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Authors: Paul Watzlawick

El arte de amargarse la vida (4 page)

BOOK: El arte de amargarse la vida
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«Vuestra primera mujer se ha convertido en espíritu y sabe todo lo que vos hacéis», le declara el maestro. «Todo lo que vos hacéis o decís, todo lo que dais a vuestra prometida, él lo sabe. Tiene que ser un espíritu muy sabio. En verdad, tendríais que admiraros de un tal espíritu. Cuando se os aparezca de nuevo, haced un trato con él. Decidle que sabe tanto que vos no le podéis ocultar nada y que vais a romper vuestro compromiso, si puede contestaros a una sola pregunta.»

«¿Qué pregunta he de hacerle?», dice el hombre.

El maestro responde: «Tomad un buen puñado de guisantes y preguntadle por el número exacto de guisantes que tenéis en la mano. Si no os sabe responder, sabréis que el espíritu no es más que un producto de vuestra imaginación y ya no os molestará más.»

Cuando a la noche siguiente apareció el espíritu de la mujer, el hombre lo aduló diciéndole que lo sabía todo.

«Efectivamente», respondió el espíritu, «y sé que hoy has ido a ver al maestro zen».

«Y ya que sabes tanto», prosiguió el hombre, «dime cuántos guisantes tengo en la mano».

Y ya no hubo espíritu alguno para responder a esta pregunta
[18]
.

Vea usted, me refería precisamente a esta especie de corto circuito, cuando antes advertía que un problema como éste ha de ser cultivado y seguido de un modo puramente reflexivo y que toda comprobación de la realidad sería contraproducente para el éxito de la empresa. Si usted llegara al extremo de que su desesperación e insomnio hacen que vaya a ver al equivalente moderno de un maestro de zen, acuda usted entonces al menos a uno que no tenga ninguna estima por soluciones de este tipo. Consulte usted más bien a un descendiente de la mujer de Lot, que le hará practicar el ejercicio número 2 con el pasado conduciéndole a la búsqueda, prácticamente inacabable, de los fundamentos del problema a base de las experiencias que usted hizo en su más tierna infancia.

EL HOMBRE QUE ESPANTABA ELEFANTES

En los últimos capítulos se ha tratado la manera de desarrollar la capacidad de hacer que la mano derecha no sepa lo que hace la izquierda. Ahora vamos a tratar exactamente de lo contrario: no de la creación de un problema, sino de cómo evitarlo, a fin de que perdure.

El modelo típico de este menester se expresa en la historia del hombre que daba una palmada cada diez segundos. Uno le pregunta por el motivo de tan extraño proceder. El hombre responde: «Para espantar los elefantes.»

«¿Elefantes? Pero si aquí no hay ninguno.»

Replica: «Y pues, ¿ve usted?»

La moraleja de la historia es que rechazar o eludir una situación peligrosa de buenas a primeras parece ser la solución más razonable, pero, por otra parte, también garantiza la permanencia del problema. Aquí está su interés para nuestro propósito. Otro ejemplo para que se vea más claro: si por medio de una plancha metálica en el suelo del establo se aplica un electroshock a un casco de un caballo e inmediatamente antes se hace sonar una señal acústica, el caballo va a levantar la pata para evitar la descarga. Una vez establecida la asociación entre señal acústica y shock, el shock ya no es necesario: basta la señal acústica para que el caballo levante la pata. Y cada uno de estos actos de evitación refuerza en el animal (podemos suponer) la «convicción» de que de este modo ha contribuido eficazmente a evitar un peligro doloroso. Lo que no sabe el caballo (y de seguir comportándose así no lo sabrá nunca) es que ya hace tiempo que no hay peligro alguno.

Como usted ve, no se trata aquí de una superstición vulgar. Es notorio que uno no pueda fiarse de los actos supersticiosos; en cambio la eficacia de la evitación merece toda la confianza del aspirante a la vida desdichada. Hay que añadir que la aplicación de la técnica es mucho más simple de lo que puede parecer a primera vista. Se trata esencialmente de perseverar de un modo consecuente en el sentido común de los hombres, ¿qué cosa podría ser más razonable?

Nadie pondrá en duda que una gran porción de lo que hacemos cada día tiene un elemento de peligro. ¿A cuánto peligro puede uno arriesgarse? Razonablemente al mínimo o mejor a ninguno. Incluso los más audaces considerarán temerario al boxeador o al que se lanza al espacio con un ala delta. ¿Y conducir? Piense cuántas personas mueren cada día o se quedan inválidas en accidentes de circulación. Pero ir a pie también tiene muchos peligros, que pronto descubre la mirada indagadora de la razón. Carteristas, gases de los tubos de escape, casas que se derrumban, tiroteos entre atracadores de bancos y la policía, partículas incandescentes de las sondas espaciales americanas o soviéticas..., la lista no tiene fin, y sólo un loco puede exponerse alegremente a estos peligros. Entonces lo mejor es quedarse en casa. Pero la seguridad de la casa no es más que relativa. Escaleras, contingencias del cuarto de baño, estado resbaladizo del suelo o pliegues de las alfombras, o simplemente, cuchillo, tenedor, tijeras y luz, y no hablemos de gas, agua caliente y electricidad. La única conclusión razonable parece ser que más valdría no levantarse de la cama por la mañana. Pero ¿qué protección ofrece la cama contra un terremoto? ¿Y si por estar acostado le vienen a uno úlceras de encentamiento (decubttus)?

