Ya había caminado un tercio del camino cuando paró a su lado un coche alemán que si bien no era nuevo, superaba en mucho los que acostumbraba a ver en la isla. Sus vidrios entintados le impedían observar quién conducía pero de pronto la puerta del acompañante se abrió y una voz firme le pidió que subiera. Se acercó con prudencia para ver quien le invitaba a entrar y no se sorprendió demasiado cuando vio a Amanda Strout.
—Padre Kennedy, suba por favor —repitió esta vez en un tono más musical— de haber sabido que no tenía coche me habría ofrecido desde que salió de la Mansión Presidencial.
—Venía en coche, pero he pedido que me dejaran caminar un poco.
—Entonces estoy interrumpiendo sus deseos.
—No se preocupe señorita Strout, tampoco soy un gran aficionado a las caminatas.
—Por lo desarrollado de su cuerpo yo diría que es usted todo un atleta.
—Exagera, aunque si es verdad que me gusta mantenerme en forma.
Strout repitió la invitación a entrar y el sacerdote asintió subiéndose al confortable coche que superaba en mucho al Jeep de Jean.
—Es usted muy amable.
—Es lo menos que puedo hacer después de la forma en que lo trató el señor Duvalier.
—Lamento que haya escuchado la forma en que se burlaba de mí.
—Hay muchas cosas que usted no sabe respecto a los Duvalier, pero creo que la más importante es que no son fieles seguidores de la iglesia.
—Por lo que vi diría que son todo lo contrario.
—Tampoco exagere, es cierto que en Haití las cosas son un tanto diferentes a lo que usted pueda conocer de América, pero tampoco es cierto que todos seamos encantadores de serpientes.
Kennedy recordó las palabras de Jean respecto a la mujer y no pudo menos que aceptar que la figura de la señorita Strout era una tentación de la que difícilmente algún hombre se libraría fácilmente.
—No pienso que todos lo sean, pero en cuanto a su jefe…
—Baby Doc es un tipo complicado, quiere ser como su padre, a la parte mística me refiero y por otra parte, su deseo de amasar fortuna lo lleva a ser un cínico. Ya ha visto como trata a quienes lo visitan. No se vaya a pensar que fue algo particular con usted, he visto a embajadores y ministros de otros países marcharse furiosos amenazando con retirar sus embajadas ante la soberbia de este hombre.
—Sin embargo usted le sirve.
—Servirle no es la palabra que yo utilizaría.
—¿Cuál usaría usted?
—Quizá soportarlo sería más acertado. Vine al gobierno traída por Papa Doc hace muchos años, era una forma de catapultarme hacia un futuro más promisorio. Vengo de una familia que tuvo fortuna pero que perdió todo en uno de los muchos huracanes que sacuden a esta tierra. Puede preguntar por mi padre en cualquier sitio, era un hombre bueno y generoso, le interesaba ayudar a este país a salir de la miseria y por eso lejos de acrecentar su fortuna, heredada de sus padres en Francia, la fue mermando a fuerza de pagar más del doble de lo que pagaban a los hombres de la zafra de la caña de azúcar. Al final, cuando el huracán arrasó la zona con todos sus cultivos, se empeñó en sostener el pago de los contratos con los trabajadores y eso lo llevó a la ruina.
—Entiendo. He notado que habla usted del señor Strout en pasado, ¿fue que le sucedió algo?
—Mi padre fue asesinado un par de años después de que quedó en la ruina.
—¿Asesinado dice?
—Su cuerpo apareció en una zanja. Todos dijeron que estaba ebrio y había resbalado en una quebrada ahogándose en pocos minutos.
—Pero usted no cree que haya sido así.
—Estoy segura de que mi padre fue asesinado por un babalao.
—¿Por qué cree tal cosa?
—Porque mi padre tuvo problemas con un hombre, tenía algo que este quería con mucha ambición y hasta lo amenazó con matarlo, lo mismo que a toda su familia.
—¿Y por qué no fueron adonde las autoridades?
—En este país, los babalaos tienen una gran influencia en los políticos. Ya le he dicho que el mismo Papa Doc era dado a este tipo de cosas de vestirse como un sepulturero y decir que gozaba de poderes sobrenaturales. Aun así, fui a decirle lo que había sucedido con mi padre…
—Pero no iniciaron ninguna investigación.
—Ninguna que realmente buscara a un culpable y al final ese tipo se salió con la suya, obtuvo las tierras de mi padre a un precio ridículo que apenas si alcanzaba para pagar las deudas que pesaban contra ella.
—Y usted tuvo que buscar un trabajo que le permitiera vivir.
—Y mantener a mi familia.
—¿Vivían en esta parte de la isla?
—En las afueras, no le será difícil encontrar la casa de mi padre, resalta en medio de tanta pobreza.
—Señorita Strout, ¿el babalao de que me habla es al que llaman la Mano de los Muertos?
—Su solo nombre me eriza la piel, pero ¿lo conoce usted?
—Precisamente fui a ver a Baby Doc para alertarlo acerca de ese hombre.
