Read El bosque encantado Online
Authors: Enid Blyton
Tags: #Aventuras, #Fantástico, #Infantil y Juvenil
—¿Qué sucede? —preguntó.
—¡Fanny, recuerda que es una tarta de los deseos! —gritó Cara de Luna, saltando primero sobre una pierna y luego sobre la otra—. ¡Formula un deseo, formula un deseo!
—¿Qué deseo formulo? —preguntó Fanny.
—¡Desea que volvamos al País de los Cumpleaños! —gritaron todos a coro.
—¡Huy, no se me había ocurrido! ¡Deseo que todos estemos de vuelta en el País de los Cumpleaños, comiendo la merienda!
De repente se hizo una oscuridad total. Esta vez no hubo viento. Cara de Luna le dio la mano a Seditas.
Entonces volvió la luz, y todos dieron un grito de alegría. ¡Estaban otra vez en el País de los Cumpleaños, sentados a la mesa, con la misma comida deliciosa de antes!
—¡Hurra! —gritaron todos, sentándose al instante. Sonrieron, muy agradecidos, por haber podido regresar de la pequeña Isla Perdida.
—¡Qué aventura más extraña! —suspiró Tom, sirviéndose un enorme pedazo de tarta de los deseos—. Por favor, tened cuidado con vuestros deseos, no queremos más aventuras de esa clase en nuestra fiesta.
—¡Deseo volar con estas alas! —dijo Bessie mientras comía su tarta. De repente las alas de plata se extendieron, y ella echó a volar como una enorme mariposa. ¡Qué sensación más agradable!
—¡Miradme, miradme! —exclamó, y todos la miraron. Fanny la llamó.
—No te vayas lejos, Bessie. ¡Quédate por aquí!
Bessie no tardó en regresar a la mesa; tenía las mejillas rojas, de la emoción. Éste era el cumpleaños más divertido que jamás había tenido.
Todos formularon su deseo, excepto Cacharros, que ya había desperdiciado el suyo. A Fanny también se le había cumplido ya el deseo, y parecía muy triste por haberlo perdido. Entonces Cara de Luna le susurró al oído:
—No estés triste. Dime lo que deseas y yo lo pediré. Yo no voy a pedir un deseo para mí.
—¿Lo dices en serio? ¡Oh, Cara de Luna, qué bueno eres! —exclamó Fanny—. Me gustaría una muñeca que hable y ande.
En ese momento Seditas señaló hacia atrás con cara de sorpresa. Todos miraron. Caminando sobre sus pequeñas piernas, venía una muñeca, con un precioso vestido azul y una bolsa en la mano. Se acercó a Fanny y la miró.
—¡Oh! ¡Eres una muñeca preciosa! —exclamó Fanny, emocionada, y la puso sobre sus rodillas. Entonces la muñeca la abrazó y dijo:
—Soy tuya. Soy tu muñeca. Me llamo Peronel.
—¡Qué nombre más bonito! —Fanny la abrazó con ternura—. Peronel, ¿qué llevas en esa bolsa?
—Toda mi ropa —la muñeca abrió la bolsa. Dentro llevaba camisones, un vestido para fiestas, un abrigo, un impermeable, petos, jerseys y otras prendas. Fanny estaba loca de alegría.
—Tom, ¿qué has pedido? —preguntó Bessie. Tom miraba por todos lados como si esperara que algo sucediera en cualquier momento.
—He pedido un poney para jugar. ¡Oh! ¡Mirad! ¡Allí viene! ¡Qué bonito es!
Llegó trotando un pequeño poney negro, con una mancha blanca en la frente y sus cuatro patas blancas. Fue directamente hacia Tom.
—¡Mi propio poney! —exclamó encantado el chico—. ¡Déjame montarte! Te voy a llamar Negrito.
Saltó sobre el poney y juntos galoparon por el País de los Cumpleaños.
—¡Ahora los juegos! —gritó Cara de Luna, dando saltos. Al decirlo, desapareció la mesa y se escuchó una música.
—¡El juego de las sillas! ¡El juego de las sillas! —gritó Seditas, e inmediatamente unas sillas se colocaron en una larga fila—. ¡Venid todos!
