Read El bokor Online

Authors: Caesar Alazai

Tags: #Terror, #Drama, #Religión

El bokor (36 page)

BOOK: El bokor
6.85Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Buenos días Ángelo, soy Adam.

—No ha pasado tanto tiempo para que necesites identificarte, reconocería esa voz en cualquier sitio. Pero igual, debo decir que te escucho preocupado.

—Nunca he podido mentirte.

—Pero bastante lo intentaste cuando eras chico.

—Es verdad, pero no se engaña a un viejo zorro como tú.

—Ni siquiera lo intentes entonces y dime a qué debo tu llamada.

—¿No puedo llamar a un amigo sin que exista una razón interesada?

—Vamos Adam, te conozco bien, dime qué pasa en Haití para que decidas llamarme. ¿Las cosas no salieron bien con Baby Doc?

—Eso entre otras cosas —dijo suspirando.

—Ya sabías que la familia Duvalier estaba relacionada con el vudú.

—Es verdad, aunque intenté convencerme de que algo podría hacerse.

—Siento que no haya sido así.

—También yo lo siento.

—Pero hay algo más ¿No es así?

—Un tipo se ha encargado de hacerme las cosas difíciles, se hace llamar Doc o la Mano de los Muertos.

—Un brujo.

—Así es, uno muy poderoso por la influencia que parece tener en Duvalier.

—Debes tener cuidado, sino de las artes del maligno, si de la maldad de ese hombre. Podrías verte en prisión si es que le llegas a molestar lo suficiente.

—Intentaré tener cuidado.

—Pero al final, tu tozudez te llevará a enfrentarlo.

—Ya sabes que no puedo renunciar a algo tan fácilmente.

—Te conozco bien y por eso sé que hay más que te preocupa.

—Se trata de una mujer.

—Por como lo dices adivino que es muy bonita.

—Pareces más brujo que la misma Mano de los Muertos.

—Eres un hombre joven y cargado aun de deseos, no me extraña que sientas debilidad por una mujer.

—Solo que esta no es como las otras que he conocido.

—¿Se puede saber en qué se diferencia?

—Mientras yo la veo como una mujer hermosa e inteligente…

—Peligrosa combinación.

—Ya me lo dijeron antes.

—No pretendo ser el único sabio.

—El caso es que otros la ven como un súcubo.

—Eso es ya otra cosa. Relacionarse con un demonio…

—No creo que lo sea.

—¿No crees? Esperaría que estuvieras seguro de lo que es esa mujer.

—No ha hecho nada para que la considere demoniaca.

—¿Sabes lo que tienes entre manos si fuera verdad que es un súcubo?

—Lo normal…

—Déjame leerte algo que leí hace poco en Internet.

—No sabía que lo usabas.

—No tienes idea de lo que puede encontrarse con la tecnología, quizá debas envolverte un poco en todo esto de las computadoras.

—Para mi no hay como los libros.

—Creeme, en esto estará el futuro.

—Lo dudo mucho Angelo.

Bueno, déjame leerte:

Existía una mujer, por llamarle de alguna manera. Entre el pueblo sumerio se la designaba con el nombre de «lilitu», lo que viene a significar «aire» o «espíritu del aire». Se la consideraba en esta tradición como un poderoso demonio que gobierna una legión de súcubos, creaciones mentales eróticas y el nombre que se le asignaba era el de «Ardath Lilith».

Esta era considerada de naturaleza femenina, de una belleza inconcebible y que junto con su legión de mujeres se encargaba de perder a los hombres, utilizando todas las artes sexuales de seducción. Se cree que difícilmente un mortal puede luchar contra este tipo de creaciones demoniacas, ya que su magia es tal, que el poder de su hechicería y sortilegios son casi infalibles. Afortunadamente, sólo casi… ya que para quienes saben cómo combatirla, a ella y a sus huestes, sus poderes se pueden anular y eliminar.

—Eso es un alivio.

—Quienes se dedican a la práctica de la magia negra, conocen la forma de invocar a Ardath Lilith y realizar las invocaciones pertinentes y pueden lograr los favores de este demonio para hechizar a los varones. Afortunadamente, este conocimiento sólo está en manos de muy poca gente, y siempre se trata de personas con conocimientos oscuros y dedicados a hacer el mal.

En una traducción medieval, se encuentra a Lilith como la primera esposa de Adán, la cual resultó serle infiel, y también como una de las cuatro esposas del diablo. A la Biblia, procedente de Mesopotamia, llega Lilith siendo conocida como la diosa babilónico-asiria «Ishtar», que se sirve de un demonio de gran belleza, en forma de prostituta, de nombre Lilitu.

Entre los seguidores de la tradición del Talmud, Lilith es una seductora mujer de cabellos largos, que pierde a los hombres que duermen solos. También tiene el poder de succionar la sangre a los niños que nacen fuera del matrimonio.

El pueblo judío también conoce a Lilith como uno de los demonios más antiguos. Su primera aparición tiene lugar en escritos de la antigua Sumeria, donde se la relaciona con prácticas de magia negra y hechicería, apareciendo su nombre inscrito en amuletos. En la Biblia se la menciona como un demonio del desierto y en los pergaminos del Mar Muerto también se menciona.

