, ¿verdad?

Rabban lanzó una mirada de furia al pensar en la posibilidad.

De Vries continuó, con voz tan suave como hielo aceitado.

—Por lo tanto, ¿qué es lo más terrible que podría pasarle a Abulurd en estas circunstancias? ¿Qué le causaría mayor dolor y desesperación?

Una fría sonrisa cruzó la cara del barón.

—Brillante pregunta, Piter. Por eso vivirás otro día. Dos días, de hecho. Hoy me siento generoso.

La expresión de Rabban no cambió. Aún no había comprendido. Por fin, empezó a reír.

—¿Qué deberíamos hacer, tío?

La voz del barón adquirió un tono siniestramente dulce.

—Todo lo posible para conseguir que tu nuevo hermanito sea «educado como es debido». Claro que, sabiendo las erróneas decisiones que tu padre ha tomado, no podemos permitir que Abulurd Rabban corrompa a este crío. —Miró al Mentat—. Por consiguiente, hemos de educarle nosotros.

—Prepararé los documentos de inmediato, mi señor barón —dijo De Vries con una amplia sonrisa.

El barón gritó a Kryubi que se acercara y se volvió hacia su sobrino.

—Coge todos los hombres que necesites, Rabban. Y no seas demasiado discreto. Abulurd ha de comprender claramente las consecuencias de sus actos.

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