La fiesta continuó mucho tiempo. El juego de las sillas fue muy divertido porque, en lugar de que alguien quitara una silla, la última silla se iba caminando y observaba el juego desde un lado.
Seditas ganó. Era muy rápida y ágil. Cuando se sentó en la última silla, quedando eliminado Cara de Luna, llegó volando por el aire una enorme caja de bombones. Se puso muy contenta.
—¡Comed uno! —les ofreció a todos, abriendo allí mismo la caja. Mientras comían contemplaron algo asombroso.
—¡Mirad! —Cara de Luna por poco se atraganta—. ¿Qué es eso que viene por allí?
Todos miraron. Una muchedumbre corría hacia ellos. ¿Qué pensáis que eran?
—¡Galletas! —gritó el señor Cómosellama, saltando de la silla—. ¡Galletas de todos los colores, que corren hacia nosotros, y dentro llevan sorpresas!
Eran unas galletas muy divertidas. Corrían sobre sus piernecitas, esquivando todos los obstáculos para evitar que las capturaran. Todos echaron a correr tras ellas, gritando y riendo, hasta que cayeron en sus manos, una por una. Cuando las abrían, ¡qué sorpresas encontraban dentro!
—A mí me ha salido un broche en forma de muñeca —Fanny lo lucía con orgullo.
—Yo también quiero uno —dijo la muñeca.
—En ese caso tendrás que atrapar una galleta, Peronel —contestó Fanny, y cómo se rió cuando vio a la muñeca perseguir a una galleta roja. Al final Peronel atrapó una y la llevó adonde estaba Fanny. Dentro había un broche en forma de osito, y Peronel se puso muy contenta.
Tom encontró un silbato de plata en su galleta. Sonaba como el canto de un mirlo. Estaba muy satisfecho con su silbato. Cara de Luna también encontró un silbato, que sonaba como el maullido de un gato. En cuanto lo oyó Cacharros, se puso a buscar gatos. Cara de Luna, como era muy travieso, se puso a tocarlo detrás de Cacharros y se rió hasta que se le saltaron las lágrimas al ver cómo gritaba:
—¡Gato! ¡Gato! ¡Gato!
Lo buscaba debajo de las mesas y de las sillas.
El reloj de Seditas también quería una galleta. Así que echó a correr detrás de una, y saltó sobre ella para atraparla. La sostuvo con sus pies hasta que Seditas llegó para abrirla. ¿Qué pensáis que había dentro? ¡Una lata pequeña de pasta para pulir, envuelta en un paño!
—¡Justo lo que necesitaba para limpiarte! —dijo Seditas muy contenta. El reloj también estaba muy alegre. Dio veintidós campanadas seguidas, y asustó a la muñeca.
Después jugaron al escondite. Inmediatamente aparecieron toda clase de arbustos y árboles para que se escondieran. Verdaderamente el País de los Cumpleaños era el lugar más maravilloso que habían visto en su vida.
Luego jugaron a recoger las nueces para llevarlas al seto, y aparecieron dos enormes árboles llenos de nueces y una línea larga de setos llena de flores aromáticas. Era un juego muy entretenido.
Mientras jugaban, apareció una enorme morera, y los chicos corrieron como locos a comerse las moras. Nunca sabían lo que iba a suceder, pero podéis estar seguros de que todo era muy divertido.
Después jugaron a las carreras, y vieron llegar unos coches pequeños, listos para la competición. Cada uno se subió al coche que más le gustaba. Hasta había un coche pequeño para la muñeca Peronel, y otro para el reloj de Seditas, quien participó emitiendo sin parar un alegre ding-dong.
Cacharros ganó la carrera, aunque varias cacerolas se le cayeron por el camino. Cara de Luna le entregó una caja de dulces que apareció para el ganador.
—¡Enhorabuena! ¡Has logrado vencer!
—¿Correr? ¡Está bien, correré! —dijo Cacharros, y echó a correr, para demostrar lo rápido que podía correr si se lo proponía. ¡Menudo alboroto armó con sus cacerolas y sus cazos!
