—No puedo arrancarle al padre Kennedy la información que usted quiere como si me tratara de un tonton Macouté.
—Entonces tal vez debería encargar a estos el hablar con Kennedy.
—¿Por qué le preocupa tanto el sacerdote? No ha hecho nada que pueda perjudicarlo.
—No me gusta que los sacerdotes vengan a meter la nariz donde no los llaman.
—Solo hace lo que cree correcto, además, recuerdo que quiso hablar con usted para obtener su beneplácito, pero usted lo trató sin ningún respeto.
—Señorita Strout, es preciso que usted defina bien al servicio de quién está. No me agradaría considerarla una enemiga del gobierno.
—No hay razón para que piense tal cosa, pero eso no implica que deba traicionar a mis amigos para arrancarle información que usted desea.
—¿Me está diciendo que no piensa colaborar?
—Le digo que me resulta abominable tener que hacerlo.
—Pero lo hará.
—No me queda más remedio.
—Me alegra que esté consciente de su situación.
—No me atemoriza, señor presidente.
—Pero sabe bien que de su actuación depende el que algunos favores que le he concedido se mantengan.
—Lo tengo presente.
—Bien, venga conmigo, hay alguien que desea hablar con usted.
—¿De quién se trata?
—Mi amigo Doc…
—La Mano de los Muertos.
—Llámelo como guste, aunque en estas circunstancias él preferiría que lo llame Doc.
—Ese hombre no me resulta agradable.
—En cambio usted le parece irresistible.
—Me asquea el solo pensar…
—No hagamos esperar a Doc, entre más aprisa hable con él, más pronto podrá volver a sus labores.
Caminaron sin prisa por el pasillo y entraron al despacho presidencial donde los aguardaba Doc, llevaba un traje negro y un sombrero de copa a la usanza de los enterradores, al entrar Amanda se puso de pie y le tendió la mano, Amanda se la estrechó con mucho recelo.
—Señorita Strout, luce usted tan bella como siempre.
—Me ha dicho el señor presidente que usted desea hablar conmigo.
—Así es, tome asiento —dijo mientras le acercaba una silla.
—Con el permiso de ustedes me retiraré a atender algunos asuntos de gobierno —dijo Baby Doc cerrando la puerta tras de sí sin esperar a que Amanda protestara.
—Señorita Strout, yo no le resulto agradable ¿No es verdad?
—No es algo que necesite decirle ¿o sí?
—Me culpa usted por la muerte de su padre cuando los dos sabemos que murió en un lamentable accidente.
—No es mi deseo hablar en este momento o con usted de mi padre.
—Su padre era un sujeto inteligente, muy preparado, aunque no necesariamente en el camino correcto.
—¿A qué se refiere?
—A que el viejo Benjamin era muy obsecado y en el mundo en que vivimos es preciso ser más flexible.
—¿Tuvo usted algo que ver con la muerte de mi padre?
—Despacio nena —dijo la Mano sonriendo— deja usted que la pasión le gane la partida.
—Mi padre fue asesinado y usted se quedó con nuestra casa, es razón más que suficiente para que piense que algo tuvo que ver en su muerte.
—Adquirí la casa, es verdad, pero todo fue legal. Su padre tenía muchas deudas de juego y si no la adquiría yo, alguien más lo habría hecho y he decir que por mucho menos dinero del que pagué.
—No me estará diciendo que debo estarle agradecida.
—No, claro que no, pero ya que debemos trabajar juntos, sería conveniente que estas cosas quedaran aclaradas ¿no le parece?
—¿Trabajar juntos?
—El señor Duvalier desea que nos encarguemos del padre Kennedy.
—Suena como una orden para…
—Va usted demasiado rápido, señorita Strout.
—Conozco a los de su clase.
—¿Mi clase? ¿Qué sería tal cosa?
—Es usted todo aquello contra lo que mi padre luchó.
—Su padre era una persona inteligente, pero como le dije, no supo jugar sus cartas.
—¿Qué es lo que realmente busca? No creo que la labor a la que se refiere sea solamente sonsacar alguna especie de secreto a Adam Kennedy, el pobre tipo tiene apenas algunas semanas en Haití, no veo por qué le representa un obstáculo a usted o al señor Duvalier.
—Señorita Strout, quiero ser franco con usted.
—Se lo voy a agradecer.
—Es preciso que encontremos un libro y creo que usted sabe su paradero.
—¿Un libro dice?
—Estuvo en poder de su padre y desde que murió no se ha sabido nada de él.
—Tal vez si me dice de qué se trata pueda ayudarlo.
—Es un viejo libro forrado en piel, con un grabado simulando fuego.
—No me resulta familiar.
—Sin embargo su padre debe haberlo tenido en su poder por algún tiempo.
—Usted se quedó con nuestra casa, de estar allí ya lo habría encontrado, porque supongo que lo habrá buscado por todos los rincones.
—Así es en efecto, sin embargo no he podido dar con él.
