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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

El caballero del rubí (35 page)

BOOK: El caballero del rubí
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—Bevier —solicitó Sephrenia—, ¿querríais oficiar el funeral? Es un niño elenio, y vos sois el más devoto entre estos caballeros.

—No soy digno de ello. —Bevier sollozaba abiertamente.

—¿Y quién lo es, querido? —arguyó la mujer—. ¿Vais a confiar a solas a este niño a las tinieblas?

Bevier la miró unos instantes y luego se hincó de rodillas en la tierra y comenzó a recitar la antigua plegaria por los difuntos propia de la Iglesia elenia.

Curiosamente, Flauta se instaló junto al arciano arrodillado y enredó los dedos entre los rizos de sus negros cabellos azulados en ademán extrañamente apaciguador. Sin saber por qué, Sparhawk dio en pensar que aquella extraña niña era tal vez muchísimo mayor de lo que ellos sospechaban. Entonces se llevó la flauta a los labios e interpretó un viejo himno que se remontaba casi a los inicios de la fe elenia, pero agregando a él armónicos estirios. Por un instante, al compás, del cántico que tañía la pequeña, Sparhawk comenzó a percibir algunas posibilidades harto increíbles.

Una vez completado el funeral, montaron y reemprendieron camino. Conservaron un humor taciturno durante el resto del día, al final del cual instalaron el campamento en las cercanías del pequeño lago donde habían encontrado al trovador errante. El hombre había desaparecido.

—Era lo que me temía —dijo Sparhawk—. Hubiera sido demasiado esperar que todavía estuviera aquí.

—Tal vez lo alcancemos de camino hacia el sur —sugirió Kalten—. Ese caballo que llevaba no estaba en muy buen estado.

—¿Qué podemos hacer por él en caso de encontrarlo? —inquirió Tynian—. No estaríais planeando matarlo, ¿verdad?

—Sólo como último recurso —repuso Kalten—. Ahora que Sephrenia conoce los métodos que utilizó Bellina para ejercer su influencia en él, tal vez podría curarlo.

—Me halaga vuestra confianza, Kalten —replicó la mujer—, pero puede que resultara infundada en este caso.

—¿Se mitigarán alguna vez los efectos del hechizo con que lo embrujó? —preguntó Bevier.

—En cierto modo. Su desesperación irá menguando con el paso del tiempo, pero jamás quedará enteramente libre de ella. Sin embargo, quizá lo inspire a escribir poemas más hermosos. Lo importante es que su capacidad de contagio irá disminuyendo. A menos que trabe contacto con un considerable número de personas en el transcurso de la próxima semana, apenas constituirá un peligro para el conde, y lo mismo puede afirmarse de esos criados.

—Es apaciguador oírlo —reconoció el joven cirínico. Frunció ligeramente el entrecejo—. Puesto que yo ya estaba infectado, ¿por qué vino a mí esa noche aquella criatura? ¿No era ello una simple pérdida de tiempo? —Bevier parecía aún muy afectado por el entierro del niño.

—Era para reforzar el enajenamiento, Bevier —explicó la estiria—. Estabais agitado, pero no habríais llegado al punto de atacar a vuestros compañeros. Debía asegurarse de que recurriríais a cualquier extremo para liberarla de esa torre.

Mientras montaban las tiendas, a Sparhawk se le ocurrió una idea que fue a consultar con Sephrenia, sentada junto al fuego con su taza de té en las manos.

—Sephrenia —preguntó—, ¿qué está tramando Azash? ¿Por qué se dedica de improviso a corromper elenios? Nunca lo había hecho antes, ¿no es cierto?

—¿Recordáis lo que os anunció el espectro del rey Aldreas esa noche en la cripta? —replicó la mujer—. Que había llegado la hora de que Bhelliom surgiera de nuevo a la luz.

—Sí.

