Read El bosque encantado Online
Authors: Enid Blyton
Tags: #Aventuras, #Fantástico, #Infantil y Juvenil
—No me gustaría dejar mi reloj —dijo Seditas—. Se ha portado tan bien… ¿Dónde estará?
—¡Mirad! ¡Allí está. Doña bofetada lo está persiguiendo! —exclamó Tom. Vieron al reloj salir de detrás de un arbusto y echar a correr, con doña Bofetada tras él, jadeando y con la cara congestionada.
El reloj se escondió detrás de otro arbusto. Doña Bofetada tropezó con una piedra y se cayó. Entonces el reloj salió disparado hacia el avión, y Seditas le ayudó a subir. Se sentó en una esquina, y dio sesenta y tres campanadas.
Esta vez a nadie le importó. El reloj era ahora un héroe para todos.
Dona Bofetada se levantó y corrió hacia el avión, pero Tom rápidamente presionó la palanca que decía «
HACIA ARRIBA
». La hélice comenzó a girar. El avión tembló y se elevó suavemente en el aire, dejando allí plantada a la vieja, que gritaba cada vez más furiosa.
—¡Conteste a esta pregunta! —gritó Cara de Luna asomándose por la ventanilla—. Si cinco personas, siete gallinas, una cabra y un reloj suben a un avión, ¿de cuántas bofetadas se librarán?
Todos se echaron a reír.
—Por favor, mira a ver dónde aterrizas ahora —dijo Bessie—. Tenemos que volver pronto a casa.
—Creo que sé dónde estamos —comentó Cara de Luna mientras volaban sobre un curioso país de árboles amarillos y césped de color rosa—. Vuela recto hasta que llegues a una torre plateada, gira a la derecha hasta que pases por el País de las Gaviotas, y enseguida a la izquierda sobre el Bosque de los Tres Osos, y así llegaremos a casa.
—¡Perfecto! —contestó Tom. Buscó la torre plateada, y cuando la vio, alta y reluciente, presionó la manivela que decía «
A LA DERECHA
», y voló hasta llegar al País de las Gaviotas. Era fácil reconocerlo, porque por todos lados, volando sobre alas blancas como la nieve, había cientos de magníficas gaviotas. El avión tuvo que volar lentamente para atravesar las numerosas bandadas. Tom voló hacia la izquierda, y pronto llegaron al Bosque de los Tres Osos, y vieron la casita cubierta de rosas donde vivían Ricitos de Oro y los osos.
—¡Qué bien! ¡No tardaremos mucho en llegar a casa! —se alegró Tom. Siguió volando hasta llegar al Bosque Encantado, y aterrizó en un campo cercano. Todos se bajaron.
—Ha sido una aventura muy emocionante —suspiró Fanny—. ¡Pero espero no ver nunca más a doña Bofetada!
—¡Eh, cuidado con el reloj! —gritó Bessie—. Está intentando bajarse del avión y se va a caer.
—«¡Dong, dong, dong, dong!» —sonó el reloj mientras bajaba al suelo.
—Tenemos que darnos prisa —dijo Tom recogiendo la pala—. Adiós, Seditas. Adiós, Cara de Luna. ¡Hasta pronto! Bessie, trae la cabra; Fanny y yo llevaremos las gallinas por delante.
A Seditas y a Cara de Luna les dejaron el avión, para que hicieran lo que quisieran con él, y se dirigieron a la casa.
¡Qué asombrada se quedó la madre al ver las gallinas con alas verdes, la cabra tan blanca como la nieve y la pala para el jardín!
—Habéis ido al Bosque Encantado, ¿verdad? —sonrió satisfecha.
—¡Huy, hemos ido mucho más lejos! —dijo Tom, y era cierto, ¿no os parece?
Una vez la madre les dijo a los niños que estaría fuera todo el día y que, si querían, podían invitar a Cacharros y a los demás amigos a tomar el té.
