Read El bokor Online

Authors: Caesar Alazai

Tags: #Terror, #Drama, #Religión

El bokor (30 page)

BOOK: El bokor
4.28Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—¿Entonces si vio algo?

—Ni una maldita cosa.

—Entonces… Olvídelo —dijo Johnson resoplando. —Podría llamarme cuando lo vea regresar —dijo poniendo un billete de veinte sobre el escritorio.

—¿A quien?

—Al tipo gordo con aspecto de haitiano.

—¿Me meteré en líos?

—Por supuesto que no, solo colabora con una investigación.

—Supe que arrestaron al padre Kennedy, ¿Es eso verdad?

—Así es.

—Lo sospeché cuando vino a buscar en su apartamento. Espero que el sacerdote no se halle en problemas.

—No se preocupe ese no es asunto suyo —dijo Johnson mirando hacia la calle e imaginando qué podía estar haciendo aquella sombra en el piso de Kennedy, luego se marchó con la cabeza llena de dudas y la imagen de Natasha haciéndole un baile privado.

Capítulo XIX

Bronson trataba de asimilar toda la información que había obtenido del chico Bonticue y de la lectura de los expedientes de aquellos dos hombres, el blanco era un sujeto de treinta y tres años, caucásico, residente en Nueva Orleans desde hacía veinte años y se había caracterizado por sus ingresos y salidas de prisión por venta de drogas, proxeneta y líos callejeros como el que escenificó con Kennedy el día en que lo asesinaron. Su nombre era John Parsons. Por su parte el sujeto negro era un inmigrante haitiano de treinta ocho años, también vendedor de drogas de poca monta, llevaba en el país apenas unos siete meses y ya había estado en prisión en varias oportunidades, aunque ninguna que superara un par de noches tras las rejas.

Lo que más le llamó la atención a Bronson fue el hecho de haber venido de Haití en los últimos meses. Sin duda, todos los cabos de la investigación llevaban al padre Kennedy. Quizá era tiempo de hacerle caso a la pobre intuición de Johnson y aceptar que aquel hombre había asesinado a los tipos. Tenía los motivos, lo habían asaltado y por lo que decía Francis, también estaban involucrados en la muerte de Jeremy, que era una especie de protegido del sacerdote.

Quería interrogar a Kennedy, pero era poco lo que tenía para acorralarlo y prefirió esperar a contar con un poco más de información, además, estar tras las rejas hacía que a veces a los sospechosos se les soltara la lengua, más aún en el caso de un hombre como Adam, sin antecedentes y con un temperamento explosivo, aunque el psiquiatra Canales dijera que no, era fácil ver que el hombre tenía la mecha corta y provocándolo apropiadamente era capaz de salirse de sus casillas por muy psiquiatra que fuera. Pensó por un momento en la nariz rota de Johnson y sonrió, sin duda el tipo se la merecía, pero no podía decir públicamente que aplaudía la reacción del sacerdote.

Precisamente recordaba esto cuando Johnson entró a la oficina. Caminó directamente hacia su compañero.

—¿Buenas noticias? —preguntó apenas lo tuvo lo suficientemente cerca para no gritar.

—Según las veas. Este tipo es una mezcla extraña entre un sacerdote y un brujo.

—Eso lo pudiste leer en los periódicos de la semana pasada, no es noticia.

—Ahora que visité su apartamento estoy más convencido de que este tipo es culpable.

—Dime lo que tienes.

—Pues lo principal, en su máquina contestadora tiene mensajes de McIntire y del padre Ryan.

—¿Lo incriminan?

—Ambos tipos lo previenen de que lo estamos investigando, pero lo más importante es que Ryan le aconseja hablar con nosotros y decirnos toda la verdad.

—¿Supones que se trata de confesar los crímenes?

—No llegó a tanto, pero como te lo decía, dice que el crucifijo que encontramos le pertenece.

—¿Por qué nos mentiría con algo así?

