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Authors: Caesar Alazai

Tags: #Terror, #Drama, #Religión

El bokor (62 page)

BOOK: El bokor
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—Bien, tu puedes encargarte de la exhumación de Renaud, mientras yo me encargo de buscar a Kennedy, Francis y al sujeto misterioso.

—¿Crees que puedan estar juntos?

—No sería de extrañar.

—Bien. Cuando tenga la orden de exhumación te llamaré para que vayas al cementerio, ni te creas que iré solo a desenterrar a ese sujeto.

—¿Qué edad tendría Renaud?

—Pues una muy similar a la de Kennedy, aunque por sus vicios es posible que se viera considerablemente mayor. ¿Por qué lo preguntas?

—No por nada.

—Admítelo comienzas a dudar de los muertos vivientes.

—Ni por asomo, pero…

—Pero ¿qué?

—Pensaba en que si como dices, Kennedy quisiera montar un circo mediático en la ciudad, es posible que este Renaud…

—¿No hubiera muerto realmente? Ya me lo había preguntado. Lo mismo sucede con Jeremy.

—¿Pero qué objeto tendría la farsa?

—Quizá sacar algún provecho económico.

—Como no sea montando un circo realmente.

—O extorsionando a alguien importante.

—¿Extorsión? ¿Te refieres a alguien poderoso que pudiera estar involucrado en algo sucio?

—Alguien que tuviera mucho que perder con un escándalo.

—Pero ese alguien tendría que tener algo que ocultar, algo realmente gordo que lo llevara a pagar una suma considerable.

—¿Qué te parece un crimen, un asesinato?

—¿De quién?

—Puesto a hacer conjeturas, que te parece si Jeremy como amigo de Francis Bonticue, conoció algún secreto oscuro de su padre, algún negocio sucio, algo que ponga en peligro sus aspiraciones políticas.

—Y que Bonticue decidió cargárselo para callarlo.

—Y su hijo que lo sabe un asesino, ha decidio huir de casa antes que entregar a su padre a la policía y perderlo todo.

—Ese tipo no se ensuciaría las manos con Jeremy y contrataría a esos vendedores de drogas que simularían una sobredosis.

—Y luego Kennedy que recibía confesiones de Jeremy lo sabe todo y ata cabos, los descubre y decide tomar venganza, los mata y los cuelga de la iglesia.

—¿Y qué mejor que enviar a la esposa de Bonticue a descubrir los cadáveres colgando, con alguna llamada anónima o haciéndose pasar por Ryan?

—Somos listos ¿no es así?

—Mejor sigamos investigando, las novelas de misterio no son lo nuestro.

Capítulo XLIII

Puerto Príncipe, Haití, 1971

Nomoko parecía perdido en otro mundo cuando Kennedy lo llevó junto a su abuela que lo esperaba llorando y orando todo aquello cuanto sabía para proteger al joven que estaba siendo presa de la Mano de los Muertos. En el hospital donde Kennedy lo llevó le habían puesto un suero y un tranquilizante. El joven médico había dicho que el ataque de epilepsia había sido muy fuerte y que posiblemente dejaría secuelas en el chico. Mientras estaba en el hospital el sacerdote encontró a Jean Renaud que había llevado a Aqueda al médico, la niña estaba siendo atendida mientras su tío daba el parte a la administración.

—Será preciso que hagamos algo, Jean —dijo Kennedy sentándose a su lado— no podemos permitir que este hombre siga haciendo de las suyas.

—Aqueda nunca dirá que ese hombre la tocó y estoy seguro de que Nomoko tampoco dirá nada, la misma mama se encargará de ocultar las cosas con tal de que su nieto no siga sufriendo.

—Será preciso convencerla de que debe denunciar a ese hombre.

—¿Para qué? Doc sabe que mientras Duvalier lo proteja nada ni nadie podrá hacerle daño.

—Pero algo tenemos que hacer, no es posible que renunciemos así porque así, tu sobrina fue violada.

—El médico dice que no.

—¿Qué dices?

—Que no hay señales de violación. Nunca logrará que algún doctor certifique algo así.

—Pero la niña dijo…

—Aqueda es mentirosa, padre Kennedy, tampoco me extrañaría que todo lo que dijo haya sido una farsa para detenerlo mientras Doc le hacía daño a Nomoko.

—Creo que quieres demasiado mal a Aqueda para sugerir tal cosa.

—La conozco.

—La odias por lo que dices hizo a tu hermana y por haberse ido a vivir con la Mano de los Muertos, no comprendes que es apenas una niña y que ese hombre la tiene en su poder, ya sea con drogas o con tretas psicológicas, Aqueda no es capaz de distinguir el bien del mal.

—Se equivoca padre, Aqueda sabe muy bien lo que hace, es una niña inteligente, el mismo diablo se ha encargado de hacerla más lista que cualquier niña de su edad. Cuando veníamos hacia aca me dijo muchas cosas respecto a sus padres, la forma en que los odiaba porque vivían en pecado, la forma en que esperó que se durmieran para quemarlos vivos. Esa niña es mala, padre y si usted no se aparta de ella pronto lo hará conocer esa maldad.