Cierto que exagero. Sólo muy pocos entre los más aventajados consiguen llegar a ser tan razonables que comprenden todos los peligros imaginables y empiezan a evitarlos (incluyendo contaminación del aire, corrupción del agua, colesterina, triglicérido, sustancias carcinógenas en los alimentos y otros muchos peligros y toxinas).

El hombre medio no logra en general abrir su razón a esta mirada exhaustiva del mundo, evitando cada uno de los peligros y convirtiéndose de este modo en beneficiario al ciento por ciento del Seguro Social. Nosotros, los menos dotados, tenemos que conformarnos con un éxito parcial que, no obstante, ya es algo. Ello consiste en la aplicación concentrada del sentido común a un problema parcial: uno puede lesionarse con los cuchillos, por tanto hay que evitarlos; los pomos de las puertas están realmente cubiertos de bacterias. ¿Quién sabe, si a la mitad del concierto sinfónico no se sentirá la necesidad urgente de ir al lavabo, o si al asegurarse de haber cerrado bien la puerta de casa no la habrá dejado abierta por equivocación? Para esto, el hombre razonable evita los cuchillos, abre las puertas con el codo, no va al concierto y se cerciora cinco veces de haber cerrado realmente la puerta. De todos modos, la condición es que poco a poco uno no se acostumbre y no pierda de vista el problema. La historia que sigue enseña cómo puede evitarse esto.

Una solterona vive a la orilla de un río y se queja a la policía de que unos jovenzuelos se bañan desnudos delante de su casa. El inspector manda a un subalterno que diga a los chicos que no se bañen delante de la casa, sino río arriba donde ya no hay casas. Al cabo de unos días, la dama llama de nuevo por teléfono: los jóvenes nadan todavía al alcance de la vista. El policía vuelve y los manda más arriba. Unos días después, la señora indignada acude otra vez al inspector y se queja: «Desde la ventana del desván todavía puedo verlos con unos prismáticos.»

Uno puede preguntarse: ¿Qué hará la dama, cuando finalmente ya no pueda ver a los chicos desde su casa? Tal vez dará un paseo río arriba, o tal vez le baste la seguridad de que en alguna parte hay quien se baña desnudo. Lo cierto es que seguirá dando vueltas a la idea. Y lo más importante en una idea fija es que es capaz de crear su propia realidad. Este fenómeno será de nuestra ocupación próxima.

AUTOCUMPLIMIENTO DE LAS PROFECIAS

En el periódico de hoy, su horóscopo le advierte (y también aproximadamente a 300 millones más que nacieron bajo el mismo signo del Zodíaco) que usted puede tener un accidente. En efecto, a usted le pasa algo. Por tanto, será verdad que la astrología tiene gato encerrado.

O ¿cómo lo ve usted?, ¿está usted seguro de que también le habría ocurrido un accidente, si no hubiese leído el horóscopo?, ¿si usted estuviese realmente convencido de que la astrología es un bulo craso? Naturalmente, esto no puede explicarse a posteriori.

Es interesante la idea del filósofo Karl Popper que dice —simplificando mucho— que la profecía horrenda del oráculo a Edipo se cumplió precisamente porque éste la conocía e intentó esquivarla. Y justo lo que hizo para escaparse de ella, fue lo que llevó al cumplimiento de lo que había dicho el oráculo.

Si ello es así, aquí tendríamos otro efecto de la evitación, es decir, su virtud de atraer en determinadas circunstancias justamente lo que pretende evitarse. ¿Qué circunstancias son éstas? Primero, una predicción en el sentido más amplio: cualquier expectación, temor, convicción o simple sospecha de que las cosas evolucionarán en este sentido y no en otro. Hay que añadir que dicha expectación puede ser desencadenada tanto desde fuera, por ejemplo, por personas ajenas, como por algún convencimiento interno. Segundo, la expectación no ha de verse como expectación sino como realidad inminente contra la que hay que tomar enseguida unas medidas para evitarla. Tercero, la sospecha es tanto más convincente cuanto más personas la compartan o cuanto menos contradiga otras sospechas que el curso de los acontecimientos ha ido demostrando.

Así, por ejemplo, basta la sospecha —con o sin fundamento, no tiene importancia— de que los otros cuchichean o se burlan en secreto de uno. Ante este «hecho», el sentido común sugiere no fiarse de los otros. Y como, naturalmente, todo sucede detrás de un velo tenue de disimulo, se aconseja afinar la atención y tomar en cuenta hasta los indicios más insignificantes. Sólo hace falta esperar un poco y pronto puede uno sorprender a los otros cuchicheando y disimulando sus risas, guiñando el ojo e intercambiando signos conspiradores. La profecía se ha cumplido.

