Fedor Münch, envuelto por completo en la penumbra reinante en la gran sala, se dirigió hacia un rincón y se detuvo ante tres relucientes armaduras medievales que permanecían expuestas junto a una extensa panoplia de armas solariegas, formada por broqueles, mazos, y escudos.
Cuando se volvió de nuevo, uno de los cardenales que asistían al
congressus
vio que la cruz de oro que Münch llevaba, como él, pendida al cuello, irradió un destello dorado, y a continuación constató que portaba algo más entre las manos: un objeto alargado y metálico en el que se reflejó un ínfimo destello plateado.
Era una espada de grandes proporciones que lucía sobre la ancha y afilada hoja un lema grabado en el reluciente acero:
«Suum Cuique».
A cada cual lo suyo.
El cardenal Münch esgrimía la gran espada con una destreza que le confería inexorablemente la imagen de un caballero medieval o la de un cruzado irredento.
Münch se detuvo delante de la mesa donde estaba situado el ordenador portátil que contenía el disco de la filmación de la cripta subterránea. El joven sacerdote encargado de su manipulación retrocedió amedrentado cuando vio que el cardenal alzaba, con una sola mano, la temible espada hasta dejarla sostenida en el aire.
Igual que si fuese un inesperado ángel vengador, el cardenal Fedor Münch se dirigió mediante encendidas palabras a los petrificados eclesiásticos, que no podían dar crédito a lo que estaban presenciando.
—
Vias tuas, Domine, demonstra mihi, et semitas tua edoce me!
«¡Muéstrame, oh Señor, tus caminos y enséñame tus senderos!» Inmediatamente, imprimió una denodada fuerza a su brazo derecho, que impulsó la espada en dirección al ordenador.
La espada atravesó limpiamente el aparato y se quedó clavada en la tabla de la mesa totalmente perpendicular a ella.
Se produjo un gran silencio.
El cardenal tomó el disco que contenía el ordenador y lo elevó en el aire con las dos manos, como si lo ofreciera en sacrificio.
Estupefactos, todos los curiales abrieron ostensiblemente los ojos.
—
Salvum fac populum tuum, Domine, et benedic hxreditati tuae!
«¡Salva, Señor, a tu pueblo y bendice tu heredad!»
El cardenal Münch tomó aire antes de proseguir con su incendiaria proclama.
—Yo os aseguro que este disco está estigmatizado con la marca del Maligno —exclamó Münch—. Su función primordial, ¡cómo no sois capaces de daros cuenta!, es destruir la Iglesia tal como ha sido durante los últimos dos mil años. Las imágenes que contiene este disco están trucadas. Han sido filmadas en un estudio cinematográfico. ¡Os lo voy a demostrar! Esta misma noche, después de haber permanecido ocultos durante más de cuatro siglos, tendré a bien mostraros los
signum in externis locis
que falsariamente propugna haber encontrado esta espuria filmación…
El cardenal observó mientras hablaba que los ojos de los eclesiásticos no le miraban a él, sino que su vista estaba hipnóticamente centrada, en el disco plateado que sostenía en lo alto, con sus dos huesudas manos.
Los curiales contemplaron estremecidos cómo del interior del disco, de la abertura circular que tenía en su mismo centro, surgían unos rayos de color bermejo compuestos por una intensa luz de origen desconocido.
«¿Qué es lo que están viendo? ¿Qué es lo que les causa tanto asombro?», se preguntó el cardenal Münch poco antes de levantar la cabeza en dirección hacia el disco que sostenía con sus propias manos. Cuando lo hizo, se asombró al ver refulgir sobre su plateada superficie rayos de luz de una pureza extrema.
Münch se dio la vuelta.
Cuando miró hacia el mismo ventanal hacia el que tenían dirigidas sus asombradas miradas los curiales, lo que vio le dejó sin habla.
Sobre el cielo de Barcelona podían contemplarse cinco haces de luz de color rojo provenientes de las alturas, y que trazaban cinco líneas absolutamente perpendiculares en dirección hacia el suelo hasta incidir sobre un punto en concreto de la ciudad.
Los esplendentes haces lumínicos descendían del cielo, y una gran nube situada sobre el centro de Barcelona materializaba difusamente el resplandor, impidiendo conocer cuál era el origen de aquella luz de naturaleza enigmática rayana con lo sobrenatural.
Un análisis más detallado mostraba que la extraña irradiación se proyectaba, a través de cinco verticales y muy luminosas líneas, que representaban en su conjunto una figura geométrica de formas regulares.
Eran cinco haces de luz roja que trazaban en el cielo una gigantesca proyección diédrica que dibujaba, en la etérea y volátil superficie de la nube, un polígono de formas perfectas que iban a incidir, directamente, sobre un enorme templo de torres estilizadas y esbeltas.
