El Ángel caído: El Gremio de los Cazadores 1 (21 page)

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Authors: Nalini Singh

Tags: #Fantástico, infantil y juvenil, romántico

BOOK: El Ángel caído: El Gremio de los Cazadores 1
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Duérmete, Elena. Tus pensamientos me mantienen despierto.

Ella respiró hondo.

—¿Cómo estás? ¿Qué tal la herida?

¿Estás atada?

—Sí. —Esperó la respuesta a su propia pregunta.

Bien. No querría que desaparecieras antes de que tenga la oportunidad de hablar contigo sobre tu debilidad por las armas.

Después de aquello, la sensación de tenerlo en la cabeza desapareció. Elena susurró su nombre, pero sabía que él ya no la escuchaba. La culpabilidad se transformó de pronto en furia. Ese cabrón... podría haberla liberado, pero la había dejado atada. Tenía las muñecas doloridas, sentía pinchazos en la espalda debido a la posición en aquel maldito sillón, y...

—Tiene todo el derecho del mundo a estar cabreado.

Rafael la había aterrorizado al pie del alféizar aquella noche, pero en realidad no le había hecho daño. Sin embargo, ella le había disparado. No era de extrañar que estuviese furioso. Aunque eso no significaba que a ella tuviera que gustarle.

Y aún quedaba pendiente el asunto de que hubiera intentado coaccionarla para que se acostara con él.

Por humillante que fuera, ella le había dicho la verdad aquella noche: si hubiera esperado, lo más seguro era que ella se le hubiese echado encima a la menor oportunidad.

Le ardieron las mejillas. Tendría que tatuarse la palabra «Imbécil» en la frente en cuanto saliera de allí. Se había dicho desde un principio que debía ser cautelosa, que no debía olvidar nunca que para Rafael no era otra cosa que una forma desechable de diversión. Por lo visto, a sus hormonas les daba igual.

El arcángel la ponía al rojo vivo.

Lo peor era que no podía echarle la culpa de su fascinación solo a la lujuria. Rafael era un hombre demasiado intrigante para algo tan simple. Sin embargo, aquella noche no había sido él mismo. O tal vez, susurró otra parte de sí misma, sí que lo había sido. ¿Y si el desconocido al que había disparado era el verdadero Rafael... el arcángel de Nueva York, una criatura capaz de torturar a otra persona hasta convertirla en una monstruosa y vociferante obra de arte?

Rafael tenía los ojos cerrados, pero en realidad no estaba dormido. Se encontraba en una especie de coma semiconsciente, un estado para el que ni los humanos ni los vampiros tenían equivalente. Los ángeles lo llamaban «anshara», un estado de consciencia al que solo podían llegar aquellos que habían vivido más de medio milenio y que permitía razonar y descansar a un tiempo. En aquellos momentos, la parte consciente de su persona estaba absorta en la reconstrucción de la herida que Elena le había hecho con su pequeña pistola, y el resto de su ser dormía. Un estado de lo más útil. Aunque nunca lo habría elegido por voluntad propia.

Un ángel solo llegaba al anshara cuando había sido herido de gravedad. Aquello había ocurrido muy pocas veces en los últimos ochocientos años de existencia de Rafael. Cuando era joven e inexperto, se había herido a sí mismo (o lo habían herido) unas cuantas veces.

Vio imágenes de una danza en el cielo, poco antes de que sus alas se enredaran y cayera en picado hacia el suelo con la certeza de que su sangre dibujaría una alfombra roja sobre la tierra de la pradera.

Recuerdos antiguos. Del niño que había sido.

Brazos rotos, piernas rotas, sangre que manaba de su boca destrozada.

Y ella. De pie frente a él, arrullándolo.

«Calla, cariño. Calla.»

Un terror en estado puro inundó su torrente sanguíneo. Su corazón se encogió al saber que era incapaz de detener... a su madre, a su peor pesadilla.

Con el cabello negro y los ojos azules, aquella mujer había sido la imagen femenina a partir de la cual había sido creado. No obstante, ella ya era vieja para entonces, no de apariencia, pero sí de mente y de alma. Y, a diferencia de Lijuan, no había evolucionado. Más bien había... involucionado.

En el momento presente, podía ver cómo su ala se regeneraba filamento a filamento, pero aquello no fue suficiente para mantener los recuerdos a raya. Durante el anshara, la mente revelaba cosas largo tiempo enterradas y cubría el alma con una capa de opacidad que ningún mortal podría comprender. Aquellos eran recuerdos de un centenar de vidas mortales diferentes. Él era tan viejo, tan antiguo... pero no, no era un anciano. No todos aquellos recuerdos eran suyos. Algunos pertenecían a otros de su raza, al almacén secreto de conocimientos angelicales enterrado en el interior de las mentes de sus descendientes.

Los recuerdos de Caliane ascendieron hasta la superficie.

Y de repente, bajó la vista hasta su ala sangrante y su cuerpo destrozado desde una posición agachada, mientras su mano (que en realidad era la mano de ella) le apartaba el pelo de la cara.

«—Ahora te duele, pero el dolor acabará pronto.