—Quizá porque es culpable.

—Si lo piensas, tenía la excusa perfecta para que estos hombres tuvieran su crucifijo, lo habían asaltado apenas unas horas antes. ¿No hubiese sido más inteligente decir que se lo habían robado en la escaramuza? ¿Por qué decirnos que se lo robaron en Haití hace algunos años?

—Eso no lo sé. Cuando se empieza a mentir es necesario seguirlo haciendo para no echarlo todo por la borda.

—¿Qué más encontraste?

—El tipo tiene algunos recuerdos de Haití que son demoniacos.

—Los vi cuando fuimos a visitarlo. Algunas máscaras y vasijas…

—Y un fetiche con el falo más largo que he visto en mi vida.

—No es nada de extrañar.

—También había un olor a droga, un olor fresco. Además había algunas fotos con algunos lugareños, incluido el tipo que venía con él de Haití.

—Jean Renaud.

—Ese mismo. Encontré también una especie de oración en haitiano.

—Creole.

—¿Qué?

—Que el idioma es creole.

—Pues eso. Le he sacado una copia para que le eches un vistazo.

—¿Crees que sea relevante?

—Se trata de un salmo, el 94 para ser exacto.

—Supongo que habrás buscado en la Biblia.

—Así es. Tengo una en mi escritorio, déjame buscarlo y te lo leo.

—Salmo 94. JEHOVA, Dios de las venganzas, Dios de las venganzas, muéstrate. Ensálzate, oh Juez de la tierra: Da el pago a los soberbios. ¿Hasta cuándo los impíos, Hasta cuándo, oh Jehová, se gozarán los impíos? ¿Hasta cuándo pronunciarán, hablarán cosas duras, Y se vanagloriarán todos los que obran iniquidad? A tu pueblo, oh Jehová, quebrantan, Y á tu heredad afligen. A la viuda y al extranjero matan, Y a los huérfanos quitan la vida. Y dijeron: No verá Jehová, Ni entenderá el Dios de Jacob. Entended, necios del pueblo; Y vosotros fatuos, ¿cuándo seréis sabios? El que plantó el oído, ¿no oirá? El que formó el ojo, ¿no verá? El que castiga las gentes, ¿no reprenderá? ¿No sabrá el que enseña al hombre la ciencia? Jehová conoce los pensamientos de los hombres, Que son vanidad. Bienaventurado el hombre a quien tú, Jehová, castigares, Y en tu ley lo instruyeres; Para tranquilizarle en los días de aflicción, En tanto que para el impío se cava el hoyo. Porque no dejará Jehová su pueblo, Ni desamparará su heredad; Sino que el juicio será vuelto a justicia, Y en pos de ella irán todos los rectos de corazón. ¿Quién se levantará por mí contra los malignos? ¿Quién estará por mí contra los que obran iniquidad? Si no me ayudara Jehová, Presto morara mi alma en el silencio. Cuando yo decía: Mi pie resbala: Tu misericordia, oh Jehová, me sustentaba. En la multitud de mis pensamientos dentro de mí, Tus consolaciones alegraban mi alma. ¿Juntaráse contigo el trono de iniquidades, Qué forma agravio en el mandamiento? Pónense en corros contra la vida del justo, Y condenan la sangre inocente. Mas Jehová me ha sido por refugio; Y mi Dios por roca de mi confianza. Y él hará tornar sobre ellos su iniquidad, Y los destruirá por su propia maldad; Los talará Jehová nuestro Dios.

¿Qué te parece?

—Pues parece la proclama de un vengador.

—Eso mismo pensé y se me vinieron a la mente los dos cuerpos colgando de la viga de la iglesia.

—¿Dices que estaba en creole?

—Así es, pero salvo dos o tres palabras no comprendí nada.

—Afortunadamente si lo suficiente para saber que se trataba de este salmo.

—Eso si lo dice clarito.

—Bien. ¿Algo más?