Entre los siglos IX y X antes de Nuestro Señor en una obra titulada «Alphabet of Ben Sira», es cuando aparece por primera vez mencionada como la primera esposa de nuestro padre Adán. Entre el pueblo romano y el judaísmo del Medioevo, se la encuentra rodeada de sus ángeles Némesis, Snvi, Snsvi y Smnglof.

El desacato que ella tuvo con su esposo, Adán, tuvo lugar cuando por primera vez se aparearon y ella no quiso que él estuviera o se colocara encima de ella. Argumentó que ambos eran iguales y que ese lugar le pertenecía. Ante esta situación, Adán se llenó de enojo diciéndole que ella había sido creada para servirle a él y que además, era una de las tantas criaturas que Dios había creado, motivo por el cual le debía total obediencia.

Lilith se enojó al grado que fue a visitar a Yahveh y utilizó sus artes para seducirlo. Una vez que lo logró, hizo que él le dijera cuál era su nombre sagrado. Cuando Lilith pronunció ese nombre sagrado, alcanzó a volar tan alto que abandonó el Edén y se alejó de Adán llegando hasta una cueva ubicada en el Mar Rojo, donde comenzó a convivir con demonios, de los cuales tuvo una legión de hijos.

Al sentirse libre, Lilith dijo que jamás volvería a la sumisión de su esposo Adán. También lanzó una amenaza a los ángeles diciéndoles que si la molestaban mataría a todos los hijos de Adán; que atacaría a las mujeres en el parto, a los niños en el nacimiento y que las niñas, podrían sufrir su ira durante los primeros veinte días de nacidas, mientras que los niños en los ocho días posteriores al nacimiento. Dijo también que respetaría los lugares donde estuvieran escritos los nombres de los ángeles Senoy, Sansenoy y Semangelof. Por eso, en ciertos lugares, acostumbran hacer amuletos con estos nombres inscritos los cuales acompañan a los recién nacidos, o en las camas tanto matrimoniales como individuales, aparecen inscritos estos nombres como protección.

Lilith comenzó a influenciar e interferir en los sueños de los varones, incitándoles a que tuvieran sueños eróticos para que derramaran su simiente, la cual ella utilizaría para crear a sus hijos y continuar formando su legión de demonios. De ahí procede la creencia en los súcubos. La apariencia que muestra Lilith, cuando llega a manifestarse a través de un conjuro, es la de una mujer divina, de largos cabellos, en ocasiones pelirroja. Algunos magos creen que se trata de la reina Lamia, abandonada por Zeus, o Brunilda, de los nibelungos. En la Biblia, aparece mencionada por Isaías, conviviendo en los desiertos con sátiros y animales en esos sitios desolados.

—No suena nada alentador.

—No he dicho que esa mujer que te roba el sueño y la calma sea realmente un súcubo, pero si te queda alguna duda en el corazón, será mejor que te alejes de ella tan pronto como puedas.

—Si por lo que me han dicho me atuviera, tendría que alejarme de todo el mundo, Baby Doc no me quiere aquí, la Mano de los Muertos tampoco, mama Candau la vieja que me alberga y Jean el contacto que me consiguió la iglesia en Haití, me dicen que no confíe en Amanda. Visité a dos exorcistas que viven en la isla y me dijeron que no confíe en la mama y en Jean, más bien que no confiara en nadie porque nada es lo que parece.

—¿Has dicho exorcistas?

—El padre Barragán y el padre Casas, no recuerdo haber oído sus nombres.

—Pues con esas características no puede ser más que Ángel Barragán y Alcides Casas, son dos sacerdotes españoles que fueron expulsados hace ya algunos años.

—Esos son.

—Lamento decirte que tampoco puedes confiar en ellos. El Santo Padre mismo los excomulgó.

—Me lo dijeron ellos mismos.

—¿Te dijeron por qué?

—No llegaron a hacerlo.

—Parece ser que en uno de los exorcismos practicados estuvo involucrada una mujer…

—Jazmín me dijeron se llamaba.

—Puede ser, ahora no recuerdo el nombre, pero puedo buscarlo. El caso es que esta mujer estaba relacionada con uno de los hermanos Castro y fue él quién directamente pidió el exorcismo.

—Me cuesta creer que…

—Su ideología no estaba por encima de sus necesidades y recurrió a la iglesia. Un cardenal llamado Bernard Casares se encargó de conseguirles la venia del obispo para la realización del rito.

—Y todo salió mal.

—Vaya que sí. La mujer murió en el exorcismo, igual que uno de los sacerdotes de apellido Rulfo. En ese entonces se decía que Barragán y Rulfo eran más que simples colegas, si sabes a lo que me refiero.

—Creo que eso se los dejó saber la mujer en su aparente estado de trance.

—Seguro que lo sabía, pero no por la posesión demoniaca. La vida licenciosa de estos hombres era ya bien conocida en el Vaticano y es muy probable que los Castro también lo supieran.

—¿Y al morir la mujer fueron culpados?

