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Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #Ciencia Ficción

Dune. La casa Harkonnen (55 page)

BOOK: Dune. La casa Harkonnen
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Se plantó ante el botiquín y vio un estante con ampollas de
kirar
, la droga que Rabban había utilizado para dejarle paralizado e indefenso durante la prolongada violación y asesinato de Bheth.

Gurney tironeó de la puerta del botiquín y rompió el pestillo. Intentó disimular los daños para que los médicos no lo descubriesen enseguida.

Como ignoraba cuál era la dosis apropiada, agarró un puñado de ampollas amarillas rematadas en una aguja. Cada frasco era como una avispa, hecha de polímeros blandos. Dio media vuelta, pero se detuvo. Si alguien reparaba en el armario forzado y las ampollas desaparecidas, quizá adivinaría lo que tramaba, de modo que se apoderó de otras drogas potentes, calmantes y alucinógenos, que tiró al incinerador. Guardó unos cuantos calmantes, por si los necesitaba. Los Harkonnen supondrían que había robado diversas drogas, no sólo el
kilar
.

Buscó ropas, encontró un uniforme de cirujano manchado de sangre y decidió que era mejor que su bata. Se vistió, pese a los dolores que atormentaban su cuerpo, y después descubrió algunas cápsulas energéticas, pero no así comida sólida. Tragó las tabletas ovaladas, sin saber cuánto tiempo las necesitaría para alimentarse. Se agachó, forzó la puerta de la enfermería y salió a la oscuridad, una sombra entre sombras.

Gurney rodeó las vallas electrificadas que rodeaban el complejo, un sistema destinado más a intimidar que a reforzar la seguridad. Era bastante fácil atravesar las barreras. Globos luminosos arrojaban charcos de luz brillante sobre la zona de aterrizaje, pero los globos estaban sintonizados y colocados sin orden ni concierto, de manera que dejaban anchas islas de oscuridad.

Gurney aprovechó los espacios en sombras para acercarse a los voluminosos contenedores llenos de obsidiana, que nadie vigilaba. Abrió una trampilla metálica que chirrió. Vaciló, pero cualquier retraso podía ser fatal, de modo que se arrojó por el conducto. Dejó que la trampilla se cerrara al instante.

Se deslizó por una rugosa rampa metálica en la que sus ropas se engancharon y desgarraron, hasta que aterrizó sobre los montones de obsidiana azul tratada químicamente. Sus lados eran cristales afilados, pero a Gurney le daban igual unos cuantos cortes y arañazos más, teniendo en cuenta lo que había sufrido. De todos modos, procuró evitar cortes profundos.

Se hundió todavía más. Cada pedazo de obsidiana era del tamaño de su puño o mayor, pero eran irregulares y desiguales. Muchas piezas eran anchas placas relucientes. El contenedor estaba casi lleno, y las cuadrillas lo vaciarían por la mañana antes de que el transportador despegara. Gurney intentó ocultarse para que no le vieran.

El peso del cristal volcánico le oprimió cuando lo empujó por encima de su cabeza. Apenas podía respirar. Su piel ardía a causa de los cortes, pero fue profundizando poco a poco, hasta acurrucarse en una esquina, de manera que al menos dos lados eran de metal sólido. Intentó rodearse de piezas que sostuvieran el peso de encima. El peso opresivo empeoraría cuando vertieran más obsidiana sobre él, pero sobreviviría… y aunque no fuera así, aceptaría su sino. Morir intentando escapar de los Harkonnen era mejor que vivir bajo su yugo.

Cuando hubo conseguido liberar algunos pedazos de obsidiana de la ancha pieza bajo la que se refugiaba, cesó en sus esfuerzos. No veía nada, ni siquiera el tenue resplandor azul del cristal activado. Respirar ya era casi imposible. Movió el brazo para extraer las ampollas amarillas de
kirar
. Llenó sus pulmones de aire.

Una sola dosis de la droga no le había sumido en un coma bastante profundo, pero tres quizá le matarían. Las sujetó con una mano y clavó dos ampollas en su muslo al mismo tiempo. Guardó las otras a su lado, por si necesitaba más dosis durante el viaje.

La parálisis recorrió sus tejidos musculares como una exhalación. La droga le sumiría en estado de hibernación, disminuiría el ritmo de su respiración y sus necesidades corporales casi hasta las puertas de la muerte. Tal vez, con suerte, le mantendría con vida…

Si bien el duque Atreides ignoraba que tenía un polizón en el embarque, Gurney Halleck debía su huida de Giedi Prime al gobernador de Caladan, el enemigo de los Harkonnen.

Si conseguía sobrevivir hasta llegar al centro de distribución de Hagal, Gurney confiaba en escapar mientras volvían a cargar la obsidiana azul para ser cortada, pulida y transportada. Huiría y encontraría un modo de salir del planeta, en caso necesario. Después de sobrevivir en Giedi Prime durante tantos años, dudaba de encontrar un lugar peor en el Imperio.

Gurney conjuró la imagen de su involuntario benefactor, el duque de la Casa Atreides, y notó que una sonrisa se formaba en su cara antes de que la hibernación se apoderara de su cuerpo.

