Read El bueno, el feo y la bruja Online

Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

El bueno, el feo y la bruja (52 page)

BOOK: El bueno, el feo y la bruja
7.67Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Las arcadas de Ivy cesaron. Me quedé de pie en mitad del santuario con mi camisón y mi bata, escuchando. El miedo me invadió con el silencio y se instaló en mis entrañas. Oí un pequeño ruido que se convirtió en un llanto suave y continuado.

—Perdona —susurré esquivando a Jenks. El corazón me latía con fuerza y me temblaban las rodillas cuando abrí una de las pesadas puertas.

La luz de la farola era suficiente para ver en la calle. En lo más oscuro de la sombra del roble estaba Ivy, desmadejada en el suelo, vestida con su equipo de cuero de motera, medio tumbada sobre los dos primeros escalones de entrada a la iglesia, abandonada a su suerte. Un vómito oscuro y gelatinoso se derramaba por los escalones, goteando hasta la acera con feos grumos pegajosos. Olía intensamente a sangre, ahogando mi perfume cítrico.

Me recogí el borde de la bata y bajé los escalones con una tranquilidad surgida del miedo.

—¡Rachel! —me gritó Jenks entrechocando las alas con fuerza—. No puedes ayudarla. ¡Vete!

Vacilé al llegar junto a Ivy. Tenía las piernas retorcidas y se le pegaba el pelo al vómito negro. Sus sollozos se habían vuelto silenciosos y le temblaban los hombros. Dios, ayúdame en este trance.

Contuve la respiración y me acerqué a ella por detrás, agarrándola por debajo de los brazos para intentar levantarla. Se encogió al tocarla. Un atisbo de coherencia apareció en su mirada. Tambaleante, colocó los pies debajo de su cuerpo para ayudarme.

—Le dije que no —dijo con la voz quebrada—, le dije que no.

Se me encogió el estómago al oír su voz, desconcertada y confusa. El ácido olor del vómito se me agarró a la garganta. Bajo el fuerte olor se percibía el intenso aroma de la tierra removida mezclada con su olor a ceniza quemada.

Jenks revoloteaba a nuestro alrededor mientras me esforzaba por ponerla en pie. Dejaba caer polvo pixie creando una nube brillante.

—Cuidado —susurró primero a mi izquierda y luego a mi derecha—. Ten cuidado, no podré detenerla si te ataca.

—No va a atacarme —dije añadiendo el enfado a mi miedo, creando una combinación nauseabunda—. No se ha caído al pozo. Escúchala, alguien la ha empujado.

Ivy se estremeció al llegar al último escalón. Apoyó la mano en la puerta para sujetarse y dio un respingo como si se hubiese quemado. Como un animal, se revolvió, apartándose de mí. Caí al suelo jadeando y atónita. Su crucifijo había desaparecido.

Se quedó de pie delante de mí en el rellano de la iglesia. La tensión la hacía parecer más alta. Me miró fijamente y me quedé helada. No había nada en los ojos negros de Ivy, que brillaban con un hambre feroz, y entonces se abalanzó contra mí. No tenía escapatoria.

Ivy me agarró por el cuello y me dejó inmovilizada contra la puerta de la iglesia. Empecé a bombear adrenalina con fuerza con una dolorosa punzada. Su mano parecía una piedra caliente bajo mi barbilla. Espiré mi último aliento con un feo sonido. Me dejó colgada. La punta de mis dedos apenas rozaba el rellano de piedra. Aterrorizada intenté darle una patada, pero se pegó contra mí, atravesando mi bata con su calor. Se me salían los ojos de las cuencas e intenté separar sus dedos de alrededor de mi garganta.

Luchaba por respirar y la miré a los ojos. Estaban completamente negros bajo la luz de la farola. Miedo, desesperación, hambre, todo mezclado. Nada de eso era ella. Nada en absoluto.

—Me dijo que lo hiciese —dijo con su voz ligera como una pluma en contraste con su cara enajenada, terrorífica por un hambre desmedida—. Le dije que no lo haría.

—Ivy —dije ahogada logrando inspirar—, bájame. —De nuevo emití ese feo sonido cuando apretó la mano.

