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Authors: Michael Moorcock

Tags: #Fantástico

El Bastón Rúnico (29 page)

BOOK: El Bastón Rúnico
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—Quizá debiéramos reconsiderarlo. Después de todo, si sacrificamos inútilmente nuestras vidas…

Pero Hawkmoon ya estaba activando el instrumento y la pared protectora empezó a cambiar de color mientras una bocanada de aire frío y extraño les daba en las caras.

Desde detrás de la pared llegó hasta ellos un misterioso lamento de dolor y perplejidad.

La pared adquirió un tono rosado, se desvaneció… y dejó al descubierto a la bestia mecánica.

La desaparición de la pared pareció perturbarla por un instante, pues no hizo ningún movimiento hacia ellos. Estaba acurrucada sobre pies de metal, elevándose por encima de ellos, y sus planchas metálicas multicolores medio les cegaron. A lo largo de los hombros, a excepción del cuello, mostraba una masa de cuernos agudos como cuchillos.

Tenía un cuerpo algo parecido al de un mono, con cortas patas traseras y largas patas anteriores terminadas en manos con garras metálicas. Sus ojos eran multifacetados, como los de una mosca, y brillaban con cambiantes colores. En cuanto a su hocico, estaba lleno de dientes metálicos tan agudos como navajas.

Más allá de la bestia mecánica distinguieron grandes montones de maquinaria, apilada en filas ordenadas a lo largo de los muros. La estancia era muy grande. Más o menos en el centro, a la izquierda de donde se encontraba, Hawkmoon descubrió los dos instrumentos cristalinos que Rinal le había descrito. Silenciosamente, señaló hacia ellos y después se precipitó al interior de la caverna, pasando junto al monstruo.

En cuanto se pusieron en movimiento, la bestia se agitó. Lanzó un grito y trató de cortarles el paso, exudando un extraño olor metálico que a Hawkmoon le pareció repulsivo.

Hawkmoon vio por el rabillo del ojo que una gigantesca mano llena de garras se abalanzaba hacia él. Se hizo a un lado, tropezando con una delicada máquina que se estrelló contra el suelo, haciéndose añicos, desparramando fragmentos de cristal y partes metálicas rotas. La mano gigantesca se cerró en el aire, a pocos centímetros de su rostro.

Cuando volvió a intentarlo, Hawkmoon ya se había apartado lo suficiente.

De pronto, una flecha se estrelló con un tintineante sonido metálico contra el hocico de la bestia, pero ni siquiera logró arañar las placas amarillas y negras de su armadura.

Lanzando un rugido, la bestia se volvió hacia su otro enemigo, vio a Oladahn y avanzó hacia él.

Oladahn retrocedió, pero no con la rapidez suficiente. La criatura lo agarró con su manaza y lo levantó, llevándoselo hacia la boca abierta. Hawkmoon lanzó un grito y golpeó con la espada la entrepierna de aquella bestia, que lanzó un gruñido y dejó a un lado a su prisionero. Oladahn quedó tendido en el suelo, conmocionado o herido.

Hawkmoon retrocedió cuando la criatura avanzó hacia él; de pronto, cambió de táctica, se agachó y se lanzó hacia la sorprendida bestia pasando por entre sus patas. Cuando ésta empezó a girarse, él retrocedió de nuevo.

El monstruo metálico bufó lleno de furia, manoteando por todas partes con las garras extendidas. Elevó las manos para intentar recuperar el equilibrio y finalmente cayó con un fortísimo estruendo, precipitándose contra Hawkmoon, ya en el suelo de la galería. Éste se deslizó ágilmente entre dos máquinas y, utilizándolas como medio protector, fue acercándose a los instrumentos que había venido a recoger.

Ahora, el monstruo empezó a destrozar máquinas en una insensata búsqueda de su enemigo. Hawkmoon se detuvo junto a una máquina que mostraba un tubo acampanado.