—¡Qué bien! —se alegró Tom—. Invitaremos también a Cara de Luna y a Seditas.
Bessie escribió una nota, y se la dio a la pequeña cabra blanca, para que se la llevara a Cara de Luna.
La cabra blanca era un animal maravilloso. Daba una leche deliciosa, hacía recados y, si alguna de las gallinas se perdía, la encontraba y la hacía regresar a casa. Era muy útil.
La cabra echó a correr, con la nota en el hocico, hacia el Bosque Encantado. Llegó al Árbol Lejano y dio un balido para llamar a la ardilla roja. Ésta salió del agujero que había en la parte de abajo del tronco.
La ardilla le llevó la nota a Cara de Luna, a su casa. Cara de Luna se puso muy contento, y dio un grito a Seditas, que subió enseguida y la leyó.
—Se lo diremos a Cacharros cuando el señor Cómosellama esté dormido —sugirió Cara de Luna—. Los niños no han invitado al señor Cómosellama, así que Cacharros tendrá que bajar con nosotros sin hacer ruido, para que no se entere.
Enviaron la respuesta con la cabrita, diciendo que llegarían a las cinco de la tarde.
Los niños estaban entusiasmados. La madre ya se había ido, y las niñas pusieron flores en los jarrones. Bessie horneó unas tartas de chocolate, Fanny hizo dulce de café con leche y Tom preparó pan con mantequilla.
—¡Qué merienda más deliciosa! —comentó Tom—. Espero que Cacharros no esté tan sordo esta tarde.
A las cinco en punto todo estaba listo. Los niños se habían cambiado de ropa y habían puesto la mesa con el pan con mantequilla, las tartas y el dulce. Bessie salió al portón para recibir a las visitas.
Pero no llegaron.
—¡Cuánto tardan! —se quejó a sus hermanos—. Me imagino que Cacharros se habrá enredado con sus cacerolas.
Ya eran las cinco y media, y aún no había llegado nadie. Los niños se sintieron muy desilusionados.
—Tal vez Cara de Luna no entendió bien la nota, y pensó que la invitación era para las seis —dijo Bessie.
Pero a las seis Cara de Luna, Seditas y Cacharros seguían sin aparecer. Los niños empezaron a preocuparse.
—Espero que no les haya sucedido nada —comentó Bessie—. Con tantas cosas como hemos preparado, y nadie viene.
—Esperaremos un poco más, y si no llegan, empezaremos a comer sin ellos —sugirió Tom. A las siete, viendo que nadie aparecía, los niños se sentaron con tristeza a comer la merienda.
—Algo ha sucedido —dijo Tom preocupado.
—¿Pero qué les ha podido pasar? —preguntó Bessie, desconcertada—. ¿Nos acercamos a ver?
—No —la interrumpió Tom—. Ahora no. Mamá regresará pronto. Tendremos que ir esta noche. Por la noche colocan la soga para que la gente suba, y así no tardaremos mucho en llegar hasta arriba.
—Tenemos que averiguar lo que les ha sucedido —dijo Bessie mientras limpiaba la mesa—. Les llevaremos parte de la merienda.
Esa noche, cuando ya había oscurecido, los tres niños saltaron de la cama, se vistieron y salieron por la puerta trasera. Tuvieron que llevarse una linterna, porque esa noche no había luna. Tom les iba alumbrando el camino con ella.
Atravesaron el camino oscuro, y saltaron la zanja para entrar en el Bosque Encantado. Los árboles susurraban muy fuerte esa noche:
—«¡Uich-uich-uich!».
—¡Cómo me gustaría entender lo que dicen! —suspiró Fanny.
—Vamos —dijo Tom—. No podemos retrasarnos, Fanny. Tenemos que volver a casa antes del amanecer.
Atravesaron el oscuro bosque. Como esa noche no había luna, los habitantes del bosque no salieron. Los niños llegaron hasta el Árbol Lejano, y buscaron la soga.
