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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

El bueno, el feo y la bruja (53 page)

BOOK: El bueno, el feo y la bruja
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Me giré y aparté la suave colcha de su cama para dejar a la vista las sábanas negras de satén que olían a cenizas de madera. El libro que tenía en la mesilla era de meditación profunda y la práctica para alcanzar estados de la conciencia alterados. Mi rabia creció. Se había estado esforzando tanto y ahora volvía a la primera casilla. ¿Por qué? ¿Para qué había servido todo esto?

Dejé la taza junto al libro y crucé el pasillo hasta mi cuarto para deshacerme de la bata ensangrentada. Con movimientos rápidos por la adrenalina no quemada, me cepillé el pelo y me puse unos vaqueros y un
top
de cuello
halter
negro. Era lo más abrigado que tenía limpio, ya que todavía no había sacado del almacén mi ropa de invierno. Dejé mi bata y las zapatillas en un feo montón en el suelo y recorrí la iglesia descalza para recoger su camisón de detrás de la puerta de su cuarto de baño.

—¿Ivy? —la llamé golpeando titubeante la puerta de mi baño. Solo se oía el agua correr. No hubo respuesta y volví a pegar en la puerta a la vez que la abría. El espeso vapor de agua lo cubría todo, llenándome los pulmones con una sensación de pesadez—. ¿Ivy? —volví a llamarla, preocupada—. Ivy, ¿estás bien?

La encontré en el suelo de la ducha, encogida en un ovillo de largas piernas y brazos. El agua caía sobre su cabeza gacha. La sangre formaba finos riachuelos desde su cuello hacia el desagüe. Un velo de un rojo más claro le caía desde las piernas, cubriendo el fondo del plato de ducha. Me quedé mirándola fijamente, incapaz de apartar la vista. Tenía unos profundos arañazos en la parte interior de los muslos. Puede que también la hubiesen violado en el sentido habitual de la palabra.

Creí que iba a vomitar. Ivy tenía el pelo pegado a la cara. Su piel era blanca y tenía los brazos y las piernas torcidos. El negro de sus dos tobilleras destacaba contra la blancura de su piel y parecían grilletes.

Estaba temblando aunque el agua estaba ardiendo. Tenía los ojos cerrados y el gesto torcido, recordando algo que la perseguiría durante el resto de su vida y su muerte. ¿Quién dijo que el vampirismo era glamuroso? Era mentira, una ilusión para cubrir la fea realidad. Tomé aire.

—¿Ivy?

Abrió los ojos de golpe y di un respingo hacia atrás.

—No quiero pensar más —dijo en voz baja y sin pestañear a pesar de que el agua corría por su cara—. Si te mato ya no tendré que hacerlo.

Intenté tragar saliva.

—¿Debería irme? —susurré sabiendo que me oía.

Cerró los ojos y arrugó la cara. Se apretó las rodillas hasta la barbilla para cubrirse, rodeó sus piernas con los brazos y empezó a llorar de nuevo.

—Sí.

Temblorosa por dentro alargué el brazo por encima de ella y cerré el grifo. Noté el algodón de la toalla áspero al tacto cuando la cogí, titubeante.

—¿Ivy? —dije asustada—, no quiero tocarte. Levántate, por favor.

Ivy se levantó y cogió la toalla. Sus lágrimas se mezclaban con el agua. Después de prometerme que se secaría y se vestiría, recogí su ropa empapada de sangre y junto con mis zapatillas y mi bata me las llevé hasta el otro lado de la iglesia y las dejé en el porche trasero. El olor de sangre quemada me revolvió el estómago como el incienso malo. Ya la enterraría en el cementerio más adelante.

Cuando volví me la encontré acurrucada en su cama con el pelo húmedo empapando su almohada y con la taza de cacao intacta en la mesilla. Tenía la cara vuelta hacia la pared y se revolvía. Tiré de la colcha a los pies de la cama para taparla e Ivy se estremeció.

—¿Ivy? —dije, luego vacilé sin saber qué hacer.

—Le dije que no —dijo Ivy con un susurro como un jirón de seda gris que se posaba sobre la nieve.