—Azash también lo sabe y su ansiedad va en aumento. Supongo que ha comprobado que no puede confiar en sus zemoquianos, pues, aunque siguen sus órdenes, su inteligencia es escasa. Llevan siglos excavando en ese campo de batalla y no hacen más que continuar removiendo la misma tierra. Nosotros hemos reunido más datos sobre la localización de Bhelliom en unas semanas que ellos en el transcurso de quinientos años.

—Ha sido una cuestión de suerte.

—Eso no es del todo cierto, Sparhawk. Ya sé que a veces os importuno burlándome de la lógica elenia, pero ha sido precisamente ella la que nos ha aproximado tanto a Bhelliom. Un zemoquiano es incapaz de hilar con coherencia las ideas, y ése es el punto débil de Azash. Los zemoquianos no piensan porque no tienen necesidad de hacerlo, puesto que Azash piensa por ellos. Ésa es la razón por la que Azash necesita desesperadamente elenios conversos. No es su adoración lo que necesita, sino su mente. Tiene zemoquianos desperdigados por todos los reinos occidentales para rescatar viejas historias…, del mismo modo que lo hemos hecho nosotros. Me parece que cree que uno de ellos dará con el relato adecuado y que luego sus elenios conversos serán capaces de desentrañar su sentido.

—Es un método muy lento.

—Azash dispone de tiempo. No tiene la urgencia que nos acosa a nosotros.

Esa misma noche, más tarde, Sparhawk hacía guardia a cierta distancia del fuego, contemplando el pequeño lago que relucía a la luz de la luna. Una vez más, los aullidos de los lobos resonaron en el corazón de los sombríos bosques, pero por algún motivo aquel sonido ya no se le antojaba tan ominoso. El fantasmagórico espíritu que había encantado aquellas florestas había quedado prisionero a perpetuidad y ahora los lobos ya no eran más que simples animales y no un presagio del maligno. El Buscador, desde luego, era harina de otro costal. Sparhawk se prometió solemnemente hincar la lanza de Aldreas en el cuerpo de aquella inmunda criatura cuando tuviera lugar su próximo encuentro.

—Sparhawk, ¿dónde estáis? —Era Talen, que hablaba quedamente cerca del fuego escrutando la oscuridad.

—Por aquí.

El chiquillo se acercó a él, vigilando con cuidado dónde ponía los píes para no tropezar.

—¿Qué ocurre? —le preguntó Sparhawk.

—No podía dormir. He pensado que tal vez os agradaría tener compañía.

—Eres muy amable, Talen. Hacer guardia es un trabajo solitario.

—Estoy muy contento de dejar atrás ese castillo —confesó Talen—. En mi vida había pasado tanto miedo.

—Yo mismo estaba un poco nervioso —admitió Sparhawk.

—¿Queréis saber algo? Había toda clase de objetos preciosos en el castillo de Ghasek y ni por una vez se me pasó por la cabeza la idea de robar alguno. ¿No es curioso?

—Quizás estés creciendo.

—He conocido ladrones muy viejos —disintió Talen. Después exhaló un desconsolado suspiro.

—¿Por qué estás tan afligido, Talen?

—A pocos les diría esto, Sparhawk, pero ya no me resulta tan divertido como antes. Ahora que sé que puedo hurtar casi todo lo que se me antoja a la mayoría de la gente, ha perdido gran parte de la emoción.

—Tal vez deberías emprender otro tipo de trabajo.

—¿Para qué otra cosa estoy dotado?

—Lo pensaré y ya te comunicaré lo que se me ocurra.

Talen se puso a reír de improviso.

—¿Qué es lo que te hace gracia? —inquirió Sparhawk.

—Sería un poco difícil conseguir referencias —respondió el chico, entre risas—. Normalmente mis clientes ignoraban que mantenían tratos conmigo.

—Podría ser un problema —concedió Sparhawk, sonriendo—. Ya idearemos algo.

El muchacho volvió a suspirar.

