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Authors: Dan Simmons

Tags: #ciencia ficción

El ascenso de Endymion (10 page)

BOOK: El ascenso de Endymion
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Marusyn no dejaba de sonreír.

—Precisamente, padre capitán. Puertas del Cielo es un infierno... atmósfera venenosa, lluvia ácida, lodazales, bajíos de azufre... Nunca se recobró del ataque éxter. Pero Su Santidad pensó que era mejor transferir la administración de ese mundo a la empresa privada. El planeta aún posee una fortuna en metales pesados y sustancias químicas. Así que lo hemos vendido.

De Soya parpadeó.

—¿Vendido? ¿Un mundo entero?

Marusyn sonrió pícaramente.

—Al Opus Dei, padre capitán —explicó la almirante Wu.

De Soya no habló, pero tampoco demostró comprensión.

—La «Obra de Dios» era una organización religiosa menor —siguió Wu—. Creo que tiene mil doscientos años. Se fundó en el 1920 de la era cristiana. En los últimos años, no sólo se ha convertido en gran aliada de la Santa Sede, sino en digna competidora de Pax Mercantilus.

—Ah, sí —dijo el padre capitán De Soya. Se imaginaba a Mercantilus comprando mundos enteros, pero no se imaginaba que ese grupo comercial permitiera que un rival obtuviera tanto poder en los pocos años en que él había estado aislado. No importaba. Se volvió hacia el almirante Marusyn—. Una última pregunta, señor.

El almirante miró el cronómetro del comlog y asintió con un brusco movimiento de cabeza.

—Hace cuatro años que estoy fuera de servicio —murmuró De Soya—. No he usado uniforme ni recibido una actualización técnica en todo ese tiempo. El mundo donde yo servía como sacerdote estaba tan alejado de todo que bien pude estar en fuga criogénica. ¿Cómo puedo recibir el mando de una nave estelar arcángel de última generación?

Marusyn frunció el ceño.

—Lo pondremos al corriente, padre capitán. La flota de Pax sabe lo que hace. ¿Se niega a aceptar la misión?

De Soya titubeó visiblemente.

—No, señor —dijo—. Agradezco que usted y la flota demuestren confianza en mí. Daré lo mejor de mí, almirante. —De Soya era disciplinado por partida doble: no sólo como sacerdote y jesuita, sino también como oficial de la flota de Su Santidad.

El rostro pétreo de Marusyn se ablandó.

—Claro que sí, Federico. Nos agrada tenerle de vuelta. Nos gustaría que permanezca en la rectoría de los Legionarios hasta que la nave esté disponible, si le parece bien.

Maldición
, pensó De Soya
. Todavía prisionero de esos malditos Legionarios
.

—Desde luego —dijo—. Es un lugar agradable.

Marusyn miró de nuevo su comlog. La entrevista obviamente había terminado.

—¿Algún requerimiento antes que la designación sea oficial, padre capitán?

De Soya titubeó de nuevo. Sabía que era inapropiado hacer un requerimiento, pero aun así habló.

—Sí, señor, uno. Había tres hombres que estuvieron a mi mando en el viejo
Rafael
, los comandos de la Guardia Suiza que llevé de Hyperion... El lancero Rettig murió, pero el sargento Gregorius y el cabo Kee estuvieron conmigo hasta el final, y me preguntaba...

Marusyn asintió con impaciencia.

—Los quiere en el nuevo
Rafael
. Parece razonable. Yo tenía un cocinero que llevaba de nave en nave... el pobre diablo murió durante la segunda rebelión del Saco de Carbón. No sé qué será de estos hombres... —Miró a Marget Wu.

—Por gran coincidencia —dijo la almirante Wu—, me encontré con sus expedientes mientras revisaba los papeles de reinstalación del padre capitán. El sargento Gregorius sirve actualmente en los territorios del Anillo. Sin duda podrá arreglarse la transferencia. Pero me temo que el cabo Kee...

