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Authors: Dan Simmons

Tags: #ciencia ficción

El ascenso de Endymion (14 page)

BOOK: El ascenso de Endymion
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Aquí el infrarrojo sólo mostraba vestigios térmicos de pozos de lava y los amplificadores no mostraban nada. Frunciendo el ceño, Nemes encendió las luces externas. Hasta donde veía por ese corredor infinitamente recto, las paredes del túnel parecían filas de losas horizontales. En cada losa había un cuerpo humano desnudo. Las losas y cuerpos se perdían en la oscuridad. Nemes miró la pantalla de radar profundo: los niveles inferiores también estaban bordeados de losas y cuerpos.

—Afuera —dijo el hermano varón que había rescatado a Nemes de la lava de Bosquecillo de Dios.

Nemes no se molestó con la cámara de presión. La atmósfera salió de la nave con un rugido agonizante. Había cierta presión en la caverna, suficiente para sobrevivir sin necesidad de cambiar de fase, pero el aire era menos denso que en Marte antes de la terraformación. Los sensores personales de Nemes indicaban que la temperatura estaba estable en ciento sesenta y dos grados bajo cero.

Una figura humana aguardaba bajo las luces de la nave.

—Buenas noches —dijo el consejero Albedo.

El hombre alto estaba impecablemente vestido con un traje gris adecuado para los gustos de Pacem. Se comunicaba directamente por la banda de 75 megahertzios. Albedo no movía la boca, pero mostraba sus dientes perfectos en una sonrisa.

Nemes esperó junto a sus hermanos. Sabía que no habría más castigos. Los Tres Sectores la querían viva y funcionando.

—La niña Aenea ha regresado al espacio de Pax —dijo Albedo.

—¿Dónde? —preguntó la hermana de Nemes. Había ansiedad en su voz chata.

El consejero Albedo abrió las manos.

—El portal... —empezó Nemes.

—Esta vez no nos dice nada —dijo el sonriente Albedo.

Nemes frunció el ceño.

En todos los siglos de la Red de Mundos de la Hegemonía, los Tres Sectores de la Conciencia del Núcleo no habían encontrado un modo de usar el portal del Vacío —esa interfaz instantánea que los humanos habían conocido como teleyectores— sin dejar una huella de neutrinos modulados en la matriz de pliegue.

—La Otra Cosa... —dijo.

—Por supuesto —dijo Albedo. Movió la mano como desechando la parte inútil de esa conversación—. Pero aún podemos registrar la conexión. Estamos seguros de que la niña está entre los que regresan de la Vieja Tierra por la red teleyectora.

—¿Hay otros? —preguntó uno de los varones.

Albedo asintió.

—Pocos al principio, más ahora. Al menos cincuenta activaciones según el último recuento.

Nemes se cruzó de brazos.

—¿Crees que la Otra Cosa está terminando el experimento de la Vieja Tierra?

—No —dijo Albedo. Caminó hacia una losa y miró el cuerpo humano desnudo. Había sido una mujer joven, no más de diecisiete o dieciocho años estándar. Era pelirroja. Una escarcha blanca le cubría la tez pálida y los ojos abiertos—. No, los Sectores concuerdan en que sólo regresa el grupo de Aenea.

—¿Cómo la encontramos? —dijo la hermana de Nemes, pensando en voz alta en la banda de 75 megahertzios—. Podemos trasladarnos a cada mundo que haya tenido teleyector durante la Hegemonía e interrogar a los portales en persona.

Albedo asintió.

—La Otra Cosa puede ocultar el destino de las teleyecciones —dijo—, pero el Núcleo está casi seguro de que no puede ocultar que hay un pliegue en la matriz.

Casi seguro
. Nemes reparó en ese modificador, poco habitual en las percepciones del TecnoNúcleo.

—Queremos que tú... —comenzó Albedo, señalando a su hermana—. El sector Estable no te dio nombre, ¿verdad?