«¿Qué sucede?», se preguntó absolutamente desconcertado el cardenal Münch, antes de recordar aquella aria que le traía recuerdos de juventud.
…la luce splendera…
Münch se sintió emocionado al comprobar que la luz incidía exactamente sobre el templo al que precisamente iba a dirigirse para llevar a cabo su clarividente plan. No pudo reprimir un íntimo y esclarecido pensamiento: «¡Es la señal! ¡Dios, no me ha dejado solo en mi "labor"!».
—
Rorate, Cceli desuper, et nubes pluant justum: aperiatur terra et germinet Salvatorem!
«¡Oh, Cielos! ¡Derramad desde las alturas vuestro rocío; y lluevan las nubes el Justo: ábrase la tierra, y brote al Salvador!»
El cardenal exclamó estas palabras en latín con actitud mística y ante la mirada de consternación de los curiales, que tampoco comprendían el extraño origen de aquella figura geométrica que se proyectaba sobre la nube, en una altísima zona situada entre el Cielo y la Tierra.
El cardenal Münch se dirigió hacia los integrantes del
congressus
con renovadas energías y con la sensación de poseer una reafirmación carismática que le embargaba por completo.
—Os aseguro que esta misma noche portaré los
signum
, y demostraré que la grabación que contiene este disco es un montaje intolerable.
Tras pronunciar aquella frase, el cardenal se dirigió hacia la puerta de la sala, donde le esperaban los custodios, que apostados en la entrada impedían el paso a los primeros curiosos que se preguntaban qué había sucedido.
Los curiales, cuando Münch salió de la sala, continuaron observando, como hipnotizados, el misterioso fenómeno de aquel gigantesco pentágono de luz purísima de color rojo que, atravesando una nube, iba a incidir exactamente en el Templo Expiatorio de la Sagrada Familia.
El ensordecedor estruendo, de origen desconocido, reverberaba en el interior de las torres de la Sagrada Familia con la fuerza de un volcán en erupción.
Catherine, tras sentir cómo vibraba el suelo bajo sus pies, recorrió unos metros y se dirigió hacia el arco de la torre de Sant Simó, desde donde es visible la cara interna de la fachada de la Passió, para tratar de averiguar qué sucedía. Alzó la cabeza hacia el cielo, mirando entre el espacio que dejaban dos viseras de piedra, y se sintió embargada por un sentimiento de grandiosidad al contemplar lo que veían sus ojos.
—¡Fíjate en eso! —gritó asombrada, mientras aquel fortísimo y sincopado estrépito no cesaba de rugir.
Grieg se dirigió de inmediato a su lado y se asombró al observar, atravesando una inmensa nube, cinco haces de luz purísima de color rojo que iban a incidir, exactamente, entre los contornos de la Sagrada Familia, tras remarcar las aristas de una figura geométrica regular.
Los cinco haces de luz, sobre la superficie algodonosa del celaje, dibujaban un pentágono de proporciones perfectas y que estaba formado enteramente por una luz rojiza de una pureza extrema.
La nube de color blanco sobre la que se dibujaba la figura geométrica poseía la suficiente densidad como para que resultase muy difícil, desde el lugar donde se encontraban, conocer el enigmático origen de aquella luz: se suscitaba la desconcertante impresión de que los rayos de luz procedían de las alturas..
De nuevo, el rugido retomó toda su intensidad, y un potente, haz de luz blanca que entraba desde la torre de Sant Bernabé penetró centelleando intermitentemente, acompasada con aquel cadencioso rugido, a través de las centenares de viseras de piedra de los campanarios, haciendo reverberar con infinitos matices, en un tono grave, el interior de las cuatro torres, trasformando la totalidad de la fachada del Naixement de la Sagrada familia en el más fabuloso y ultraterreno de los instrumentos musicales.
En su interior, supieron por fin cuál era el origen de aquel fortísimo cañón de luz que los enfocaba directamente.
—¡Vienen a por nosotros! —gritó Catherine, que trató de hacer audible su propia voz sobre aquel estruendo.
—¡No lo creo! —chilló Grieg, que miró entre dos viseras de piedra—. ¡La luz blanca proviene del foco de un helicóptero de la Policía! ¡Investigan de dónde diablos sale esa luz roja que dibuja el pentágono en el cielo!
El helicóptero se detuvo en el interior de los cinco haces de luz e iluminó potentemente con su foco el bosque metálico que formaban las grúas elevadas.
—¡Vayámonos hacia la base de la torre de Sant Bernabé! —exclamó Grieg—. Menos mal que tú tienes una linterna, porque la mía no va muy bien y nos puede dejar tirados en cualquier momento —afirmó Grieg, que agitó la vieja linterna de petaca—. Por cierto…, ¿de dónde la has sacado? Si no me equivoco, antes no la llevabas.
—¿Cuál? ¿Ésta? —dijo Catherine, que le mostró el objeto que llevaba en la mano—. Pensé que nos podría hacer falta cuando vi que tu linterna iba mal.
