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Authors: Caesar Alazai

Tags: #Terror, #Drama, #Religión

El bokor (38 page)

BOOK: El bokor
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—¿Crees que Kennedy sea más fuerte que nosotros? —le sacó Casas de sus pensamientos.

—Al menos no está contaminado como nosotros —dijo Barragán.

—Si esa mujer es un súcubo no tardará en estarlo.

—Puede ser, pero no estoy seguro de que Lilitu habite en Amanda Strout, de ser así ya me lo habría dejado saber, aunque con un demonio nunca se sabe.

—Quizá te tenga miedo.

—Un engendro como esos no teme a los sacerdotes y mucho menos a uno que fue expulsado de la iglesia por su culpa.

—¿Sientes que te ganó la batalla en Cuba?

—Siento que ningún mortal puede ganarle la batalla a una arpía.

—Me hubiese gustado estar en Cuba cuando enfrentaste a Lilitu.

—Creo que a Fernando también le hubiera gustado que fueras tú y no él quien estaba.

—Rulfo estaba enfermo.

—Yo no lo sabía, de haber sabido su afección cardiaca nunca hubiera dejado que oficiara el rito conmigo aquel día.

—Ya otras veces he intentado que me cuentes qué pasó exactamente aquel día.

—Es algo que más bien me gustaría olvidar, Alcides.

—Sin embargo, si Kennedy se enfrenta a un súcubo, lo mejor que podríamos hacer es conocer bien de quién se trata y así poder ayudarle.

—Kennedy no quiere o necesita ayuda, él mismo deberá enfrentar a esta mujer, si es que algún día admite que pueda tratarse de un engendro. Por ahora, veo más interesado al padre en Amanda Strout como mujer y no como una poseída.

—No se puede negar que la mujer es hermosa.

—Sin duda lo es y por eso es más peligrosa.

—¿Qué hay de Doc? ¿Crees que tenga relación con esa mujer?

—Doc ya de por si tiene influencias importantes en el gobierno, si logra aliarse con un súcubo será nefasto para Kennedy, puede que incluso lo metan en prisión y que termine allí sus días.

—¿Qué haremos entonces?

—Mantenernos al margen, ya no es nuestro problema, la iglesia…

—Quizá esta sea una forma de reivindicarnos.

—¿Crees que si salvamos el alma de Kennedy logremos el perdón?

—Al menos el perdón de Dios.

—No sé si eso será posible.

—Pero al menos deberíamos intentarlo.

—Te he dicho que nos mantendremos al margen, al menos por el momento.

—Espero que cuando nos decidamos a intervenir no sea demasiado tarde.

Barragán se quedó pensativo, esas habían sido las mismas palabras de Rulfo al convencerlo de realizar el exorcismo a Jazmín y luego lo había lamentado. Rulfo tenía mucho miedo cuando las cosas se pusieron feas y el no supo sacarlo de aquel sitio. Lo había conocido en España, Rulfo era de Alicante y Barragán de Barcelona y coincidieron en una visita a Roma. Ambos llegaron juntos a Madrid para tomar el avión que los llevaría a la mayor aventura de sus vidas hasta aquel momento, no tendrían más de veinticinco años y ser recibidos por el mismo Papa era un orgullo para ambos. Rulfo, de carácter más tímido, no tardó en verse embelesado por el carisma que mostraba Barragán y luego una cosa llevó a la otra y terminaron siendo más que amigos. De regreso en España y ante el temor de que la distancia los separara definitivamente decidieron viajar juntos a América y así habían llegado a Cuba, precedidos de una gran fama como eruditos a pesar de su corta edad. Rulfo era sociólogo y Barragán teólogo, por lo que visitar las tierras del caribe que mezclaba una nueva forma de gobierno y la práctica de religiones traídas de África aderezadas por las prácticas locales, lucía tentador.

—Déjame contarte lo que sucedió aquel día con Rulfo, nunca se lo he dicho a nadie y debes jurarme que una vez que te lo cuente morirá el secreto contigo. Casas asintió en silencio.

Rulfo, como ya sabes, era sociólogo, había estudiado gracias a la iglesia, así que se sentía en deuda lo que lo hacía más devoto de lo que normalmente somos, pero al llegar a Cuba y comenzar a tratar con gente que era atea y cuestionaba el origen divino de Dios, comenzó a cambiar.

—¿En su fe?

—En lo más básico, dejó de pensar en Jesucristo como salvador. Aquella mujer lo supo antes que yo que era su compañero y comenzó a atacarlo directamente. Parecía leerle los pensamientos y gozaba en hacérmelos saber, era como si hablara con el mismo tono y cadencia de la voz de Rulfo, solo que mi compañero no abría la boca, aquella mujer era la que se encargaba de dejarme saber que las profanaciones a las iglesias no habían sido obra de ella, sino del mismo Rulfo.

—¿Qué dices?

—Que todas aquellas aberraciones fueron hechas por mi propio compañero y no por la arpía a la que estábamos exorcizando. Fernando se escapaba por las noches con el pretexto de que necesitaba meditar a solas y entraba a la iglesia para actuar como un endemoniado. Jazmín lo sabía como si lo hubiera visto ella misma y creo que así fue.