De todos modos, este mecanismo funciona realmente sin fallos, si usted no ajusta las cuentas consigo mismo de la contribución que usted haya aportado al caso. Después de lo que usted ha aprendido en los capítulos anteriores, esto no le parecerá muy difícil. Además, una vez que el mecanismo se ha puesto en marcha, ya no se puede comprobar más ni tiene interés alguno averiguar qué fue lo primero: si su conducta desconfiada fue la que provocó las risas de los otros o si las risas de los otros le hicieron a usted desconfiado.

Las profecías autocumplidas crean una determinada realidad casi como por magia y de aquí viene su importancia para nuestro tema. No sólo ocupan un lugar fijo de preferencia en el repertorio de cualquier aspirante a la vida amargada, sino también en ámbitos sociales de más envergadura. Si, por ejemplo, se impide a una minoría el acceso a ciertas fuentes de ingresos (pongamos, por caso, a la agricultura o a cualquier oficio manual), porque, en opinión de la mayoría, es gente holgazana, codiciosa o sobre todo «no integrada», entonces se les obliga a que se dediquen a ropavejeros, contrabandistas, prestamistas y otras ocupaciones parecidas, lo que, «naturalmente», confirma la opinión desdeñosa de la mayoría. Cuanto más señales de stop ponga la policía, más transgresores habrá del código de circulación, lo que «obliga» a poner más señales de stop. Cuanto más una nación se siente amenazada por la nación vecina, más aumentará su potencial bélico, y la nación vecina, a su vez, considerará urgente armarse más. Entonces el estallido de la guerra (que ya se espera) es sólo cuestión de tiempo. Cuanto más alta es la tasa de impuestos en un país, para compensar así los defraudes de los contribuyentes, que, naturalmente, ya se supone de antemano no van a ser sinceros, más ocasión se da a que también los ciudadanos honestos hagan trampa. Si un número suficiente de personas cree un pronóstico que dice que una mercancía determinada va a escasear o a aumentar de precio (tanto si «de hecho» es verdad como si no lo es), vendrán compras de acaparamiento, lo que hará que la mercancía escasee o aumente de precio.

La profecía de un suceso lleva al suceso de la profecía. La única condición es que uno se profetice o deje profetizar y que luego lo considere un hecho con consistencia propia, independiente de uno mismo o inminente. De este modo se llega exactamente allí donde uno no quería llegar. Con todo, el especialista sabe cómo evitar que llegue. De ello vamos a hablar acto seguido.

CUIDADO CON LA LLEGADA

It is better to travel hopefully than to arrive,
escribe R. L. Stevenson citando un sabio adagio japonés. La traducción literal es naturalmente: es mejor viajar lleno de esperanzas, que llegar; y quiere decir que la felicidad está en la salida y no en la meta.

Claro está que los japoneses no son los únicos que sienten desazón por la llegada. Lao-Tsé ya recomendaba olvidar el trabajo una vez acabado. También George Bernard Shaw toca este tema en su famoso aforismo, plagiado con frecuencia: «En la vida hay dos tragedias. Una es el no cumplimiento de un deseo íntimo; la otra es su cumplimiento.» El seductor de Hermann Hesse suplica a la personificación de sus anhelos: «Defiéndete, mujer hermosa, entesa tu porte. Cautiva, atormenta; pero no me escuches»; pues él sabe «que toda realidad destruye el sueño». No tan poético, pero con más detalles, el contemporáneo de Hesse, Alfred Adler, se engolfó en este problema.

Su obra, cuyo descubrimiento llega con retraso, entre otros temas, se ocupa con detalle del estilo de vida del que está en viaje permanente y pone sumo cuidado en no llegar nunca.

Una versión muy libre de Adler podrían ser las reglas siguientes para un ejercicio con el futuro: llegar —que tanto literal como metafóricamente indica la consecución de un objetivo— se tiene como señal importante de éxito, poder, reconocimiento y autoaprecio. Lo contrario, fracaso o incluso vida ociosa, se tiene como señal de estupidez, holgazanería, falta de responsabilidad o cobardía. Pero el camino del éxito es penoso, pues uno tiene que empezar por esforzarse y aun así no es seguro que la empresa no acabe mal. Por esto, en vez de emprender una política trivial de «pasos cortos» e imponerse unos objetivos modestos y razonables, se aconseja fijar el objetivo muy alto, que cause admiración.

Mis lectores adivinarán sin duda las ventajas de esta táctica. El afán de Fausto, la búsqueda de la flor azul, la renuncia ascética a las satisfacciones más bajas de la vida, se cotiza mucho en nuestra sociedad y hace palpitar más fuerte los corazones maternales. Y, sobre todo, si el objetivo está lejos, hasta el más tonto comprende que su camino será largo y fatigoso y que los preparativos del viaje serán minuciosos y exigirán mucho tiempo. ¡Que se atreva uno a criticar que todavía no se haya emprendido la marcha! Con todo, se está menos expuesto a la crítica, si una vez en camino, uno se desvía o ronda en círculo o incluye pausas en la marcha. Al contrario, extraviarse en el laberinto y naufragar en empresas sobrehumanas ha sido el sino de héroes ejemplares, a cuya luz entonces uno también resplandece un poquito.

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