—Pierde usted su tiempo, la Mano de los Muertos es amigo personal del señor Duvalier y es una de las razones por las que deseo salir de esta isla cuanto antes.
—¿Visita la Mano a Baby Doc?
—Ese hombre está por todos lados, no hay sitio adonde puedas ir sin estar bajo la atenta mirada de ese brujo.
—No parece ser usted una mujer que crea en tales cosas.
—Usted creería si hubiera visto las cosas que yo vi.
—Me gustaría oírlas.
—Eso será en otra oportunidad padre Kennedy, ya hemos llegado a su casa y yo tengo cosas que hacer.
—Muchas gracias por el aventón.
—Fue un placer y cuídese padre, lo hombres buenos no son muy bien vistos en esta isla.
Kennedy miró el coche alejarse perseguido de muchos niños a la carrera. Sintió que unos ojos le perforaban la nuca y se volvió. Jean lo observaba con la misma mirada que no supo interpretar cuando bajó de su auto. Luego volvió la mirada para seguir el coche de Amanda pero ya había desaparecido, de pronto se dio cuenta que no había necesitado decirle la dirección para que lo llevara hasta su casa y sintió un escalofrío en la espalda.
Puerto Príncipe, Haití, 1971
Esa noche Adam no pudo dormir con tranquilidad, las pesadillas en forma de dulces y eróticos sueños donde Amanda lo amaba frenéticamente se alternaron con episodios donde Baby Doc reía a carcajadas burlándose de sus pretensiones de expulsar a la Mano de los Muertos de Haití. Al lado del presidente estaba Doc que lo miraba con desdén y de manera retadora. Puesto a elegir, prefería soñar con Baby Doc que con Amanda, sin duda las pesadillas con el tirano eran enfrentadas con valentía, en cambio, los sueños donde la joven lo libraba de sus ropas sacerdotales y con gran arte lo sumergía en un éxtasis que nunca antes había sentido, le dejaban ver que era el perdedor y peor aun, no arrepentirse de haber perdido. Las manos de la mujer le recorrían el cuerpo con la urgente necesidad de poner a funcionar todas sus hormonas para que cediera y se dejara llevar por sus instintos.
—El sexo no es pecado —le susurraba al oído entre pequeños mordiscos en el lóbulo de su oreja que era el receptáculo de los ardientes deseos de aquella mujer. —Él se contorsionaba, con la respiración agitada y el cuerpo cubierto de finas perlas de sudor intentaba resistirse al embrujo de aquella forma de hablar, de gemir, de rogar por sus caricias. Luego, Amanda lograba seducirlo y Adam se dejaba arrastrar a las profundidades del placer más exquisito que hubiese probado algún día. El cuerpo caliente de aquella mujer tenía que ser un anticipo del calor que experimentaría en el infierno, o quizá de un anticipado disfrute del edén. Se sintió como Adán en el jardín, siendo tentado por Eva, la mujer que Dios había creado para él y que lo invitaba a la desobediencia de las leyes de Dios.
—Esto no es pecado —le susurraba Amanda una vez habían terminado— es tan solo amor— y le besaba el pecho descubierto. Kennedy vivía un torbellino en su mente, deseaba volver a fundirse con aquella mujer y al mismo tiempo se sentía pecador, un lujurioso sin arrepentimiento, dispuesto a ser condenado al fuego eterno en aras de volver a probar de la ambrosía que manaba de los labios de aquella mujer—. En sus sueños caía derrotado una y otra vez ante los embates de Amanda, ni una sola vez durante toda la noche pudo resistirse, en todas, la mujer terminaba desarmándolo y venciendo sus pocos intentos de frenarla en el nombre de Cristo.
Varias veces despertó durante la noche e intentó ponerse en paz orando al Creador, pero el recuerdo de sus sueños le dejaban ver que su arrepentimiento no era sincero y si no lograba engañarse a si mismo, mucho menos lo lograría con el ser que todo lo creó. Incluso el sexo fue creado por Dios, como decía Amanda no podía ser pecado si fue creado por Dios, pero sabía que también Satanás había sido en algún momento obra de Dios y aun siendo un espíritu puro cayó a lo más profundo de las tinieblas, quizá impulsado por un deseo muy similar al que Amanda Strout le hacía sentir.
A las cinco de la mañana ya no pudo más y decidió levantarse y dejar todos aquellos pensamientos en la cama, pero pronto se sorprendió deseando volver a ver a Amanda Strout. Sabía que Jean se molestaría si le pedía llevarlo de nuevo al Palacio Presidencial y tampoco quería contrariar al pobre hombre que sentía de verdad que aquella mujer era la encarnación del mal. Decidió cambiar de planes y buscar a los exorcistas de que Jean le había hablado, quizá con ellos que ya habían desafiado a la Mano podría formar un equipo que tuviera la fuerza necesaria para luchar contra la Mano y Baby Doc. Rezó las oraciones de la mañana y salió cuando ya el sol comenzaba a calentar. Mama Candau que parecía no dormir nunca salió a recibirlo al jardín.
