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Authors: Nalini Singh

Tags: #Fantástico, infantil y juvenil, romántico

El beso del arcángel: El Gremio de los Cazadores 2 (23 page)

BOOK: El beso del arcángel: El Gremio de los Cazadores 2
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Elena se limitó a observar a los niños que entraban con Jessamy en la habitación de Sam. Keir había conseguido que el chico alcanzase un estado de semiconsciencia en el que estaba despierto pero no sentía dolor. Una mezcla de felicidad e ira la inundó por dentro al verlo esbozar una sonrisa radiante cuando sus compañeros de clase le entregaron los regalos que le habían llevado.

¿Cómo podía ser alguien tan perverso como para aplastar semejante inocencia?

«Plaf.

Plaf.

Plaf.

—A ella le gusta, ¿lo ves?»

Sintió un dolor agudo en la mandíbula al regresar al presente, pero no fue suficiente; las horas que pasaba despierta ya no servían para mantener alejadas las largas garras de las pesadillas. Podía ver los ojos de Ari clavados en los suyos, esa mirada turquesa que se volvió vidriosa mientras Slater saciaba su monstruosa sed. Ari le había susurrado que huyera, pero su hermana mayor no había podido escapar. Sus piernas no estaban rotas como las de Belle, no..., a ella se las habían arrancado en una brutal amputación.

Astillas.

Eso era lo que parecían los huesos que sobresalían de sus muslos, llenos de sangre que se había secado al contacto con el aire.

«—No huirá. —Una risilla—. A ella le gusta, ¿lo ves?»

—¿Te gustaría entrar a verlo?

Se dio la vuelta y contempló el rostro sorprendido de Jessamy, aunque su mente seguía atrapada en esa cocina inundada de sufrimiento que la perseguiría durante toda la eternidad.

Jessamy le tomó la mano con vacilación.

—¿Elena?

—Sí—dijo, obligándose a pronunciar las palabras pese a la enorme carga emocional del recuerdo—. Sí, me gustaría ver a Sam.

—Entonces, adelante. —Los ojos de Jessamy estaban cargados de preocupación, pero la maestra no quiso curiosear—. Yo voy a llevar a los demás chicos de vuelta a la clase.

Elena consiguió esbozar una sonrisa y descartó todo lo demás antes de entrar en la habitación de Sam.

—Vaya —le dijo—, de modo que así es como te has librado de los exámenes de Jessamy.

Un brillo en esa mirada que había temido que se apagara para siempre. Según Keir, Sam no recordaba nada de su secuestro, probablemente a causa de la herida en la cabeza. Había muchas posibilidades de que lo recordara más adelante, pero los sanadores y sus padres tenían la intención de prepararlo para esa eventualidad. Para entonces estaría bastante fuerte, y con un poco de suerte sería capaz de asimilar lo ocurrido esa terrible noche.

—No —dijo Sam con voz ronca—. Me ha dicho que tendré que ponerme al día.

—Muy propio de ella —susurró Elena antes de señalar los regalos con la mano —. Tienes un montón.

—¿Me has traído un regalo?

—¿Cómo no? Incluso les pregunté a tus padres si podía dártelo.

Sam se echó hacia delante, entusiasmado.

—¿Qué es?

—Oye, ten cuidado. —Lo obligó a tumbarse en la cama de nuevo y rebuscó en su bolsillo para sacar una pequeña daga con una intrincada vaina metálica.

Los ojos de Sam se abrieron de par en par cuando Elena se la colocó en las manos.

—Me dieron esta daga cuando completé una misión de caza para un ángel en Shikoku, Japón. Me dijo que tenía mil años de antigüedad. —Acarició el rubí que había en el extremo de la empuñadura—. Según la leyenda, este rubí formó parte en su día del ojo de un dragón.

Los pequeños dedos recorrieron la joya con veneración.

—¿Qué le ocurrió al dragón?