De Soya sintió un nudo en el estómago. El cabo Kee había estado con él en Bosquecillo de Dios —habían devuelto a Gregorius al nicho después de una resurrección frustrada— y lo había visto por última vez después del regreso al espacio de Pacem, cuando Pax Mercantilus los llevaba a celdas separadas después del arresto. De Soya había estrechado la mano del cabo, asegurándole que volverían a verse.

—Me temo que el cabo Kee murió hace dos años estándar —concluyó Wu—. Lo mataron durante un ataque éxter en Saliente de Sagitario. Entiendo que recibió la Medalla de Plata de San
Miguel
... póstumamente, desde luego.

De Soya asintió.

—Gracias —dijo.

El almirante Marusyn le ofreció su paternal sonrisa de político y le extendió la mano.

—Buena suerte, Federico. Y buena cacería con el
Rafael
.

La sede de Pax Mercantilus no estaba en Pacem sino en el punto troyano L3 que se arrastraba a sesenta grados orbitales del planeta. Entre el mundo vaticano y el enorme y hueco Torus Mercantilus —una rosquilla de carbono-carbono de 270 metros de espesor, con un kilómetro de anchura y veintiséis de diámetro, que contenía una telaraña de diques secos, antenas de comunicaciones y muelles de carga— flotaba la mitad del poder de fuego orbital de la flota. Kenzo Isozaki calculó una vez que un intento de asonada lanzado desde Torus Mercantilus duraría 12.06 nanosegundos antes de ser vaporizado.

La oficina de Isozaki estaba en un bulbo claro, en el tallo de una flor de carbono que se elevaba cuatrocientos metros sobre el borde exterior del toroide. El casco curvo del bulbo podía ser opaco o transparente, a gusto del ejecutivo que estaba en su interior.

Hoy era transparente, salvo por la sección polarizada que atenuaba el resplandor del sol amarillo de Pacem. El espacio parecía negro en ese momento, pero al rotar el toroide el bulbo llegaría a la sombra del anillo; al mirar hacia arriba Isozaki vería aparecer instantáneamente las estrellas, como si hubieran descorrido una gruesa cortina negra para revelar miles de candelas brillantes y fijas.
O los miles de fogatas de mis enemigos
, pensó Isozaki mientras «anochecía» por vigésima vez en ese día de trabajo.

Con las paredes totalmente transparentes, su oficina oval —con su modesto escritorio, sus sillas y lámparas tenues— parecía una plataforma alfombrada a solas en la inmensidad del espacio, el interior alumbrado por el destello de las estrellas y la larga franja de la Vía Láctea. Pero no fue este espectáculo familiar lo que instó al ejecutivo de Mercantilus a mirar arriba: en el campo estelar se distinguían las colas de fusión de tres cargueros entrantes, como borrones en un holo astronómico. Isozaki era tan hábil para medir las distancias y velocidades que calculó de una ojeada cuánto tardarían esos cargueros en atracar, e incluso qué naves eran. El
Moldahar Effectuator
se había reaprovisionado en un gigante gaseoso del sistema Epsilon Eridani y su llama era más roja que de costumbre. La capitana del
Emma Constant
estaba en su prisa habitual para llevar su cargamento de metales de reacción de Pegaso 61 al toroide y desaceleraba un quince por ciento por encima de las recomendaciones de Mercantilus. Por último, el borrón más pequeño sólo podía ser el
Elemosineria Apostólica
saliendo de su traslación C-plus desde el sistema de Renacimiento. Isozaki conocía los trescientos puntos de traslación óptima visibles en su parte del cielo del sistema de Pacem.

El tubo del ascensor emergió del piso convirtiéndose en un cilindro transparente, su pasajero iluminado por la luz de las estrellas. Isozaki sabía que el cilindro era transparente sólo por fuera: sus ocupantes no veían la oficina desde el interior espejado, y miraban su propio reflejo hasta que Isozaki les abría la puerta.

Anna Pelli Cognani era la única pasajera. Isozaki inclinó la cabeza y su IA abrió la puerta del cilindro. Su colega y protegida se le acercó sin siquiera mirar el campo estelar en movimiento.