—¿Por qué es este libro tan importante?
—Eso es algo que no le puedo decir.
—Y así espera que le ayude en su búsqueda.
—Ese libro no debe caer en las manos equivocadas porque podrían hacerle un gran daño a Haití. En las manos de un bokor que ha perdido el norte podría ser algo de mucho peligro.
—Habla como si mi padre hubiese sido un bokor.
—Lo fue, ya usted debe saber que hay de muchas clases. Su padre fue uno poderoso, de eso no cabe duda.
—Pero eso no evitó que muriera.
—No todos pueden o quieren burlar la muerte.
—Tonterías.
—Piense lo que quiera —dijo sacando un habano de la bolsa de su chaqueta.
—¿Para qué necesitan el libro?
—No es algo que le incumba.
—Entonces no tendrá mi colaboración.
—No creo que esa opción exista.
—¿Qué hay de Kennedy? ¿Cree que el sacedote pueda tener el libro que era propiedad de mi padre?
—El libro no era de su propiedad, solo estaba bajo su custodia. Su padre era uno de los siete encargados del sello.
—¿Sello?
—El sello de fuego.
—No sé que será tal cosa.
—No me está diciendo la verdad, usted sabe bien de la existencia del sello de fuego, aunque dudo que lo haya visto en alguna oportunidad.
—Mi padre nunca me habló de tal cosa.
—De hecho es muy probable que su padre haya deseado sellarla como hicieron los padres de Idalia Candau con ella.
—¿Mama Candau?
—La vieja está sellada.
—¿Y eso en qué consiste?
Sus padres quisieron apartarla del mundo del vudú y cerraron las puertas de su alma.
—Y dice que mi padre deseaba hacer lo mismo conmigo. Es un disparate, mi padre era una persona inteligente, no creería en tales supercherías.
—No debería subestimar el poder de estas cosas.
—¿Así que usted y Baby Doc pretenden que yo busque por allí una especie de sello que cierra las puertas del alma de aquellos a quienes se sella?
—Eso es exactamente lo que queremos.
—¿Y qué tiene que ver todo esto con Adam Kennedy?
—Que el sacerdote también desea obtener el sello y muy posiblemente por eso vino a Haití.
—Adam vino a aliviar un poco la miseria económica y sobre todo de fé que tiene el pueblo haitiano.
—Eso no es correcto, hoy mismo Kennedy, los dos sacerdotes, mama Candau, Jean Renaud y su amigo el doctor se reúnen para conspirar contra Baby Doc.
—¿De dónde ha sacado tal cosa?
—Como le dije antes, tengo ojos y oídos en todos sitios.
—Entonces sabrá bien que no he sido invitada a esa reunión.
—¿Le duele pensar que el sacerdote no confía en usted?
—Eso es algo que no le concierne a usted.
—Se equivoca, señorita Strout, todo lo que tiene que ver con el cura es de mi incumbencia y he de agregar que los demás miembros del grupo son también de mi interés.
—¿Qué quiere usted de esa gente? ¿No le basta dominar toda la isla a través de Duvalier?
—Nunca es suficiente.
—¿Pero qué puede significar Adam Kennedy para usted?
—Es el germen de la insurrección, la chispa que hay que apagar antes de que se convierta en incendio y sea demasiado tarde. Adam Kennedy, Casas, Barragán, Daniels, su padre, todos ellos son peligrosos…
—¿Porque piensan diferente?
—Porque hacen pensar diferente a los demás. Baby Doc no debe permitir que un nuevo líder surja, su poder está dado por el temor y todo aquel que quiera suprimir el temor en la población es un enemigo del estado de las cosas y un potencial enemigo mío.
—¿Podría apagar su cigarro? Comienzo a sentir nauseas.
La Mano de los Muertos lanzó el humo de su cigarro directamente a la cara de Amanda que tosió por algunos segundos antes de levantarse indignada.
—Señorita Strout —dijo antes de que atravesara la puerta— no luche contra fuerzas que no conoce.