Pero esta vez no había soga, así que tuvieron que subir como siempre, agarrándose con cuidado de las ramas porque no se veía.
Al llegar a la segunda rama, sucedió algo extraño. Alguien cogió a Tom del hombro y lo lanzó hacia abajo. Por suerte, Tom pudo agarrarse a la última rama antes de darse contra el suelo.
—¿Se puede saber quién me ha empujado? —gritó furioso. Se quitó la linterna del cinturón, e iluminó al lugar de donde lo habían empujado, mientras gritaba a Bessie y a Fanny para que no subieran.
En las ramas más bajas del árbol había cuatro malvados duendes rojos, con orejas puntiagudas, bocas anchas y pequeños ojos perversos.
—Ahora está prohibido subir al árbol —dijo uno de los duendes—. Y tampoco se puede bajar.
—¿Por qué no? —les desafió Tom.
—¡Porque ahora este árbol es nuestro!
—¡Vuestro! ¡Tonterías! —Tom hizo una mueca—. Hemos venido para visitar a unos amigos, que viven en el árbol. Dejadnos pasar.
—¡No! —gritaron los duendes, con una sonrisa maligna en sus enormes bocas—. ¡No po-déis su-bir!
—Es inútil —se oyó una débil vocecilla al lado de Tom—. Los duendes malvados han hecho prisioneros a todos los habitantes del árbol. Si subes, te empujarán hacia abajo o te harán prisionero.
Tom enfocó con la linterna hacia abajo, y los niños vieron que era la pequeña ardilla roja, la que se encargaba de los cojines de Cara de Luna.
—¡Hola! —saludó Tom—. Por favor, cuéntanos lo que ha sucedido. ¡No comprendo nada de lo que está pasando!
—Es fácil de entender —suspiró la ardilla—. El País de los Malvados Duendes Rojos llegó a la copa del Árbol Lejano. Descubrieron el agujero de la nube, e invadieron el árbol como avispas. A todos los hicieron prisioneros. Cara de Luna y los demás están encerrados en sus casas del tronco del árbol. Os diré que el señor Cómosellama y el duende Furioso casi derriban las puertas, de la furia que tienen.
—¿Por qué los duendes los han encerrado a todos? —preguntó Bessie, intrigada.
—Porque quieren unas fórmulas mágicas que sólo conocen los habitantes del árbol —replicó la ardilla—. Los mantendrán encerrados hasta que se las revelen. ¡Qué horrible!
—¡Es espantoso! —añadió Fanny—. ¿Qué podemos hacer por ellos?
—No lo sé —respondió la ardilla con tristeza—. Si pudiéramos subir adonde están, tal vez se nos ocurriera alguna estrategia. Pero los duendes malvados no dejan subir a nadie al árbol.
—«¡Uich-uich-uich-uich!» —susurraban fuertemente los árboles.
—Presiento que los árboles quieren decirnos algo esta noche —dijo Bessie de pronto—. Siempre he tenido la sensación de que se dicen secretos, pero esta noche siento que quieren revelarnos uno.
—«¡Uich-uich-uich!» —volvieron a susurrar los árboles.
—Abrazad un árbol y poned el oído izquierdo en el tronco —les aconsejó la ardilla—. He oído decir que ésa es la única forma de entender lo que dicen.
Cada uno de los niños se dirigió a un árbol pequeño. Abrazaron los troncos y pegaron el oído izquierdo, tal como les había recomendado la ardilla. Entonces entendieron claramente el mensaje de los árboles.
—¡Ayudad a los habitantes del Árbol Lejano! —susurraron las hojas—. ¡Ayudadlos!
—¿Cómo? —preguntaron los niños con ansiedad—. ¡Decidnos!
—Subid por el Resbalón-resbaladizo —les aconsejaron los árboles—. ¡Entrad por la puertecita y subid!