Me senté en el arcón forrado de tela junto a la pared. Piscary. Pero no diría su nombre por miedo a despertar algo en ella.

—Kist me llevó ante él —dijo con la cadencia de un recuerdo repetido. Tenía los brazos cruzados sobre el pecho y solo asomaban sus dedos aferrados a sus hombros. Palidecí al ver lo que podrían ser restos de carne bajo sus uñas y tiré de la colcha para taparlas.

—Kisten me llevó a verlo —repitió pronunciando las palabras lenta y deliberadamente—. Estaba enfadado. Dijo que estabas causando problemas. Le dije que no ibas a hacerle daño, pero estaba enfadado. Estaba tan enfadado conmigo…

Me incliné más cerca. Esto no me estaba gustando nada.

—Dijo —susurró Ivy con voz casi inaudible—, que si no podía frenarte, lo haría él. Le dije que te convertiría en mi heredera, que te portarías bien y que no hacía falta que te matase, pero no pude hacerlo. —Su voz se hizo más aguda, casi frenética—. Tú no quisiste y se suponía que era un regalo. Lo siento, lo siento mucho. Intenté explicártelo —dijo mirando a la pared—. Intenté mantenerte con vida, pero ahora él quiere verte. Quiere hablar contigo. A menos… —Dejó de temblar—. ¿Rachel? Ayer… cuando me dijiste que lo sentías, ¿era porque creías que me habías presionado demasiado o por haberme dicho que no?

Tomé aire para responder y me sorprendí cuando mis palabras se atascaron en mi garganta.

—¿Quieres ser mi heredera? —dijo en voz muy baja, más suavemente que si estuviese entonando una oración de culpabilidad.

—No —contesté con un susurro y completamente aterrorizada.

Ivy empezó a temblar y me di cuenta de que estaba llorando de nuevo.

—Yo también dije que no —dijo entre bocanadas de aire—. Dije que no, pero lo hizo de todas formas. Creo que estoy muerta, Rachel. ¿Estoy muerta? —me preguntó dejando de llorar de repente por el miedo.

Noté la boca seca y apreté mis brazos a mi alrededor.

—¿Qué ha pasado?

Ivy empezó a respirar agitadamente y contuvo el aliento durante un instante.

—Estaba enfadado. Me dijo que le había fallado, pero dijo que no importaba, que era la niña de sus ojos y que me quería, que me perdonaba. Me dijo que él entendía de mascotas, que una vez él también las había tenido, pero que siempre se volvían en su contra y que había tenido que matarlas. Le dolía que le traicionasen una y otra vez. Me dijo que si yo no podía ponerte a salvo, lo haría él por mí. Le dije que lo haría yo, pero sabía que mentía. —Emitió un aterrador gemido—. Sabía que estaba mintiendo.

Soy una mascota. Soy una mascota peligrosa que debe ser domada
. Eso era lo que Piscary pensaba de mí.

—Me dijo que entendía mi necesidad de tener una amiga en lugar de una mascota, pero que no era seguro dejarte como estabas. Dijo que yo había perdido el control y que la gente murmuraba. Entonces empecé a llorar porque estaba siendo muy amable y yo le había decepcionado. —Hablaba en cortos arrebatos y le costaba sacar las palabras—. Y me hizo sentarme junto a él. Me abrazaba mientras me decía lo orgulloso que estaba de mí y que había querido a mi bisabuela casi tanto como a mí. Eso era lo que yo siempre había querido —dijo—, que estuviese orgulloso de mí. —Soltó una carcajada ahogada—. Me dijo que entendía que quisiese tener una amiga —añadió, mirando hacia la pared, con la cara oculta tras el pelo—. Me dijo que llevaba siglos buscando a alguien lo suficientemente fuerte como para sobrevivirle, que mi madre, mi abuela y mi bisabuela eran todas muy débiles, pero que yo tenía la voluntad para sobrevivir. Le dije que no quería vivir para siempre y me acalló, diciéndome que era su elegida, que podría quedarme con él para siempre. —Sus hombros temblaron bajo la colcha—. Me abrazó, aliviando mis miedos sobre el futuro. Me dijo que me quería y que estaba orgulloso de mí y entonces me cogió un dedo y se hizo sangre él mismo.