—¿De dónde la sacaste? —insistió Grieg.
—La tomé prestada hace un rato de un armario, cuando pasamos por la zona de obras situada junto al crucero. Estaba conectada a un acumulador de baterías. Pero no funciona muy bien.
Grieg puso una cara de extrañeza.
—Déjame ver esa «linterna».
Al observarla vio que el aparato en cuestión tenía dos botones de goma de color blanco situados junto a la empuñadura. Había visto en su trabajo algún instrumento similar a aquél, y comprendió, de inmediato, cuando giró el pequeño artilugio y leyó el contenido de una pequeña pantalla de L.C.D., el porqué de aquellas «luminarias» y el motivo por el que el helicóptero de la Policía estaba sobrevolando las torres de la Sagrada familia.
LÁSER
RUBER LUX
Distancia mínima de enfoque: 9,99
Rango de compesación automática: Máximo
Sensibilidad nivel circular: Máximo
Factor de multiplicación: 100 X
Longitud de onda: Máximo
Campo de visión: Máximo
Grado de convergencia total: 1
Sensibilidad: Máximo
—¡Esto no es una linterna, Catherine! —chilló Grieg, que intentó elevar su voz sobre el ruido que provocaba el helicóptero—. ¡Posee luz auxiliar! Pero es un controlador de las «plomadas de luz».
—¿Plomadas de luz? ¿Controlador? ¿Qué quieres decir? —preguntó, muy extrañada, Catherine.
—Lo acabo de comprender —dedujo Grieg al examinar aquel aparato, que en realidad era un mando a distancia—. Los haces de luz roja son las nuevas «plomadas», que sirven, como en la construcción de los rascacielos, para mantener la «referencia de verticalidad».
—Aclárame eso.
—En la construcción del templo trabajan siempre de día, y esos cinco láseres no son apreciables desde el exterior. Sirven como tutores de luz para erigir, alrededor de cada uno de ellos, las cuatro torres de los Evangelistas y la de la Virgen, pero lo que sucede es que mientras creías buscar el interruptor de la presunta linterna, los has activado a la máxima potencia y no resistirán. Estallarán de un momento a otro…
Grieg se calló de repente al comprobar que Catherine tenía la vista fija en un punto indeterminado situado unos metros por delante del gran pórtico de la Caritat, en la misma entrada del templo.
—
Á bon chai, bon rat!
—exclamó Catherine: «donde las dan las toman».
Grieg no supo exactamente por qué lo decía; su mirada, por unos segundos, se perdió en la fluctuante imagen de la fachada del Naixement de la Sagrada Familia, que se reflejaba por completo sobre la brillante superficie del lago de la Plaça de Gaudí.
De pronto, supo qué gravísimo problema los amenazaba.
Tres automóviles se habían detenido en la misma calzada de la calle Marina. Los dos primeros eran de color negro, y de ellos salieron varios guardaespaldas que se dirigieron rápidamente hacia el pórtico de la Fe, donde a su vez aguardaban dos hombres vestidos con trajes oscuros.
Del tercer automóvil apareció la alargada figura del mismo cardenal que Grieg había visto, esa misma noche, entrar por la puerta de la Pietat que da acceso a la catedral.
Cuando el prelado subió de un modo solemne las escaleras, los custodios ya habían abierto el portón del pórtico de l'Esperança y lo esperaban en la base de la torre de Bernabé para recibir sus órdenes, bajo la enorme estatua de piedra de un romano que empuñaba una gigantesca espada.
—¿Has visto alguna vez al cardenal que ha salido del Mercedes plateado? —preguntó Grieg, que giró la cabeza hacia Catherine y centró toda la atención en su respuesta.
Catherine miró fijamente a Grieg durante unos segundos antes de contestar.
—Sí —respondió lacónicamente—, por su altura y por su porte inconfundible, debe de ser Fedor Münch. Pertenece a una de las familias más…
—No estoy hablando de eso —la interrumpió Grieg—. Me refiero a si has contactado con él esta noche —concretó sin poder evitar pensar en la chica rubia que había visto en la catedral junto a ese mismo cardenal—. Te pregunto si has hablado con él personalmente esta misma noche.
Catherine miró con ojos de extrañeza a Grieg, que presintió de inmediato que en aquella respuesta estaba encerrada la clave esclarecedora de gran parte del misterio de la «visita» de Catherine.
—No sé a qué te refieres ni a qué viene esa pregunta. De cualquier manera, no, no he hablado con él.
—¿Estás completamente segura?
—Naturalmente.
«Si es cierto lo que Catherine dice: ¿quién era la rubia que vi en la catedral?», se preguntó Grieg.
—¡Debemos darnos prisa! —exclamó, y se puso de inmediato en movimiento—. Vayamos hacia el lugar donde mucho me temo que ellos se dirigen.