—Era un ser tan antiguo que un día decidió irse a dormir. Después de un rato, se transformó en piedra y dio lugar a la montaña más grande que el mundo ha visto jamás. —Mientras hablaba, no pudo evitar recordar las ocasiones en las que su madre les había contado historias a todas las hermanas, tumbadas en la cama de sus padres.

Incluso Belle, que se creía demasiado guay para todo, se había echado en el suelo fingiendo pintarse las uñas o leer revistas. Sin embargo, nunca había llegado a pasar una página mientras su madre les contaba los cuentos. Elena parpadeó para contener las lágrimas provocadas por esos recuerdos agridulces y continuó con la historia que le había contado un monje budista mientras tomaban té junto a un inmaculado jardín de arena.

—Sus ojos se convirtieron en rubíes; y sus escamas, en diamantes, zafiros y esmeraldas. Solo un guerrero tuvo el valor suficiente para acercarse al dragón dormido.

—¿Y el dragón se despertó?

—Sí. —Se acercó al niño y convirtió su voz en un susurro cómplice—. Y como el guerrero había sido muy valiente, el dragón le dio un trozo de su ojo.

—¿Y el resto?

—Según se dice, el dragón aún duerme, y si alguien es lo bastante inteligente y valeroso para ir a buscarlo, el dragón le entregará el tesoro más grande del mundo.

—Yo voy a encontrar al dragón. —Los ojos de Sam resplandecieron como esas míticas joyas—. Y daré buen uso a tu regalo.

—Sé que lo harás. —Extendió la mano y apartó los negros mechones rizados de ese rostro tan dulce mientras contenía a raya la ira que hacía que sus sentidos de cazadora reclamaran sangre—. Ahora duérmete. Hablaremos más tarde.

Keir se acercó en cuanto Elena se puso en pie. La cazadora observó cómo pasaba esas delicadas manos de pianista sobre Sam para sumir al chico en un sueño profundo.

—Se ha convertido en un tesoro para él, ¿sabes? —dijo el sanador, que colocó la daga con mucho cuidado sobre la mesilla—. Es una de esas cosas que acompañan a un chico hasta la edad adulta.

Elena realizó un breve gesto de asentimiento, casi incapaz de contener la abrumadora avalancha de recuerdos: parecía que su subconsciente había aguardado a que Sam cerrara los ojos para atacar.

¿Por qué aquí? ¿Por qué ahora?

Ni Ari, ni Belle, ni su madre habían ido jamás al hospital. Solo al depósito de cadáveres.

«—¿Por qué la has traído aquí? —Una voz femenina y estridente—. No es más que una niña.

Una mano grande rodeaba la suya, dándole el coraje necesario para permanecer firme.

—Se merece ver a sus hermanas por última vez.

—¡No tal y como están!

—Beth es demasiado pequeña —dijo el hombre—, pero Ellie no. Sabe lo que ha ocurrido. Por el amor de Dios, ¡lo vio todo!

—Su madre...

—Grita siempre que se pasa el efecto de los fármacos; grita hasta que los médicos le inyectan de nuevo la medicación. —Palabras desgarradas—. No puedo ayudar a Marguerite, pero sí a Ellie. Su mente es un embrollo. No deja de preguntarme si el monstruo convirtió a Arielle y a Mirabelle en seres como él.

—No te permitiré hacer esto.

—Intenta impedírmelo.»

—¿Elena?

Keir empezaba a mirarla con suspicacia, así que Elena murmuró un apresurado adiós y salió de la sala hacia el pasillo. Su mente no dejaba de sobrevolar la verdad que su subconsciente acababa de vomitar: Jeffrey la había llevado a ver a sus hermanas. Había luchado contra su tía, contra el personal del hospital, contra todo el mundo... porque ella necesitaba confirmar que Arielle y Mirabelle se habían ido para siempre, que no formaban parte del perverso mundo de Slater.

