—No veo a un hombre ante mí —replicó Hawkmoon—. Sólo veo una especie de bestia.
Se echó a reír, al tiempo que Ganak intentaba golpearle de nuevo, defendiéndose con rapidez gracias a la espada maravillosamente equilibrada que le había quitado a Valjon.
Lucharon sobre el puente, avanzando y retrocediendo, mientras D'Averc se las arreglaba para contener a los demás, al pie de la escalera. Ganak era un hábil espadachín, pero su corta espada no podía competir con la excelente arma del lord pirata.
Hawkmoon le alcanzó en el hombro, retrocedió en el instante en que la espada corta golpeaba contra la empuñadura de su espada, haciéndole casi perder el arma, que estuvo a punto de soltársele de la mano, se recuperó en seguida y volvió a lanzar una estocada contra Ganak, alcanzándole ahora en el brazo izquierdo.
El barbudo aulló como un animal y se abalanzó contra él, con una renovada ferocidad.
Hawkmoon volvió a detenerle con una estocada en el brazo derecho. El barbudo sangraba ahora por ambos brazos, mientras que Hawkmoon seguía ileso. Pero Ganak no cejó y reanudó el ataque, impulsado ahora por una especie de pánico feroz.
La siguiente estocada de Hawkmoon la dirigió hacia el corazón, para terminar de una vez con los sufrimientos del hombre. La punta de la hoja mordió la carne, arañó el hueso y Ganak quedó muerto antes de caer al suelo.
Pero los demás marineros habían obligado a D'Averc a retroceder. Ahora se hallaba rodeado, lanzando tajos a su alrededor con el cuchillo. Hawkmoon dejó el cadáver de Ganak, dio un salto hacia adelante con la espada al frente y atravesó el cuello de uno de los marineros. Logró introducir la hoja entre las costillas de otro, antes de que se dieran cuenta de su presencia.
Ahora, espalda contra espalda, Hawkmoon y D'Averc mantuvieron a raya a los marineros, pero daba la impresión de que debían apresurarse a escapar, pues no dejaban de acudir más marineros uniéndose al ataque de sus camaradas.
La cubierta no tardó en hallarse llena de cadáveres y Hawkmoon y D'Averc mostraban una docena de cortes cada uno y tenían los cuerpos ensangrentados. A pesar de todo, seguían luchando. Hawkmoon distinguió fugazmente a lord Valjon, que estaba junto al palo mayor contemplando el combate con mirada penetrante, observándole fijamente, como si quisiera obtener una clara impresión de los rasgos de su rostro durante el resto de su vida.
Hawkmoon se estremeció, pero volvió rápidamente toda su atención a los marineros atacantes. La parte plana de una espada corta le dio un golpe en la cabeza y tuvo que apoyarse contra la espada de su amigo, haciéndole perder el equilibrio. Entonces, ambos se desmoronaron sobre la cubierta. Se removieron con rapidez, sin dejar de luchar.
Hawkmoon alcanzó a un hombre en el estómago, lanzó el puño contra el rostro de otro que se inclinaba sobre él y por fin pudo arrodillarse.
Entonces, de pronto, los marineros retrocedieron, con los ojos fijos en el puerto.
Hawkmoon se levantó de un salto y D'Averc con él.
Los marineros contemplaban con expresión preocupada un nuevo barco que se acercaba a ellos a toda vela, procedente de la ensenada, con las grandes velas blancas desplegadas a la fresca brisa procedente del sur, con su brillante pintura negra y azul resaltando bajo la refulgente luz del sol matutino. Había gran número de hombres armados en sus costados.
—Sin duda alguna, se trata de un barco pirata rival —dijo D'Averc.
Aprovechó aquella ventaja para derribar al marinero que tenía más cerca y echar a correr hacia la popa. Hawkmoon siguió su ejemplo y con las espaldas vueltas contra la barandilla, siguieron luchando, aunque la mitad de sus enemigos habían echado a correr hacia donde estaba lord Valjon para recibir sus nuevas órdenes.