—Tonterías, Aqueda lo que requiere es de ayuda psicológica que la saque de la situación de abuso que vive con ese hombre, pero primero es preciso que las autoridades la libren de la presencia de Doc, luego podremos atender sus problemas de identidad.

—Como diga, padre, pero creo que usted tiene ya demasiados problemas para pretender solucionar los de Aqueda y Nomoko, el súcubo está ganándole la partida y debería preocuparse por salvar su alma antes de pretender salvar la de estos niños.

—Jean, necesito que me ayudes, primero a ayudar a Nomoko y luego a tu sobrina, es posible que por ser el único familiar con vida puedas incluso…

—Ni siquiera lo sugiera, padre Kennedy, no me llevaré a esa niña a casa, eso sería invitar al demonio a vivir conmigo y no lo voy a hacer de ninguna manera.

—Es tu familia.

—No. Ella es el demonio que mató a mi hermana y a su pareja.

—Estoy seguro de que el verdadero asesino es la Mano de los Muertos.

—No es lo que dijeron las autoridades.

—¿Acaso no te das cuenta de que ese hombre controla todo en esta isla?

—Ya sale el doctor que veía a Nomoko —dijo Jean levantándose y dando por terminada aquella discusión.

—Doctor —se adelantó el sacerdote. —¿Cómo está el niño?

—Ha tenido suerte de que usted lo trajera, pero como le dije antes, aun es temprano para saber si quedarán secuelas de la falta de oxigeno en su cerebro.

—Lamento oir eso.

—Sin embargo, de no haber llegado usted a tiempo, el desenlace habría sido fatal. Los primeros auxilios que usted le suministró marcaron la diferencia.

—Hubiese querido hacer más, pero sin instrumental, es poco lo que podía hacer.

—Dese usted crédito doctor…

—Sacerdote.

—No lo ha atendido usted como un sacerdote, afortunadamente lo hizo como doctor y eso le salvó la vida. La verdad, puesto a escoger prefiero que le haya atendido como médico, su alma puede esperar.

—¿Sabe qué es lo que le ha sucedido?

—Es demasiado pronto para decirlo, pero yo diría que el chico tuvo un encuentro poco afortunado con las drogas y eso potenció su ataque de epilepsia.

—¿No debería ser al revés? Me refiero a que las drogas deberían evitar que todos esos neurotransmisores que se vuelven locos se activen y de alguna manera…

—No de las drogas que parece le suministraron al chico, lejos de sedarlo parecen haberle creado algún estado de pánico.

—¿Pánico?

—Ha estado hablando antes de sedarlo y al parecer vivió una pesadilla, es muy probable que las drogas lo hayan puesto al límite y que allí sobreviniera el ataque de epilepsia como una forma de defensa del cuerpo.

—¿Qué la realidad fuera tan macabra que convulsionara para salirse de ella?

—El cerebro humano es maravillo ¿no es verdad? Es capaz de autoregularse para evitar la muerte. Sin embargo, en el caso de este chico estoy seguro de que si usted no lo hubiera asistido, las descargas eléctricas en su cuerpo habían sido tantas que posiblemente habría muerto antes de llegar al hospital.

—¿Ya antes había atendido a Nomoko?

—No. Su abuela no es devota de la ciencia médica, todo lo contrario, creo que la mujer prefiere los conjuros y las pócimas que la medicina.

—No la culpo, el ambiente que se vive en Haití hace propicia la aparición de la magia negra y toda clase de supercherías.

—Ya usted mismo debe haber vivido toda esa basura. Día a día tenemos que luchar no solo contra los mosquitos y la insalubridad, sino contra las creencias de esta gente que prefiere utilizar los servicios de los brujos que la medicina.

—Son muchos años de creencias.

—Que el gobierno parece promover.

Kennedy vio en el joven doctor a un posible aliado, sobre todo considerando que el hombre acababa de criticar a un gobierno al que todos parecían preferir dejar de lado en cualquier conversación.

—¿Cree usted que Baby Doc se vale de estas creencias?

—El tipo es de cuidado, muchos han muerto por decir menos que lo que usted sugiere.

—No le temo.

—Debería temerle, padre, solo así podrá enfrentarlo en igualdad de condiciones.

—Creo no entenderle.

—No temer al vudú es comenzar a perder la batalla contra los brujos.

—Pero temerle…

—Lo mantendrá vigilante, dispuesto a considerar lo que en otras circunstancias ni siquiera le pasaría por la mente.

—Pero es usted un hombre de ciencia.

—Por supuesto y sé que el vudú se vale de ella para actuar. No se trata tan solo de invocaciones o fetiches, el vudú se vale de la química para fabricar sus pócimas y claro, estas unidas a la sugestión son poderosísimas, sobre todo tratándose de niños como Nomoko que viven en un ambiente cargado de supersticiones.

—Puede que tenga razón.

—Padre, quisiera alertarlo de algo.

—Usted dirá.