—¿Cómo puedes estar seguro de que no fue ella y culpaba al sacerdote para atacarlos?

—Fernando me lo confesó antes de morir, sé que era él porque el demonio ya no estaba allí.

—¿Había sido expulsado?

—Había entrado en mí. Fui yo quien mató a la mujer y luego a Fernando Rulfo —dijo llorando amargamente.

—Creo que estás confundido.

—Estoy seguro, a ella la ahogue con la almohada mientras Rulfo intentaba detenerme y a el… fui yo quien le provoqué el infarto.

—¿Me estás diciendo que los mataste conscientemente?

—Poseído por el demonio.

Déjame contarte el resto de la historia.

Como te decía, Fernando fue quien más insistió en que lleváramos a cabo el rito, a pesar de que por dentro estaba asustado. Después comprendí que quizá, era él mismo quien requería de un exorcismo y pensó que al tiempo en que sacábamos los demonios de Jazmín, se irían los que él mismo albergaba desde hacía tiempo sin que yo me enterara.

Cuando se enfrenta al maligno siempre es bueno tener un apoyo, alguien que no permita que te salgas de tus casillas. El demonio es astuto y suele ganarnos la partida con facilidad, así que siempre lo más conveniente es tener a alguien al lado que te ayude. En este caso, Fernando era ideal ya que no solo era mi amigo, sino que como sociólogo no me dejaría absorber por lo teológico, sino que le daría al exorcismo un enfoque diferente. Lo ideal hubiese sido un psiquiatra como Adam Kennedy, pero tampoco había mucho de donde escoger.

—¿Qué pasó luego de iniciado el rito?

—Lo normal, gritos, blasfemias, ataques a nuestras psicologías. El demonio que poseía a Jazmín parecía conocernos bien. A mi me atacó en mis creencias y apetencias, a Fernando dejándole ver que sabía que era él quien había mancillado la casa de Dios. Fernando lucía cansado, así que le pedí que saliera unos minutos mientras yo continuaba con el rito. Fernando se rehusó en un primer momento pero luego comprendió que no podía ayudar mucho en esas condiciones, pero en sus adentros sabía que yo solo no podría contra aquel ser y decidió salir a buscar ayuda.

—¿Fue cuando decidió buscar intérpretes?

—Realmente no los necesitábamos, lo que menos deseas hacer en un exorcismo es comprender o intentar comprender al demonio.

—¿Entonces?

—Jean Renaud, el hombre que Fernando fue a buscar era amante de Jazmín.

—¿No era amante de uno de los Castro?

—Era un súcubo y atacaba a los hombres solitarios y Jean era uno de ellos.

—¿Y para qué sería útil?

—Fernando pensaba que si Jean llegaba a aquel lugar, la mujer dejaría de atacarnos para concentrarse en su amante.

—Pero no fue así.

—No. El pobre hombre no pudo estar más de cinco minutos en aquel sitio, la mujer o mejor dicho, aquella cosa que moraba en ella lo golpeó con fuerza en la espalda…

—¿No estaba atada?

—En realidad azotó una puerta y esta golpeó fuertemente al hombre. Luego, todo en la habitación comenzó a moverse como si se tratara de un terremoto. Los muebles, la cama, todo en aquel sitio era un caos. Fernando comenzó a llorar como si fuera un niño y la bestia lo seguía atacando, me abalancé contra ella y la golpeé. Parecía disfrutarlo. Me insultó y fue cuando sentí hervir mi cabeza, un deseo ardiente de estar con aquella mujer me invadió y pese a que Fernando me gritaba que me detuviera, no lo hice hasta haber copulado con ella. Luego, tomé una almohada mientras en mi cabeza la oía repetir las profanaciones que Fernando había hecho, decía que las había hecho por mi culpa, porque no soportaba el vivir en la relación en que estábamos. No soporté más y apreté la almohada contra su cara tan fuerte como pude. Fernando luchaba contra mí para que la soltara, pero era mucho más débil y además… su corazón estaba fallándole.

—Pero eso tú no lo sabías.

—Debí saberlo, era mi compañero. Lo lancé con fuerza contra una pared y seguí apretando la almohada contra la cara de Jazmín. La mujer dejó de respirar y yo la miré extasiado en mi obra. Había vencido al súcubo, al menos eso pensaba en aquel momento.

—Un demonio no muere de asfixia.

—Por supuesto que no. Solo logré asesinar a aquella mujer y de paso matar a mi amigo de un infarto. Apenas llegué a tiempo para oír su confesión. Se confesó con el demonio que había dentro de mí en aquel momento. Ni siquiera tuvo la oportunidad de lograr una verdadera absolución. Solo recuerdo que mientras moría, la bestia en mí le decía lo que lo esperaba en el infierno por haber fornicado conmigo. Fernando apenas si podía hablar, pero en su rostro podía ver el horror que estaba viviendo al verme convertido en aquella cosa. Pude haber llamado a un médico y tal vez hubiese sobrevivido, pero lo dejé morir. Cuando su vida se extinguió volví a ser Ángel Barragán por un momento y lloré amargamente.