—La oración estaba en un papel muy gastado, como si fuera de uso diario o esos que cargas en la billetera y se ajan por completo.

Además, en el edificio del sacerdote solo vive lacra, una prostituta, vagabundos de una sola noche, un par de ancianos sordos como una tapia y un maldito administrador que no sirve para nada.

—Nada que pueda ayudarnos.

—Hay algo más, además de las llamadas de McIntire y Ryan, había una tercera de un tipo que me parece que amenazaba a Kennedy, le decía que no metiera sus narices donde no lo llamaban. También decía que no lo veía desde hacía tiempo y que se habían vuelto a encontrar. El tipo tiene un acento un poco extraño, una especie de siseo, me dio la impresión de que era un reptil el que hablaba.

—Supongo que no se identificó.

—No sería necesario, Kennedy debe conocerlo bien. El administrador me dice que un tipo llegó hace poco y que dejó pagada una semana, sin embargo le dijo que no pensaba quedarse más de dos noches.

—¿Supones que se trata del de la amenaza?

—No está de más verificar, le he pedido al sujeto de la administración que me avise apenas se aparezca por allí.

—¿No estaba cuando llegaste?

—El tipo no sabe nada de nada, así que preferí no insistir. En todo caso dejé a un chico vigilando el sitio.

—¿Algo más?

—Un sujeto me arrolló en las gradas, intenté seguirlo pero se desvaneció.

—Quieres decir que lo perdiste de vista.

—La chica y el administrador debieron verlo, pero ambos negaron todo.

—Muy extraño.

—Están encubriendo a alguien, estos miserables son así si se les dan algunos dólares.

¿Tu qué has averiguado? ¿Hablaste con Kennedy?

—Aún no, esperaba tener más información como la que has traído. Dicen que el cura ha pedido insistentemente hablar conmigo.

—Supongo que a mi prefiere no verme.

—Te lo has buscado, da gracias a Dios que ese golpe no fue a más.

—Tienes razón, quizá lo hostigué demasiado.

—Voy a hablar con él. Creo que es preferible que no estés presente, pero puedes verlo tras el espejo, quizá haya algo que puedas notar en su comportamiento que pueda sernos de utilidad.

—Vamos entonces.

Kennedy se revolvía en la celda como si se tratare de una bestia enjaulada. Llevaba ya algunas horas en aquel sitio y no había podido hablar con Bronson, de seguro lo estaba castigando por haber golpeado a su compañero. Quizá no debió dejarse llevar por la ira cuando aquel sujeto lo presionaba, solo había logrado convertirse en el principal sospechoso y ganarse la enemistad de aquel policía que quizá solo cumplía con su rol dentro de la pareja de ser el policía malo. Ya lo había visto muchas veces en el cine, un policía agresivo y otro condescendiente, al final todos los tipos terminaban diciendo todo lo que sabían al tipo que mostraba empatía.

¿Qué podía decirles que pudiera probar su inocencia? Si les decía que les había mentido en el asunto del crucifijo de seguro lo considerarían más que culpable, solo los culpables mienten respecto a ese tipo de cosas. Aún no estaba seguro el por qué lo había hecho, pero en su momento no sabía si se lo habían robado aquellos tipos o en la casa de los McIntire, lo cierto era que si había sido en la casa de Alexander McIntire, alguno de los esposos, si no es que los dos, estaban implicados en aquel crimen y quizá estaba encubriendo a dos criminales. Pero, cómo poder culparlos de matar a dos malvivientes cuando por culpa de vendedores de drogas como aquellos, acababan de perder a Jeremy.