62

El paraíso ha de ser el sonido del agua al correr.

Proverbio fremen

Liet-Kynes regresó a la base de contrabandistas antártica tres años después de que Warrick y él la hubieran descubierto por casualidad. Ahora que había perdido toda esperanza de conseguir a la mujer que amaba, no tenía nada que perder. Por fin, la intención de Liet era reclamar el pago que Dominic Vernius había prometido. Pediría al contrabandista que le sacara de Dune, que le llevara a otro planeta, lejos de casa.

Antes de que un orgulloso y sonriente Warrick volviera de la Cueva de las Aves con su hermosa esposa, Liet había deseado con desesperación esforzarse por felicitar a la pareja. Cuando los vigías apostados en el risco que dominaba el sietch anunciaron la llegada de un gusano de arena con dos jinetes, Liet se retiró a sus aposentos para meditar y rezar. Quería a su hermano de sangre, y también a Faroula, y no albergaba resentimiento ni rencor. Los fremen tenían un dicho: «Todo pensamiento malvado, por ínfimo que sea, ha de ser eliminado de inmediato, antes de que arraigue».

Había abrazado a Warrick en la entrada del sietch de la Muralla Roja, indiferente al polvo y al potente olor a especia y sudor, producto de muchas horas a lomos de un gusano. Observó que un aura de felicidad rodeaba a su amigo.

Por su parte, Faroula parecía contenta. Saludó a Liet con formalidad, tal como correspondía a una mujer recién casada. Liet sonrió a los dos, pero su recibimiento agridulce se perdió en la avalancha de felicitaciones de los demás, incluyendo la voz rasposa de Heinar, padre de Faroula y naib del sietch.

Pocas veces se había aprovechado Liet-Kynes de la fama de su padre, pero para la celebración nupcial había conseguido una cesta de fruta fresca del invernadero de la Depresión de Yeso: naranjas, dátiles e higos, así como un racimo de bayas
li
, procedentes de Bela Tegeuse. Había depositado el regalo en la habitación vacía que Warrick y Faroula compartirían, y les estaba esperando cuando se retiraron a dormir.

Gracias a todo eso, Liet-Kynes se había convertido en un hombre más fuerte.

Sin embargo, durante los meses siguientes, no pudo fingir que no se habían producido cambios. Su mejor amigo estaba supeditado ahora a otros compromisos. Tenía una esposa, y pronto, por la gracia de Shai-Hulud, una familia. Warrick ya no podía dedicar mucho tiempo a los ataques de los comandos que azuzaban a los Harkonnen.

Incluso después de un año, su dolor no había disminuido. Liet todavía deseaba a Faroula más que a cualquier otra mujer, y dudaba que se casara, ahora que la había perdido. Si continuaba viviendo en el sietch de la Muralla Roja, su tristeza se convertiría en amargura, y no quería sentir envidia de su amigo.

Frieth comprendía los sentimientos de su hijo.

—Liet, veo que necesitas abandonar este lugar durante algún tiempo.

El joven asintió, mientras pensaba en el largo viaje hasta las regiones polares.

—Sería mejor que me dedicara a… otras tareas.

Se presentó voluntario para entregar el siguiente soborno de especia a Rondo Tuek, una ardua travesía que muy pocos emprendían de buena gana.

—Se dice que no sólo los oídos captan los ecos —dijo Frieth—. Los ecos de la memoria se escuchan con el corazón. —Su madre sonrió y apoyó una delgada mano en su hombro—. Ve a donde debas. Yo se lo explicaré todo a tu padre.

Liet se despidió del sietch, de Warrick y Faroula. Los demás fremen intuyeron su desasosiego y desazón.

—El hijo de Umma Kynes desea partir en hajj —dijeron, como si su viaje fuera una especie de peregrinaje santo. Y tal vez lo era, una búsqueda de paz interior, de un propósito definido. Sin Faroula, necesitaba encontrar otra obsesión que le impulsará.

Había vivido a la sombra de Pardot Kynes toda su vida. El planetólogo había preparado a Liet para que fuera su sucesor, pero el joven nunca había escudriñado su corazón para decidir si ese era el camino que deseaba tomar.

Los jóvenes fremen elegían a menudo la profesión de sus padres, pero todos no. El sueño de volver a despertar Dune era poderoso, e inspiraba, y exigía, intensas pasiones. Aun sin su hijo de diecinueve años, Umma Kynes todavía contaba con sus fieles lugartenientes Stilgar, Turok y Ommun, así como con los líderes secundarios. El sueño no moriría, con independencia de lo que Liet decidiera.

Algún día, sería su jefe, pero sólo si se entregaba de todo corazón al problema. Me iré y trataré de comprender el propósito que arde en el corazón de mi padre.

Había decidido volver a ver a Dominic Vernius.

Con la habilidad fremen para seguir rastros por terrenos abruptos o carentes de señales, Liet-Kynes contempló la extensión antártica. Ya había entregado su carga de esencia de especia destilada, que sería trasladada en secreto a los agentes de la Cofradía. Pero en lugar de regresar a su sietch, en lugar de ir a inspeccionar los palmerales, tal como se esperaba de él, Liet se internó en las regiones polares, en busca de los contrabandistas.