En el extremo del tubo había una palanca. Aquella máquina parecía ser un tipo de arma desconocido para él. Sin detenerse a pensarlo dos veces, Hawkmoon bajó la palanca. Un débil ruido surgió de aquel artilugio, pero no pareció suceder nada más.

Ahora, la bestia ya casi estaba de nuevo sobre él.

Hawkmoon se preparó para ofrecerle resistencia, decidiendo que sería mejor dirigirle una estocada contra uno de los ojos, ya que parecían ser los elementos más vulnerables de la criatura. Rinal le había dicho que aquella bestia metálica no podía ser eliminada de ninguna forma ordinaria; pero si lograba cegarla, al menos contaría con una posibilidad de escapar.

La bestia avanzó directamente hacia la máquina tras la que él se protegía. Entonces, se detuvo de pronto, se tambaleó y gruñó. Evidentemente, estaba siendo atacada por algún rayo invisible que probablemente interfería el funcionamiento de su complicado mecanismo. La bestia volvió a tambalearse y, por un instante, Hawkmoon experimentó una oleada de triunfo al creer que ya la había derrotado. Pero la criatura sacudió todo el cuerpo y volvió a avanzar, aunque con movimientos lentos y aparentemente dolorosos.

Hawkmoon comprendió que estaba recuperando lentamente su fortaleza. Tenía que atacar ahora si es que quería contar con alguna posibilidad. Echó a correr hacia la bestia.

Ésta movió la cabeza con lentitud. Pero Hawkmoon se había aupado sobre sus planchas, apoyándose en las hendiduras que formaban, para sentarse sobre sus hombros mecánicos. La bestia emitió un fuerte rugido y levantó un brazo para arrancarse a Hawkmoon de un manotazo.

Desesperado, Hawkmoon se inclinó hacia adelante y, utilizando el pomo de su espada, golpeó con fuerza, primero sobre un ojo y después sobre el otro. Ambos ojos quedaron hechos añicos con un sonido agudo de cristal quebrado.

La bestia rugió y elevó las garras no hacia Hawkmoon sino hacia sus propios ojos heridos, dando así al joven duque el tiempo necesario para bajarse de los hombros de la criatura y precipitarse hacia las dos cajas que había venido a buscar.

Se sacó una bolsa de tela del cinturón, donde la había llevado sujetada, y metió las dos cajas en su interior.

El monstruo mecánico deambulaba ciegamente de un lado a otro. Cada vez que chocaba contra algo, sonaba un fuerte estruendo metálico. Ahora podía estar ciego, pero, desde luego, no había perdido nada de su fuerza.

Hawkmoon se deslizó silenciosamente por entre la bestia aullante, corrió hacia donde Oladahn seguía tendido, se echó al pequeño hombre sobre uno de sus hombros y se precipitó hacia la salida.

Detrás de él, la bestia metálica había captado el sonido de sus pasos y empezaba a volverse, dispuesta a perseguirle. Hawkmoon aumentó la velocidad de su carrera, con el corazón amenazando salírsele del pecho a causa del enorme esfuerzo.

Corrió por los pasillos, dejándolos atrás poco a poco, hasta que llegó a la entrada de la caverna que daba al mundo exterior. El monstruo metálico no podría seguirle a través de un hueco tan pequeño.

En cuanto se hubo deslizado por la abertura, sintiendo el aire fresco de la noche en sus pulmones, se relajó y contempló el semblante de Oladahn. El pequeño hombre bestia respiraba con normalidad y no parecía tener nada roto. Sólo un lívido moretón en la cabeza parecía lo bastante serio como para explicar la pérdida del conocimiento. Mientras inspeccionaba su cuerpo en busca de otras posibles heridas, el pequeño hombre bestia empezó a abrir los ojos lentamente. Un débil sonido surgió de entre sus labios.

—Oladahn, ¿os encontráis bien? —preguntó Hawkmoon con ansiedad.

—Ah… Me arde la cabeza —gruñó Oladahn—. ¿Dónde estamos?

—A salvo. Y ahora, intenta levantarte. Está a punto de amanecer y tenemos que regresar a Soryandum antes de que se haga de día. En caso contrario nos descubrirán los hombres de D'Averc.

