—Quizá —dijo Hawkmoon asintiendo.
Bewchard mantenía el ceño fruncido.
—El Bastón Rúnico…, leyendas…, ¿de qué habláis, caballeros?
—Se trata de una cuestión que nos comunicó ese erudito del que os hemos hablado —se apresuró a decir D'Averc—. Sería muy aburrido explicárosla.
—Me encanta que me aburran, amigos míos —dijo Bewchard encogiéndose de hombros y reanudando el camino.
Estaban ahora más allá de la parte comercial de la ciudad, sobre una colina en la que las casas parecían mucho más ricas y menos juntas unas de otras. Unos altos muros rodeaban jardines en los que se veían árboles llenos de flores y fuentes.
Bewchard se detuvo ante las puertas exteriores de una de aquellas casas.
—Bienvenidos a mi mansión, amigos míos —dijo, llamando con un cordón ante la puerta.
Se abrió una rejilla y unos ojos les miraron. Después, la puerta se abrió de par en par y un sirviente se inclinó ante Bewchard.
—Bienvenido a casa, señor. ¿Ha tenido éxito en su viaje? Vuestra hermana os espera. —¡Mucho éxito, Per! ¡Aja…! ¡De modo que Jeleana está aquí para saludarnos!. ¡Os encantará Jeleana, amigos míos!
Jeleana era una joven muy hermosa, de pelo negro como el azabache, de movimientos vivaces que cautivaron inmediatamente a D'Averc. Aquella noche, durante la cena, él la cortejó y quedó encantado cuando ella respondió alegremente a sus atenciones.
Bewchard sonrió al verles jugar tan cómicamente, pero a Hawkmoon le resultó difícil observarles, pues ello le hacía pensar dolorosamente en su Yisselda, la esposa que le esperaba a miles de kilómetros de distancia, al otro lado del mar, y quizá a muchos cientos de años a través del tiempo (pues no tenía medio de saber si los anillos de cristal sólo les habían transportado a través del espacio).
Bewchard creyó detectar una expresión melancólica en la mirada de Hawkmoon, e intentó alegrarle con bromas y anécdotas relacionadas con algunos de los encuentros, más ligeros y divertidos, en los que había combatido contra los piratas de Starvel.
Hawkmoon respondió haciendo un intento por sobreponerse, pero no pudo apartar de su mente la imagen de su querida esposa, la hija del conde Brass, ni de preguntarse cómo estaría en aquellos momentos. ¿Habría logrado Taragorm perfeccionar las máquinas para viajar a través del tiempo? ¿Habría descubierto Meliadus un medio alternativo para llegar al castillo de Brass?
A medida que avanzaba la noche, Hawkmoon se sintió cada vez más incapaz de sostener una conversación intrascendente. Finalmente, se levantó y se inclinó con toda cortesía.
—Os ruego me disculpéis, capitán Bewchard —murmuró—, pero me siento muy cansado. Todo ese tiempo pasado ante los remos… y el combate de hoy…
Jeíeana Bewchard y Huillam d'Averc no se dieron cuenta de que se había levantado, pues ambos estaban enfrascados el uno en el otro. El capitán Bewchard se levantó a su vez con una expresión de preocupación en su elegante rostro.
—Desde luego, os pido disculpas, sir Hawkmoon, por mi desconsideración…
—En modo alguno habéis sido desconsiderado —dijo Hawkmoon sonriendo débilmente—. Vuestra hospitalidad es magnífica. Sin embargo…
Bewchard extendió una mano hacia el cordón de llamada, pero antes de que pudiera tirar de él uno de los sirvientes llamó con suavidad a la puerta. —¡Entrad! —ordenó Bewchard.
El mismo sirviente que les había abierto la puerta al llegar apareció en el umbral de la puerta. —¡Capitán Bewchard! Hay un incendio en el muelle… Se está quemando un barco—. ¿Un barco? ¿Qué barco?
—Vuestro barco, capitán… ¡El mismo en el que habéis regresado hoy!