—¡Así no! —chilló Jenks—. ¡Ivy, esto no es lo que tú quieres!

Los dedos alrededor de mi cuello se apretaron. Mis pulmones luchaban por llenarse, sufriendo una sensación de quemazón. El negro de los ojos de Ivy aumentaba conforme mi cuerpo empezaba a apagarse. Me entró el pánico y alargué el brazo para conectar con la línea luminosa. La desorientación de la conexión pasó inadvertida entre el caos. Me tambaleaba por la falta de oxígeno y dejé que la corriente de poder saliese de mí como una explosión incontrolada.

Ivy salió despedida hacia atrás. Yo caí de rodillas, impulsada hacia delante incluso después de soltarme del cuello. Empecé a respirar con una áspera bocanada. El dolor recorrió todo mi cuerpo hasta el cerebro cuando mis rodillas golpearon contra la piedra del suelo. Tosí y me llevé la mano a la garganta. Inspiré una vez, y otra. Jenks era una mancha borrosa verde y negra. Los puntos negros bailaban delante de mí, se encogían y desaparecían.

Levanté la vista y vi a Ivy acurrucada en posición fetal contra la puerta cerrada. Tenía los brazos sobre la cabeza como si le hubiesen dado una paliza y se balanceaba de delante hacia atrás.

—Dije que no, dije que no, dije que no.

—Jenks —dije con dificultad mirándola a través de los mechones sueltos de mi pelo—, ve a buscar a Nick.

El pixie se quedó suspendido frente a mí mientras me ponía en pie tambaleante.

—No me voy a ninguna parte.

Me palpé el cuello y tragué.

—Ve a buscar a Nick, si es que no está ya de camino. Ha debido sentir la conexión con la línea luminosa.

—Deberías salir corriendo. Corre ahora que puedes —dijo con determinación.

Negué con la cabeza y observé a Ivy. Su habitual confianza en sí misma estaba hecha añicos y no dejaba de balancearse y llorar. No podía irme. No podía marcharme solo porque sería más seguro para mí. Necesitaba ayuda y yo era la única que tenía posibilidades de sobrevivir a sus ataques.

—¡Maldita sea! —gritó Jenks—. ¡Te va a matar!

—Estaremos bien —dije acercándome a ella dando bandazos—. Ve a buscar a Nick, por favor. Lo necesito para superar esto.

El tono de su aleteo se elevaba y descendía con ostensible indecisión. Finalmente asintió y se marchó. El silencio de su ausencia me recordó la tranquilidad de una pequeña y destartalada habitación de hospital, cuando dos se quedaban en uno solo.

Tragué saliva y me apreté el cinturón de la bata.

—Ivy —susurré—. Vamos, Ivy, voy a llevarte dentro. —Reuní valor y alargué la mano temblorosa para ponerla en su hombro, retirándola rápidamente cuando ella se estremeció.

—Huye —susurró cuando dejó de balancearse y entró en una tensa inmovilidad.

El corazón me dio un vuelco cuando me miró con los ojos vacíos y el pelo revuelto.

—Huye —me repitió—. Si corres sabré qué hacer.

Temblaba e hice un esfuerzo por quedarme quieta, no quería despertar sus instintos.

Su rostro se quedó desencajado. A la vez que arrugaba la frente, un borde marrón apareció en sus ojos.

—Oh, Dios. Ayúdame, Rachel —gimoteó.

Me cagué de miedo. Me temblaban las piernas. Quería salir corriendo. Quería dejarla sola en los escalones de la iglesia e irme. Nadie diría nada si lo hacía, pero en lugar de eso me acerqué, metí la mano bajo sus brazos y tiré.

—Vamos —susurré a la vez que la ayudaba a levantarse. Todos mis instintos me gritaban que la dejase caer cuando su piel ardiente rozó la mía—, entremos dentro.

Se dejó caer sin fuerzas en mis brazos.

—Dije que no —dijo empezando a balbucear las palabras—. Dije que no.

Ivy era más alta que yo, pero mi hombro encajaba perfectamente bajo su brazo y aguantando la mayor parte de su peso entreabrí la puerta.