Dolorosamente, Oladahn se puso en pie. Desde el interior de la caverna llegó hasta ellos un aullido salvaje y un gran estruendo metálico, señal de que la bestia mecánica intentaba atraparles. —¿A salvo, decís? —dijo Oladahn señalando hacia la ladera de la colina situada detrás de Hawkmoon —. Es posible, aunque… ¿por cuánto tiempo?

Hawkmoon se volvió. Una gran fisura acababa de aparecer en la muralla. La bestia mecánica se agitaba, esforzándose por liberarse para perseguir a sus enemigos.

—Mayor razón para poner pies en polvorosa —dijo Hawkmoon recogiendo la bolsa y echando a correr en dirección a Soryandum.

Apenas habían avanzado un kilómetro cuando escucharon un terrible estruendo tras ellos. Miraron hacia atrás y vieron como la pared de la colina se cuarteaba hasta abrirse y por allí surgía la bestia de metal, cuyos aullidos resonaron a lo largo de las colinas, amenazando con llegar incluso a Soryandum.

—La bestia está ciega —explicó Hawkmoon—, de modo que es posible que no nos siga de inmediato. Si logramos llegar a la ciudad creo que estaremos a salvo.

Aumentaron la velocidad de su carrera y no tardaron en alcanzar las afueras de Soryandum.

Poco después, cuando ya estaba amaneciendo, recorrían las calles en busca de la casa de los hombres fantasma.

5. La máquina

Rinal y otros dos hombres se encontraron con ellos junto a la casa y los elevaron rápidamente hasta el ventanal de entrada.

Rinal tomó ávidamente las cajas que Hawkmoon llevaba en la bolsa en el momento en que salía el sol y la luz entraba por las ventanas, haciendo que los miembros del pueblo fantasma parecieran menos tangibles que antes.

—Son tal y como yo las recuerdo —murmuró, desplazando su extraño cuerpo hacia la luz para poder contemplar mejor los objetos. Su mano fantasmagórica acarició el octógono instalado sobre la base de ónice —. Ahora ya no tenemos por qué tener miedo de los extranjeros enmascarados. Podemos escapar de ellos en cuanto queramos…

—Pero yo creía que no teníais medio de abandonar la ciudad —dijo Oladahn.

—Eso es cierto…, pero con estas máquinas podemos llevarnos a toda la ciudad con nosotros, si tenemos suerte.

Hawkmoon estaba a punto de hacerle más preguntas a Rinal cuando escuchó una gran conmoción en la calle y se acercó a la ventana para mirar cautelosamente hacia abajo.

Allí vio a D'Averc, acompañado por sus dos brutales lugartenientes y unos veinte guerreros. Uno de ellos señalaba hacia el ventanal.

—Tienen que habernos visto —dijo Hawkmoon con voz entrecortada—. Tenemos que marcharnos todos de aquí. No podemos luchar contra tantos.

—Tampoco podemos marcharnos —dijo Rinal—. Y si utilizamos la máquina ahora os dejaremos a merced de D'Averc. Me encuentro en un dilema.

—En tal caso, utilizad la máquina —dijo Hawkmoon—, y dejad que nosotros nos ocupemos de D'Averc. —¡No podemos permitir que muráis por nuestra causa! No, después de todo lo que habéis hecho—. ¡Utilizad la máquina!

Pero Rinal seguía dudando.

Hawkmoon escuchó entonces otro sonido procedente del exterior y volvió a asomarse cautelosamente por la ventana.

—Han traído escaleras. Están a punto de subir. Utilizad la máquina, Rinal.

—Utilizad la máquina, Rinal —repitió suavemente una de las mujeres fantasma—. Si lo que hemos oído decir es cierto, no es probable que nuestro amigo sufra mucho daño a manos de D'Averc, al menos en estos momentos. —¿Qué queréis decir? —preguntó Hawkmoon —. ¿Cómo sabéis eso?