Bewchard se dirigió instantáneamente hacia la puerta. Hawkmoon y D'Averc no perdieron un momento en seguirle, dejando a Jeleana tras ellos. —¡Un carruaje, Per! —ordenó—. ¡Date prisa, hombre! ¡Un carruaje!
Momentos después apareció un carruaje cerrado, tirado por cuatro caballos. Bewchard subió a él y esperó con impaciencia a que Hawkmoon y D'Averc se le unieran. Jeleana trató de subir también, pero él la detuvo con un gesto.
—No, Jeleana. No sabemos qué puede estar sucediendo en los muelles. ¡Esperad aquí!
Después, el carruaje partió, dando tumbos sobre el empedrado de las calles a una velocidad alarmante, en dirección a los muelles.
Las estrechas calles estaban iluminadas por antorchas colocadas en soportes sujetos a las paredes de las casas, y el carruaje arrojó una sombra negra sobre los muros al pasar con un gran estrépito.
Al llegar a los muelles, los vieron iluminados por algo más que simples antorchas, pues una goleta ardía en el puerto. Había confusión por todas partes, pues los capitanes de los restantes barcos hacían embarcar a sus tripulaciones en un intento por apartar sus naves de la que se estaba quemando, por temor a que las suyas también se incendiaran.
Bewchard bajó de un salto del vehículo, seguido por Hawkmoon y D'Averc. Echó a correr hacia el muelle, abriéndose paso a codazos entre el gentío, pero en cuanto llegó al borde del agua se detuvo y hundió la cabeza sobre el pecho.
—Es inútil —murmuró, desesperado—. Lo he perdido. Esto sólo ha podido ser obra de Valjon…
Veroneeg, cuyo rostro sudoroso brillaba a la luz del incendio, exclamó desde la multitud: —¡Lo veis, Bewchard! ¡Valjon se ha vengado! ¡Os lo advertí!
Todos se volvieron al escuchar cascos de caballos y vieron a un jinete enderezándose en la silla y mirando hacia ellos, muy cerca. —¡Bewchard! —gritó el hombre—. ¡Pahl Bewchard! ¡El que afirma haber hundido el Halcón del río!
—Yo soy —contestó éste levantando la mirada—. ¿Quién sois vos?
El jinete iba ricamente ataviado y en su mano izquierda sostenía un rollo de pergamino que blandía en el aire. —¡Soy un hombre de Valjon! ¡Su mensajero!
Y diciendo esto arrojó el rollo hacia Bewchard, que lo dejó donde había caído. —¿Qué es? —preguntó Bewchard con los dientes firmemente apretados.
—Es una cuenta, Bewchard. Una cuenta por cincuenta hombres y cuarenta esclavos, por un barco y todo lo que contenía, además de un tesoro valorado en veinticinco mil smaygars. ¡Como veis. Valjon también sabe jugar a ser mercader!
Bewchard miró al mensajero con ojos refulgentes. La luz procedente del incendio trazaba parpadeantes sombras sobre su rostro. Se acercó al rollo que seguía en el suelo y le propinó una patada, enviándolo a las aguas llenas de restos. —¡Ya veo que pretendéis amedrentarme con este melodrama! —replicó con firmeza—.
Pues bien, decidle a Valjon que no tengo la menor intención de pagar esta cuenta, y que no me asusta. Decidle que, si quiere jugar a ser mercader, tenga en cuenta que él y sus nauseabundos antepasados le deben al pueblo de Narleen mucho más de lo señalado en esa cuenta. Y yo continuaré reclamando esa deuda suya.
El jinete abrió la boca como si se dispusiera a hablar, pero después cambió de opinión, escupió sobre el empedrado e hizo volver grupas a su caballo, perdiéndose al galope entre la oscuridad.
—Ahora os matará, Bewchard —dijo Veroneeg en un tono casi triunfal—. Ahora os matará. ¡Sólo confío en que se dé cuenta de que no todos somos tan estúpidos como vos!