Una voz se escuchó procedente del otro barco, pero todabía estaban a demasiada distancia como para distinguir las palabras con claridad.
De algún modo, en medio de toda aquella confusión, Hawkmoon escuchó la profunda voz de Valjon pronunciar una sola palabra, que más bien pareció un juramento. —¡Bewchard! —exclamó.
Después, los marineros se volvieron a lanzar contra ellos y Hawkmoon sintió una hoja que le producía un corte en la cara, volvió los ojos relampagueantes hacia su atacante y extendió la espada, introduciéndole la punta por la boca y elevándola hacia el cerebro.
Escuchó el grito del hombre, largo y horrible, en su último aliento.
Hawkmoon no mostró la menor piedad. Extrajo la espada y la volvió a hincar en el corazón de otro.
Y así continuaron la lucha, mientras la goleta negra y azul se acercaba más y más.
Por un momento, se preguntó si aquel otro barco sería amigo o enemigo. Pero no dispuso de mucho tiempo para planteárselo, pues los marineros siguieron presionándole, levantando y dejando caer sus pesadas espadas cortas.
Cuando el barco negro y azul golpeó el costado de la nave donde estaba, Hawkmoon escuchó gritar a Valjon: —¡Olvidaos de los esclavos! ¡Olvidadlos! ¡Preparados para resistir a los perros de Bewchard!
Los pocos marineros que quedaban frente a ellos retrocedieron cautelosamente, abandonando a los jadeantes Hawkmoon y D'Averc, quienes aún les lanzaron unas últimas estocadas que les obligaron a retroceder con mayor rapidez. Pero por el momento ya no les quedaban más energías para perseguirlos.
Observaron mientras otros marineros, vestidos con jubones y calzones con los mismos colores que el barco, se balanceaban en las cuerdas, lanzándose al abordaje y dejándose caer sobre la cubierta del Halcón del río. Iban armados con pesadas hachas de guerra y sables, y luchaban con una precisión que los piratas no podían imitar, aunque hicieron todo lo posible por contenerlos.
Hawkmoon buscó con la mirada a lord Valjon, pero éste había desaparecido…, probablemente debajo del puente.
—Bueno, por hoy ya hemos hecho bastante derramamiento de sangre —dijo, volviéndose hacia D'Averc—. ¿Qué me dices de emprender una acción menos letal?
Podríamos liberar a los pobres que permanecen amarrados a los remos.
Y diciendo esto dio un salto sobre la barandilla y fue a caer junto al pasadizo situado junto a los remeros. Poco después, ambos hombres se inclinaban y se dedicaban a cortar las cuerdas que ataban a los esclavos a los remos.
Todos le miraron sorprendidos, sin darse muy buena cuenta de lo que Hawkmoon y D'Averc hacían por ellos.
—Estáis libres —les dijo Hawkmoon.
—Libres —repitió D'Averc—. Seguid nuestro consejo y abandonad el barco mientras podáis, pues no hay forma de saber cómo terminará la batalla.
Los esclavos se incorporaron en sus bancos, desperezaron los doloridos miembros y a continuación, uno a uno, se dirigieron apresuradamente hacia un costado del buque y se lanzaron al agua.
D'Averc contempló la escena con una sonrisa burlona.
—Es una pena que no podamos ayudar a los que permanecen en la otra parte —dijo—. ¿Por qué no? —preguntó Hawkmoon, indicando una escotilla situada por debajo del pasadizo—. Si no me equivoco, eso da al otro costado del barco.
Apoyó la espalda contra el maderamen del barco y lanzó una fuerte patada contra la escotilla. Tuvo que propinarle unas cuantas patadas más, hasta que la abrió. Entraron en la negrura del otro lado y se arrastraron bajo la cubierta, escuchando el sonido de la lucha que se libraba por encima de ellos.