—¡La cena, la cena! —señaló Cara de Luna. Habían crecido unos cien hongos, y sobre ellos aparecieron jarras de deliciosas bebidas de toda clase, y tartas, pudines y frutas. Junto a esos hongos salieron otros más pequeños.
—¡Son los asientos! —exclamó Seditas, ocupando uno de ellos para servirse una bebida de bellotas—. ¡Qué hambre tengo! ¡Venid todos!
Bessie bajó volando por el aire. Le encantaba volar. Fanny se acercó corriendo con su muñeca, que la seguía a todos lados, con una débil vocecilla. También se acercó Tom, galopando en su poney. Todos estaban felices.
Se hizo de noche, pero a nadie le importó, porque aparecieron unos farolillos en todos los árboles y arbustos. Mientras comían, se oyó un ¡bang-bang-bang!
Peronel abrazó a Fanny, asustada. El reloj de Seditas trató de subirse a sus rodillas, pero ella lo empujó.
—¿Qué es eso? —Tom acarició a su poney para que no se asustara.
—¡Fuegos artificiales! ¡Fuegos artificiales! —gritó el duende Furioso—. ¡Mirad! ¡Mirad!
Gran cantidad de cohetes lanzaban estrellas multicolores. Era un espectáculo grandioso, digno de ver.
—¡Qué bien me lo he pasado en este cumpleaños! —suspiró Bessie, muy feliz, mientras batía sus grandes alas y contemplaba las ráfagas de luz—. Cosas deliciosas para comer, deseos que se cumplen, juegos divertidísimos, galletas con sorpresas y ahora fuegos artificiales.
—Tenemos que irnos a medianoche —dijo Cara de Luna, empujando al reloj de Seditas, que estaba intentando sentarse en el mismo hongo que él.
—¿Cómo sabremos cuándo es medianoche? —preguntó Fanny, pensando que ya era hora de acostar a su muñeca.
No tardó en enterarse ya que a medianoche el reloj de Seditas se puso en pie y dio doce campanadas fuertes.
—«¡Dong-dong-dong-dong-dong-dong-dong-dong-dong-dong-dong-dong!»
—¡Id a la escalera! ¡A la escalera! —gritó entonces Cara de Luna, metiendo prisa a todo el mundo—. ¡El País de los Cumpleaños desaparecerá pronto!
Todos llegaron hasta la escalera y bajaron apresuradamente. Después llegó el momento de la despedida. Los duendes tomaron cojines y se deslizaron por el Resbalón-resbaladizo. El señor Bigotes se pilló la barba en el sofá de Cara de Luna y casi se lo lleva por el Resbalón-resbaladizo. Menos mal que Cara de Luna lo detuvo a tiempo y le desenganchó la barba.
—¿Qué hago con mi poney? —preguntó Tom preocupado—. Cara de Luna, ¿crees que podrá bajar por el Resbalón-resbaladizo?
—No puede bajar por el árbol, y tampoco le gustará bajar dentro de la cesta —reflexionó Cara de Luna. Así que colocaron al poney en un cojín y bajó deslizándose, muy asustado.
Fanny se deslizó con la muñeca, medio dormida, en su regazo. Bessie se quitó las alas y las dobló. No quería que se le estropearan. Quería usarlas todos los días. Estaba encantada con ellas.
El poney cayó sobre el cojín de musgo sin hacerse daño y Tom lo montó. Estaba muy oscuro el bosque, pero no tardó en salir la luna, alumbrándoles el camino hacia casa.
—¡Adiós! —los despidió Cara de Luna desde la copa del árbol—. ¡Hemos pasado una tarde estupenda!
—¡Adiós! —Seditas agitó la mano.
—«¡Ding-dong!» —sonó el reloj, que se caía de sueño.
—¡Id con cuidado! —gritó el señor Cómosellama.
Cara de Luna tocó su silbato, y se rió al oír a Cacharros:
—¡Gato, gato, gato! ¿Dónde está ese gato?
—«¡Slich-sloch-slich-sloch!»
¿La señora Lavarropas ya estaba lavando de nuevo? Tom esquivó el agua con su poney y las niñas echaron a correr para apartarse del árbol. Al señor Bigotes le cayó toda el agua, porque se quedó allí, y se disgustó mucho.