—Tenemos un amigo que no es de nuestro pueblo —contestó la mujer—. Un amigo que a veces nos visita y nos trae noticias del mundo exterior. Él también sirve al Bastón Rúnico… —¿Es un guerrero con armadura negra y oro? —la interrumpió Hawkmoon.

—Sí, él nos dijo que vos… —¡Duque Dorian! —gritó Oladahn en ese instante, señalando hacia la ventana.

El primero de los guerreros oso había alcanzado ya la ventana.

Hawkmoon desenvainó su espada, dio un salto hacia la ventana y le introdujo la punta en la garganta del guerrero, justo por debajo de la nuez. El hombre echó los brazos hacia atrás y cayó escalera abajo lanzando un grito sofocado y gorgoteante. Hawkmoon agarró la escalera y trató de ladearla para derribarla, pero desde abajo la sostenían con fuerza.

Otro guerrero se situó al nivel de la ventana y Oladahn le golpeó la cabeza, haciéndole ladearse, pero el hombre se sostuvo sobre la escalera. Hawkmoon abandonó sus inútiles esfuerzos y descargó con la espada un tajo sobre los dedos de una mano cubiertos por el guantelete. El hombre se soltó lanzando un grito, y cayó al suelo. —¡La máquina! —gritó Hawkmoon desesperadamente—. Utilizadla ahora mismo, Rinal.

No podremos contenerlos durante mucho tiempo.

Desde detrás de él surgió un sonido rasgueante y musical, y Hawkmoon se sintió ligeramente mareado al tiempo que su espada alcanzaba al siguiente atacante.

Después, todo empezó a vibrar rápidamente y los muros de la casa adquirieron un brillante color rojo. Fuera, en la calle, los guerreros oso estaban gritando…, no por la sorpresa, sino por el extraordinario temor que sentían. Hawkmoon no pudo comprender por qué razón aquella visión les aterrorizaba tanto.

Observó que toda la ciudad había adquirido ahora el mismo y vibrante color escarlata y que todo parecía retemblar y desmoronarse, en armonía con el sonido rasgueante producido por la máquina. Después, abruptamente, el sonido y la ciudad se desvanecieron y Hawkmoon se encontró cayendo suavemente hacia el suelo.

Escuchó todavía la voz de Rinal, débil y desvaneciéndose, que decía:

—Os dejamos la máquina gemela de ésta. Es nuestro regalo para ayudaros en la lucha contra vuestros enemigos. Tiene la virtud de desplazar zonas enteras de la tierra a una dimensión ligeramente diferente del espacio–tiempo. Nuestros enemigos no se apoderarán ahora de Soryandum…

Y entonces. Hawkmoon aterrizó sobre suelo duro. Oladahn estaba cerca de él. Ambos vieron que no había quedado el menor rastro de la ciudad. Su lugar sólo quedó ocupado por un terreno cubierto de hoyos que daba la impresión de haber sido arado recientemente.

Las tropas de Granbretan se encontraban a cierta distancia, con D'Averc entre ellas.

Hawkmoon comprendió entonces por qué los guerreros habían gritado horrorizados.

La bestia mecánica había llegado finalmente a la ciudad y estaba atacando a los guerreros oso. Por todas partes se veían desparramados los cadáveres ensangrentados y destrozados de los granbretanianos. Estimulados por D'Averc, que había desenvainado la espada uniéndose a la batalla, los guerreros intentaban destruir al monstruo.

Sus espinas de metal se estremecieron con furia, los dientes metálicos entrechocaron en su cabeza, y las garras puntiagudas desgarraban y destrozaban las armaduras y los cuerpos.

—Esa bestia se encargará de ellos —le dijo Hawkmoon a Oladahn—. Mirad…, nuestros caballos.

En efecto, los dos magníficos corceles se encontraban a unos cien metros de distancia.

Hawkmoon y Oladahn echaron a correr hacia ellos, los montaron y se alejaron a uña de caballo del lugar que antes había ocupado Soryandum y de la carnicería que la bestia mecánica estaba produciendo entre los guerreros oso de D'Averc.

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