D'Averc se detuvo un instante y con la punta ensangrentada de la espada abrió de un solo tajo un bulto que acababa de ver. El bulto se abrió de golpe, dejando escapar un montón de joyas.
—Es su botín.
—Ahora no tenemos tiempo para eso —le advirtió Hawkmoon, pero D'Averc sonreía.
—No tenía intención de quedármelo —dijo su amigo —, pero no me gustaría nada que Valjon escapara con esto en el caso de que la lucha le vaya mal. Mirad… —Indicó un gran objeto circular que se encontraba en el fondo del espacio donde se hallaban—. Si no me equivoco, esto permitiría que el agua del río entrara en el barco.
—De acuerdo —asintió Hawkmoon—. Mientras os ocupáis de esa tarea, yo me encargaré de liberar a los esclavos.
Dejó a D'Averc entregado a su trabajo y llegó al extremo del estrecho espacio, donde había otra escotilla, sujetada por dos pernos, que soltó.
Después, se lanzó contra la escotilla, que se desmoronó hacia el interior, arrastrando consigo a dos hombres que luchaban ferozmente. Uno de ellos llevaba el uniforme del barco atacante. El otro era un pirata. Hawkmoon se encargó del pirata con un rápido movimiento de la mano que sostenía la espada. El hombre uniformado le miró, sorprendido. —¡Sois uno de los dos hombres que hemos visto luchando en la cubierta de popa!
Hawkmoon asintió con un gesto y preguntó: —¿Cuál es vuestro barco?
—Es una nave de Bewchard —contestó el hombre secándose el sudor de la frente, como si pronunciar aquel nombre fuera suficiente explicación—. ¿Y quién es Bewchard? —¡Cómo! —exclamó el otro echándose a reír—. Es el enemigo jurado de Valjon, si es eso lo que necesitabais saber. Os ha visto luchar y ha quedado muy impresionado por vuestra destreza con la espada.
—No me extraña —asintió Hawkmoon sonriendo—, porque he luchado como nunca. ¡Cómo no hacerlo! Me jugaba la vida.
—A menudo, eso nos convierte a todos en los mejores espadachines —admitió el hombre—. Soy Culard…, amigo vuestro si sois enemigo de Valjon.
—Entonces, será mejor que aviséis a vuestros camaradas. Estamos hundiendo el barco… Mirad.
Señaló hacia la semioscuridad de la bodega, donde D'Averc había logrado desprender el gran tapón circular del fondo.
Culard asintió con rapidez, comprendiendo en seguida.
—Volveré a veros en cuanto esto haya terminado —dijo, marchándose —. ¡Si es que todavía vivimos!
Por encima de ellos, los hombres de Bewchard parecían ganar el combate contra los piratas de Valjon. Hawkmoon sintió que el barco se movía de pronto y vio a D'Averc que se acercaba presuroso.
—Creo que será mejor dirigirnos a la orilla —dijo el francés con una sonrisa y, señalando a los esclavos liberados que iban desapareciendo por el costado, añadió —:
Sigamos el ejemplo de nuestros amigos.
—He avisado a los hombres de Bewchard de lo que está sucediendo —dijo Hawkmoon—. Ahora creo que ya hemos devuelto a Valjon sus favores. —Se colocó la espada de Valjon bajo el brazo y añadió—: Debo intentar no perder esta espada… Es la mejor que jamás he tenido entre mis manos. ¡Una hoja como ésta le convierte a uno en el mejor espadachín!
Se situó en el costado del barco y vio que los hombres de Bewchard habían hecho retroceder a los piratas hacia el otro extremo del barco, pero ahora empezaban a retirarse.
Por lo visto, Culard ya les había comunicado la noticia.
