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Authors: Fernando Pessoa

Tags: #Relato, #Cuentos

El banquero anarquista (3 page)

BOOK: El banquero anarquista
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»Era necesario destruirlas… Pero no se me escapó una cosa: era necesario destruirlas pero en beneficio de la libertad, y teniendo siempre en vista la creación de una sociedad libre. Porque eso de destruir las ficciones sociales tanto puede ser para crear libertad, o preparar el camino de la libertad, como para establecer otras ficciones sociales diferentes, igualmente malas porque son igualmente ficciones. Aquí es donde se necesitaba cuidado. Era necesario acertar con un proceso de acción, cualquiera que fuese su violencia o su no violencia (porque contra las injusticias sociales todo era legítimo), por el cual se contribuyese a destruir las ficciones sociales sin, al mismo tiempo, perjudicar la creación de la libertad futura; creando allí mismo, en el caso de que fuese posible, algo de la libertad futura.

»Es claro que esta libertad, que se debe tener cuidado de no perjudicar, es la libertad futura y, en el presente, la libertad de los oprimidos por las ficciones sociales. Claro está que no tenemos que fijarnos en no perjudicar la «libertad» de los poderosos, de los bien situados, de todos quienes representan las ficciones sociales y tienen ventajas en ellas. Ésa no es libertad; es la libertad de tiranizar, que es lo contrario de la libertad. Ésa, por el contrario, es la que más debíamos pensar en perjudicar y en combatir. Me parece que esto está claro…

—Está clarísimo. Continúe…

—¿Para quién quiere el anarquista la libertad? Para la humanidad entera. ¿Cuál es la manera de conseguir la libertad para la humanidad entera? Destruir por completo todas las ficciones sociales. ¿Cómo se podrían destruir por completo todas las ficciones sociales? Ya le anticipé la explicación cuando, con motivo de su pregunta, discutí los otros sistemas avanzados y le expliqué cómo y por qué era anarquista… ¿Ud. se acuerda de mi conclusión?…

—Me acuerdo…

—… Una revolución social súbita, brusca, aplastante, haciendo pasar a la sociedad, de un salto, del régimen burgués a la sociedad libre. Esta revolución social preparada por un trabajo intenso y continuado, de acción directa e indirecta, tendiente a predisponer a todos los espíritus para la llegada de la sociedad libre, y a debilitar hasta un estado comatoso todas las resistencias de la burguesía. Me excuso de repetirle las razones que llevan inevitablemente a esta conclusión, dentro del anarquismo; ya se las expuse y ud. ya las entendió.

—Sí.

—Esa revolución sería preferiblemente mundial, simultánea en todos los puntos, o los puntos importantes del mundo; o no siendo así, partiendo rápidamente de unos a otros, pero, a pesar de todo, en cada punto, esto es, en cada nación, fulminante y completa.

»Muy bien. ¿Qué podía hacer yo con ese fin? Por mí solo, no podría hacerla a ella, a la revolución mundial, ni siquiera podría hacer la revolución completa en la parte relacionada con el país en donde estaba. Lo que podía era trabajar, en la entera medida de mi esfuerzo, para preparar esa revolución. Ya le expliqué cómo: combatiendo, por todos los medios accesibles, las ficciones sociales; no perjudicando nunca al hacer ese combate o la propaganda de la sociedad libre, ni la libertad futura ni la libertad presente de los oprimidos; creando ya, de ser posible, algo de la futura libertad.

Exhaló el humo; hizo una leve pausa, volvió a comenzar.

—Entonces aquí, mi amigo, puse yo mi lucidez en acción. Trabajar para el futuro está bien, pensé; trabajar para que los otros tengan libertad está perfecto. ¿Pero entonces yo?, ¿yo no soy nadie? Si yo fuese cristiano, trabajaría alegremente por el futuro de los otros, porque iba a tener mi recompensa en el cielo; pero también, si yo fuese cristiano, no sería anarquista, porque entonces las tales desigualdades sociales no tendrían importancia en nuestra corta vida: serían sólo condiciones de nuestra prueba y serían recompensadas en la vida eterna. Pero yo no era cristiano, como no lo soy, y me preguntaba: ¿pero por quién y por qué me voy a sacrificar en todo esto? Más todavía: ¿para qué me voy a sacrificar?

»Tuve momentos de descreimiento; y ud. comprende que era justificado… Soy materialista, pensaba; no tengo más vida que ésta, ¿para qué voy a atormentarme con propagandas y desigualdades sociales y otras historias, cuando podría gozar y entretenerme mucho más si no me preocupara de eso? Quien tiene sólo esta vida, quien no cree en la vida eterna, quien no admite más ley que la Naturaleza, quien se opone al Estado porque él no es natural, al casamiento porque él no es natural, al dinero porque él no es natural, a todas las ficciones sociales porque ellas no son naturales, ¿por qué motivo es que defiende el altruismo y el sacrificio por los otros, o por la humanidad, si el altruismo y el sacrificio tampoco son naturales? Sí, la misma lógica que me muestra que un hombre no nace para ser marido, o para ser portugués, o para ser rico o pobre, me muestra también que él no nace para ser solidario, que él no nace sino para ser él mismo, y en consecuencia lo contrario de altruista y solidario, y por lo tanto exclusivamente egoísta.