—No —dijo la hermana de Nemes. Bucles oscuros cayeron sobre la frente pálida. Ninguna sonrisa tocó los finos labios.

Albedo rió entre dientes en la banda de 75 megahertzios.

—Rhadamanth Nemes necesitaba un nombre para pasar por tripulante humana en el
Rafael
. Creo que los demás necesitáis un nombre, al menos para mi conveniencia. —Señaló a la mujer— Scylla. —Tocó a cada uno de los varones—. Gyges, Briareus.

Ninguno de los tres respondió, pero Nemes se cruzó de brazos y dijo:

—¿Esto te divierte, consejero?

—Sí —dijo Albedo.

La atmósfera que salía de la nave los aureolaba como una niebla maligna. El varón llamado Briareus dijo:

—Usaremos este arcángel como transporte y buscaremos en todos los mundos de la vieja Red, comenzando, supongo, por los planetas del río Tetis.

—Sí —dijo Albedo.

Scylla tamborileó con las uñas en la tela congelada de su traje.

—Con cuatro naves, la búsqueda sería cuatro veces más rápida.

—Obviamente —dijo Albedo—. Pero hay vanos motivos por los cuales hemos decidido que no. El primero es que Pax tiene pocas naves de este tipo libres para prestar.

Nemes enarcó las cejas.

—¿Y desde cuándo el Núcleo pide préstamos a Pax?

—Desde que necesitamos su dinero, sus fábricas y sus recursos humanos para construir las naves —dijo Albedo sin énfasis—. El segundo motivo es que queremos que los cuatro estéis juntos por si os topáis con alguien o algo que le causaría dificultades a uno solo.

Nemes lo miró inquisitivamente.

Esperaba alguna referencia a su fracaso en Bosquecillo de Dios, pero fue Gyges quien habló.

—¿Qué cosa podríamos no manejar, consejero?

El hombre de gris abrió las manos. A sus espaldas, la fluctuante niebla cubría y revelaba pálidos cuerpos sobre losas.

—El Alcaudón —dijo.

—Derroté a esa cosa sin ayuda —rezongó Nemes.

Albedo sacudió la cabeza, manteniendo su sonrisa irritante.

—No —dijo—. No lo hiciste. Usaste el dispositivo hiperentrópico que te entregamos para mandarlo cinco minutos al futuro. Eso no es lo mismo que derrotarlo.

—¿El Alcaudón ya no está bajo el control de la IM? —preguntó Briareus.

Albedo abrió las manos una vez más.

—Los dioses del futuro ya no nos susurran, mi costoso amigo. Guerrean entre sí y el clamor de su batalla resuena en el tiempo. Si hemos de hacer la obra de nuestro dios en nuestra época, debemos hacerlo nosotros mismos. —Miró a los cuatro clones—. ¿Las instrucciones están claras?

—Encontrar a la niña —dijo Scylla.

—¿Y? —preguntó el consejero.

—Matarla de inmediato —dijo Gyges—. Sin titubeos.

—¿Y si intervienen sus discípulos? —preguntó Albedo con una sonrisa más ancha. Su voz era la caricatura de la voz de un maestro humano.

—Matarlos —dijo Briareus.

—¿Y si aparece el Alcaudón? —preguntó Albedo, sin sonreír.

—Destruirlo —dijo Nemes.

Albedo asintió.

—¿Alguna pregunta más antes de que cada cual siga su camino?

—¿Cuántos humanos hay aquí? —preguntó Scylla. Señaló las losas y los cuerpos.

Albedo se tocó la barbilla.

—Unas decenas de millones en este mundo laberíntico, en este sector de los túneles. Pero hay muchos más túneles aquí. —Sonrió de nuevo—. Y ocho mundos laberínticos más.

Nemes movió lentamente la cabeza, escrutando la niebla ondulante y la hilera de losas en varios niveles del espectro. Ninguno de los cuerpos mostraba vestigios térmicos por encima de la temperatura ambiente del túnel.