—¡Es verdad! —exclamaron al mismo tiempo los tres niños—. ¡Claro! ¿Cómo no se nos habrá ocurrido antes?
—¡Sssh! —les avisó la ardilla—, que los duendes pueden oíros. ¿Qué os han dicho los árboles?
—Que atravesemos la puertecita y subamos por el Resbalón-resbaladizo —susurró Tom—. Así podremos llegar hasta la casa de Cara de Luna. ¡Es una idea muy ingeniosa!, ¿verdad?
—¡Vamos, no perdamos tiempo! —dijo Bessie, y los tres echaron a correr hacia el Árbol Lejano, para buscar la puertecita. ¡Qué bien! ¡Iban a correr una nueva aventura!
—Si tan sólo pudiéramos subir hasta la casa de Cara de Luna… —suspiró Tom mientras buscaba la puertecita.
—Me pregunto por qué Cara de Luna no ha bajado por el. Resbalón-resbaladizo —comentó Bessie.
—Probablemente habrá pensado que hay muchos duendes rojos en la parte baja del árbol, listos para atrapar al que salga por la puertecilla —respondió Tom—, aunque no creo que sepan lo del Resbalón-resbaladizo.
Al fin encontró la puertecita y la abrió.
—Bessie, mantenía abierta mientras subo —dijo Tom, y comenzó a subir.
¡Pero qué lata, era demasiado resbaladizo! ¡No pudo subir nada! En cuanto subía un poco, se resbalaba. Tom gimió, desesperado.
—¡Déjame a mí! —Bessie lo estaba deseando. Tom salió por la puertecita y dejó pasar a Bessie. Pero le sucedió lo mismo que a Tom. No había quien subiera por el Resbalón-resbaladizo.
—«¡Uich-uich-uich!» —susurraron de nuevo los árboles. Bessie se acercó a uno, abrazó el tronco, y pegó el oído izquierdo.
—¡Dile a la ardilla roja que suba! —susurraron las hojas—. ¡Dile a la ardilla que suba!
—¡Ardilla roja, sube tú! —le dijo Bessie inmediatamente—. ¿Podrás?
—Ya lo creo —contestó la ardilla—. Estoy acostumbrada a trepar. Pero ¿de qué servirá? No tengo la suficiente astucia como para hacer planes con Cara de Luna.
—«¡Uich-uich-uich!» —los árboles susurraban cada vez más fuerte. Tom se acercó a escuchar a uno de ellos.
—Que baje la ardilla una soga por el Resbalón-resbaladizo —aconsejó el árbol.
—¡Pues claro! —exclamó Tom, sorprendido—. ¿Cómo no se me ha ocurrido antes?
—Dínoslo —suplicaron las niñas, impacientes.
—Dicen que suba la ardilla por el Resbalón-resbaladizo y que le pida a Cara de Luna la soga que usa para subir los cojines. Pero que, en lugar de tirarla por las ramas del árbol, la baje por el Resbalón-resbaladizo. ¡Entonces nosotros nos agarraremos a la soga y él nos subirá!
—¡Qué buena idea! —exclamó Bessie.
—¡Sssh! —le indicó Tom, al oír gritar a uno de los duendes malvados en el árbol—. Habla bajo, no sea que nos oigan.
—¡Los duendes malvados están bajando! —susurró Fanny alarmada—. Los estoy oyendo. ¿Qué hacemos?
—Será mejor que nos metamos por la puertecilla y nos sentemos en el extremo del Resbalón-resbaladizo sin hacer ruido —propuso Tom—. Ardilla, entra tú primero, y sube hasta arriba. ¿Sabes ya lo que tienes que hacer?
—Sí —contestó la ardilla, y desapareció por el Resbalón-resbaladizo, agarrándose con sus afiladas uñas, para no caerse. Tom empujó a Bessie y a Fanny adentro. Después entró y cerró la puertecilla justo en el momento en que tres duendes malvados saltaban del árbol, dispuestos a buscar por todas partes.