»El muchacho del suelo no podía hablar; se estaba ahogando con su propia sangre.

»—No morirás, Rafael. No puedes morir. Eres inmortal. — Se inclinó hacia delante para depositar un beso frío sobre la mejilla destrozada y llena de sangre del chico—. Eres el hijo de dos arcángeles.

»Los ojos del muchacho, que milagrosamente habían resultado ilesos, reflejaron la sensación de traición que experimentaba. Su padre estaba muerto. Los inmortales sí podían morir.

»El rostro de Caliane se llenó de tristeza.

»—Debía morir, amor mío. De no haberlo hecho, habría reinado sobre la tierra.

»Los ojos del chico se volvieron más oscuros, más acusadores. Caliane suspiró y luego esbozó una sonrisa.

»—Y también yo debo hacerlo... Por eso has venido a matarme, ¿no es así? —Una risa suave y delicada—. No puedes matarme, mi dulce Rafael. Solo otro de los miembros del Grupo de los Diez puede destruir a un arcángel. Y ellos nunca me encontrarán.»

Una desconcertante transición hasta su propia mente, hasta su propia memoria. Porque ya no tenía ningún recuerdo más de Caliane después de aquello: ella le había hecho la transferencia de imágenes mientras se encontraba tan malherido que no había sido capaz de moverse en meses. Tampoco había podido levantar la vista para ver cómo se alejaba volando. El último recuerdo que tenía de su madre era la imagen de sus pies desnudos saltando sobre la hierba verde del prado y el rastro de polvo de ángel que había dejado tras de sí.

«—Madre... —intentó decir.

»—Calla, cariño. Calla. —Luego, una ráfaga de viento le llenó los ojos de polvo.

»Cuando despertó y volvió a abrirlos, Caliane había desaparecido.

»Y en su lugar vio el rostro de un vampiro.»

Nacido a la sangre

S
e alimentó.

Sus huesos deshidratados se hincharon, llenos de vida.

Pero necesitaba más.

Mucho más.

Aquel era el éxtasis que los demás habían tratado de ocultarle mientras ellos se embriagaban de poder. Ahora pagarían por ello. La sangre chorreaba desde sus colmillos cuando profirió un grito de desafío que rompió las ventanas de todos los edificios en un radio de dos kilómetros.

Había llegado el momento.

21

L
a expresión de Dmitri era de puro alivio.

—¿Sire?

—¿Qué hora es? —preguntó Rafael con voz fuerte. El anshara había hecho bien su trabajo. Sin embargo, él tendría que pagar el precio que requería muy pronto.

—Raya el alba —respondió Dmitri a la antigua usanza—. La luz acaba de alcanzar el horizonte.

Rafael salió de la cama y flexionó las alas.

—¿La cazadora?

—Atada en la otra habitación.

Su ala había vuelto a la normalidad, salvo en un aspecto. Rafael contempló el diseño interior. Los suaves trazos dorados se interrumpían en el lugar donde la bala de Elena lo había atravesado. Ahora la mitad inferior de aquella ala tenía un patrón único de dorados y blancos: una explosión desde el punto central. Sonrió. Así que llevaría la marca del estallido de violencia de Elena...

—¿Sire? —Dmitri parecía intrigado por su sonrisa.

Rafael no dejó de contemplar el ala, la marca causada por el estado Silente. Le serviría como recordatorio.

—¿Le hiciste daño, Dmitri? —Miró a su hombre de confianza por un segundo y se fijó en el pelo alborotado y la ropa arrugada.

—No. —Los labios del vampiro se curvaron en una sonrisa feroz—. Creí que querrías reservarte ese placer para ti.

Rafael acarició la mente de Elena. Estaba dormida, exhausta después de pasarse la noche intentando librarse de las ataduras.

—Esta batalla es entre la cazadora y yo. Nadie más debe interferir. Encárgate de que los demás lo sepan.

Dmitri no pudo ocultar su sorpresa.

—¿No vas a castigarla? ¿Por qué?

Rafael no le debía explicaciones a nadie, pero Dmitri llevaba más tiempo con él que ningún otro.

—Porque fui yo quien disparó primero. Y ella es mortal.

La expresión incrédula del vampiro no cambió.

—Me cae bien Elena, pero si escapa de esta sin castigo, otros podrían empezar a cuestionar tu poder.

—Asegúrate de que entiendan que Elena ocupa un lugar muy especial en todo este asunto. Cualquier otro que se atreva a desafiarme deseará haber gozado de tanta clemencia como Germaine.

El rostro de Dmitri se puso pálido.

—¿Puedo hacerte una pregunta?

Rafael permaneció en silencio para indicarle que le concedía permiso.

—¿Por qué estabas tan malherido? —Dmitri sacó el arma que se había guardado en el pantalón—. Examiné la bala que utilizó: solo debería haber causado un daño mínimo, lo que le habría dado una ventaja de unos diez minutos o así.

«En ese caso, ella te matará a ti. Te convertirá en mortal.»

—Necesitaba que me hirieran —respondió, evasivo—. Era la respuesta a una pregunta.