—Lo esperaba desde hace un rato.
—Lo siento no sabía…
—Jean me ha contado todo lo que sucedió ayer.
—Jean exagera las cosas.
—¿De verdad lo cree?
Kennedy no respondió nada y se apresuró a cambiar de tema.
—Hoy tengo mucho apetito. ¿Cree que podamos comer algo?
—He preparado café y tengo pan, si las gallinas ya pusieron podrá desayunar huevos revueltos, si no lo han hecho deberá conformarse.
—Estoy seguro que Dios obrará el milagro y las gallinas pondrán para ambos.
Mama Candau se retiró un par de minutos y volvió con tres huevos relucientes.
—Dios lo ha escuchado. Le prepararé dos y dejaré uno para Nomoko.
—Bien puede comerse usted otro, mama Candau.
—No como de estas cosas.
—La verdad es que poco la he visto comer desde que vine. Espero no sea que no alcanza.
—No se preocupe, no se trata de eso, es solo que a mi edad se usa menos energía.
—Aun así me gustaría que se alimentara mejor.
—Venga conmigo padre, tenemos que hablar.
Kennedy anticipó que aquella conversación trataría de Amanda y se vio tentado a retirarse pero ya la vieja le había tomado por el brazo y lo conducía a la choza.
—Jean me ha contado de la señorita Strout —dijo sin rodeos o delicadezas de ningún tipo.
—No sé que le haya contado, pero sea lo que sea, el hombre exagera.
—No debe usted ponerse a la defensiva, Jean lo quiere bien.
—Y yo a ustedes, pero lo de la señorita Strout ha sido tan solo un malentendido.
—Siempre los hay cuando se mezclan hombres y mujeres.
—No hablamos de mi esposa ni nada parecido.
—Lo sé, al menos por ahora no ha hecho usted más tonterías que prestar oídos a esa mujer.
—¿Sabe usted algo de ella?
—Conocí a los Strout hace muchos años.
—¿Es verdad que el señor Strout fue asesinado?
—Supongo que así fue, aunque las investigaciones oficiales decían otra cosa.
—¿Tuvo la Mano algo que ver?
—El demonio siempre está presente.
—Lo dice usted como si la Mano fuera el mismo Satanás.
—¿Acaso lo duda?
—Desde que llegué a Haití no sé qué creer y qué no. Háblame de la familia Strout.
—El padre de Amanda se llamaba Benjamin Strout. Era un tipo recio, moreno, de gran corazón. Fue de los pocos que vino a la isla a ayudar. Su esposa se llamaba Magdalena.
—¿Una nativa?
—Una dominicana, una samba preciosa que le trajo muchos problemas cuando vino a Haití.
—¿Qué clase de problemas?
—Los que siempre traen las mujeres hermosas.
—Lo dice usted como si la belleza fuera un pecado.
—¿Y acaso no es el peor de ellos? Por la belleza de Eva y su desobediencia vinieron todos los problemas a este mundo. La serpiente se valió de ella que era débil para tentar al primer hombre y con ello lo arrastró fuera del paraíso y lo hizo caer de la gracia de Dios.
—Su hija Amanda, sin duda heredó su belleza.
—Amanda es aun más hermosa que su madre y además tiene algo que ninguna mujer hermosa debiera tener.
—¿Y eso sería?
—Inteligencia. Amanda Strout es una mujer tan inteligente como bella y será motivo de perdición para usted.
—Espero que no esté usted leyendo el futuro en los huesos de pollo.
—No son necesarios. Lo puedo leer en sus ojos.
—¿Y que le dicen mis ojos?
—Que ha caído usted en el hechizo de la belleza de esa mujer.
—Son solo tonterías de Jean, apenas si conozco a Amanda.
—Entonces podrá verme a los ojos y decirme que no ha soñado con ella.
Kennedy apartó la mirada refugiándose en los huevos que le acababan de servir.
—Mama Candau, —dijo después de un embarazoso silencio. —Jean me habló de unos exorcistas que habitan en la isla.
—Unos sacerdotes igual que usted. Ayer los vi.
—¿Estaban los dos juntos?
—Barragán y Casas, suelen reunirse aquí o en Cuba, pero ayer los vi comprando en el mercado. ¿Qué desea usted de esos hombres?
—Quisiera hablar con ellos. Pensaba que si ambos han enfrentado a las fuerzas del mal que actúan en la isla, sería muy bueno poder compartir un poco.
—Ambos hombres perdieron sus batallas con el maligno. ¿Qué cree que puedan enseñarle?
—No pensaba en ellos como desalojadores de demonios, sino como activistas.
—¿Activistas? Esos hombres perdieron su alma al luchar contra Satanás, ahora no son más que cuerpos vacíos que habitan en la isla.
—Aun así me gustaría visitarlos.
—No le resultará difícil encontrarlos. Ambos están en la costa, siempre cerca del embarcadero. Los reconocerá, uno es alto como una palmera y el otro petizo. Juntos lucen como las manecillas de un reloj.