Los ácidos del estómago me subieron hasta la garganta y volví a tragarlos. Su voz se había hecho más tenue a la vez que ocultaba su hambre y su necesidad bajo un lazo de acero.

—Oh, Dios, Rachel. Es tan viejo. Era como electricidad liquida, manando de él. Intenté irme. La deseaba pero intenté irme y él no me dejó. Dije que no, luego eché a correr, pero me alcanzó. Intenté resistirme, pero no importó. Luego le supliqué que no lo hiciese, pero me sujetó y me obligó a probar de él.

Su voz era ronca y su cuerpo se estremecía. Me acerqué horrorizada para sentarme en el borde de su cama. Ivy se quedó inmóvil y esperé, incapaz de verle la cara. Yo también estaba asustada.

—Y entonces ya no tuve que pensar más —dijo con un espeluznante tono neutro—. Creo que durante un momento me desmayé. Lo deseaba. El poder, la pasión. Es tan viejo… Lo tiré al suelo y me senté a horcajadas sobre él. Tomé todo lo que quiso darme mientras me apretaba contra él, animándome a ahondar más, a succionar más. Y lo hice, Rachel. Tomé más de lo que debía. Debió detenerme, pero me dejó tomarlo todo. —No podía moverme, absorta por la terrorífica escena—. Kist intentó detenernos. Intentó meterse en medio para evitar que Piscary me dejase tomar demasiado, pero con cada trago perdía más la cabeza. Creo que… creo que le hice daño a Kist. Creo que lo lastimé. Lo único que sé es que se marchó y que Piscary. —Soltó un suave gemido de placer al repetir su nombre—. Piscary me atrajo de nuevo. —Se movió lánguida y sugerentemente entre las negras sábanas—. Apoyó mi cabeza suavemente contra él y me apretó más hasta que estaba segura de que me deseaba y descubrí que aún tenía mucho más que darme. —Se estremeció con una respiración agitada y se encogió en un ovillo. La amante saciada apareció por un segundo reflejada en sus ojos de niña maltratada—. Lo tomé todo. Me dejó tomarlo todo. Sabía por qué me estaba dejando hacerlo y lo hice de todas formas. —Se quedó en silencio, pero sabía que no había terminado todavía. Yo no quería escuchar más, pero tenía que soltarlo o se volvería loca poco a poco—. Con cada embestida sentía que su hambre crecía —dijo en un susurro—. Con cada trago, su necesidad aumentaba. Sabía lo que iba a pasar si no paraba, pero me dijo que todo iba bien y que había pasado mucho tiempo —dijo casi con un gemido—. No quería parar. Sabía lo que pasaría y no quería parar. Fue culpa mía, culpa mía. —Reconocí la frase de otras víctimas de violación.

—No ha sido culpa tuya —le dije, apoyando la mano sobre su hombro bajo la colcha.

—Sí lo ha sido —dijo y retiré la mano al oír su voz grave y seductora—. Yo sabía lo que iba a pasar y cuando obtuve todo lo que podía darme, me pidió que le devolviese su sangre… como sabía que haría. Y se la di. Quería hacerlo y lo hice. Y fue fantástico. —Me obligué a recuperar la respiración—. Que Dios me ampare —susurró—, me sentía viva. No había estado tan viva en tres años. Era una diosa. Podía dar vida y podía quitarla. Lo vi como en realidad era y quise ser como él. Su sangre me quemaba como si fuese mía, su fuerza era totalmente mía y su poder totalmente mío, grabándome a fuego la fea y bella verdad de su existencia. Me pidió que fuese su heredera. Me dijo que reemplazase a Kisten, que había estado esperando a que entendiese lo que significaba antes de ofrecérmelo y que cuando muriese, sería su igual.