—Y esto es obra de Pax.

Albedo rió entre dientes.

—Desde luego. ¿Por qué los Tres Sectores de Conciencia o nuestra futura IM querrían apilar cuerpos humanos? —Caminó hacia el cuerpo de la mujer joven y le golpeó el pecho congelado. El aire de la caverna no tenía densidad suficiente para transmitir sonidos, pero Nemes imaginó un ruido de uñas golpeando mármol frío.

—¿Más preguntas? —dijo Albedo—. Tengo una reunión importante.

Sin una palabra en la banda de 75 megahertzios, ni en ninguna otra, los cuatro clones dieron media vuelta y regresaron a la nave.

En la ampolla circular del centro de conferencias tácticas del
Uriel
había veinte oficiales de la flota, incluidos todos los capitanes y oficiales ejecutivos del grupo especial GEDEÓN. Entre esos oficiales ejecutivos estaba el capitán de fragata Hoagan «Hoag» Liebler. Con treinta y seis años estándar de edad, renacido desde su bautismo en Renacimiento Menor, descendiente de la renombrada familia Liebler de Frehold, cuya finca cubría dos millones de hectáreas —y cuya deuda actual ascendía a casi cinco marcos por hectárea—, Liebler había dedicado su vida privada a la Iglesia y su vida profesional a la flota de Pax. También era un espía y un asesino potencial.

Liebler había contemplado con interés el momento en que su nuevo oficial de mando abordó el
Uriel
, Todos los integrantes del grupo GEDEÓN —y casi todos los integrantes de la flota— habían oído hablar del padre capitán De Soya.

Cinco años atrás el ex comandante de naves-antorcha había recibido un disco papal —que significaba autoridad casi ilimitada— para un proyecto secreto, y luego había fallado en su misión. Nadie sabía bien en qué había consistido la misión de De Soya, pero el uso del disco le había creado enemigos en la oficialidad de la flota. El fracaso del padre capitán y su desaparición habían provocado muchos rumores en los comedores y salas de oficiales. La teoría más aceptada era que habían entregado a De Soya al Santo Oficio, lo habían excomulgado y quizás ejecutado.

Pero allí estaba, al mando de una de las posesiones más valiosas de la flota de Pax, uno de los veintiún cruceros arcángel operativos.

Liebler se sorprendió de la apariencia de De Soya: era bajo, moreno, con ojos grandes y tristes más apropiados para el icono de un santo mártir que para el capitán de un acorazado. La almirante Aldikacti, la corpulenta lusiana a cargo de esta reunión y del grupo de ataque, se encargó rápidamente de las presentaciones.

—El padre capitán De Soya —dijo Aldikacti mientras De Soya se sentaba a la mesa circular gris en esa sala circular gris—. Creo que conoce a algunos de estos oficiales. —La almirante era famosa por su falta de tacto, así como por su ferocidad en la batalla.

—La madre capitana Stone es una vieja amiga —dijo De Soya, señalando a su ex oficial ejecutiva—. El capitán Hearn fue miembro de mi última fuerza especial, y conozco a los capitanes Sati y Lemprière. También he tenido el privilegio de trabajar con los capitanes de fragata Uchikawa y Barnes-Avne.

La almirante Aldikacti gruñó.

—El capitán de fragata Barnes-Avne está aquí en representación de los infantes y guardias suizos del grupo de ataque GEDEÓN —dijo—. ¿Conoce a su ejecutivo, padre capitán De Soya?

El sacerdote negó con la cabeza y Aldikacti le presentó a Liebler. El oficial se sorprendió de la firmeza del apretón del padre capitán y de la autoridad de su mirada.
A pesar de esos ojos de mártir
, pensó Hoag Liebler,
este hombre está acostumbrado al mando.

—De acuerdo —gruñó la almirante Aldikacti—, empecemos. La capitana Sati presentará el informe.