—No me escuchó —dijo Ivy casi delirando cuando la arrastré al interior y cerré la puerta detrás de nosotras, dejando atrás el vómito y la sangre en los escalones de la calle.

La oscuridad del vestíbulo era agobiante. Me puse en marcha y la luz se fue haciendo más brillante conforme nos adentrábamos en el santuario. Ivy se dobló por la mitad, boqueando y gimiendo. Apareció una nueva mancha de sangre en mi bata y la miré más detenidamente.

—Ivy —dije—, estás sangrando.

Me quedé helada cuando su nuevo mantra «Me dijo que todo iría bien» desembocó en una risa histérica. Era una risita profunda que ponía los pelos de punta y me secó la boca.

—Sí —dijo pronunciando la palabra con una sensual cadencia—, estoy sangrando, ¿quieres probar? —Me horroricé cuando su risa se convirtió en un gemido lastimero—. Todo el mundo debería probar —dijo con una risa—. Ya da igual.

Apreté la mandíbula y la sujeté con más fuerza. La rabia se mezclaba con el miedo. Alguien la había usado. Alguien la había obligado a beber sangre en contra de su voluntad. Estaba fuera de sí. Era una adicta después de un chute.

—¿Rachel? —dijo temblorosa y avanzando más lentamente—. Creo que voy a vomitar…

—Casi hemos llegado —dije con tono grave—, aguanta, aguanta.

Llegamos a su baño justo a tiempo. Le aparté el pelo manchado de vómito mientras sufría arcadas y vomitaba en su váter de porcelana negra. Eché un único vistazo al fondo de la taza que reflejaba la luz de la noche y luego cerré los ojos mientras Ivy seguía vomitando sangre espesa y negra sin cesar. Los sollozos sacudían sus hombros y cuando terminó tiré de la cadena, deseando librarme de tanta fealdad como fuese posible.

Alargué el brazo para encender la luz y un resplandor rosado llenó el cuarto de baño. Ivy estaba sentada en el suelo, con la frente apoyada en el váter, llorando. Sus pantalones de cuero brillaban manchados de sangre hasta las rodillas. Bajo la chaqueta, su blusa de seda estaba rasgada. La tenía pegada al cuerpo por la pegajosa sangre que le caía desde el cuello. Ignorando mis instintos de conservación, le recogí el pelo con cuidado para verlo.

Se me hizo un nudo en el estómago. El perfecto cuello de Ivy había sido salvajemente atacado y presentaba un largo desgarrón que contrastaba con la austera blancura de su piel. Seguía sangrando e intenté no respirar cerca de ella, no fuesen a activarse los restos de saliva de vampiro.

Asustada, dejé caer su pelo y me retiré. En términos vampíricos la habían violado.

—Le dije que no —dijo en una pausa de sus sollozos al darse cuenta de que ya no estaba junto a ella—. Le dije que no.

Mi reflejo en el espejo estaba pálido y aterrado. Respiré hondo para calmarme. Quería que desapareciese, quería que todo desapareciese, pero tenía que quitarle la sangre de encima. Tenía que meterla en la cama para que llorase abrazada a una almohada. Tenía que llevarle una taza de cacao y tenía que buscarle un buen psiquiatra. ¿
Habrá psiquiatras para vampiros violados
?, me pregunté mientras le ponía la mano en el hombro.

—Ivy —le pedí—, es hora de limpiarse. —Miré hacia la bañera donde seguía nadando el estúpido pez. Necesitaba una ducha, no un baño en el que quedarse sentada entre la suciedad de la que debía librarse—. Vamos, Ivy —la animé—. Una ducha rápida en mi baño. Voy a por tu camisón. Vamos…

—No —protestó con la mirada perdida e incapaz de cooperar cuando intentaba levantarla—, no podía parar. Le dije que no, ¿por qué no se detuvo?

—No lo sé —murmuré notando cómo mi rabia crecía. La llevé al otro lado del pasillo, hasta mi baño. Encendí la luz con el codo, apoyé su cuerpo hundido contra la lavadora secadora y abrí la ducha.

El sonido del agua pareció reanimarla.

—Huelo mal —susurró distraídamente mirándose la ropa.