—Ya se está acabando esto, ¿verdad, Sparhawk? Ahora ya sabemos dónde está enterrado el rey. Sólo tenemos que desenterrar su corona y regresar a Cimmura. Vos iréis al palacio y yo volveré a las calles.

—Me parece que no —replicó Sparhawk—. Puede que hallemos alguna alternativa a la vida callejera.

—Tal vez, pero, en cuanto se vuelva aburrido, me escaparé otra vez. Voy a echar de menos todo esto, ¿sabéis? Ha habido ocasiones en que he estado tan asustado que casi me meo en los pantalones, pero también lo he pasado bien. Serán esos momentos buenos los que recordaré.

—Al menos te hemos dado algo. —Sparhawk puso la mano en el hombro del chiquillo—. Vuelve a acostarte, Talen. Mañana nos levantaremos temprano.

—Lo que vos digáis, Sparhawk.

Partieron con el alba y cabalgaron con cautela por el pedregoso camino en previsión de posibles accidentes. Pasaron frente al pueblo de leñadores sin detenerse y siguieron la marcha.

—¿Cuánto tiempo calculas que tardaremos? —preguntó a media mañana Kalten a Sparhawk.

—Tres o cuatro días…, cinco a lo sumo —respondió Sparhawk—. Una vez que hayamos salido de este bosque, el camino será más transitable y avanzaremos con mayor rapidez.

—Entonces lo único que hemos de hacer es localizar el Túmulo del Gigante.

—No creo que cueste encontrarlo. A juzgar por lo que dijo Ghasek, los campesinos lo utilizan como un punto de referencia del terreno. Se lo preguntaremos a ellos.

—Después nos pondremos a cavar.

—Sin duda no es ésa una tarea que vayamos a encomendar a desconocidos.

—¿Recuerdas lo que dijo Sephrenia en el castillo del Alstrom allá en Lamorkand? —preguntó Kalten—. ¿Eso de que la reaparición de Bhelliom sería una portentosa señal cuyos ecos llegarían a todos los confines del mundo?

—Vagamente —repuso Sparhawk.

—En ese caso, en cuanto lo hayamos desenterrado, Azash tendrá conocimiento de ello y es posible que todo el camino que conduce a Cimmura esté flanqueado de zemoquianos por todos lados. Podría ser un viaje muy agitado.

—No creo que sea así —disintió Ulath, que cabalgaba tras ellos—. Sparhawk ya tiene los anillos y yo puedo enseñarle algunas palabras de la lengua troll. Una vez que tengamos a Bhelliom en nuestras manos, habrá pocas cosas que no se hallen a nuestro alcance. Será capaz de derribar regimientos enteros de zemoquianos.

—¿De veras es tan poderoso?

—Como no tenéis idea, Kalten. De dar crédito a las historias, apenas existe nada imposible para Bhelliom. Probablemente Sparhawk podría hasta detener el sol con él si así se lo propusiera.

—¿Es preciso conocer el idioma de los trolls para hacer uso del Bhelliom? —preguntó Sparhawk a Ulath.

—No estoy seguro —respondió Ulath—, pero dicen que los dioses troll le han infundido su poder. Es posible que no respondieran a palabras en elenio o estirio. La próxima vez que hable con un dios troll se lo consultaré.

Acamparon de nuevo en el bosque esa noche. Después de cenar, Sparhawk se alejó del fuego para meditar y Bevier se reunió con él.

—¿Pernoctaremos en Venne? —preguntó el cirínico.

—Es más que probable —repuso Sparhawk—. Dudo que logremos llegar más lejos mañana.

—Bien. Habré de buscar una iglesia.

—¿Oh?

—He sido contaminado por el maligno. Necesito rezar.

—No fue realmente algo de lo que debáis sentiros culpable, Bevier. Podría haberle sucedido a cualquiera de nosotros.

—Pero fue a mí a quien le ocurrió —repuso Bevier con un suspiro—. Sin duda esa bruja se dirigió a mí porque sabía que era susceptible de rendirme a ella.

