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Authors: Elaine Cunningham

El bastión del espino (52 page)

BOOK: El bastión del espino
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Sir Gareth apareció en la esfera casi de inmediato.

—¿Dónde estáis? —le espetó el sacerdote.

—En Summit Hall —respondió el caballero, con la voz un poco arrastrada por la intensidad del dolor.

Dag redujo un poco el dolor para permitir que el hombre pudiese hablar.

—He tenido una conversación de lo más esclarecedora con una de mis..., compañeras de Fuerte Tenebroso. Me ha informado de que mi hija fue embarcada en un barco de esclavos zhéntico, el mismo que tenía que llevar al sur un cargamento de esos malditos enanos, el mismo del que vos os ocupasteis. Estoy ansioso por oír vuestras explicaciones.

Todo asomo de esperanza se desvaneció de los ojos del paladín caído en desgracia.

—Fue apresada por los paladines, eso es cierto. Yo conseguí interceptarla y conducirla a un lugar donde pudiese ser adoptada.

—¿En un barco de esclavos?

—Los Caballeros de Samular tienen puestos avanzados en el sur —protestó Gareth—. Habría estado a salvo, bajo la custodia de un viejo socio que nos debe algún favor y que habría sabido ser discreto. Habría estado allí hasta que hubiera sido seguro devolvérosla.

La verdad que había oculta en aquellas interesadas palabras se hizo evidente para Dag. Era posible que sir Gareth tuviese algo que ver en el secuestro de Cara. O quizá no. Pero lo cierto era que intentaba utilizar aquella situación en beneficio propio. Cara llevaba un anillo de Samular y eso le otorgaba un potencial para manejar poder. Era evidente que Gareth deseaba tenerla bajo su control en secreto. Y, si se veía forzado a hacerlo, podría haber «descubierto» el escondite de la chiquilla y haberse convertido en un héroe a los ojos de aquel que desease recuperarla. Era una locura de plan, pero se había visto desbaratado.

—Quiero que me la devolváis —exigió el sacerdote—. Ahora.

—Eso será un poco difícil, lord Zoreth —repuso el caballero—. Está en la torre de Báculo Oscuro, bajo la protección y tutela de lady Laeral Manodeplata.

Dag soltó una fea maldición. La hermosa hechicera era tan poco convencional como poderosa. Si se tomaba como empeño personal conservar a Cara, ni siquiera un ejército de dragones podría hacerla desviar de su camino. Sin embargo, el archimago, dueño y señor de la torre de Báculo Oscuro, era otro asunto. Khelben Arunsun no sólo era hechicero, sino también un gobernante muy implicado en la política de la ciudad y su zona de influencia. Si conseguía plantearle el asunto como un tema político, era posible que pudiera hacerlo entrar en razón.

—Utilizad vuestro nombre y vuestros contactos. Traed a la chiquilla a El Bastión del Espino de inmediato —ordenó Dag—. Y traed también a mi hermana; en caso contrario, tendréis el mismo fin que Hronulf.

—Eso es poco probable —repuso el viejo paladín—. Por desgracia, no creo que pueda enfrentarme a hombres armados en un asedio.

El sacerdote soltó una suave carcajada.

—Hronulf no murió por causa de las heridas que le infligieron. Yo mismo le arranqué el corazón con mis manos. Será mejor que conservéis eso en la mente mientras cumplís con vuestro cometido.

17

Durante dos días, Bronwyn y Ebenezer cabalgaron a la velocidad máxima con que se atrevían a hostigar a sus monturas. Los paladines los perseguían a corta distancia, a pesar de que Bronwyn utilizaba todos los trucos y todos los atajos que había aprendido durante los años que había pasado en los caminos.

Al final, divisaron frente a ellos los muros de la ciudad. El sol del anochecer despedía destellos en los capiteles de Torretroll y bañaba el colosal arco de la puerta Norte a modo de bienvenida. Bronwyn inhaló aire profundamente y lo soltó en un suspiro. Parte de la tensión pareció mitigarse en sus hombros y en su nuca mientras alargaba una mano para acariciar el sudoroso cuello de su caballo.