Durante los veinte minutos siguientes, una nube de holos y superposiciones de trayectorias cubrió la burbuja de conferencias. Los comlogs y pizarras se llenaron de datos y anotaciones. La suave voz de Sati era el único sonido, con excepción de alguna pregunta o ruego de aclaración.

Liebler tomaba sus notas, sorprendido de los alcances de la misión del grupo GEDEÓN, y ocupado en la tarea de cualquier oficial ejecutivo, anotar todos los detalles salientes que el capitán quisiera revisar después.

GEDEÓN era el primer grupo de ataque constituido totalmente por cruceros arcángel. Siete arcángeles estaban designados para esta misión. Meses atrás se habían despachado naves-antorcha convencionales clase Hawking para encontrarse con ellos en su primer punto de incursión en el Confín, a veinte años-luz de la esfera defensiva de la Gran Muralla, para participar en un remedo de batalla, pero después de ese primer salto la escuadra de siete naves operaría independientemente.

—Una buena metáfora sería la marcha del general Sherman por Georgia durante la Guerra Civil de América del Norte, antes de la Hégira —dijo la capitana Sati, haciendo que la mitad de los oficiales teclearan sus comlogs para buscar esa arcana referencia a la historia militar—. Hasta ahora hemos librado nuestras batallas con los éxters en la tierra de nadie de la Gran Muralla, o en los lindes del espacio de Pax o éxter. Hubo muy pocas penetraciones profundas en territorio éxter. —Sati hizo una pausa—. El grupo REYES del padre capitán De Soya realizó una de las incursiones más profundas hace cinco años estándar.

—¿Algún comentario al respecto, padre capitán? —preguntó la almirante Aldikacti.

De Soya titubeó un instante.

—Incendiamos un anillo de bosques orbitales —dijo al fin—. No hubo resistencia.

Hoag Liebler pensó que el padre capitán parecía vagamente avergonzado.

Sati asintió con satisfacción.

—Esperamos que así suceda durante toda esta misión. Nuestros informes sugieren que los éxters han desplegado la mayoría de sus fuerzas defensivas a lo largo de la esfera de la Gran Muralla, dejando muy poca resistencia armada en el corazón de sus zonas colonizadas fuera de Pax. Durante casi tres siglos han distribuido sus fuerzas, sus bases y sus sistemas habitacionales con las limitaciones de la tecnología Hawking como principal factor determinante.

Holos tácticos llenaron la burbuja de conferencias.

—El cliché consabido —continuó Sati— es que Pax ha tenido la ventaja de las líneas interiores de transporte y comunicaciones, mientras que los éxters han tenido la fuerza defensiva del ocultamiento y la distancia. La penetración profunda en el espacio éxter ha sido casi imposible debido a la vulnerabilidad de nuestras líneas de abastecimiento y a la determinación éxter de provocar a fuerzas superiores, atacándolas después, a menudo con efectos devastadores, cuando nuestros grupos se aventuran muy lejos de la Gran Muralla.

Sati hizo una pausa y miró a los oficiales.

—Caballeros y damas, esos días han terminado.

Más holos cobraron solidez: la línea roja de la trayectoria de GEDEÓN salía de la esfera de Pax y volvía a ella, pasando entre los soles como un cuchillo láser.

—Nuestra misión es destruir toda base de aprovisionamiento y colonia éxter que encontremos —dijo Sati con mayor energía—. Granjas cometarias, habitáculos, obras ornamentales, bases toroides, cúmulos de punto L, bosques orbitales, asteroides de nacimiento, colmenas, todo.

—¿Incluidos los ángeles civiles? —preguntó el padre capitán De Soya.

Hoag Liebler pestañeó. La flota de Pax aludía informalmente a los mutantes que habían alterado su ADN para adaptarse al espacio como «ángeles de Lucifer», habitualmente abreviado «ángeles» con una ironía que rayaba en la blasfemia, pero el giro rara vez se usaba ante altos oficiales.

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