—¿Qué pasó luego?

—Cuando los Castro se enteraron de la muerte de Jazmín me culparon y así fue como denunciaron todo lo que había ocurrido en aquel lugar a las autoridades del Vaticano. Se montó una investigación y no me condenaron a muerte solo porque la iglesia no quería más escándalos y pactó con los Castro, sin embargo, me expulsaron de la isla y de la iglesia.

—¿Y que pasó con Renaud?

—El hombre también salió de Cuba para siempre, no sé si atemorizado de que lo culparan por la muerte de la mujer por haber estado allí. Los paramédicos se lo habían llevado con un hombro quebrado y no tenía explicación del porqué se encontraba en esa casona en compañía de los dos exorcistas, de seguro los Castro comenzarían a indagar y terminarían sabiendo que la mujer se acostaba también con este chico. Tiempo después nos encontramos aquí de nuevo y juramos no contar nada de lo que había pasado en Cuba. Antes de jurar le dejé saber que él había fornicado con un súcubo y desde entonces el hombre se hizo más religioso y entró incluso a servir a la iglesia como una forma de expiar sus pecados. No fue su única relación con el demonio, como suele suceder, quienes coexisten con estas criaturas, abren un portal que no se cierra fácilmente. Su sobrina, una niña llamada Aqueda, asesinó a sus padres mientras dormían. Dicen que la chica es hija de la Mano de los Muertos, pero es muy probable que no sea así, que todo se deba a Jean Renaud y la carga que lleva dentro.

—¿No crees que deberíamos alertar a Kennedy al respecto?

—¿Y decirle que su amigo puede estar endemoniado, lo mismo que su noviecita?

—Supongo que no nos creería.

—Por supuesto que no. A mí mismo me cuesta creer en lo que he vivido en estas tierras.

—¿Qué crees que pasó con el súcubo?

—Luego de dejar el cuerpo de Jazmín debía habitar pronto en otro, así que se metió en mí y vino conmigo a Haití. Es probable que ahora esté en el cuerpo de Amanda Strout, Jean Renaud debe tener la capacidad de percibirla y hasta es probable que la mujer se le haya aparecido en sueños.

—¿Qué hay de la anciana?

—Mama Candau está sellada. Sus padres eran babalaos poderosos y le impusieron el sello de fuego que la protege, pero el poder del sello no llega a quienes habitan con ella. Es muy probable que Jean Renaud la haya buscado para que lo sellara a él, pero era demasiado tarde. Ya un súcubo había habitado en él y eso es algo que arrastrará por siempre.

—¿Por qué crees que te dejó Lilitu?

—Porque el poder del súcubo radica en la seducción del hombre, de provocarle sueños eróticos donde ella yace con él para que derrame su simiente, supongo que se siente más a gusto en el cuerpo de una mujer.

—¿Y cómo es que conoces a Amanda Strout?

—Ella misma vino a buscarme. Cuando asesinaron a su padre, buscó el refugio en la iglesia, pero por alguna razón no acudió a un sacerdote que pudiera ejercer sino que vino a mí. Además, conocía a su padre, Benjamin Strout y yo teníamos algunos contactos en común.

—¿Crees que Lilitu tuvo algo que ver en que te visitara?

—Puede ser que incluso haya tenido que ver en la muerte de su padre. Era una forma de obligarla a acercarse a mí.

—Pero, por lo que puedo entenderte, para que un súcubo pase de una persona a otra es preciso que tengan relaciones sexuales, acaso tú y Amanda Strout.

—No físicamente.

—¿A qué te refieres?

—A que es posible que en sueños.

—¿Crees eso posible?

—No lo sé realmente, es mucho más lo que desconocemos de estas bestias que lo que podemos llegar a saber.

—¿De verdad piensas que es mejor quedarse al margen de todo esto?

—Hemos hecho lo que hemos podido, alertar a Kennedy sobre el peligro.

—Creo que pudiste ser más explícito.

—También pudo serlo su amigo Renaud y ha preferido callar, lo ha enviado a nosotros para no verse involucrado.

—Tal vez pensó que como sacerdotes seríamos más creíbles en algo así.

—No lo sé. Puede que también sea aún un sirviente de Lilitu, como te he dicho, quien habita con una bestia de estas nunca deja de estar a su servicio.

—Es aterrador.

—Te he contado todo esto porque así lo has querido, pero recuerda que no puedes contar nada de esto a nadie.

—También yo fui expulsado de la iglesia.

—Créeme, un pederasta es un ángel a la par de lo que yo he hecho.

—Aun así, no tengo ninguna credibilidad.

—Entonces no nos inmiscuyamos más y dejemos que Kennedy se las arregle con sus problemas.

—¿Y que hay con la Mano de los Muertos?

—Nuestro amigo Kennedy está en graves problemas, únele a eso que Duvalier no lo tiene en estima.

—Quisiera saber más de ese sello de que hablas.

—El sello de fuego.

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