—Tonterías, Bevier. Sois el hombre más devoto que he conocido.

—No —disintió Bevier, entristecido—. Conozco mis flaquezas. Me siento poderosamente atraído por los miembros del sexo débil.

—Sois joven, amigo. Dicha inclinación es algo completamente natural. Su apremio cede con el tiempo…, al menos eso me han dicho.

—¿Todavía experimentáis tales urgencias? Confiaba en que al llegar a vuestra edad ya no me atormentarían.

—No funciona así, en realidad, Bevier. He conocido algunos hombres muy viejos que perdían la cabeza por una cara bonita. Supongo que es parte integrante de los seres humanos. Si Dios no quisiera que lo sintiéramos, no lo permitiría. El patriarca Dolmant me lo explicó en una ocasión en que me inquietaba por ello. No sé si acabé de creerlo, pero me hizo sentirme menos culpable.

Bevier rió entre dientes.

—¿Vos, Sparhawk? Es una faceta que desconocía en vos. Pensaba que el sentido del deber os consumía por completo.

—No enteramente, Bevier. También me queda algo de tiempo que dedicar a otras cuestiones. Es una lástima que no tuvierais ocasión de conocer a Lillias.

—¿Lillias?

—Una mujer rendoreña con la que viví cuando estaba en el exilio.

—¡Sparhawk! —exclamó, escandalizado, Bevier.

—Formaba parte de un imprescindible disfraz.

—Pero sin duda no… —Bevier dejó la frase por concluir. Sparhawk tenía la certeza de que estaba completamente ruborizado, a pesar de la oscuridad que le ocultaba el rostro.

—Oh, sí —le aseguró su amigo—. De lo contrario Lillias me habría abandonado. Es una mujer muy fogosa. Como la necesitaba para encubrir mi verdadera identidad, había de hacer ciertas concesiones para contentarla.

—Realmente me sorprendéis, Sparhawk.

—Los pandion somos una orden mucho más pragmática que la de los cirínicos, Bevier. Hacemos cuanto es preciso para lograr un objetivo. No os preocupéis, amigo mío. Vuestra alma apenas ha sufrido estragos.

—Aun así necesito dedicar un tiempo a orar en una iglesia.

—¿Por qué? Dios está en todas partes, ¿no es así?

Desde luego.

—Hablad con él aquí pues.

—No sería lo mismo.

—Si ello os resulta más reconfortante…

Reemprendieron la marcha con las primeras luces del amanecer, por un camino que descendía por la cadena de colinas. De vez en cuando, al doblar una curva o coronar un cerro, avistaban el lago Venne refulgiendo bajo el sol primaveral en la lejanía; a media tarde llegaron al cruce de caminos. La vía principal se hallaba en un estado inmejorable comparada con la que conducía a Ghasek y antes de que el crepúsculo abrasara de rojo el horizonte de poniente ya traspasaban la puerta norte de Venne.

Una vez más cabalgaron entre las angostas calles cuyos abultados pisos superiores proyectaban prematuras sombras y llegaron a la posada donde se habían hospedado previamente. El posadero, un jovial y gordo kelosiano, les dio la bienvenida y los condujo a los dormitorios.

—¿Y bien, mis señores? —inquirió—. ¿Cómo resultó vuestra estancia en esos malditos bosques?

—Fue casi un éxito, compadre —respondió Sparhawk—, y creo que podéis comenzar a propagar la voz de que Ghasek ya no es un lugar que deba inspirar temor. Averiguamos la causa del problema y tomamos medidas al respecto.

—¡Alabado sea Dios por otorgarnos la merced de los caballeros de la Iglesia! —gritó con entusiasmo el posadero—. Los rumores que circulaban han tenido una mala influencia en los negocios de la región de Venne. La gente ha elegido otras rutas para no tener que adentrarse en esos bosques.

—Ahora ya está solucionado —aseveró Sparhawk.

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