—Fue una forma de la iglesia de justificar el hecho de que el rito fallara. Los hombres que lo practicaban no estaban en comunión con Dios. Pero, realmente nadie sabe qué sucedió allí exactamente.

—El hombre que me ayuda, Jean, dice haber estado presente en el exorcismo, fue solicitado por los hombres para traducir el creole que la mujer hablaba en su estado de posesión.

—Eso es poco creíble.

—Me lo ha dicho Jean en persona.

—Me refiero a que la razón de que ese hombre estuviese allí no era para traducir lo que la mujer decía y menos en creole.

—¿Y por qué crees eso?

—Porque tanto Rulfo como Barragán eran expertos lingüistas, de hecho su condición de exorcistas lo debían a que dominan muchísimas lenguas, entre ellas por supuesto el creole.

—¿Y para que llevarían a Jean a ver a la mujer, si no es para que tradujera?

—Eso tendrás que averiguarlo tú.

—Por más que busco no encuentro más que nuevas interrogantes.

—Ese es el fin último de la investigación, llegar siempre a una nueva interrogante.

—Has sido de mucha ayuda, Ángelo.

—Quisiera poder haberte dicho más, pero me es difícil adivinar lo que te rodea con solo las cosas que me has dicho acerca de esa mujer.

—Ángelo, ¿Existe algún modo de averiguar si de verdad una mujer como Amanda es un súcubo?

—En la Edad Media la quemarían en la hoguera, si ardía como cualquier mortal entonces era inocente, si no, entonces si era un súcubo.

—Vaya forma de probar la inocencia.

—Nos ganamos a pulso la mala fama, pero eran otros tiempos y sin duda requerían de formas más agresivas de enfrentar el mal.

—Pienso que el mal estaba más en los corazones de los inquisidores que de los pobres condenados de brujería.

—Que eso no te nuble la mente al analizar a tu noviecita.

—No es mi noviecita —dijo en tono severo.

—Adam, te conozco demasiado bien y con solo oírte hablar de esa mujer puedo saber que tu interés va mucho más allá de averiguar si es un súcubo.

—Bueno, no te voy a negar que es una mujer atractiva, pero creo que exageran…

—Así en plural, creo que no soy la primera persona que te habla al respecto entonces.

—Ciertamente no, pero el que muchos digan una tontería no la convierte en realidad.

—En eso tienes razón, pero como dijo Galileo: «Pero se mueve»

—No necesito recordarte las condiciones en que lo dijo y ante quienes, espero no estés constituyéndote en una especie de inquisidor.

—Por supuesto que no, puedes estar tranquilo, no seré Torquemada, al menos no contigo y por ahora.

—Volvamos al tema del súcubo, siendo que no puedo ni quiero meter a esta mujer a una hoguera para saber si lo es o no, ¿qué puedo hacer?

—Debo dejarte claro que al hablarte de estas cosas no lo hago como representante de la iglesia.

—No te preocupes, no te demandaré.

—Bien, porque no tengo ni donde caer muerto.

—Vamos, dime ya qué puedo hacer.

—Un buen indicio es que empieces a tener sueños provocativos con ella, de esos en que, como decía antes, tu simiente…

—Entiendo.

—Bien, otra pista es que esta mujer empiece a tener un interés en ti que vaya más allá de una atracción normal. Que de pronto sepa cosas de ti que quizá ni tu mismo sabías.

—¿Qué tipo de cosas? ¿Algo así como saber dónde vivo?

—No Adam, eso es algo que cualquiera puede saber o incluso investigar para conocer mejor con quién se relaciona, me refiero a información importante que le ayude a conocer tus debilidades.

—¿Gustos y apetencias?

—Aquellas dirigidas hacia lo prohibido.

—Te refieres a gustos y preferencias sexuales.

—El que seamos sacerdotes no nos hace menos hombres, así que como cualquier otro tendrás zonas sensibles.

—Y el que las conozca es un indicio.

—Una forma más abierta de saber lo que deseas es que de plano la invites a la cama.

—No esperaba ese consejo.

—No lo es, querido Adam, solo te digo que diferenciar a un súcubo de una mujer con apetitos exacerbados no es sencillo, sobre todo pensando en que tus votos de celibato están en juego.

—Esperaba algo más místico, que se yo, mostrarle una cruz, rociarla con ajo y sal, echarle agua bendita y esperar a ver si con eso se despelleja o sigue siendo igual de hermosa.

—Se bien que bromeas, un psiquiatra de tu talento sabe que esas cosas no son útiles.

—Tampoco lo son mucho las armas que me das.

—Quizá si conociera a la mujer, sería más sencillo. ¿Tienes una foto que puedas enviarme?

BOOK: El bokor
6.85Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

The Devil Inside Her by DeVore, Catherine
The Bookman's Tale by Berry Fleming
Salvation Boulevard by Larry Beinhart
The Culmination by Lauren Rowe
Tymber Dalton by Out of the Darkness
Death Whispers (Death Series, Book 1) by Blodgett, Tamara Rose
I Wish by Elizabeth Langston
Crusader Captive by Merline Lovelace
B000FC0U8A EBOK by Doerr, Anthony
Family Matters by Laurinda Wallace