Dmitri parecía frustrado.

—¿Puede suceder de nuevo?

—Me aseguraré de que no vuelva a ocurrir. —Se compadeció del líder de los Siete—. No te preocupes, Dmitri: no tendrás que ver cómo se estremece la ciudad bajo el gobierno de otro arcángel. Al menos, no durante otra eternidad.

—He visto lo que los demás pueden hacer. —Los ojos del vampiro se inundaron bajo las aguas de los recuerdos—. Sufrí las tiernas atenciones de Neha durante un centenar de años. ¿Por qué no me detuviste cuando me rebelé contra tu autoridad?

—Tenías doscientos años —señaló Rafael, que se dirigía hacia el baño—. Eras lo bastante mayor como para saber elegir.

Dmitri soltó un resoplido.

—Lo bastante mayor como para ser un gallito sin conocimientos reales que lo respaldaran. Un maldito cachorro con delirios de grandeza. —Hizo una pausa—. ¿Nunca te has preguntado... si soy un espía?

—Si lo fueras, estarías muerto.

Dmitri sonrió. Había lealtad en aquellos ojos que sorprendían a Rafael cada vez que este los miraba. El vampiro era increíblemente poderoso y podría haber creado una fortaleza propia; sin embargo, había elegido dedicar su vida a un arcángel.

—Ahora voy a preguntarte una cosa, Dmitri.

—¿Sire?

—¿Por qué crees que voy a perdonarle la vida a Elena?

—Necesitas que encuentre a Uram —respondió Dmitri—. Y... hay algo en ella que te fascina. No hay muchas cosas que fascinen a un inmortal.

—¿Atisbas ya el principio del tedio?

—Lo puedo ver en el horizonte, sí... ¿Cómo luchas tú contra eso?

Rafael no sabía muy bien si había luchado contra el aburrimiento en algún momento.

—Tal como has dicho, hay muy pocas cosas que fascinen a un inmortal.

—Ah. —La sonrisa de Dmitri se volvió sexual, la típica de los vampiros—. Así que hay que saborear aquello que te fascina...

Elena despertó cuando su vejiga empezó a protestar. Era un alivio que los cazadores estuvieran entrenados para saber contener sus impulsos naturales en tales circunstancias, ya que algunas búsquedas implicaban una hora tras otra de vigilancia inmóvil. Aun así, resultaba incómodo.

Enviaré a Dmitri
.

Se ruborizó tanto que le dio la impresión de que tenía quemaduras de tercer grado.

—¿Siempre espías a la gente? —Sentía tentaciones, pero no intentó utilizar aquella especie de escudo que le provocaba dolor de cabeza y que al parecer había desarrollado. Era mejor reservarlo para cuando el arcángel la fastidiara de verdad.

No. La mayoría de la gente no es tan interesante
.

La arrogancia de la respuesta era asombrosa... y bienvenida. Aquel era el Rafael que ella conocía.

—No pienso dejar que ese vampiro me acompañe al baño. Lo más seguro es que intente morderme.

En ese caso, espérame
.

Aquello hizo que Elena sintiera ganas de gritar.

—Haz que venga a desatarme. Tengo muy pocas posibilidades de fugarme ahora que estás bien.

No creo que Dmitri se fíe de ti si tienes las manos y los pies libres.

Estaba a punto de decirle lo que pensaba sobre aquello cuando la puerta se abrió y apareció el vampiro en cuestión. Parecía que había estado despierto toda la noche: tenía la camisa arrugada y su cabello (antes bien peinado), estaba hecho un desastre. Aunque aquello solo hacía que resultara aún más sexy.

—¿Los vampiros no duermen?

Él la miró con cierta sorpresa.

—Tú eres una cazavampiros. ¿No lo sabes?

—Sé que dormís, pero ¿lo necesitáis? —Permaneció muy quieta cuando él se situó detrás de ella—. ¿Dmitri?

Unos dedos fríos le apartaron el cabello de la nuca. Después, unos nudillos le acariciaron la piel.

—Podemos pasar mucho más tiempo sin dormir que los humanos, pero sí, lo necesitamos.

—Deja de hacer eso —murmuró Elena al ver que seguía acariciándola con los nudillos—. No estoy de humor.

—Eso suena prometedor. —Su aliento le acarició la nuca, un lugar peligroso para un vampiro de manos frías. Porque dicha frialdad indicaba que no se había alimentado—. ¿Qué puedo hacer para que te sientas de humor?

—Desatarme y dejar que vaya al baño. —Dmitri se rió por lo bajo, pero Elena notó que tironeaba de las ataduras de sus muñecas. Los nudos desaparecieron como por arte de magia—. ¿Cómo coño has hecho eso?

—Aprendí a atar cuerdas de la mano de un verdadero experto —murmuró él, que no dejó de juguetear con los mechones de su cabello mientras ella se encargaba de liberarse del resto de las cuerdas.

Le habría gritado que se detuviera, pero no le estaba haciendo daño y, ahora que Rafael estaba despierto, tenía la sensación de que Dmitri no suponía un verdadero peligro.

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