—La sugestión en esta isla es mucho más poderosa que lo que alguien como usted pueda haber visto en América, su fe, su ciencia, pueden ser contraproducentes.

—¿Puede explicarse mejor?

—Llegará un momento en que usted deberá elegir entre su ciencia y su fe y en ese momento será vulnerable porque al renunciar a una, todo en lo que usted cree se derrumbará como un castillo de naipes.

—Ya antes me he visto en encrucijadas.

—No lo dudo, pero creame, las peores pruebas están por venir si decide usted quedarse en Haití.

—Entiendo que corre un gran riesgo al hablarme así, ¿puedo preguntarle por qué lo hace?

—Porque creo que Haití y su gente merecen algo mejor que lo que Baby Doc les da. Mi padre también era médico y hace unos años los tontons macoutes lo visitaron para prevenirlo de dejar la isla, mi padre no se dejó intimidar por esos hombres y juró enfrentarlos, allí empezaron los problemas. Dos niñas dijeron haber sido abusadas por mi padre y fue a dar a prisión. Se tejieron toda clase de infamias en su contra y cuando estuvieron seguros de que su nombre se había enlodado lo suficiente para que el pueblo lo odiara, lo dejaron en libertad. No habían pasado dos semanas cuando su cuerpo apareció colgado de un árbol.

—¿Lo ahorcaron?

—No. Dejaron que se desengrara como un animal. Es su forma de enviar un mensaje, lo colgaron por los pies en un árbol del cementerio y lo degollaron.

—¿Y qué mensaje envían con eso?

—Al matarlo en un sitio consagrado dan a enterder que son más poderosos que Dios, que ni siquiera Él puede detenerlos en su misión.

—¿Es usted católico?

—Toda mi familia materna lo era. Quizá usted conoció a mi madre, murió hace unas semanas.

—No me dirá…

—Así es padre Kennedy, la mujer que apareció colgada de un árbol, era mi madre.

—Lamento mucho escuchar eso y ahora entiendo bien su sentir para con estos hombres. Quizá podamos…

—No padre, tengo familia, esposa, hijos, enfrentarme a Baby Doc solo les traería desgracias y soy lo único que tienen.

—Lo entiendo.

—Quisiera poder hacer más por mi gente, pero estoy con los brazos atados.

—Al parecer se preocupan mucho porque nadie pueda hacer nada.

—Viven del terror, es su forma de manejar al pueblo.

—Y mientras tanto, siguen cometiendo sus abusos.

—Sin que nadie se atreva a enfrentarlos.

—Doctor, dígame ¿revisó usted a la niña Aqueda?

—Así es.

—Me ha dicho Jean Renaud, su tío, que el parte médico es que no hay violación.

—¿Violación? No claro que no. La niña ha tenido su primera menstruación, eso es todo.

—¿Está seguro?

—Por supuesto, la he revisado personalmente.

—Pero ella me ha dicho que espera al hijo de la Mano de los Muertos.

—Pues a no ser que se trate de otra inmaculada concepción, diría que es imposible.

—¿Por qué mentiría con algo así?

—En esta isla nada es lo que parece, padre Kennedy.

—No es el primero en decírmelo.

—Lo sé y probablemente no seré el último, pero lo realmente importante es lo que usted crea, solo aquello en lo que usted crea realmente será verdad, al menos ante sus ojos.

—Doctor, ¿Conoce usted a Amanda Strout?

—La hija de Benjamin, por supuesto, mi padre y su padre fueron buenos amigos.

—¿Cercanos?

—Yo diría que mucho, Benjamin solía ir a casa a visitarnos o mi padre iba a la suya. De hecho Amanda y yo solíamos estudiar juntos. Es una chica muy inteligente y además hermosa.

—¿Qué me puede decir de Amanda?

—Su padre también fue asesinado, aunque al de ella lo encontraron en una zanja con la cabeza rota y no colgando por los pies, así que nadie habló de asesinato, al menos no abiertamente.

—¿Cree que a Benjamin y a su padre los asesinaron las mismas personas?

—Apostaría por que si, aunque de nada serviría, en ambos casos la policía no se molestó en investigar mucho.

—Doctor, disculpe, ni siquiera sé su apellido…

—Daniels, pero puede llamarme Sebastian.

—Sebastian, ¿sabe usted si su padre pertenecía a alguna hermandad?

—¿Se refiere a los rosacruces, los masones o algo parecido?

—Si, algo por el estilo.

—Mi padre era un tipo muy reservado. No era alguien que fuera por allí vistiendo uniformes o llevando anillos que lo identificaran con alguna sociedad o hermandad como usted sugiere.

—¿Pero era él católico?

—No. Ciertamente no. Mi madre era la católica de la familia, a mi padre nunca lo vi en la iglesia, ni siquiera cuando algún familiar moría y eran practicados los oficios en una.

—¿Qué hacía su padre?

—Se encerraba en el cuarto. Creo que a su manera, oraba. Yo era muy niño cuando sucedió eso, no recuerdo que ya siendo un adolescente alguien de mi familia muriera, a decir verdad, no recuerdo a nadie de la familia de mi padre con vida.

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