El arte del asesino (32 page)

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Authors: Mari Jungstedt

BOOK: El arte del asesino
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—Hola Kalle, llegas tarde. Pero si ya íbamos a salir, joder.

Se interrumpió el contacto. Ningún zumbido, el tipo de arriba no había abierto. Se apresuró a volver al coche. Unos minutos más tarde salieron por la puerta tres hombres; uno de ellos era Erik Mattson. Parecían alegres y se quedaron hablando delante de la puerta. Se hundió en el asiento para que no lo vieran, pero pudo oír lo que decían.

—¿Dónde cojones se ha metido?

—¿No se habrá enfadado?

—No; Kalle, no. Se nos habrá adelantado.

Los otros hombres a los que no conocía parecían de la misma edad que Mattson. Yupis de Östermalm, apuestos y bien vestidos, con sus caros trajes de moda debajo de los abrigos y el cabello peinado hacia atrás.

Pasaron junto al coche sin advertir que él estaba dentro y desaparecieron por el parque Humlegården. Los siguió. Entraron en el restaurante Riche. Dentro del local no cabía un alfiler, y fue una suerte para Johan que no hubiera cola.

La música zumbaba y aquello estaba lleno de gente que charlaba con una copa en la mano.

Ojalá no lo descubrieran. Erik Mattson lo reconocería inmediatamente, puesto que se habían visto aquel mismo día por la mañana. Aunque por otro lado, tampoco era tan extraño que un periodista acudiese al Riche un viernes por la noche. Su reflexión quedó plenamente confirmada cuando, al acercarse a la barra, divisó a algunos colegas de Ekot a quienes conocía y a los que se unió.

No le quitó el ojo de encima a Erik Mattson, que se movía charlando entre la gente. Al parecer, conocía a todo el mundo. Advirtió que se bebía una copa tras otra sin que se le viera especialmente borracho.

Pero de pronto desapareció. Johan se despidió de sus conocidos y empezó a buscarlo. Su inquietud iba en aumento. ¿Lo habría perdido? Entonces lo vio hablando con un hombre de cierta edad. Estaban muy juntos y parecían íntimos.

De repente, el hombre de edad se dirigió hacia la salida y se fue. Un par de minutos después, Erik siguió el mismo camino. Fuera, vio que se metían en un taxi. Él tomó el siguiente y pidió al conductor que siguiera al coche que iba delante. Johan no sabía muy bien lo que estaba haciendo. Tenía que levantarse temprano al día siguiente y limpiar el piso antes de que llegara el inquilino y luego debía recoger sus cosas y embarcar en el vuelo a Gotland. No tenía tiempo para jugar a los espías, en absoluto.

La carrera fue corta. El coche que los antecedía se detuvo delante de una puerta deslucida en una de las callejuelas del centro, donde entraron Erik y su acompañante. Pagó al taxista y los siguió. Bajó por una escalera que conducía a una especie de videoclub. Allí tuvo que pagar la entrada para seguirlos aún más abajo, hasta los antros subterráneos.

Johan no tardó mucho en comprender a qué se dedicaba Erik Mattson.

Capítulo 83

Pia y Johan se disponían a preparar el reportaje para la emisión dominical de la tarde, porque en aquellos momentos la información más candente estaba en Gotland. Johan le contó lo que había descubierto en Estocolmo tras seguir a Erik Mattson.

—¿Es verdad?

—Cómo te lo cuento.

—Parece increíble. Pero podría ser el asesino, ¿no crees?

—Sí, ¿por qué no?

—¿Se lo has contado a la policía?

—No, quiero estar más seguro.

—Entonces, piensas que no debemos utilizar eso en el reportaje, ¿no es eso?

—Aún no, es demasiado pronto. Quiero disponer de tiempo para averiguar más cosas de Erik Mattson.

Cuando volvió a casa por la noche, tenía la cabeza a rebosar de pensamientos contradictorios. Mattson era tasador en Bukowskis y uno de los expertos nacionales de más renombre en pintura sueca del siglo xx. Al mismo tiempo, acudía a oscuros antros de invertidos donde se prostituía. No podía creerlo. Era impensable que lo necesitara económicamente. Mattson era un personaje incomprensible, y, desde luego, él estaba más cada vez convencido de que estaba implicado en el asesinato. Por otra parte, estaba el robo del cuadro, y el tasador, además, era experto en Dardel.

Una llamada al móvil lo sacó de sus pensamientos. Era Emma. Quería que comprara pañales antes de volver a casa.

Para su desilusión, Elin ya estaba dormida cuando llegó a casa. Con qué rapidez se acostumbra uno a las nuevas rutinas, pensó. Antes podía pasar semanas alejado de ella, ahora casi no soportaba no poder darle las buenas noches y besarla en la nuca como solía.

Emma había preparado pasta con salmón, que acompañaron con un vaso de vino. Después de cenar se sentaron en el sofá y apuraron el resto de la botella.

—¿Qué te ha parecido la pastora? Apenas hemos tenido tiempo de hablar de ello —dijo Emma acariciándole el cabello.

—Ah, bien, bien…

—¿Sigues pensando que debemos casarnos por la Iglesia?

