El alienista (28 page)

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Authors: Caleb Carr

Tags: #Intriga, Policíaco, Suspense

BOOK: El alienista
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Sin embargo sus ojos no se distrajeron cuando una brillante pantalla blanca bajó sobre el proscenio y el teatro se quedó completamente a oscuras. Entonces, en algún lugar a nuestras espaldas, se encendió una luz, y el pánico casi estalló en las primeras filas al enfrentarnos todos a un muro de mar azul que al parecer se desbordaba dentro del teatro. Como es natural, ninguno de nosotros estaba familiarizado con el fenómeno de las proyecciones de imágenes, una experiencia que en este caso se había visto potenciada por el hecho de haber teñido a mano una película en blanco y negro. Después de que se hubiese restablecido el orden tras la primera proyección— Olas marinas—, nos entretuvieron con otros once cortos, entre ellos un par de Boxeadores de vodevil y algunas películas menos divertidas del Káiser alemán pasando revista a sus tropas. Sentados en aquel teatro de difícil clasificación, apenas éramos conscientes de que estábamos presenciando la llegada de una nueva forma de comunicación y de entretenimiento que, en manos de profesionales tan modernos como D. W. Griffith, cambiaría drásticamente no tan sólo la ciudad de Nueva York sino el mundo entero. Pero yo estaba más interesado por el hecho de que aquellas imágenes fluctuantes y pintadas nos acercaban brevemente a Mary Palmer y a mí, aliviando la soledad que para mí era transitoria y para ella un aspecto permanente de su existencia.

Mi placidez mental se transformó en inquietante curiosidad cuando volvimos a salir a la calle, debido al entrenamiento que había sufrido en las últimas semanas. Mientras observaba cómo mi complacida y atractiva acompañante disfrutaba de la fría y luminosa tarde, me pregunté: ¿Cómo es posible que esta muchacha matara a su padre? Era absolutamente consciente de que había pocas cosas tan censurables como que un hombre violara a su propia hija; pero había otras muchachas que habían soportado aquella experiencia sin encadenar al culpable a la cama y luego quemarlo vivo. ¿Qué había empujado a Mary a actuar así? Pronto me di cuenta de que los inicios de una explicación eran muy fáciles de detectar, incluso años después de cometer la acción. Mientras Mary contemplaba los perros y las palomas de Madison Square, o cuando sus ojos azules se veían atraídos por brillantes tesoros como la enorme estatua dorada de Diana desnuda en lo alto de la torre cuadrada del Madison Square Garden, sus labios se movían como si diera expresión a su placer… De repente, las mandíbulas se cerraron con fuerza, su rostro exteriorizó un miedo incoherente, y pareció que en cualquier momento brotarían de su boca humillantes sonidos si intentaba hablar. Me acordé de que a Mary la habían tenido por una idiota en su infancia, y que la mayoría de los niños son cualquier cosa menos idiotas. Además, su madre sólo la había considerado apta para labores domésticas. Por eso, en la época que su padre empezó los abusos sexuales, Mary ya debía sentirse tan frustrada y atormentada que estaría a punto de estallar. Aliviarla de cualquiera de estos prejuicios y miserables experiencias podría haber cambiado por completo su existencia; todos juntos habían tejido un engranaje fatal.

Tal vez la existencia hubiera sido muy similar para nuestro asesino, me dije mientras entrábamos en el Madison Square Garden para tomar una taza de té en el restaurante de la terraza cubierta. En aquellos momentos ya me había dado cuenta de que un compañero excesivamente hablador sólo conseguiría que Mary se sintiera más consciente de su incapacidad para participar verbalmente, así que empecé a comunicarme a través de sonrisas y de gestos, persiguiendo íntimamente con ello lo que parecía una fértil línea de razonamiento psicológico. Mientras Mary bebía su té y estiraba el cuello para captar todas las vistas posibles desde la excelente atalaya que constituía la terraza del Garden, recordé lo que Kreizler me había dicho la noche anterior: que para nuestro asesino, la violencia había tenido su inicio en la infancia. Con toda probabilidad esto significaba que los adultos le habían dado palizas… Esto encajaría con la teoría de Laszlo de que en aquel hombre funcionaban tanto los instintos de autoprotección como de venganza. Sin embargo, miles de jóvenes sufrían malos tratos de este tipo. ¿Qué había empujado a aquél, al igual que a Mary, a cruzar la frontera al parecer indefinible pero real de la violencia? ¿Habría padecido él también algún tipo de mutilación o deformidad que durante su juventud le convirtiera en objeto de burla y escarnio, no sólo por parte de los adultos sino también de los otros muchachos? Y aparte de soportar todo esto, ¿habría padecido (también como Mary) algún tipo de abuso sexual degradante, ultrajante?