«—No pasa nada, Ellie. —Una mano enorme le acarició la cabeza. Había lágrimas en esa voz—. Donde están ahora, ya no existe el dolor.»

Ari y Belle parecían tranquilas a pesar de la forma en que habían puesto fin a sus vidas. Sus ojos estaban cerrados, como si descansaran; sus cuerpos parecían enteros bajo las sábanas blancas. Elena había depositado un beso en sus mejillas frías, les había acariciado el pelo y les había dicho adiós. Se habían quedado junto a los cadáveres alrededor de una hora, hasta que...

«—Vale, papá. —Le dio la mano y alzó la mirada para observar al hombre que siempre había sido el pilar más fuerte del universo para ella—. Ya podemos irnos.

Esos ojos grises que siempre habían sido fuertes y firmes, estaban cargados de lágrimas.

—¿En serio?

—No llores. —Cuando él se agachó, extendió los brazos y le limpió las lágrimas—. Ya no les duele nada.»

Avanzó a trompicones por el pasillo, abrazándose con manos trémulas. Siempre creyó que había perdido a su padre el día que todo acabó bañado en sangre, pero se equivocaba. Todavía era su padre aquella tarde en el hospital, todavía era un hombre dispuesto a luchar por el derecho de su hija a despedirse.

¿Cuándo se habían torcido las cosas? ¿Cuándo había comenzado su padre a tratarla como si fuera una abominación a quien no soportaba mirar? ¿Y cuántos recuerdos más había enterrado?

Se dio la vuelta y se encontró cara a cara con Keir. El sanador tenía una expresión recelosa.

—¿Te gustaría...?

Sin embargo, Elena empezó a negar con la cabeza antes de que terminara de hablar.

—Lo siento, pero tengo que irme. —Salió casi a la carrera de la sala de espera en dirección a las escaleras ocultas que conducían al nivel superior. Sus alas arrastraban por los escalones diseñados para los vampiros, pero siguió subiendo y logró salir al gélido ambiente del exterior sin que nadie más intentara detenerla.

El viento fue como una fría bofetada sobre sus mejillas ardientes, y el aire fresco tuvo un efecto balsámico.

—No quiero recordar. —Un comentario cobarde, pero lo cierto era que no tenía la fuerza necesaria para soportar los recuerdos que se cernían sobre el horizonte. Porque eran malos. Peores que ninguna otra cosa. Y ya le costaba un verdadero esfuerzo sobrevivir a los recuerdos que tenía.

Una tos a su izquierda.

—Te preguntaría si estás contemplando las estrellas, pero como solo son las cinco...

La espalda de Elena se puso rígida. ¿Qué le había dicho a Rafael? A cualquiera menos a Galen.

—Veneno.

21

E
l vampiro llevaba sus típicas gafas de sol negras, y sus labios estaban fruncidos en una mueca burlona.

—A tu servicio.

Elena comprendió que el tipo debía de haber abandonado Nueva York en cuanto llegó Dmitri.

—¿Los vampiros sufren el
jet-lag
?

Veneno se quitó las gafas para mostrarle sus impactantes ojos, con pupilas verticales como las de las serpientes. Aunque ya los había visto antes, Elena sintió un vuelco en el corazón, una respuesta visceral a la extraña inteligencia de esa mirada. Una parte de ella se preguntaba si sus ojos eran lo único en él que había cambiado con la Conversión. ¿Veneno pensaba como los humanos, o su intelecto era más bien de sangre fría?

—¿Te estás ofreciendo a aliviar mis dolores, cazadora? —inquirió el vampiro. Se pasó la lengua por uno de sus largos incisivos y sacó una gota dorada de veneno—. Me siento conmovido.

—Solo pretendía ser amable —dijo ella.

Las pupilas de Veneno se contrajeron en el instante en que volvió a ponerse las gafas.

Elena no pudo evitarlo.