—Y yo espero que nosotros no seamos tan estúpidos como vos, Veroneeg —replicó Bewchard con desprecio—. Si Valjon me amenaza, significa que he tenido éxito, al menos parcialmente; que he logrado ponerle nervioso.
Se dirigió hacia el carruaje y se apartó a un lado, dejando que Hawkmoon y D'Averc subieran primero. Después entró él, cerró de un portazo y dio unos golpes en el techo con la empuñadura de la espada, indicándole al conductor que regresara a la mansión. —¿Estáis seguro de que Valjon es tan débil como sugerís? —le preguntó Hawkmoon con expresión de duda.
Bewchard le sonrió con una mueca.
—Estoy seguro de que es más fuerte de lo que sugiero…, incluso quizá más fuerte de lo que se piensa el propio Veroneeg. En mi opinión, Valjon todavía está algo sorprendido por el hecho de que hayamos tenido la temeridad de atacar su barco, y aún no ha tenido tiempo de unificar todos sus recursos. Pero no serviría de nada decírselo a Veroneeg, ¿no os parece, amigo mío?
—Tenéis mucho valor, capitán —afirmó Hawkmoon mirándole con admiración.
—Quizá no sea más que desesperación, amigo Hawkmoon.
—Creo que sé a qué os referís —asintió éste.
Permanecieron en silencio durante el resto del viaje de regreso.
Una vez que llegaron a la mansión, encontraron abiertas las puertas del jardín y enfilaron directamente el camino que conducía a la casa, ante cuya puerta principal se hallaba esperándoles Jeleana, cuyo rostro aparecía pálido. —¿Vais desarmado, Pahl? —preguntó la muchacha en cuanto él descendió del carruaje.
—Desde luego —contestó su hermano—. Parecéis innecesariamente atemorizada, Jeleana.
La joven se volvió y entró en la casa, regresando al comedor sobre cuya mesa todavía estaban los restos de la cena.
—No… no ha sido el barco ardiendo lo que me ha puesto así —dijo al fin Jeleana temblando. Miró a su hermano, después a D'Averc y por último a Hawkmoon. Tenía los ojos muy abiertos—. Hemos tenido un visitante mientras estabais fuera. —¿Un visitante? ¿Quién? —preguntó Bewchard pasándole un brazo por los temblorosos hombros.
—El… vino solo… —empezó a decir—. ¿Y qué hay de notable en un visitante que viene solo? ¿Dónde está ahora?
—Se trataba de Valjon…, del propio lord Valjon de Starvel. Él… —Se llevó una mano al rostro—. Me acarició la cara… Me miró con esos ojos negros e inhumanos, y habló con esa voz… —¿Y qué dijo? —preguntó de pronto Hawkmoon con voz dura—. ¿Qué fue lo que dijo, lady Jeleana?
La muchacha volvió a mirarles uno tras otro antes de contestar.
—Dijo que sólo está jugando con Pahl, que es demasiado orgulloso como para emplear su tiempo y su energía en vengarse de él, y que… a menos que Pahl proclame mañana en la plaza de la ciudad que dejará de molestar a los lores piratas con su «estúpida» persecución… Pahl será castigado de un modo adecuado al delito particular que ha cometido. Dijo que esperaba que dicha declaración fuera hecha antes del mediodía de mañana.
—Ha venido aquí, a mi propia casa, sólo para expresar el desprecio que siente por mí —dijo Bewchard frunciendo el ceño—. El incendio del barco no ha sido más que una demostración…, una maniobra de diversión para hacerme acudir a los muelles. Ha hablado con vos, Jeleana, para demostrar que es capaz de acercarse a la persona que más quiero en cuanto él lo desee. —Bewchard suspiró—. Ahora ya no cabe la menor duda de que no sólo amenaza mi propia vida, sino también las vidas de las personas que amo. Es un truco que debería haber esperado… En realidad, medio lo esperaba… —Miró a Hawkmoon con una repentina expresión de cansancio—. Quizá, después de todo, he sido un tonto. Quizá Veroneeg tenía razón. No puedo luchar contra Valjon…, no mientras él continúe luchando desde la seguridad de Starvel. No tengo armas tan poderosas como las que él puede emplear contra mí.