Amanda le lanzó una mirada de hielo y el hombre se rio a carcajadas. Aun al salir de la mansión de los Duvalier, Amanda seguía escuchando el eco de aquel reir demoniaco y su estómago protestaba como si hubiera ingerido un veneno. Tomó su auto y como una autómata condujo hasta su casa. Por el camino se sorprendió varias veces saliéndose de la carretera a pesar de que no viajaba a más de ochenta kilómetros por hora. Luego, al llegar a su casa, sintió que todo le daba vueltas como si estuviera montada en un carrusel que giraba alrededor de su casa. Volcó el estómago y sintió un zumbido en la cabeza. Se sentó a un lado del camino y sus ojos se veían extraviados. Aún podía escuchar la risa de la Mano y podía ver a Baby Doc recriminándole el no haber seducido a Kennedy para arrancarle los secretos. El jovenzuelo la acosaba, la perseguía por los salones de la mansión ordenándole quitarse la ropa para que sedujera a Kennedy que ahora estaba atado a una especie de altar de sacrificio. La Mano de los Muertos sostenía un gallo negro por encima de su cabeza. Adam estaba desnudo, en una especie de trance mientras ella pedía a gritos su auxilio. Sin embargo, el sacerdote parecía no querer escucharla. La Mano de los Muertos le quitaba las ataduras y Kennedy se ponía de pie invitándola a acercarse a él. Algo le decía que debía escapar, que aquel lugar no era seguro y que el sacerdote no era aquella persona que ella creía conocer, pero sus pies estaban pegados al suelo. La Mano decía oraciones en creole que Baby Doc respondía como en una misa macabra, en un acto sacrílego del que el sacerdote era víctima o verdugo. Kennedy caminó hacia ella, podía ver los reflejos de la luz en su piel desnuda que no se preocupaba en cubrir, al contrario, le mostraba su desnudez con orgullo, como ofreciéndole su semilla para que ella procreara sus hijos. Luego, de la nada, aparecían Jean Renaud y la mama Candau, los dos sacerdotes y Sebastian que la miraba incrédulo, la hacía sentirse avergonzada a pesar de que no hacía nada en aquella ceremonia. Pronto todos menos el médico se unieron al rezo, respondían las plegarias de la Mano en un coro que le erizaba los pelos de la nuca. La Mano de los Muertos le cortó el pescuezo al ave y un borbollón de sangre negruzca brotó pringando a Kennedy y a la Mano que dejó que el líquido corriera por su brazo levantado mientras el gallo se estremecía en estertores de muerte.
Sebastian le tendió la mano, Kennedy la miraba con lascivia, con deseo. Eran el bien y el mal y de alguna manera ella se sentía atraída por el mal, por el placer que le prometía el sacerdote si se entregaba a él. Se revolvió intentado alejarse de Kennedy que ahora le tendía la mano igual que Sebastian. Baby Doc gritaba y una saliva espesa le salía de la boca, estaba en un éxtasis provocado por aquella ceremonia en que la Mano de los Muertos actuaba como sumo sacerdote.
El cuerpo de Amanda se sacudió en el jardín de su casa, comenzó a convulsionar como antes lo había hecho Nomoko y el mismo Kennedy. De su boca salía una espuma tan blanca como sus ojos. Algunos vecinos veían desde lejos la escena que era demasiado frecuente para espantarlos. Todos sabían que Amanda Strout estaba siendo poseíada por la Mano de los Muertos, que su alma luchaba contra aquella fuerza demoniaca que terminaría venciendo como lo había hecho ya en otras ocasiones. De pronto, los espasmos terminaron, el cuerpo de Amanda se quedó rígido como un tronco. Una vena en su frente se marcaba y replicaba los latidos de un corazón acelerado. Poco a poco fue recobrando el control de sus miembros y logró sentarse. Estaba agotada, con la mirada perdida, en medio de un trance hipnótico.
Al llegar a casa, Bronson se hallaba malhumorado, odiaba el que los casos se le empantanaran de aquel modo en que demasiados hilos sobresalían de la madeja y no tenía idea de cuál debía de tirar para poder avanzar un poco. Su esposa había ido a visitar a sus padres en Boston, de lo que se alegraba ya que era la primera afectada de sus estados de humor. Sacó del congelador una comida preparada y la metió al horno, ni siquiera se tomó un momento para quitar la escarcha del empaque y fijarse qué sería su cena en aquella noche. No tenía el consuelo de poder contarle a su mujer cómo había pasado el día, no era un hombre que le contara detalles de los casos, prefería no involucrarla en las atrocidades que veía día con día y menos ahora que esperaba que su embarazo contara con más suerte que el anterior. Lucila le había pedido en reiteradas ocasiones salir de Nueva Orleans y buscar un sitio más propicio, quizá mudarse a Boston cerca de sus padres para que pudieran cuidarla en las largas ausencias del policía. Sabía que no era una mala idea, pero se resistía a vivir una vida fuera de lo que habían planeado desde que salieron de la secundaria, solos los dos hasta que llegaran los hijos y luego de criarlos y verlos marchar, volver a estar solos hasta que Dios se llevara a uno de los dos. No pedía mucho, solo un poco de independencia que sería imposible con los padres de Lucila rondando por la casa. El primer embarazo lo había cambiado todo, la ilusión inicial que lo llevó a una felicidad sin límites y a remodelar el apartamento desde que conocieron la noticia. Había pintado el cuarto con motivos infantiles, adquirido una cuna y un móvil. Todo estaba dispuesto desde el primer mes de la larga espera que serían esos nueve meses. Pero algo salió mal y eso lo había devastado, aunque quizá no tanto como a Lucila que en dos oportunidades intentó quitarse la vida cortando sus muñecas. Solo un milagro de Dios pudo hacer que en ambas ocasiones volviera pronto a casa y la encontrara en la tina de baño, sumergida en aquella agua teñida de rojo.