—¿Por qué no tienes la lengua bífida?

—¿Por qué no puedes volar? —Una sonrisa desdeñosa—. Esas cosas que tienes en la espalda no están de adorno, ¿lo sabías?

Elena le mostró el dedo corazón a modo de respuesta, pero una parte de ella se alegraba de contar con su molesta presencia. Ese vampiro la mantendría en el presente, así que el pasado quedaría relegado a ese rincón de su memoria donde prefería mantenerlo la mayoría del tiempo.

—¿No se supone que debes actuar como mi guía?

Él hizo un gesto con la mano.

—Seguidme, milady.

A pesar de sus palabras, caminaron hombro con hombro hasta la oficina principal de Rafael, un lugar que ella ni siquiera sabía que existía.

—¿Qué tal están las cosas en Manhattan? —Había hablado con Sara y con Ransom al respecto, pero los vampiros, sobre todo los vampiros tan fuertes como Veneno, veían las cosas de un modo diferente a los humanos.

Como era de esperar, Veneno no le dio una respuesta directa.

—La gente empieza a pensar que los rumores de tu resurrección eran algo exagerados. La mayoría cree que estás muerta y enterrada en alguna parte. Una lástima.

Elena pasó por alto esa provocación deliberada.

—¿La verdad aún no ha salido a la luz? Sé que la gente de Rafael no contará nada, pero ¿y los otros? ¿Y Michaela?

—Está celosa. Rafael es el primer arcángel en la historia reciente que ha creado un ángel. —Una mirada de reojo tras esos cristales de espejo que no mostraban otra cosa que su propio reflejo flotando en la oscuridad—. Eres algo único, así que debes tener cuidado. Nadie querría que acabaras colgada en alguna pared.

Rafael estaba sentado tras un enorme escritorio negro cuando Elena entró después de que Veneno la acompañara hasta la puerta. La sensación de
déjà vu
la atacó con fuerza. También tenía un escritorio como ese en la Torre.

«Si te tumbara sobre mi escritorio e introdujera mis dedos dentro de ti en este mismo momento, creo que descubriría algo muy diferente.»

Rafael levantó la vista en ese instante, y sus ojos ardían con una inequívoca pasión sexual que demostraba que sabía muy bien lo que ella estaba pensando. Elena enfrentó esa mirada, cerró la puerta y se acercó a él con pasos lentos, decididos. En lugar de detenerse al llegar a la superficie de granito, se encaramó encima, apartó los papeles que estaban en su camino, bajó las piernas por el otro lado y las separó para encerrar al arcángel entre ellas.

Rafael colocó las manos sobre sus muslos.

—Otra vez vienes a verme con pesadillas en los ojos.

—Sí—dijo ella, que enredó las manos en su cabello—. He venido a verte. —Confiaba en él como en nadie más.

El arcángel le dio un apretón en los muslos y la acercó en un despliegue de fuerza que aceleró el corazón de Elena. El arcángel de Nueva York era peligroso ese día.

Cuando él alzó la cabeza, ella se inclinó hacia delante y lo besó. La posición dominante en la que se encontraba apenas duró un segundo. En un instante, él la tuvo sentada en su regazo, con las piernas a ambos lados de sus caderas. La cálida humedad que se había formado entre los muslos de Elena entró en contacto con la línea rígida de su erección.

La cazadora soltó un jadeo ante ese súbito y eléctrico contacto, y tardó un segundo en darse cuenta de que había extendido las alas sobre el escritorio.

—Estoy alborotando tus papeles —susurró contra esos labios que la incitaban a cometer los pecados más eróticos.

Rafael elevó la mano para cubrirle un pecho.

Una sensación impactante. Elena arqueó la espalda.

—Me cobraré tus faltas en carne. ¿Estás dispuesta a pagar? —Una pregunta cargada de crueldad sensual que hizo que sus instintos de supervivencia despertaran con un grito aterrado.

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