—¡Chicas, vamos! —se rió Tom—. ¡Tenemos que regresar a casa! Si no, mañana no nos levantaremos.
Atravesaron una vez más el Bosque Encantado. La luna brillaba, pálida y fría, entre los árboles.
—«¡Uich-uich-uich!» —susurraron las hojas.
Tom dejó el poney en el campo, fuera de la casita. Fanny desnudó a Peronel y la colocó en una cama de muñecas que tenía. Bessie guardó con cuidado las alas en un cajón, y los tres se desvistieron y se fueron a la cama.
—¡Buenas noches! —se dijeron unos a otros—. Ha sido un día maravilloso. ¡Qué suerte tenemos de vivir cerca del Bosque Encantado!
Y así era, ¿no es cierto? Tal vez algún día corran más aventuras, pero ahora tenemos que despedirnos de ellos, y dejar que duerman, y que sueñen con el País de los Cumpleaños y con todas las cosas maravillosas que les sucedieron allí.
Un pequeño poney estaba de pie, junto a su madre, en el extremo de una pradera. Eran tan chiquitín que no medía más que un perro grande.
Todavía no tenía nombre. Como el granjero, al que pertenecía, pensaba venderlo, no se había preocupado de ponerle un nombre.
Era completamente negro, negro como el azabache. Tenía una cola larga, que movía con rapidez, y unos ojos muy brillantes, que miraban fijamente todo cuanto veía. El pelo parecía raso negro y la nariz era tan suave como el terciopelo. Era tan bonito que cada niño que lo veía se encariñaba con él, pero era un pequeño salvaje y nunca se acercaba a los niños que lo llamaban.
Quería mucho a su madre y ella a él. A veces ella le acariciaba con la nariz suavemente y él se acercaba y se pegaba para sentir el cuerpo cálido y blando de su madre. Vivían juntos en una enorme pradera y les gustaba galopar a menudo.
—Mamá, ¿has vivido aquí mucho tiempo? —le preguntó un día el pequeño—. ¿Toda tu vida?
—No, hijito; toda mi vida no —contestó la madre—, pero sí la mayor parte de ella. Vine aquí cuando era muy pequeña, tan pequeña como tú. Me regalaron a un niño y yo fui su poney. Me montó durante mucho tiempo, pero ahora ya es una persona mayor.
—¿Quién me montará a mí? —preguntó el pequeño poney, mirando a su madre con los ojos brillantes.
—No lo sé —le contestó ella—. Aquí no hay niños. Quizá el granjero te venda y tengas que irte muy lejos.
—No quiero —protestó, apretándose contra el lomo de su madre—. Quiero quedarme contigo en esta hermosa pradera soleada, para siempre.
—No podrás hacer eso —dijo la madre—. No te haría ningún bien. Tienes que aprender muchas cosas: salir al mundo, tener un dueño y convertirte en un buen poney, leal y obediente.
—No quiero —repitió el pequeñín, que estaba a punto de llorar—. Me da miedo dejarte. No permitas que me lleven, madre.
—Bueno, aún no te vas a ir —le consoló ella—. Eres demasiado pequeño. Ahora vamos a dar un paseo por el campo, a ver si encontramos hierba larga y jugosa en la zanja.
Así que partieron juntos a medio galope. El pequeño siempre al lado de su madre. Encontraron la hierba y la mordisquearon con placer. Ésta era más rica que la hierba corta de la pradera.
Al cabo de unos días, el granjero, acompañado de su mujer, fue a ver al pequeño poney negro.
—¡Qué precioso es! —exclamó—. Parece un poney de juguete. Ojalá pudiésemos quedárnoslo.
—No, tenemos que venderlo —dijo el granjero—. Seguramente será para que lo monte algún niño, que lo cuide y lo quiera. Hay que reconocer que es un excelente compañero. Lo venderé el verano que viene, pero no se lo venderé a cualquiera, sino a quien sepa tratarlo con cariño. No dejaré que caiga en manos de ningún niño insolente y mimado que pueda pegarle.