—Buenas tardes, Kenzo-san.

—Buenas tardes, Anna.

Isozaki señaló la silla más cómoda, pero Cognani sacudió la cabeza y permaneció de pie. Nunca se sentaba en la oficina de Isozaki. Isozaki nunca dejaba de invitarla.

—La misa del Cónclave está por terminar —dijo Cognani.

Isozaki asintió. La IA de su oficina oscureció las paredes curvas y proyectó la emisión ultralínea del Vaticano.

Esa mañana la Basílica de San Pedro estaba bañada en púrpura y escarlata y blanco y negro, mientras los ochenta y tres cardenales que pronto se encerrarían en el Cónclave se inclinaban, rezaban, se arrodillaban, se levantaban y cantaban. Detrás de la terna de candidatos al papado había cientos de obispos y arzobispos, diáconos y miembros de la Curia, oficiales militares y funcionarios civiles de Pax, gobernantes planetarios y funcionarios electos que en el momento de la muerte del papa estaban en Pacem o a tres semanas de deuda temporal, delegados de los dominicos, los jesuitas, los benedictinos, los Legionarios de Cristo, los mariaístas, los salesianos y un representante de los pocos franciscanos que quedaban. También estaban los «huéspedes valiosos» de las filas de atrás, delegados honorarios de Pax Mercantilus, el Opus Dei, el Instituto per Opere di Religione, también conocido como Banco Vaticano, delegados de las alas administrativas de la Prefettura, el Servizio Assistenziale del Santo Padre, de la Administración del Patrimonio de la Santa Sede, así como de la cámara apostólica del cardenal camarlengo. En los bancos traseros también había honorables invitados de la Academia Pontificia de las Ciencias, la Comisión Papal de Paz y Justicia Interestelar, academias papales tales como la Academia Eclesiástica Pontificia y otras organizaciones cuasiteológicas necesarias para la administración del vasto estado de Pax. También estaban los brillantes uniformes del Corps Helvética o Guardia Suiza, así como comandantes de la Guardia Palatina reconstituida por el papa Julio, y el comandante de la hasta ahora secreta Guardia Noble, un hombre pálido de cabello oscuro con uniforme rojo, en su primera aparición.

Isozaki y Cognani contemplaron este fasto con ojos expertos. A ambos los habían invitado a la misa, pero era tradición de los ejecutivos de Pax Mercantilus honrar las principales ceremonias de la Iglesia con su ausencia, enviando sólo delegados oficiales. Ambos observaron mientras el cardenal Couesnongle celebraba esta Misa del Espíritu Santo y vieron al cardenal camarlengo como el fantoche que era; fijaban los ojos en Lourdusamy, Mustafa y otros poderosos de los bancos delanteros.

Con la bendición final, la misa terminó y los cardenales votantes se dirigieron en solemne procesión a la Capilla Sixtina. La puerca de entrada del Cónclave se aseguró con cerrojo por dentro y con candado por fuera, y el comandante de la Guardia Suiza y el Prefecto de la Casa Pontificia declararon oficialmente la inauguración del Cónclave. La prensa del Vaticano pasó a comentarios y especulaciones mientras fijaba la imagen en la puerta cerrada.

—Suficiente —dijo Kenzo Isozaki.

La imagen se apagó, la burbuja se volvió transparente y la luz del sol inundó la oficina bajo un cielo negro.

Anna Pelli Cognani sonrió.

—La votación no demorará demasiado.

Isozaki había regresado a su silla. Entrelazó los dedos y se tocó el labio inferior.

—Anna, ¿crees que aquí, en la dirección de Mercantilus, tenemos verdadero poder?

La expresión neutra de Cognani demostró su sorpresa.

—Durante el ultimo año fiscal, Kenzo-san, mi división arrojó una ganancia de treinta y seis mil millones de marcos.

Isozaki no movió los dedos.