—¡Piedras! —exclamó Ebenezer con más vehemencia de la habitual—. ¡Mira allí!

Bronwyn siguió la dirección del dedo que sostenía en alto. A lo lejos, hacia el norte, se divisaba un enjambre oscuro que avanzaba en dirección a la carretera Alta con una determinación que evocaba una migración de hormigas.

Pasó con rapidez revista a lo sucedido en los últimos días. Eran tantos los acontecimientos que habían tenido lugar desde que el capitán Orwig los dejara en los muelles de Aguas Profundas que costaba creer que hubiesen pasado sólo diez días.

—Diez días —comentó en voz alta—. Tarlamera accedió a quedarse en la ciudad durante diez días.

—Mi hermana es una enana de palabra —repuso Ebenezer, triste, mientras dirigía una mirada de impotencia hacia Bronwyn—. Bueno, tengo que irme.

Una profunda sensación de pérdida sacudió el corazón de Bronwyn. Alargó una mano para cogerlo por el hombro.

Tengo que ir a ver cómo se las arregla Cara en la torre de Báculo Oscuro, si es que todavía sigue allí. —Esbozó una fugaz sonrisa—. Los pies de esa niña tienen los mismos picores que los tuyos o los míos. Iré en cuanto pueda.

—No lo hagas. Hay pocas posibilidades de que encuentres nada.

Aquello confirmaba los peores temores de Bronwyn. Ebenezer creía que debía ir rumbo al norte a morir junto a su clan.

—No vayas —suplicó, suavemente.

—Tengo que ir. No estuve allí la última vez. No sería capaz de mirarme a la cara si volviese a ocurrirme una cosa así —replicó el enano.

Se quedaron sentados un rato mientras contemplaban cómo se iban alejando los resueltos enanos. Bronwyn aceptaba lo inevitable. Forzó una sonrisa, se inclinó y alborotó los rizados cabellos de su amigo a modo de despedida.

Ebenezer agarró la mano entre las suyas y se la llevó a los labios. Luego, la soltó de repente y dio un puntapié a su agotado pony azul para ponerlo, reticente, al trote. La brisa marina se encargó de llevar hasta Bronwyn sus refunfuños.

— He pasado demasiado tiempo entre humanos...

Bronwyn parpadeó para enjugarse las lágrimas y puso rumbo hacia la puerta Norte. Como era poco probable que pudiese entrar sin ser vista, optó por apresurarse.

Dejó los caballos en el establo público más cercano y alquiló un coche cerrado.

Siguiendo sus instrucciones, el conductor halfling puso los caballos al trote por la carretera Alta y, cuando llegaron a la torre de Báculo Oscuro, le dio la plata que había pedido por el trayecto más una generosa propina. Salió de un brinco del carruaje y echó a correr por la calle adoquinada.

El corazón le dio un vuelco cuando vio que Danilo emergía del muro negro para recibirla, con una expresión tan sombría en el rostro como el edificio de mármol que dejaba a su espalda.

—No deseas entrar ahí dentro —aseguró mientras la cogía del brazo y la obligaba a alejarse del lugar.

Acompasó el ritmo de sus pasos al de él.

—¿Qué sucede?

—Lady Laeral está haciendo las maletas para realizar un viaje inesperado. Parece que regresó a la torre después de una noche de fiesta en el distrito del Mar y descubrió que nuestra mutua cruz, el gran archimago, le había quitado a su prometedora y nueva aprendiz.

El pavor hizo detenerse en seco a Bronwyn.

—¡Cara! ¿Qué ha hecho con ella?