»Discutí la cuestión conmigo mismo. Fíjate, yo decía para mí que nacemos pertenecientes a la especie humana, y que tenemos el deber de ser solidarios con todos los hombres. ¿Pero la idea de «deber» era natural? ¿De dónde es que venía esta idea de «deber»? Si esta idea de deber me obligaba a sacrificar mi bienestar, mi comodidad, mi instinto de conservación y mis otros instintos naturales, ¿en qué divergía la acción de esa idea de la acción de cualquier ficción social, que produce en nosotros exactamente el mismo efecto?

»Esta idea de deber, esto de la solidaridad humana, sólo podía considerarse natural si trajera consigo una compensación egoísta, porque entonces, aunque en principio contrariase el egoísmo natural, si diera a ese egoísmo una compensación, siempre, a fin de cuentas, no lo contrariaría. Sacrificar un placer, simplemente sacrificarlo, no es natural; sacrificar un placer a otro es lo que ya está dentro de la Naturaleza: entre dos cosas naturales de las que no se pueden tener ambas, escoger una es lo que está bien. ¿Pero qué compensación egoísta o natural podía darme la dedicación a la causa de la sociedad libre y de la futura sociedad humana? Sólo la conciencia del deber cumplido, del esfuerzo para un buen fin; y ninguna de estas cosas es una compensación egoísta, ninguna de estas cosas es un placer en sí, sino un placer, si lo es, nacido de una ficción, como puede ser el placer de ser inmensamente rico, o el placer de haber nacido en una buena posición social.

»Le confieso, mi viejo, que tuve momentos de descreimiento… Me sentí desleal a mi doctrina, traidor a ella… Pero pronto superé todo eso. La idea de justicia estaba ahí, dentro de mí, pensé. Yo la sentía natural. Yo sentía que había un deber superior a preocuparme sólo por mi propio destino. Y seguí adelante en mi propósito.

—No me parece que esa decisión revelase una gran lucidez de su parte… Ud. no resolvió la dificultad… Ud. siguió adelante por un impulso absolutamente sentimental…

—Sin duda. Pero lo que le estoy contando ahora es la historia de cómo me volví anarquista y de cómo lo continué siendo, y continúo. Le voy exponiendo lealmente las vacilaciones y las dificultades que tuve, y cómo las vencí. Coincido en que, en aquel momento, vencí la dificultad lógica con el sentimiento y no con el raciocinio. Pero ud. ha de ver que, más tarde, cuando llegué a la plena comprensión de la doctrina anarquista, esta dificultad, hasta entonces sin respuesta, tuvo su solución completa y absoluta.

—Es curioso…

—Lo es… Ahora déjeme continuar con mi historia. Tuve esa dificultad y la resolví, bien que mal, como le dije. Después seguí, y en la línea de mis pensamientos, surgió otra dificultad que también me perturbó bastante.

»Estaba bien que me hallara dispuesto a sacrificarme, sin recompensa alguna verdaderamente personal, esto es, sin recompensa alguna verdaderamente natural. Pero supongamos que la sociedad futura no concluía en nada de lo que yo esperaba, que la sociedad libre nunca llegaría, ¿por qué diablos es que yo, en ese caso, me estaba sacrificando? Sacrificarme a una idea sin recompensa personal, sin que ganara nada con mi esfuerzo por esa idea, vaya; pero sacrificarme sin tener al menos la certeza de que aquello para lo que yo trabajaba existiría un día, sin que la propia idea ganase con mi esfuerzo, eso era un poco más fuerte… Desde ya le digo que resolví la dificultad por el mismo proceso sentimental por el que resolví la otra; pero le advierto también que, del mismo modo que la otra, resolví ésta por la lógica, automáticamente, cuando llegué al estado plenamente consciente de mi anarquismo… Ud. después verá… En el momento de lo que le estoy contando, salí del apuro con una o dos frases huecas. «Yo cumplía con mi deber para con el futuro; que el futuro cumpliera el suyo conmigo»… Esto, o cosa que se le parezca…

»Expuse esta conclusión, o, antes, estas conclusiones, a mis camaradas, y todos ellos coincidieron conmigo; coincidieron todos en que era preciso ir para adelante y hacer todo por la sociedad libre. Es verdad que uno u otro, de los más inteligentes, quedaron un poco conmocionados con la exposición, no porque no coincidiesen, sino porque nunca habían visto las cosas tan claras, ni las aristas que estas cosas tienen… Pero finalmente coincidieron todos… Todos íbamos a trabajar por la gran revolución social, por la sociedad libre, ¡ya quiera el futuro justificarnos o no! Formamos un grupo con gente convencida y comenzamos una gran propaganda; grande, es claro, dentro de los límites de lo que podíamos hacer. Durante bastante tiempo, en medio de dificultades, enredos y a veces persecuciones, ahí estuvimos trabajando por el ideal anarquista.