Resultaba extraño que una muchacha tan encantadora como Mary Palmer me hubiese inspirado unas reflexiones tan siniestras; pero, extraño o no, sentía que estaba a punto de dar con algo, y necesitaba acompañar a Mary de regreso a la casa de Kreizler para reunirme a tiempo con Marcus Isaacson y compartir con él mis ideas. Me sentí un poco injusto por poner fin a una salida que al parecer había proporcionado semejante alegría a Mary— cuando llegamos a Stuyvesant Park, estaba absolutamente radiante—, pero ella también tenía obligaciones a las que atender, y pude ver que su mente regresaba veloz a ellas al divisar la calesa de Kreizler frente a la casa de la calle Diecisiete.

Stevie estaba cepillando a Frederick, mientras Kreizler permanecía de pie en la pequeña galería que corría a lo largo de las vidrieras del salón del primer piso, fumando un cigarrillo. Tanto Mary como yo nos armamos de valor al entrar en el pequeño patio delantero, y ambos nos sorprendimos al ver la sincera sonrisa que asomaba en el rostro de Kreizler. Este sacó el reloj de plata, comprobó la hora y nos saludó con tono alegre:

— ¡Seguro que habéis pasado una buena tarde! ¿Ha sido el señor Moore un buen anfitrión, Mary?

Mary asintió sonriente, y luego corrió hacia la puerta. Allí se volvió a mirarme, y después de quitarse el sombrerito negro dijo gracias con una enorme sonrisa y tan sólo una leve dificultad. Luego desapareció en el interior de la casa y yo alcé los ojos hacia Kreizler.

— Creo que al final tendremos primavera, John— me dijo, señalando los jardines centrales de Stuyvesant Square con un amplio movimiento de su cigarrillo—. A pesar del frío, los árboles están retoñando.

— Pensaba que aún estarías en Long Island— le contesté.

Se encogió de hombros.

— Allí no había nada interesante para mí. En cambio Sara parecía totalmente fascinada por la actitud de la señora Hulse hacia sus hijos, así que la dejé. Tal vez a ella le resulte útil. Además, esta noche puede regresar en tren.— Aquella actitud me parecía algo extraña, teniendo en cuenta las teorías que ese día había urdido; sin embargo, el comportamiento de Kreizler era del todo normal—. ¿Quieres subir a tomar una copa, John?

— Tengo que encontrarme con Marcus a las cinco… Vamos a echar un vistazo al Golden Rule. ¿Te interesa venir?

— Me interesa muchísimo— contestó—, pero será mejor que no me vean en demasiados sitios relacionados con el caso… Confío que mentalmente toméis muchas notas. Recuerda que la clave estará en los detalles.

— Y hablando de detalles— dije—. Tengo algunas ideas que tal vez puedan ser útiles.

— Excelente. Las comentaremos luego, a la hora de la cena. Telefonéame al Instituto cuando hayáis acabado. Tengo unas cuantas cosas que hacer allí.

Me di media vuelta para marchar, pero mi perplejidad era demasiado grande para dejar asuntos pendientes.

— ¿Laszlo?— le llamé, indeciso—. ¿Te molesta que haya sacado de paseo a Mary esta tarde?

De nuevo se limitó a encogerse de hombros.

— ¿Lo has comentado con ella?— preguntó.

— No.

— Entonces todo lo contrario. Te lo agradezco. Mary no está lo bastante acostumbrada a enfrentarse a la gente y a nuevas experiencias. Estoy seguro de que repercutirá favorablemente en su estado de ánimo.

Y eso fue todo. Di media vuelta y crucé la verja, dejando a mis espaldas las ligeras sospechas que aquella mañana había tenido sobre el comportamiento de mis amigos. Subí al tren elevado de la Tercera Avenida con la calle Dieciocho y me dirigí al centro de la ciudad, procurando alejar mis pensamientos de los asuntos personales de la demás gente así como del caso. Cuando pasamos por Cooper Square ya lo había conseguido ciertamente, y cuando me encontré con Marcus en la calle Cuatro, ya estaba a punto para prestar absoluta atención a sus teorías más recientes sobre los métodos de nuestro asesino, una exposición que ocupó la mayor parte del tiempo durante nuestra marcha por la ciudad hacia el Golden Rule Pleasure Club.

17

La idea de que nuestro asesino era un experimentado montañero y escalador, me explicó Marcus, se le había ocurrido cuando yo vine con aquella historia del Salón Paresis sobre el muchacho llamado Sally. Pero al intentar encontrar pruebas de semejante actividad en el anclaje del puente de Williamsburg, y luego en el Salón, no había hallado casi nada, de modo que había pensado en abandonar tal hipótesis. Sin embargo, su mente había vuelto a ella ante la velocidad con que el hombre alcanzaba algunos lugares bastante difíciles, ya fuera por ausencia de escaleras u otros medios más convencionales para escalar. No podía haber otra explicación, opinaba Marcus: el asesino tenía que utilizar técnicas avanzadas de escalada para entrar y salir de las ventanas de las habitaciones de sus presuntas víctimas. No había ninguna duda de que el hombre era un experto pues debía cargar con los muchachos al abandonar los edificios, dado que con toda probabilidad ellos no sabían nada de escalada. Todo esto concordaba con la idea, expuesta ya por los Isaacson en Delmonico’s, de que el asesino era un hombre fuerte y corpulento. A la vista de estas consideraciones, Marcus había efectuado una investigación más detallada sobre las técnicas de escalada y después había regresado al anclaje del puente y luego al Salón Paresis.