El agua surgía a borbotones por la escotilla. El barco no permanecería a flote durante mucho tiempo. Hawkmoon se volvió a mirar. Apenas si quedaba espacio para nadar entre los dos barcos. El mejor medio para escapar sería cruzar al otro lado y caer sobre la cubierta de la goleta de Bewchard.
Comunicó su plan a D'Averc, quien asintió con un gesto. Los dos hombres se apoyaron sobre la barandilla, dieron un salto y descendieron sobre la cubierta del otro barco.
Allí no había remeros, y Hawkmoon se dio cuenta de que los de Bewchard debían de ser hombres libres y que formaban parte de las fuerzas de combate del barco. Eso le pareció algo mucho más normal…, mucho menos derrochador que el empleo de esclavos.
También le dio un motivo para detenerse a reflexionar y, al hacerlo, una voz le llamó desde el Halcón del río. —¡Eh, amigo! El de la gema negra en la frente… ¿Tenéis también planes para hundir mi barco?
Hawkmoon se volvió y vio a un hombre joven y de buen aspecto, todo vestido de cuero negro, con una capa de cuello alto de color azul, manchada de sangre, una espada en una mano y un hacha en la otra, que levantaba la espada hacia él desde la barandilla del barco pirata.
—Sólo pretendemos seguir nuestro camino —contestó Hawkmoon—. No tenemos nada contra vuestro barco… —¡Esperad un momento! —El hombre vestido de negro se aupó sobre la barandilla del Halcón del río—. Me gustaría daros las gracias por haber hecho la mitad del trabajo que nos correspondía a nosotros.
De mala gana, Hawkmoon esperó hasta que el hombre saltó hacia su propio barco y se le aproximó, sobre la cubierta.
—Soy Pahl Bewchard, y este barco es mío —dijo—. Llevaba esperando muchas semanas la oportunidad de capturar al Halcón del río. Y es posible que no hubiera podido hacerlo si vos no os hubierais encargado de la mitad de su tripulación, dándome tiempo para salir de la ensenada…
—Sí —asintió Hawkmoon—. Bueno, no quiero tener nada que ver en una pelea entre piratas…
—Me desilusionáis, sir —replicó Bewchard con naturalidad—. Por que he jurado librar el río de los lores piratas de Starvel. Soy su más feroz enemigo.
Los hombres de Bewchard regresaban presurosos a su propio barco, cortando las cuerdas de abordaje a medida que lo hacían. El Halcón del río quedó a merced de la corriente, con la popa ya por debajo de la línea de flotación. Algunos piratas saltaron por la borda, pero no se vio el menor signo de Valjon. —¿Adonde ha escapado su jefe? —preguntó D'Averc escudriñando el barco que se hundía.
—Es como una rata —contestó Bewchard—. Sin duda alguna se largó en cuanto comprendió que tenía la batalla perdida. Me habéis ayudado mucho, caballeros, pues Valjon es el peor de todos los piratas. Os lo agradezco.
Y D'Averc, que jamás se sentía intimidado cuando se trataba de una cortesía, y que siempre replicaba adecuadamente, contestó:
—Y nosotros os estamos agradecidos a vos, capitán Bewchard…, por haber llegado en el momento justo en que todo nos parecía perdido. Así pues, la deuda ha quedado saldada.
Y sonrió agradablemente. Bewchard inclinó la cabeza.
—Gracias. Sin embargo, si me permitís expresar en alta voz lo que es una evidencia, diría que parecéis necesitar ayuda para recuperaros. Ambos estáis heridos, y vuestras ropas… Bueno, vuestras ropas no son las que preferirían llevar unos distinguidos caballeros… En resumen, quiero decir que me sentiría muy honrado si aceptarais la hospitalidad de mi galera tal cual es, y la de mi mansión en cuanto atraquemos.
Hawkmoon frunció el ceño, pensativo. Empezaba a gustarle el joven capitán. —¿Y dónde tenéis planeado atracar, sir?
—En Narleen —contestó Bewchard—. Allí es donde vivo.