—Sabes que sí.

Ya tuvieron una discusión cuando decidieron casarse. Emma habría preferido una ceremonia breve, sin tantas formalidades.

—Ya pasé una vez por todo ese circo —dijo con un suspiro—, y he tenido bastante. ¿No puedes entenderlo?

—¿Y yo? ¿Acaso no cuenta lo que yo quiero?

—Sí, claro. Pero podemos llegar a un acuerdo, ¿no? Acepto que no quieras que viajemos a Nueva York y nos casemos allí en el consulado, aunque eso a mí me parece de lo más romántico. Quieres reunir a familiares y amigos, y lo comprendo. Pero no en la iglesia, no vestida de blanco y, desde luego, no con una tarta que tengamos que cortar juntos.

—Emma, por favor… Quiero bajar del altar contigo vestido de frac y tú con un vestido blanco. Esa es la imagen con la que siempre he soñado.

Parecía tan serio que Emma no pudo por menos de echarse a reír.

—¿Lo dices en serio? Yo creía que sólo las chicas tenían esas ideas.

—¿Qué malditos prejuicios son esos?

—No puedo, Johan. No me gustaría repetirlo. Para mí sería una repetición, ¿no lo entiendes?

—No, no lo entiendo, la verdad. Una repetición… ¿Cómo puedes llamarlo así? Te vas a casar conmigo, Emma. No puedes compararme con Olle.

—No, claro que no. Pero todo el trabajo y todos los preparativos… Y eso por no hablar de lo que cuesta. No creo que mis padres se ofrezcan a pagarlo otra vez.

—Me importa un bledo lo que cueste. Quiero que todo el mundo sepa que nos casamos. No tiene por qué ser tan caro. Podemos invitar a vino en cartones de tetra brick y a chili con carne. ¿Qué más da? Podemos preparar la fiesta aquí, en el jardín, en verano.

—¿Estás loco? ¿La fiesta aquí? ¡Jamás!

—Si sigues así, acabaré por pensar que no quieres casarte conmigo.

—¡Claro que quiero casarme contigo!

Le cubrió la boca con sus besos, hasta el punto que a Johan se le olvidó de qué estaban discutiendo.

Capítulo 84

El lunes por la mañana, al entrar en la redacción Johan, captó enseguida que había algo que no estaba como solía. Levantó un brazo para impedir que entrara Pia, que iba detrás de él. Se habían encontrado en la puerta del edificio y acababan de ir a buscar las tazas de café; la infusión se derramó cuando Pia chocó con él.

—¿Qué pasa? —preguntó sorprendida.

—Espera —ordenó haciéndola callar—. Aquí hay algo raro.

El local de la redacción era alargado y en una de las paredes transversales colgaba un mapa de Gotland y de la isla de Fårö. Había desaparecido. Alguien lo había sustituido por una fotografía, si bien, en la oscuridad, no lograba verla bien. Pero no era sólo eso. Algo raro sucedía con los ordenadores. Los tres estaban encendidos, cuando estaba seguro de que lo último que hizo la noche anterior, antes de abandonar la redacción, fue apagarlos. Se lo comentó a Pia en voz baja. Entró con sigilo en el interior del local. No se oía el menor ruido. Abrió la puerta de la cabina de grabación; vacía.

—¡Bah! —dijo Pia a su espalda en voz baja—. Quizá haya sido alguien de la radio que ha estado trabajando aquí esta noche.

—Chist…

Volvió a empujarla hacia atrás.

Cuando se acercó a la pared del fondo y pudo ver de qué se trataba, al principio no pudo dar crédito a sus ojos.

Era una fotografía de él en el interior del coche, delante de la casa de Erik Mattson. La foto era oscura, pero se le podía ver sentado y mirando una de las ventanas del edificio.

Se sentó en una silla sin apartar los ojos de la fotografia.

—¿Qué pasa? —oyó preguntar a Pia detrás de él.

Fue incapaz de articular palabra.

Capítulo 85

En la reunión matinal del lunes estaban todos. Alguien había preparado el café y servido unas cestitas con bollos de canela recién hechos procedentes de la pastelería Siesta. Kihlgård silbó animado. Knutas supuso que habría sido idea suya. Le encantaba
estar a gustito,
como él decía.

Gracias al asesinato de Hugo Malmberg, el mal rollo interno por el nombramiento de Karin como subcomisaria había pasado a un segundo plano, lo que Knutas agradecía inmensamente.

Karin abrió la reunión con un resumen de lo que había averiguado sobre el pasado de Hugo Malmberg.

—¿Y quién es ese hijo al que dieron en adopción? —quiso saber Wittberg.

—Bien, yo creo que valdría la pena buscar un posible candidato —respondió Karin—. Una persona invitada a la exposición organizada por Egon Wallin, que se encontrara en Visby cuando se produjo el asesinato del galerista, que esté particularmente interesada en la obra de Nils Dardel y que, además, haya alquilado la casa de Muramaris. Estaríamos hablando de alguien de unos cuarenta años que ha ido apareciendo como el muñeco de la caja sorpresa desde que comenzó esta investigación.