—M. Cognani, ¿serías tan amable de quitarte la chaqueta y la camisa?

Su protegida no pestañeó. En los veintiocho años estándar que habían sido colegas —mejor dicho, subalterna y jefe— M. Isozaki nunca había hecho, dicho ni sugerido nada que pudiera interpretarse como una insinuación sexual. Cognani titubeó sólo un segundo, se quitó la chaqueta, la apoyó en la silla donde nunca se sentaba y se abrió la camisa. La plegó sobre la chaqueta, en el respaldo de la silla.

Isozaki se levantó y se le acercó.

—También tu ropa interior —dijo, quitándose la chaqueta y desabotonándose la anticuada camisa. Tenía un pecho saludable y musculoso pero lampiño.

Cognani se quitó la ropa interior. Tenía pechos pequeños pero bien formados, rosados en las puntas.

Kenzo Isozaki alzó la mano como si fuera a tocarla, señaló y luego movió la mano hacia su propio pecho y se tocó el cruciforme que iba desde el esternón hasta el ombligo.

—Esto es poder —dijo.

Se apartó y empezó a vestirse. Al cabo de un momento Anna Pelli Cognani se abrazó el cuerpo y también comenzó a vestirse.

Cuando ambos estuvieron vestidos, Isozaki se sentó detrás del escritorio y señaló la otra silla. Para asombro de Isozaki, M. Anna Pelli Cognani se sentó.

—Estás diciendo —señaló Cognani— que por mucho que logremos volvernos indispensables para el nuevo papa, si hay un nuevo papa, la Iglesia siempre tendrá la gran ventaja de la resurrección.

—No —dijo Isozaki, entrelazando de nuevo los dedos como si el interludio anterior no hubiera ocurrido—. Estoy diciendo que el poder que controla el cruciforme controla el universo humano.

—La Iglesia... Por cierto, el cruciforme es sólo parte de la ecuación de poder. El TecnoNúcleo brinda a la Iglesia el secreto de la resurrección. Pero ha estado en connivencia con la Iglesia durante doscientos ochenta años...

—Con su propio propósito —murmuró Isozaki—. ¿Cuál es ese propósito, Anna?

La oficina rotó hacia la noche, bajo una explosión de estrellas. Cognani irguió la cara hacia la Vía Láctea para reflexionar.

—Nadie lo sabe —dijo al fin—. La ley de Ohm.

Isozaki sonrió.

—Muy bien. Tal vez aquí el camino de menor resistencia no pase por la Iglesia sino por el Núcleo.

—Pero el consejero Albedo sólo se reúne con Su Santidad y Lourdusamy.

—Hasta donde sabemos —corrigió Isozaki—. Pero se trata de traer el Núcleo al universo humano.

Cognani asintió. Comprendía la sugerencia implícita: las IAs ilícitas, tipo Núcleo, que Mercantilus estaba desarrollando podían encontrar el camino del plano de datos y seguirlo hasta el Núcleo. Durante casi trescientos años, el principal mandamiento de la Iglesia y Pax había sido: «No construirás una máquina pensante igual o superior a la humanidad.» Las IAs usadas por Pax eran más «instrumentos asistenciales» que «inteligencias artificiales» como las que habían evolucionado alejándose de la humanidad casi un milenio antes: máquinas pensantes idiotas como la IA de la oficina de Isozaki o el obtuso ordenador de la vieja nave de De Soya, el
Rafael
. Pero en los últimos doce años, departamentos secretos de investigaciones de Pax Mercantilus habían recreado las IAs autónomas, similares o superiores a las de uso común en tiempos de la Hegemonía. Los riesgos y beneficios de este proyecto eran inconmensurables: dominio absoluto del comercio de Pax y una ruptura del viejo equilibrio de poder entre la flota de Pax y Pax Mercantilus, si tenía éxito; excomunión, tortura en las mazmorras del Santo Oficio y ejecución, si la Iglesia lo descubría. Y ahora esta perspectiva.

BOOK: El ascenso de Endymion
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