A mí no me miró.

—¿Puedes ducharte sola? —le pregunté, esperando despertar algún movimiento en ella.

Con la expresión vacía y el rostro flácido se miró a sí misma y vio que estaba cubierta de vómito de sangre coagulada. Se me hizo un nudo en el estómago cuando cuidadosamente se tocó con un dedo la sangre brillante y se lo lamió. La tensión me agarrotó tanto los hombros que me dolía.

Ivy empezó a llorar.

—Tres años —dijo con una suave exhalación mientras las lágrimas le caían por su ovalada cara, hasta que se pasó el dorso de la mano por debajo de la barbilla para dejarse un churrete de sangre—. Tres años…

Con la cabeza hundida se llevó las manos a la cremallera lateral de sus pantalones y me acerqué hacia la puerta.

—Voy a prepararte una taza de cacao —dije sintiéndome completamente fuera de lugar. Titubeé—. ¿Estarás bien durante unos minutos sola?

—Sí —dijo con un suspiro y cerré la puerta suavemente tras de mí.

Me sentía ingrávida e irreal de camino a la cocina. Encendí la luz y me rodeé con los brazos, sintiendo el vacío de la habitación. Su escritorio provisional, con su ordenador plateado que olía ligeramente a ozono, quedaba un poco raro justo al lado de mis brillantes calderos de cobre, las cucharas de cerámica y las hierbas que colgaban de una repisa. La cocina estaba llena de nosotras, cuidadosamente separadas en el espacio, pero todo dentro de las mismas cuatro paredes. Quería llamar a alguien, dejar salir mi rabia, desahogarme, pedir ayuda; pero todo el mundo me diría que la dejase y me fuese de allí.

Me temblaron los dedos mientras metódicamente sacaba la leche y el cacao en polvo para prepararle algo de beber. Cacao caliente, pensé amargamente. Alguien había violado a Ivy y lo único que podía hacer era prepararle un mísero cacao.

Tenía que haber sido Piscary. Solo Piscary era lo suficientemente Inerte y osado como para violarla. Y sin duda había sido una violación. Le pidió que parase. La tomó en contra de su voluntad. Había sido una violación.

El temporizador del microondas sonó y me apreté el cinturón de la bata. Me quedé pálida al ver la sangre en mi bata y en mis zapatillas. Parte era negra y coagulada, parte era fresca y roja proveniente de su cuello. La negra ardía lentamente. Era sangre de vampiro muerto. No me extrañaba que Ivy vomitase, debía estar abrasándole las entrañas.

Ignoré el fétido olor de la sangre cauterizada y terminé resueltamente el cacao para Ivy. El agua de la ducha seguía corriendo, así que se lo dejé en su habitación.

La lámpara de la mesilla de noche llenó la habitación rosa y blanca de una suave luz. El cuarto de Ivy se parecía tan poco a la guarida de un vampiro como su cuarto de baño. Las cortinas de cuero que bloqueaban la luz del día estaban ocultas tras unas blancas. Las fotos enmarcadas en bronce de ella, su madre, su padre, su hermana y sus vidas ocupaban toda una pared, como en un altar. Había fotos antiguas de ellos delante de árboles de Navidad, en bata, sonrientes y con el pelo revuelto. Fotos de las vacaciones delante de montañas rusas, con las narices quemadas por el sol y con sombreros de ala ancha. Una puesta de sol en la playa, Ivy y su hermana rodeadas por los brazos de su padre, protegiéndolas del frío. Las fotos más recientes estaban mejor enfocadas y con colores más brillantes, pero me parecían menos bonitas. Las sonrisas se habían vuelto mecánicas. Su padre parecía cansado. Se notaba un alejamiento entre Ivy y su madre. En las fotos más recientes su madre ya no aparecía nunca.

BOOK: El bueno, el feo y la bruja
7.67Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Bad Boy Criminal: The Novel by Olivia Hawthorne
The Mother Lode by Gary Franklin
World's Greatest Sleuth! by Steve Hockensmith
Short Soup by Coleen Kwan
Heaven's Fire by Patricia Ryan
The Fires by Rene Steinke