—Erik Mattson —apuntó Kihlgård—. ¡Ese tipo discreto y correcto que ha hablado tantas veces acerca del robo en Waldemarsudde! ¿No podría ser en realidad el autor de los hechos?

—No puede ser, es un tipo muy delgado —protestó Wittberg—. ¿Cómo iba a poder colgar a Egon Wallin en la Puerta y cargar con Hugo Malmberg, su propio padre, hasta el cementerio? Jamás de los jamases.

—Pues habrá tenido ayuda, sin duda. ¡De sobra comprendo que no ha podido hacerlo él solo!

Karin miró airada a Wittberg. Al parecer, la pelea no estaba olvidada del todo.

—Y, en ese caso, ¿cuál sería el móvil? ¿Cuál, eh? ¿Que su padre biológico lo había traicionado?

Wittberg parecía incrédulo. Lars Norrby no tardó en sumarse al ataque.

—¿Y Egon Wallin? ¿Por qué iba a querer cargárselo Erik Mattson?

—Bien, no puedo tener respuestas para todo… —gruñó Karin enojada.

—No me digas que no has comprobado si Erik Mattson es realmente el hijo entregado en adopción…

Knutas miró perplejo a Karin, quien torció el gesto.

—Pues no. No lo he hecho —admitió.

—Quizá fuera una buena idea hacerlo antes de sacar ninguna conclusión.

Aunque su tono fue un poco duro, sintió lástima por Karin al ver el rostro de satisfacción de Wittberg y Norrby.

Por la tarde llamaron a la puerta del despacho del comisario. Entró Karin, que se sentó con gesto desalentado.

—He hablado con los padres adoptivos de Erik Mattson, Greta y Arne Mattson. Viven en Djursholm, y nunca le han contado a Erik que es adoptado. Así pues, él ignora que Hugo Malmberg es su padre.

—¿Qué relación tienen con Erik?

—Inexistente. Rompieron su relación con él cuando se enteraron de que es adicto a las drogas y homosexual.

—¿Homosexual? ¿Él también? Parece ser un elemento común en esta investigación.

—Sí.

—Pero qué cruel suena. ¿Rompieron con él sólo por eso? No parece una actitud muy cariñosa…

—Pues no, la verdad. Sin embargo, sí mantienen una buena relación con Lydia, su exmujer, y con los hijos; bueno, al menos con dos de ellos.

—¿Cuántos años tienen? Los hijos, quiero decir.

—Los chicos, David y Karl, tienen veintitrés y veintiuno, respectivamente; Emilie, la hija, diecinueve.

—¿Con cuál de ellos no se llevan bien?

—Con David, el mayor. Bueno, yo hablé con el padre de Erik, que, por otro lado, parece una persona muy amable, y, según me dijo, David era el más sensible y el que peor lo pasó tras la separación. Sus padres se divorciaron precisamente por la adicción de Mattson a las drogas y, además, perdió la patria potestad porque descuidó sus obligaciones cuando tenía a los niños en casa a su cargo los fines de semana. Pero eso no ha influido en David. Evidentemente, él ha tomado partido por su padre.

Knutas se quedó un rato mirando con fijeza a Karin sin decir nada. Después, levantó con decisión el auricular del teléfono, como si de repente se le hubiera ocurrido alguna idea.

Capítulo 86

La dueña de Muramaris, Anita Thorén, tardó menos de un cuarto de hora en presentarse en comisaría cuando Knutas la llamó.

—Me alegro de que hayas podido venir tan pronto. Como ya te he anticipado por teléfono, queremos que veas unas fotografías.

—Muy bien.

Anita Thorén se sentó en el sofá que Knutas tenía para las visitas y el comisario colocó ante ella cinco fotografías de hombres de unos veinticinco años. Le pidió que las mirase con atención y que se tomara el tiempo necesario. Karin y Wittberg estaban presentes en calidad de testigos.

—Es este de aquí —afirmó ella—. Él es la persona que alquiló la casa en febrero. No tengo la menor duda.

El silencio se podía cortar en el despacho de Knutas cuando depositó la fotografía en la mesa. Se trataba de un hombre joven, sonriente. Llevaba el pelo corto, y parecía una persona que prestaba atención a su aspecto. Se veía que era un joven musculoso y bien entrenado.

El joven que sonreía ante la cámara no era otro que David Mattson.

Capítulo 87

Knutas dispuso la inmediata detención de Erik Mattson y de su hijo David para ser interrogados. Llamó a Kurt Fogestam, quien le prometió encargarse personalmente de que se detuviera a ambos sin pérdida de tiempo. Puesto que Anita Thorén había identificado a David, el fiscal dictó la orden de arresto. Los restos del cabello y de la ropa de Egon Wallin hallados tanto en la casa como en la furgoneta pertenecían al inquilino. Así pues, sabían que David era el autor de los hechos. La cuestión estaba en saber si había cometido los crímenes él solo o ayudado por su padre. El comisario no se podía explicar qué tenía que ver Egon Wallin con el asunto ni la relación existente con el robo de
El dandi moribundo
, pero esperaba averiguarlo en los interrogatorios.

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