—Sigue andando —repuso Danilo, bruscamente—. Dudo que te quede mucho tiempo. El archimago hizo lo que pensó que debía hacer. Parece que nuestros buenos amigos del Tribunal de Justicia se enteraron del nuevo aprendizaje de Cara y convencieron al Primer Señor de que esa chiquilla era, y tenía que seguir siendo, una pupila de los Caballeros de Samular, que su destino estaba con los hermanos elegidos de su ilustre antecesor y otras pamplinas por el estilo.

—¿Y Khelben se limitó a dársela? —La furia y la incredulidad competían a partes iguales en el tono de voz de Bronwyn.

—Creyó que tenía pocas opciones en aquel asunto. Tres jóvenes paladines vinieron a por ella, con un edicto firmado por el propio Piergeiron. Khelben es muchas cosas, y entre ellas un astuto político. Era muy consciente del abismo creciente entre varias de las órdenes de paladines y los Arpistas. Si se oponía abiertamente al edicto de Piergeiron, habría dado la impresión de que el Maestro de Arpistas de Aguas Profundas se consideraba por encima de la ley, cosa que, a su modo de ver, podría poner en peligro el trabajo de los Arpistas y de los propios agentes.

—¿Y tú estás de acuerdo?

—¿He dicho acaso eso? El archimago y yo hemos discutido muchas veces el tema. Basta decir que hemos tenido verdaderas broncas por el asunto, pero mi cólera es insignificante comparada con la ira de Laeral. Me temo que la hechicera tardará en regresar de la visita a la granja de su hermana.

»Pero Khelben debe enfrentarse a sus propios problemas —concluyó Danilo—.

Vamos a hablar de los tuyos. ¿Qué has encontrado?

La mujer le dedicó una mirada prolongada y apreciativa.

—¿Por qué tendría que fiarme de ti?

—Pienses lo que pienses, nunca he traicionado tu confianza, ni lo haré. —Se detuvo y se levantó la elegante casaca verde que llevaba por el hombro izquierdo para dejar al descubierto un broche que representaba una diminuta y ajada arpa de plata encastrada en una luna creciente. Se desabrochó el símbolo de su pertenencia a los Arpistas y se lo tendió a ella.

—Esto me lo dio un hombre al que admiro profundamente y cuya estima me gustaría conservar siempre. Guárdalo hasta que este asunto concluya. Si crees que mi actuación resulta falsa en algún momento, devuélveselo a Bran Skorlsun y declárame indigno de ser amigo suyo y de su hija semielfa. No te contradeciré.

El hombre no podía hacer ninguna otra promesa que inspirase más confianza a Bronwyn. La extraña pareja que formaban aquel noble de espíritu alegre y su tranquila y seria compañera semielfa era algo que Bronwyn nunca había llegado a comprender, pero sabía que nada significaba más para su amigo que el respeto de la mujer a la que había consagrado su corazón. Cogió el broche y lo introdujo en su bolsa.

—Lo mantendré a salvo. Cuando esto termine, Alice te lo devolverá, si no puedo hacerlo yo misma.

—Podrás —le aseguró, en un tono más parecido a su jovialidad habitual—. Ahora dime qué has descubierto.

Bronwyn le contó la historia de la torre del cadáver no muerto y de El Veneno de Fenris.

—Lo he guardado en lugar seguro y allí lo dejaré hasta que decida qué hacer con él.

—Los paladines estarían encantados con un artefacto como ése.

—¿Tú crees? —comentó con amargura—. Pues ahora que lo han visto, no habrá forma de negárselo.

—¿Lo han visto? ¿Cómo?

Suspiró, cansada.

—Después de haberlo recuperado de la guarida de orcos, Ebenezer quiso echarle un vistazo. No tenía más que dos anillos, y yo era la única descendiente de Samular allí presente, pero lo intenté y, aunque la torre no se formó completa, pudimos ver bastante.

El Arpista soltó un juramento.

—¿Estás segura de que la vieron?

—Sería difícil no ver algo tan grande sobresaliendo en un campo de centeno.

—Entonces debemos darnos prisa. Tenemos que encontrar la manera de apartar a Cara de los paladines antes de que te pillen y te exijan el artefacto.