—No soy quien para daros consejos —dijo Hawkmoon con serenidad—. Pero lo que sí puedo hacer es ofreceros mis servicios…, y los de mi amigo D'Averc, en vuestra lucha, si es que deseáis continuarla.
Bewchard miró directamente a Hawkmoon y después se echó a reír, enderezando los hombros.
—No me aconsejáis, Dorian Hawkmoon de la Joya Negra, pero me indicáis lo que debería pensar de mí mismo en el caso de que rechazara la ayuda que me ofrecen dos espadachines tan notables como lo sois ambos. Sí…, continuaré la lucha. Mañana voy a dedicarme todo el día a descansar, ignorando la advertencia de Valjon. En cuanto a vos, Jeleana, os protegeré aquí. Me comunicaré con nuestro padre y le pediré que venga aquí también y que se traiga consigo a sus guardias. Hawkmoon, D'Averc y yo mismo… iremos mañana de compras. —Indicó las ropas prestadas que llevaban los dos hombres y añadió—: Os prometí ropas nuevas, y buenas fundas para vuestras armas, puesto que la espada que lleváis, sir Hawkmoon, es la que le quitasteis a Valjon. Nos comportaremos con toda naturalidad. Le demostraremos a Valjon, y sobre todo a las gentes de la ciudad, que las amenazas de ese pirata no nos asustan lo más mínimo.
—Creo que ésa es la única forma de actuar —asintió D'Averc con seriedad—, sobre todo si no se quiere destruir el buen ánimo de vuestros conciudadanos. En ese caso, aunque muráis, lo haréis como un héroe… e inspiraréis a los que os sigan.
—Espero no morir tan pronto —replicó Bewchard sonriendo—, ya que me encanta la vida. De todos modos, ya veremos, amigos míos. Ya veremos.
El día siguiente amaneció tan caluroso como el anterior, y Pahl Bewchard deambuló tranquilamente por la ciudad con sus amigos.
Mientras caminaban por las calles de Narleen se dieron cuenta de que muchos de sus habitantes ya conocían el ultimátum que le había comunicado Valjon y se preguntaban qué haría Bewchard.
Pero el joven no hizo nada. Excepto sonreír a todo aquel con quien se encontraba, besar las manos de unas pocas damas, saludar a un par de conocidos, y acompañar a Hawkmoon y D'Averc por el centro comercial de la ciudad, donde les recomendó a un buen comerciante en telas.
El hecho de que su tienda se encontrara apenas a un tiro de piedra de los muros de Starvel convenía muy bien a los propósitos de Bewchard.
—Visitaremos esa tienda después del mediodía —les dijo a sus amigos—. Pero antes almorzaremos en una taberna que os puedo recomendar. Está cerca de la plaza central y suelen visitarla muchos de nuestros ciudadanos más importantes. Quiero que se nos vea relajados y tranquilos. Hablaremos de cosas sin importancia y no mencionaremos para nada las amenazas de Valjon, sin que nos importen los muchos esfuerzos que sin duda se harán para sacar a relucir el tema.
—Estáis pidiendo mucho, capitán Bewchard —indicó D'Averc.
—Quizá —replicó éste—, pero tengo la sensación de que el futuro mucho dependerá de los acontecimientos de hoy, incluso más de lo que soy capaz de comprender en estos precisos momentos. Estoy apostando a favor de esos acontecimientos, pues bien podría ser que el día terminara con una victoria o una derrota para mí.
Hawkmoon asintió con un gesto, pero no hizo ningún comentario. El también percibía en el aire algo, y no podía poner en duda el instinto deBewchard.
Acudieron a la taberna, comieron, bebieron vino y aparentaron no darse cuenta de que estaban siendo el centro de atención, evitando astutamente todos los intentos que se hicieron para averiguar lo que tenían intención de hacer sobre el ultimátum de Valjon.