Seguí acariciando su cabeza con movimientos apaciguadores mientras cerraba los ojos y dejaba de temblar. Le estaba entrando sueño. Su cara se relajaba mientras su mente iba desmenuzando toda la pesadilla, encontrando así una forma de enfrentarse a ella. Me preguntaba si tendría algo que ver con que el cielo detrás de sus cortinas se fuese aclarando con la llegada del alba.

—Fui hacia él, Rachel —susurró. El color empezaba a volver a sus labios—. Fui hacia él y me desgarró como una bestia. Agradecí el dolor. Sus dientes eran como la verdad de Dios, cortando limpiamente en mi alma. Me atacó salvajemente. Estaba fuera de control por el regocijo de recuperar su poder después de habérmelo dado tan libremente. Y disfruté de ello incluso aunque me amoratara los brazos y me desgarrase el cuello. —Hice un esfuerzo por seguir moviendo la mano—. Me dolió —susurró con tono infantil a la vez que se esforzaba por mantener los ojos abiertos—. Nadie tiene la suficiente cantidad de saliva de vampiro en su organismo como para soportar tanto dolor y él se deleitó con mi sufrimiento y mi angustia tanto como con mi sangre. Quería darle más, demostrarle mi lealtad, darle a entender que aunque le había fallado al no someterte, sería su heredera. La sangre sabe mejor durante el sexo —dijo débilmente—. Las hormonas le dan un sabor dulce, así que me ofrecí a él. Dijo que no aunque gemía por hacerlo. Dijo que podría matarme por error. Pero lo incité hasta que no pudo controlarse. Yo lo quería, lo deseaba aunque me hiciese daño. Me tomó por completo, llevándonos al climax a la vez que me mataba. —Se estremeció con los ojos cerrados—. Oh, Dios, Rachel, creo que me ha matado.

—No estás muerta —le susurré asustada porque no estaba segura. No podría estar en una iglesia si estuviese muerta, ¿no? A no ser que estuviese todavía en transición. El periodo de tiempo en el que la química cambiaba no tenía reglas fijas. ¿Qué demonios estaba haciendo yo allí?

—Creo que me ha matado —dijo Ivy de nuevo arrastrando las palabras conforme se quedaba dormida—. Creo que me he matado yo misma —dijo con voz infantil. Batió los párpados—. ¿Estoy muerta, Rachel? ¿Me vigilarás? ¿Cuidarás de que el sol no me queme mientras duermo? ¿Me mantendrás a salvo?


Ssshh
—susurré asustada—, duérmete, Ivy.

—No quiero estar muerta —masculló—. He cometido un error. No quiero serla heredera de Piscary. Quiero quedarme aquí contigo… ¿Me puedo quedar aquí contigo? ¿Me cuidarás?


Ssshh
—repetí acariciando su pelo—, duérmete.

—Hueles bien… como a naranjas —susurró, haciendo que se me acelerase el pulso. Al menos no olía a ella. Seguí moviendo la mano hasta que su respiración se hizo más lenta y profunda. Cuando se quedó dormida me pregunté si se pararía. Ya no estaba segura de si Ivy estaba viva o no.

Miré hacia la vidriera de colores por la que asomaba el alba. El sol saldría pronto y no sabía nada del tránsito de los vampiros, excepto que tenían que estar a dos metros bajo tierra o en una habitación totalmente oscura. Eso y que se levantaban hambrientos al siguiente anochecer. Oh, Dios, ¿y si Ivy estaba muerta?

Miré en el joyero sobre su cómoda de caoba, en el que estaba su brazalete de «En caso de muerte» que ella se negaba a llevar puesto. Ivy tenía un buen seguro médico, si llamaba al número grabado en la pulsera de plata, vendría una ambulancia en menos de cinco minutos, se la llevarían a un bonito agujero en la tierra del que emergería cuando fuese de noche como una renacida y bella no muerta.

Se me revolvió el estómago y me levanté para ir a mi habitación a por mi diminuta cruz. Si estaba muerta, tendría alguna reacción, incluso si aún estaba en tránsito. Una cosa era desmayarse en una iglesia y otra muy distinta que una cruz consagrada le tocase la piel.

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