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Authors: Caesar Alazai

Tags: #Terror, #Drama, #Religión

El bokor (31 page)

BOOK: El bokor
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—Hasta ahora sabemos muy poco, todo parece indicar que se debió a causas naturales, aunque aún es temprano para descartar un homicidio, sobre todo considerando los hechos recientes en su iglesia.

—Pensaba que tal vez Ryan vio u oyó algo y que eso le costó la vida.

—¿Qué tanto conocía a Ryan?

—Bastante, no como para decir que era mi amigo como era el caso de Jean Renaud, pero Ryan era un buen hombre comprometido con la iglesia.

—Padre, luego de hablar con Ryan cuando estábamos en la iglesia, ¿Habló con él en algún momento?

Kennedy sabía que ya no podía eludir más la confesión y abrió su corazón.

—Ryan me llamó, pero yo no me encontraba en casa. Me dejó un mensaje en la contestadora.

—¿Qué le decía en él?

—Que debía decirles la verdad acerca del crucifijo que había aparecido en la escena del crimen.

—¿Sabía él que usted nos mentía?

—De esos crucifijos no se hicieron muchos, en toda Nueva Orleans solo habían tres, el mio, el suyo y el de otro sacerdote fallecido que debe estar en poder de sus herederos.

—¿Por qué nos mintió padre Kennedy?

—Creo que me sentí amenazado. Debí decirles que me lo robaron esos hombres o quizá…

—Continúe por favor.

—Es una tontería.

—Todo puede ayudar.

—Pensaba que también puede habérseme caído cuando forcejee con Jenny McIntire esa misma noche.

—Eso implicaría a la pareja.

—No tengo ninguna idea de dónde puedo haberlo perdido, pero estoy seguro que es el mio.

—Mentirnos lo meterá en problemas.

—Lo sé. Solo quisiera que me creyeran porque hay un tipo suelto que está asesinando gente y mientras piensen que soy yo, no lo buscarán como es debido.

—Tengo que admitir que en este momento es usted el único sospechoso.

—De lo que su amigo se sentirá feliz.

—Le ha dado usted un buen golpe.

—Quisiera pedirle que me perdone, pero sé que le resultará difícil.

—Padre, hemos revisado su apartamento. Teníamos una orden judicial y hemos encontrado algunas cosas que quisiéramos que nos explicara.

—Usted dirá.

—Dice mi compañero que había un olor a droga.

—¿Yerba?

—Puede ser.

—La fumo por prescripción médica, tengo glaucoma.

—Entiendo.

—Pero nunca me he sobrepasado en las dosis.

—¿Qué hay de otros tipos de drogas?

—Si se refiere a cocaína, éxtasis o LSD, no los he probado en mi vida.

—¿Ni siquiera estando en Haití?

—Nunca en la vida.

—Bien. Padre, en su apartamento encontramos una oración un tanto beligerante.

—Supongo que se trata del salmo 94.

—Así es.

—Es una súplica para que venga el reino de los cielos.

—Habla de venganza.

—Es la venganza de Dios contra el impío lo que clama.

—Entonces es partidario de la venganza y no del perdón como lo predica Jesucristo.

—A veces es muy difícil perdonar.

—Más para una persona con su carácter.

—Detective Bronson, si usted hubiese vivido lo que yo viví en esa isla, entendería mucho mejor lo que implica el perdonar a los que nos hacen daño.

—Supongo que fue duro.

—Supone usted bien. Vivir en Haití fue tanto un infierno como el paraíso.

—No le entiendo.

—Haití mezcla lo mejor y lo peor que me sucedió en la vida. En ese lugar dejé enterrados a buenas personas y vi morir a otras que sin ningún remordimiento digo que merecían sufrir todos los horrores antes de la muerte.

—Debe ser duro para un sacerdote hablar en esos términos.

—Somos hombres como cualquier otro.

—Padre, háblame de Jeremy y su relación con ese chico hijo de los McIntire.

—En realidad solo era hijo de Jenny. Alexander McIntire era su padrastro. Jeremy era un buen chico que tomó por un camino equivocado.

—Me dicen que usted era una especie de maestro para él.

—Ojala lo hubiese sido, como le dije, Jeremy se fue hacia un lado oscuro.

—¿Cómo en la fuerza de los Sith contra los…?

—La lucha entre el bien y el mal está siempre presente, llámele como le llame usted a los actores.

—¿Cree usted que Jeremy murió por una sobredosis?

—Es lo que dicen los médicos forenses.

—Le he preguntado por lo que usted cree.

—No sé por qué murió, aunque eso no hace menos culpables a los hombres que le vendían las drogas.

—¿Sabía que uno de los hombres que lo asaltaron era proveedor de Jeremy?

—No lo sabía, aunque si sé que eran un par de malvivientes.

—Padre Kennedy, ¿Cree usted que Jeremy ha vuelto de la tumba?

Bronson soltó la pregunta a quemarropa sin dar oportunidad a Kennedy de pensar demasiado su respuesta.