Se deslizaron por los recovecos de la ciudad, pasando por caminos que utilizaban las puertas traseras de los comercios, varias fincas privadas y túneles contiguos, e incluso, en una ocasión, tuvieron que caminar un trecho por un tejado. Existían muchas rutas de ese estilo en la ciudad, conocidas sólo por los Arpistas, que eran los únicos que tenían acceso a ellas. A pesar de toda la furia que sentía Bronwyn contra Khelben, no podía dejar de sentir cierta comodidad en la red de apoyo que la alianza le ofrecía, cuyo mayor baluarte era sin duda la resolución del amigo que la acompañaba.

Alice los esperaba en la puerta de atrás, pero los empujó de nuevo hacia el callejón.

—Regresad por donde habéis venido. Ha venido un paladín a buscarte.

Una sensación de pasar de nuevo por una experiencia ya vivida se abatió sobre Bronwyn, que soltó un suspiro de agotamiento.

—¿Un hombre alto, y rubio?

—Quizá lo fue, pero ahora no sabría decirte porque hace tiempo que lo tiene blanco. Se hace llamar sir Gareth Cormaeril.

Bronwyn miró de reojo a Danilo.

—Debería verlo. Era amigo de mi padre. Quizá pueda contarme qué está sucediendo.

El Arpista se mesó los cabellos con la mano y sacudió la cabeza, indeciso.

—Sé muy cautelosa.

—Lo seré. Entra, si lo deseas —ofreció, consciente de que de todas formas pensaba hacerlo.

Se introdujo con rapidez por la trastienda. El caballero se levantó para saludarla y vio que su atractivo y agotado rostro estaba crispado de preocupación.

—¡Gracias a Tyr, chiquilla! Confiaba en poder hablar con vos antes de que os encontrara la patrulla de vigilancia.

Aquellas palabras hicieron que Bronwyn se detuviera en seco.

—¿La patrulla?

—Sí, lord Piergeiron ha decretado que os arresten lo antes posible. No estáis segura en esta ciudad.

La mujer se desplomó sobre un pequeño arcón.

—¿Por qué?

El anciano caballero se quedó mirándola intensamente durante largo rato.

—Es tal como yo sospechaba. Sois inocente de los cargos que se os imputan.

—Contadme.

Él suspiró.

—Los tres paladines que habían sido enviados para escoltar a la chiquilla de la torre de Báculo Oscuro al Tribunal de Justicia fueron hallados muertos. La niña ha desaparecido. Muchos de mis hermanos sospechan que vos y vuestro hermano, un sacerdote de Cyric aliado con los zhentarim, estáis tras su desaparición. —Titubeó—. Y todavía hay más.

—Por supuesto que sí —musitó ella. Sintiéndose totalmente derrotada, hundió la cara entre las manos.

—Vuestro hermano, Dag Zoreth, dirige las fuerzas de El Bastión del Espino. Sé de buena fuente que mató a Hronulf con sus propias manos. No contaré a una mujer, en especial a una de vuestra edad, la naturaleza de las heridas infligidas a los jóvenes paladines que custodiaban a la niña de Dag Zoreth, pero llevaban la marca de ese rufián.

A menos que yo esté totalmente equivocado, la niña está con él..., en El Bastión del Espino.

—Oh, Cara —suspiró Bronwyn.

—La niña corre un grave peligro, y no sólo por la perniciosa influencia que puede provocarle la fe de su padre. Los paladines han estado concentrándose para llevar a cabo un asalto a El Bastión del Espino, y parece que el ataque se llevará a cabo antes de lo que mis compañeros paladines habían calculado. No disponen de hombres suficientes para montar un asedio convencional, pero los hermanos confían en salir victoriosos de todas formas. Hace menos de una hora, una joven promesa de nuestra orden, conocido con el nombre de Algorind, salió de Summit Hall en compañía de cuatro de sus hermanos. ¿Conocéis a ese hombre?

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