El banquero, llegado a este punto, hizo una pausa un poco más larga. No encendió el cigarro, que estaba otra vez apagado. De repente tuvo una leve sonrisa y, con el aire de quien llega al punto importante, me miró con mayor insistencia y prosiguió, aclarando más la voz y acentuando más las palabras.

—A esta altura —dijo él— apareció una cosa nueva. «A esta altura» es un modo de decir. Quiero decir que, después de algunos meses de esta propaganda, comencé a reparar en una nueva complicación, y ésta era la más seria de todas, ésta es la que iba a valer…

»Ud. se acuerda, ¿no es verdad?, de aquello que yo, por un raciocinio riguroso, establecí que debía ser el proceso de acción de los anarquistas… Un proceso, o procesos, mediante cualquiera de los cuales se contribuyese a destruir las ficciones sociales sin perjudicar, al mismo tiempo, la creación de la libertad futura; sin perjudicar, por consiguiente, en lo más mínimo, la poca libertad de los actuales oprimidos por las ficciones sociales; un proceso que, en lo posible, crease ya algo de libertad futura…

»Pues bien: una vez establecido este criterio, nunca más dejé de tenerlo presente… Pero, a la altura de nuestra propaganda, de la que le estoy hablando, descubrí algo. En el grupo de la propaganda, no éramos muchos; éramos unos cuarenta, salvo error, se daba esta coyuntura: se creaba tiranía.

—¿Se creaba tiranía?

—De la siguiente manera… Unos mandaban a otros y nos llevaban para donde querían; unos se imponían a otros y nos obligaban a ser lo que ellos querían; unos arrastraban a otros por mañas y por artes hacia donde ellos querían. No digo que hicieran esto en cosas graves; incluso, no había cosas graves allí como para que lo hicieran. Pero el hecho es que esto ocurría siempre y todos los días, y se daba no sólo en asuntos relacionados con la propaganda, sino también fuera de ellos, en asuntos vulgares de la vida. Unos iban insensiblemente para jefes, otros insensiblemente para subordinados. Unos eran jefes por imposición, otros eran jefes por maña. En el hecho más simple se veía esto. Por ejemplo: dos de los muchachos salían juntos a una calle, llegaban al final de la calle y uno tenía que ir hacia la derecha y otro hacia la izquierda; a cada uno le resultaba conveniente ir para su lado. Pero el que iba hacia la izquierda le decía al otro, «venga ud. conmigo por aquí»; el otro respondía, y era verdad, «Hombre, no puedo; tengo que ir por allí» por esta o aquella razón… Pero al fin, contra su voluntad y su conveniencia, allá iba con el otro hacia la izquierda… Eso era una vez por persuasión, otra vez por simple insistencia, una tercera vez por cualquier otro motivo… Esto es, nunca era por una razón lógica; había siempre en esta imposición y en esta subordinación algo de espontáneo, algo como instintivo… Y como en este caso simple, en todos los otros casos; desde los menos hasta los más importantes… ¿Ud. ve bien la cuestión?

—La veo. ¿Pero qué diablos hay de extraño en eso? ¡Eso es de lo más natural que hay!

—Será. Ya llegamos a eso. Lo que le pido que note es que es exactamente lo contrarío de la doctrina anarquista. Fíjese bien que esto ocurría en un grupo pequeño, en un grupo sin influencia ni importancia, en un grupo al cual no se le había confiado la solución de ninguna cuestión grave o la decisión sobre cualquier asunto de importancia. Y fíjese que ocurría en un grupo de gente que se había unido especialmente para hacer lo que pudiese por el ideal anarquista, esto es, para combatir, tanto como fuera posible, las ficciones sociales, y crear, tanto como fuera posible, la libertad futura. ¿Ud. se fijó bien en estos dos puntos?

—Me fijé.

—Vea ahora bien lo que eso representa… Un grupo pequeño de gente sincera (¡le garantizo que era sincera!), establecido y unido expresamente para trabajar por la causa de la libertad, había, al cabo de unos meses, conseguido sólo una cosa positiva y concreta: la creación entre sí de tiranía. Y fíjese qué tiranía… No era una tiranía derivada de la acción de las ficciones sociales que, aunque lamentable, sería disculpable, hasta cierto punto, aunque menos en nosotros, que combatíamos esas ficciones, que en otras personas: pero en fin, vivíamos en medio de una sociedad basada en esas ficciones y no habría sido enteramente culpa nuestra si no hubiéramos podido escapar del todo a su acción. Pero no era eso. Los que mandaban a los otros, o los llevaban hacia donde querían, no hacían eso por la fuerza del dinero o de la posición social o de cualquier autoridad de naturaleza ficticia que se arrogaran; lo hacían por una acción de cualquier especie fuera de las ficciones sociales. Quiero decir, esta tiranía era, con relación a las ficciones sociales, una tiranía nueva. Y era una tiranía ejercida sobre gente esencialmente oprimida por las ficciones sociales. Era, todavía por encima, tiranía ejercida entre sí por gente cuyo objetivo sincero no era sino destruir tiranía y crear libertad.

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