—Como sacerdote debo decirle que creo en la resurrección de la carne.

—Me refería a una especie de zombi.

—Eso es una leyenda haitiana sin ninguna base.

—Sin embargo le contaba esas historias a Jeremy.

—Jeremy era un chico predispuesto a creer en cosas ocultas y pensé que una forma de enderezar su camino era hablándole de lo malo que podrían ser esas creencias.

—Pero el chico parecía disfrutarlas lejos de sentir temor.

—Las cosas no salieron como yo esperaba y Jeremy lo tomó como una verdad revelada y no como una simple historia de vudú y magia negra.

—Jeremy consumía drogas para elevarse y alcanzar conocimientos que usted le sembró en la cabeza.

—Nunca esperé que consumiera drogas ni nada por el estilo.

—Eso lo haría responsable de su muerte.

—Le repito que nunca lo incité a hacerlo, por el contrario, le indicaba que las fuerzas del mal las usaban para lograr en él el efecto contrario.

—Pero terminó con una sobredosis.

—Lamentable. No sabe cuanto lo siento porque le fallé como sacerdote y como psiquiatra.

—Hablando como psiquiatra, ¿cómo evaluaría a Jeremy?

—Un chico con problemas de personalidad, que su relación con su padrastro lo arrastró a buscar refugio en tonterías.

—De las que usted mismo le habló.

—Así es.

—Y también lo hizo con Jenny McIntire para que ella crea ahora que Jeremy ha vuelto de la tumba como si se tratara de un zombi que salió de los influjos de los cocimientos que le dieron.

—Nunca fue mi intención albergar esas ideas en Jenny y ya me disculpé con ella.

—Parece que ha sido demasiado tarde.

—Debo darle la razón y es algo de lo que me arrepentiré siempre.

—¿Cree usted que Jeremy ha vuelto de la tumba?

Kennedy lo miró sorprendido de que pudiera repetir tal pregunta.

—Por supuesto que no.

—Su amigo Francis nos ha sugerido pedir una exhumación del cadáver, dice que de seguro encontraremos una caja vacía.

—Tonterías del muchacho que solo traerían más dolor a la familia doliente. No pensará hacer tal cosa ¿o si?

—Lo estoy meditando.

—No profane usted una tumba solo por lo que dice un muchacho en duelo.

—Lo pensaré. Ahora debo irme, tengo que hablar con los McIntire, volveré a hablar con usted.

—¿Debo permanecer encerrado? Me tratan como a un asesino.

—Hablaremos de su libertad cuando regrese.

Bronson salió de la celda sin mucho más información de la que ya tenía y fue a hablar con Johnson.

—¿Algo te ha llamado la atención?

—Nada en particular, quizá un poco de nerviosismo cuando hablaste de la idea de Francis de exhumar el cuerpo de ese chico.

—¿Crees que deberíamos pedir la orden?

—No perderíamos nada intentándolo, pero creo que ya eso lo has decidido y que hablarás con los McIntire al respecto para que no se interpongan.

—La mujer está convencida de que su hijo ha vuelto de su tumba y sería una forma de quitarle esas ideas de la cabeza.

—¿Así se lo expondrás al señor McIntire?

—Si.

—¿Y si no encontráramos nada más que una caja vacía?

—Empezaré a rezar para que un zombi no esté detrás de todo esto.

Capítulo XX

Puerto Príncipe, Haití, 1971

Adam salió furioso de la mansión Duvalier, su entrevista con el tirano le había dejado el mismo sabor de boca que si hubiese tomado varios tragos de gasolina. No cabía ninguna duda, el hijo superaría al padre en todas su inequidades y Haití se seguiría sumiendo en el profundo dolor que le causaba el hambre y la desesperanza. Ni siquiera tuvo oportunidad de hablarle de las intenciones del Vaticano para con Haití, había llegado con algunas esperanzas y se marchaba de aquel lugar con las alforjas vacías.

Jean Renaud lo esperaba al lado del jeep, tenía la tapa del motor abierta y el hombre no vio llegar al sacerdote que lo sorprendió por la espalda. Dio un salto cuando Adam le puso una mano sobre el hombro.

—¡Me ha dado un susto de muerte!

—No fue mi intención.

—Espero le haya ido bien.

—La verdad es que no he logrado nada más que perder la poca esperanza que traía.

—Ha tardado unos minutos…

—Los más de ellos esperando.

—¿Apenas si lo ha atendido entonces?

—Así es, apenas lo suficiente para dejarme saber que no antepondrá mis deseos a los de Doc.

—Eso era de esperarse, ya le he dicho que Doc tiene influencias en el gobierno.

—Esperaba que la iglesia católica también las tuviera.

—Créame padre, tratándose de Baby Doc, cualquier practicante de la santería es mejor bienvenido que un exorcista.

—Es la segunda vez que oigo que me llaman así.

—No ha sido mi intención ofenderlo.

—Lo sé hombre, pero me gustaría saber a qué se refieren.