Bajo la tenue luz inclinada, intentó distinguir irregularidades en la pared del glaciar que le indicaran el laberinto de cavernas. Le complació ver que los contrabandistas habían llevado a cabo todas las modificaciones sugeridas por Warrick y él. Bajo la alta línea de roca impregnada de hielo encontraría un profundo precipicio, en cuyo fondo descansaban las naves de Dominic.

Se encaminó hacia la base del risco. Tenía las manos entumecidas, y le ardían las mejillas a causa del frío. Al ignorar cómo entrar en la base, buscó un pasaje y confió en que los refugiados le verían e invitarían a entrar, pero no salió nadie.

Liet invirtió una hora en intentar que le vieran, gritó y agitó los brazos, hasta que al fin una pequeña grieta se abrió con un crujido y salieron varios hombres que le apuntaron con fusiles láser.

El joven Liet-Kynes alzó la barbilla con calma.

—Veo que seguís tan vigilantes como siempre —dijo con sarcasmo—. Parece que necesitáis mi ayuda más de lo que imaginaba. —Como los hombres seguían apuntándole, Liet frunció el entrecejo y señaló al hombre con la cara picada de viruela al que le faltaba una ceja, y al veterano de pelo cano—. Johdam, Asuyo, ¿no me reconocéis? Soy mayor y más alto, con un poco de barba, pero no tan diferente de antes.

—Todos los fremen se parecen —gruñó Johdam.

—Entonces todos los contrabandistas son miopes. He venido a ver a Dominic Vernius.

Ahora tendrían que matarle por saber demasiado o llevarle dentro. Liet entró en los túneles, y los contrabandistas cerraron la puerta a su espalda.

Cuando pasaron ante el muro de observación, Liet miró al fondo del precipicio, donde se hallaba su campo de aterrizaje. Grupos de hombres corrían de un lado a otro como hormigas, cargando suministros en las naves.

—Estáis preparando una expedición —dijo Liet.

Los dos veteranos le miraron sin pestañear. Asuyo, con el pelo blanco más erizado que nunca, hinchó el pecho para exhibir nuevas medallas e insignias de su rango que había añadido a su mono… pero nadie parecía impresionado, excepto él. La expresión de Johdam continuaba amargada y escéptica, como si ya hubiera perdido muchas cosas y sólo esperara acabar pronto.

Bajaron en ascensor a la base de la hendidura y pisaron la grava de la depresión. Liet reconoció la imponente figura de Dominic Vernius. Su calva brillaba a la tenue luz polar. El líder de los contrabandistas vio el destiltraje del visitante y le reconoció al instante. Agitó una manaza y se acercó.

—Caramba, muchacho, ¿has vuelto a perderte? ¿Te ha costado más encontrar nuestro escondite, ahora que nos hemos ocultado mejor?

—Fue más difícil conseguir que vuestros hombres me vieran —dijo Liet—. Vuestros centinelas debían estar durmiendo. Dominic rio.

—Mis centinelas están muy ocupados cargando las naves. Hemos de subir a un Crucero, en el que ya hemos reservado y pagado el espacio de amarre. ¿Qué puedo hacer por ti? En este momento tenemos bastante prisa. Liet respiró hondo.

—Me prometisteis un favor. He venido a solicitarlo. Aunque sorprendido, los ojos de Dominic centellearon. —Muy bien. Casi toda la gente que espera un pago no tarda tres años en tomar la decisión.

—Poseo muchas habilidades, y puedo ser un miembro valioso de vuestro equipo —dijo Liet—. Llevadme con vos.

Dominic pareció asombrado, pero luego sonrió. Palmeó a Liet en el hombro.

—Sube a bordo de mi nave insignia y hablaremos del asunto.

Señaló la rampa que ascendía a una fragata muy erosionada.

Dominic había esparcido alfombras y posesiones por su camarote particular para que pareciera un hogar. El conde renegado indicó a Liet que tomara asiento en una de las butacas a suspensión. La tela estaba raída y manchada, como por décadas de mucho uso, pero a Liet no le importó. En un lado del escritorio de Dominic brillaba una holofoto sólida de una bella mujer.

—Explícate, muchacho.

—Dijisteis que os iría bien un fremen para reforzar la seguridad de vuestra base de Salusa Secundus. Dominic arrugó el entrecejo.

—Un fremen me sería de gran ayuda. —Se volvió hacia la imagen de la mujer, que brilló como si le sonriera allá donde él se desplazara—. ¿Tú qué opinas, Shando, amor mío? ¿Dejamos que el chico venga con nosotros?

Dominic miró el holo como si esperara una respuesta. Liet sintió un escalofrío. El conde ixiano se volvió hacia él, sonriente.

—Pues claro que sí. Hice un trato, y tu petición es muy razonable… aunque se podría poner en duda tu cordura. —Dominic se secó una gota de sudor de la sien—. Cualquiera que desea ir al planeta-prisión del emperador necesita algo más de felicidad en su vida.

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