En esta ocasión, su ojo ya más entrenado había descubierto, efectivamente, marcas en las paredes exteriores del local de Ellison, que muy bien podían pertenecer a las botas claveteadas de un escalador, y a las clavijas: unos largos ganchos que los escaladores clavaban en la roca con un martillo para conseguir un apoyo directo para las manos o los pies, y también como soporte para la cuerda. Las marcas apenas eran evidentes, por eso no las había mencionado en nuestras reuniones. Pero, en el borde posterior de la azotea de Castle Garden, Marcus había encontrado fibras pertenecientes sin duda a una cuerda: de ahí la posterior conclusión de que el asesino era un escalador. Las fibras parecían conducir a la barandilla delantera de la azotea, que estaba sólidamente fijada. En este momento Marcus nos había pedido que le bajáramos por la pared trasera del fuerte, donde había encontrado más marcas que coincidían con las que ya había descubierto en el Salón. A partir de este punto Marcus había empezado a trabajar en una probable secuencia de acontecimientos para el asesinato de Castle Garden.

El asesino, con su última víctima en la espalda, había escalado a la azotea del fuerte utilizando clavijas. (El vigilante no había percibido el ruido del martilleo porque, según había averiguado Marcus, se pasaba la mayor parte del tiempo durmiendo, circunstancia de la que sin duda el asesino estaba enterado.) Una vez en la azotea, nuestro hombre había cometido el asesinato, luego había pasado la cuerda por la barandilla y había efectuado un rápel para bajar al suelo. Ésta era una técnica de escalada que se utilizaba para bajar una pared vertical mediante una cuerda que se hacía deslizar por un punto de anclaje situado arriba. Los dos extremos de la cuerda llegaban entonces abajo, de modo que al escalador le bastaba con tirar de uno de ellos para recuperar toda la cuerda. De esta forma el asesino, al ir bajando, había ido retirando las clavijas que antes había utilizado para subir.

Satisfecho con este razonamiento, Marcus había intentado hallar pruebas especificas que apoyaran esto en el Salón Paresis, dado que el asesinato de Santorelli había tenido lugar hacía ya tiempo y era poco probable que hubiera algún policía por los alrededores. Pero entonces se dio cuenta de que en el Salón Paresis el asesino habría bajado desde la azotea, no subiendo desde el callejón, y que probablemente no habría utilizado clavijas (por tanto, las marcas que en un principio había pensado que serían de clavijas debía haberlas producido otro objeto, probablemente algo que no estaba relacionado en absoluto con nuestro caso). Así que Marcus había regresado a Castle Garden poco antes de reunirse conmigo y había proseguido una inspección del terreno, la cual apenas había podido llevar a cabo la noche anterior. (Esto confirmaba mi impresión de que estaba buscando algo, justo antes de nuestra marcha de aquel lugar.) Los pocos policías que aquella tarde habían quedado de guardia en Castle Garden no estaban vigilando la entrada posterior, de modo que Marcus había podido registrar libremente aquella zona.

Al llegar a este punto, mi compañero metió la mano en el bolsillo de la chaqueta y sacó un clavo de acero bastante inofensivo, que había encontrado entre la hierba. El clavo tenía una especie de agujero en la cabeza. Para asegurar las cuerdas, me dijo Marcus. Al llegar a casa había espolvoreado la clavija en busca de huellas y había encontrado unas que coincidían exactamente con las que habíamos fotografiado en la chimenea de cerámica la noche anterior. Al oír esto le di una firme palmada de admiración en el hombro. Marcus era tan obstinado como cualquier detective de los que yo había conocido durante los años que llevaba cubriendo la información policial, y bastante más inteligente. No era de extrañar que no se llevara bien con la vieja guardia de la División de Detectives.

Durante el resto del paseo, Marcus siguió explicando las implicaciones más importantes de su descubrimiento. Aunque en Norteamérica el montañismo no se había convertido realmente en una forma de recreo popular en 1896, en cambio en Europa era un deporte perfectamente establecido. Durante el siglo pasado, equipos de expertos del continente habían coronado las cumbres de los Alpes y del Cáucaso, y un intrépido alemán incluso se había aventurado a bajar hasta Africa para conquistar el Kilimanjaro. Casi todos estos grupos, me explicó Marcus, estaban formados por ingleses, suizos y alemanes, ya que en todos estos países tanto el montañismo como la escalada de tipo menos ambicioso eran un entretenimiento al aire libre bastante corriente. Dado que nuestro asesino había demostrado ser un experto, lo más probable era que llevara practicando este deporte desde hacía mucho tiempo, tal vez desde su juventud, y que su familia hubiera emigrado a América desde alguna de aquellas naciones europeas en un pasado no muy lejano. De momento quizás esto no significara gran cosa, pero unido a otros factores que habían surgido durante la investigación, podría resultar altamente interesante. Aquel descubrimiento resultaba francamente esperanzador.

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