—Hace algunos años ya, vino a la isla un sacerdote. Creo que se trataba de un jesuita o un paulista, este hombre es el más valiente que he conocido, desafió al mismo Papa Doc llamándolo engendro de Satanás y se dio a la tarea de realizar muchos exorcismos en personas poseídas. La verdad no creía mucho en estas cosas.

—Haces bien en no creer. Muchas de estas cosas son simples malas interpretaciones de un problema mental.

—No me dirá que usted no cree en los exorcismos.

—Soy psiquiatra Jean y como tal, antes que nada buscaría explicaciones en la ciencia.

—Pero también es sacerdote y como tal debe saber que el maligno existe. ¿Ha estado alguna vez en un exorcismo?

—Tuve la oportunidad de presenciar algunos que oficialmente fueron declarados legítimos por la iglesia y créame, aun así, pienso que los pobres desgraciados eran víctimas de un problema mental donde ellos mismos creían estar poseídos y por supuesto, al ser validados por un sacerdote, los casos empeoraban.

—Yo estuve en uno, no aquí, sino cuando estuve en Cuba. Una mujer normal de pronto empezó a comportarse de manera muy extraña —dijo cerrando la tapa del motor e invitando al sacerdote a entrar al Jeep— su nombre era Jazmín y tenía unos veintitrés años, era una joven muy atractiva, si se quiere excesivamente bella y muy agradable, de pronto su personalidad cambió, se convirtió por así decirlo en una arpía. Caminaba por el mercado de la Habana a la vista de todos con muy poca ropa y hacía un montón de obscenidades mientras gemía como una gata en celo, insultaba a todos aquellos que pasaban por su lado y los invitaba a… usted sabe…

—Entiendo.

—Luego caía en una especie de trance y muchos dicen que incluso en algunas ocasiones levitaba formando la cruz con su cuerpo…

—Supongo que nunca viste eso.

—No. Pero mucha gente de mi confianza dijo haberlo visto.

—Así es como nacen todos los mitos, Jean, ves algunas cosas y crees y repites lo que otros han dicho ver, para cuando la historia ha sido contada varias veces, se confunde qué es lo que se vio realmente y qué fue agregado por la imaginación de otras personas.

—En el caso de Jazmín estoy convencido de que fue real. Las mismas autoridades de Castro le tenían miedo y fueron ellos quienes apartándose de su mala relación con la iglesia, los que promovieron que se realizara un rito exorcista. Pasados unos cuantos días, dos sujetos de la Compañía de Jesús, llegaron desde España y se pasaron un mes intentando sacar al demonio de Jazmín.

—¿Y cómo es que tú lo viste?

—Jazmín comenzó a hablar en lenguas extrañas para los sacerdotes y fue necesario buscar ayuda para interpretar lo que la chica decía. No había tiempo para grabaciones y todas esas cosas de las que se valen ahora y buscaron a personas que hablaran dialectos de la zona.

—¿A ti entre ellos?

—Así es —dijo poniendo el auto en marcha— luego de ser bendecido por los sacerdotes ingresé al cuarto donde tenían encerrada a aquella bestia. Le puedo jurar padre Kennedy, que aquello no era de ninguna manera la Jazmín que yo conocía. Ni siquiera la que caminaba semidesnuda por el mercado. Era algo atroz, no sé siquiera como describirlo. Sus manos parecían garras afiladas con uñas que debían medir más de diez centímetros, su cuerpo flaco y escurrido estaba apenas cubierto con una sábana pero a través de la tela se adivinaba que era un saco de huesos. Pero sus ojos, padre…

—¿Qué hay con ellos?

—Eran la maldad personificada, tenía un color rojizo, como si en las cuencas hubiese dos tizones y no unos ojos. Destellaban maldad. Cuando ingresé, el cuarto estaba helado a pesar de que afuera era pleno verano. Una especie de bruma como la de las películas hacía pensar que la cama flotaba sobre una nube de algodón. La pobre mujer estaba atada de manos y piernas con sogas que le laceraban las muñecas, haciéndoselas sangrar. No bien tenía unos segundos dentro del cuarto cuando la garganta se le comenzó a hinchar como si fuera una serpiente que ha tragado un alce con todo y su cornamenta. Era un espectáculo pavoroso. El sacerdote principal me había dado instrucciones de no prestarme a las trampas del maligno. Me pidió evitar cualquier contacto visual y limitarme a traducir lo que decía sin detenerme a pensar en el significado de todas aquellas blasfemias.

—Pero no hiciste caso.

—Era demasiado difícil no mirar aquello que estaba tendido en la cama. Como le dije, no era algo humano, solo una bestia salida del infierno podía tener aquel aspecto. Apenas me persigné, la chica comenzó a reír. Se reía de mí y de mis temores. Parecía conocerme de toda la vida y le juro que nunca hablé con esa mujer las cosas que allí dijo sobre mí. Me habló de mi hermana y su pareja, de la relación que tenían, de lo bien que se la pasaban fornicando en contra de las leyes de Dios.

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