Recordó a Jeremy con dolor, el chico estaba desubicado y quizá en algo habían influido los cuentos de Haití que él mismo le contara. En los últimos meses se había desbordado su imaginación y se estaba dejando atraer por el lado oscuro de la santería. Él mismo se lo dijo, quería probar las drogas y saber si podía hacer contacto con los loas y obtener conocimientos arcanos. Lo único que había logrado era morir de una sobredosis o quizá hasta ser ejecutado por algún vendedor. ¿Quién podría saberlo? Uno de los sujetos que lo habían asaltado era proveedor de Jeremy, lo había reconocido desde un primer momento. Al otro, al negro, no lo había visto nunca.

El recuerdo de que Ryan había muerto le volvió a la mente y se sintió mal. El pobre hombre quizá había muerto por la sobrexcitación que a su edad significó el saber que en su iglesia había sido cometido un crimen atroz o quizá lo habían asesinado como erróneamente pensaban los policías que había sido él. Quizá Ryan vio algo o de alguna forma descubrió algo que incriminaba a alguien con el crimen y se deshicieron de él.

Bronson se negaba a hablar con él y eso lo enfurecía, necesitaba saber qué había pasado tanto como aquellos policías y sin embargo lo tenían allí incomunicado como si se tratara de un criminal.

El medio día había llegado y Adam Kennedy se fue a un rincón de la celda y comenzó a orar, sacó una estampa de su bolsillo, lo único que le habían permitido conservar y leyó con devoción mientras la apretaba fuertemente con sus manos:

Papa nou. Papa nou ki nan syèl la. Nou mande pou yo toujou respekte non ou, vin tabli gouvènman ou, pou yo fè volonte ou sou latè, tankou yo fè l' nan syèl la. Manje nou bezwen an, ban nou l' jòdi a. Padonnen tout sa nou fè ki mal, menm jan nou padonnen moun ki fè nou mal. Pa kite nou nan pozisyon pou n' tonbe nan tantasyon, men, delivre nou anba Satan. Paske, se pou ou tout otorite, tout pouvwa ak tout lwanj, depi tout tan ak pou tout tan. Amèn.

—Buenas tardes —dijo Bronson que no había querido interrumpir la oración y que prefirió esperar a que el sacerdote acabara.

Kennedy se levantó despacio y guardó la oración en su bolsillo.

—Buenas tardes detective, le agradezco que haya venido.

—Hemos estado algo ocupados con el caso…

—Pensé que al retenerme daban por encontrado al asesino.

—No es tan sencillo como eso, padre. ¿Eso que rezaba es creole?

—Así es, es el padre nuestro, la oración que Jesucristo nos enseño para hablar con su Padre.

—Pues dicho en creole suena más místico.

—Igual me sucedió la primera vez que lo escuché y desde entonces prefiero decirla en creole que en español.

—Supongo que vivir tantos años en la isla lo amoldó un poco a sus costumbres.

—No en todas afortunadamente, solo en aquellas que coincidían con mis principios.

—¿Hay tanta maldad en Haití como dicen?

—La maldad está en todos lados, detective, es algo que el hombre lleva consigo adonde quiera que va.

—Pero he visto algunos reportajes de la National Geografic y al parecer los cultos que allí se realizan son demoniacos.

—Creo que tiene usted criterio propio y no se dejará llevar por lo que dice la televisión. En Haití hay gente buena, gente que lucha contra una pobreza que usted no puede imaginar.

—Supongo que es muy diferente a América.

—Diametralmente opuesta, al menos en cuanto a riqueza se refiere. Es el pueblo más pobre de todo el continente y aun así mantienen su fe.

—Una fe mal dirigida.

—Solo en algunos casos. La mayoría de haitianos son gente buena, perjudicada por unos pocos brujos y servidores de Satanás.

—Padre, quería hablar con usted respecto a estos crímenes.

—Quisiera saber qué le pasó a Ryan, era un buen hombre.

BOOK: El bokor
4.28Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Falling in Love by Dusty Miller
The Banshee's Walk by Frank Tuttle
Bitter Blood by Rachel Caine
Fight or Flight by Jamie Canosa
The Reckoning by Jane Casey
Free Fridays by Pat Tucker