El camino de fuego (15 page)

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Authors: Christian Jacq

Tags: #Histórico, Intriga

BOOK: El camino de fuego
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—El ataque parece inminente, pues. Teniendo en cuenta nuestra evidente debilidad y la escasez de nuestras fortificaciones, los cananeos arrojarán todas sus fuerzas a la batalla. ¡Por fin llega el momento tan esperado! Debíamos hacerlos salir de su maldito refugio, donde cualquier combate de envergadura resultaba imposible. Demasiadas corrientes de agua, demasiadas colinas, demasiados árboles, demasiadas pistas destrozadas e impracticables… Aquí estarán al descubierto y utilizaré los buenos y antiguos métodos. ¡Máximo estado de alerta!

Nesmontu no se había equivocado al apostar por la corruptibilidad de un jefe de tribu llamado Dewa. Burlándose de la unidad cananea y pensando sólo en enriquecerse, el gordo de la barba rojiza había vendido al general valiosísimas informaciones a cambio de la impunidad y de un vasto territorio.

Sólo esperaba que aquel piojo no hubiera mentido demasiado.

—¿No te parece magnífica? —preguntó Amu a Iker.

Pequeña, menuda, con el pelo trenzado, perfumada y maquillada, la joven siria era encantadora. Con los ojos bajos, no se atrevía a mirar a su futuro marido.

—¡La más hermosa virgen de la región! —afirmó el sirio—. Sus padres poseen un rebaño de cabras y te ofrecen una casa y campos. ¡Te has convertido en un notable, Iker! Y cumpliré mi promesa: me ayudarás a administrar mis bienes y me sucederás.

El hijo real le dio las gracias con una lamentable sonrisa.

Amu le palmeó el hombro.

—No eres muy mujeriego, ¿eh? No te preocupes, la pequeña sabrá satisfacerte. La falta de experiencia no carece de encanto. ¡Y, además, bien podréis arreglároslas! Mañana, vuestra boda será ocasión para una borrachera memorable. No olvides poner a tu esposa al abrigo antes de que finalice el banquete, pues no respondo de la moralidad de mis hombres. ¡Ni de la mía, por otra parte!

Riendo a carcajadas, Amu devolvió la joven a casa de sus padres. Tras la noche de bodas, la prueba de su virginidad tendría que exhibirse ante toda la tribu.

Desamparado, Iker dio un paseo, y
Sanguíneo
lo acompañó.

El Anunciador seguía vivo, no podía encontrar su madriguera, y el escriba se veía condenado a un porvenir insoportable.

Aquella boda forzada le repugnaba. Sólo amaba a una mujer, y nunca le sería infiel.

Sin embargo, había una solución: huir aquella misma noche e intentar regresar a Egipto, con ínfimas posibilidades de sobrevivir.

Había que convencer, por tanto, a su aliado y guardián.

—Escúchame atentamente,
Sanguíneo
.

El perro se desperezó, se estiró, se levantó y se sentó luego sobre sus posaderas con los ojos clavados en los de su dueño.

—Quiero marcharme lejos de aquí, muy lejos. Puedes impedírmelo y advertir de mi fuga ladrando. Puesto que rechazo la existencia que Amu me impone, lo combatiré, a él y a su tribu, en nombre de Sesostris. Solo contra todos, no aguantaré mucho tiempo. Pero, al menos, la muerte me parecerá dulce. Si aceptas ayudarme, monta guardia ante mi tienda, así creerán que duermo. Cuando Amu se dé cuenta de mi ausencia, les llevaré cierta ventaja y tendré la esperanza de escapar a mis perseguidores. No puedo llevarte conmigo,
Sanguíneo
, pero no te olvidaré. Tú decides: o me ayudas o me denuncias.

Finalmente, la excitación iba cediendo.

Terminados los preparativos para la ceremonia, todos se apresuraban a acostarse. Convenía levantarse fresco y dispuesto para una inolvidable jornada de banquete, seguida de una cálida velada durante la que los recién casados no serían los únicos que se entregaran al placer.

Tras haber cenado en compañía de un voluble Amu que seguía prometiéndole mil maravillas, Iker se retiró.

En plena noche salió de su abrigo.

Ante él, el perro.

—Me voy,
Sanguíneo
.

Iker besó al perro en la frente y lo acarició durante largo rato.

—Haz lo que te parezca. Si me retienes, no te lo reprocharé.

Ligeramente encorvado, el escriba se dirigió con sigilo hacia el extremo sur del campamento, que estaba vigilado por un solo centinela. Si se arrastraba, lo evitaría.

Luego, lo desconocido. Un largo camino que, sin duda, llevaba al abismo.

Muy lentamente, el perro se instaló ante la tienda de Iker. Sólo emitió un pequeño ladrido de tristeza.

—¡Qué hermosa jornada! —exclamó Amu recorriendo el campamento que, muy pronto, se transformaría en una próspera aldea administrada por Iker—. ¿Estará ya preparada la novia?

—¡Claro que sí, jefe! —le respondió el guardia encargado de vigilar el domicilio de la prometida—. ¡Hace ya un rato que están maquillándola!

—Espero que el novio no la haya molestado.

—No lo habría dejado pasar —respondió el cancerbero con una mirada obscena—. Todos deben tener paciencia, ¿no?

Ante la tienda de Iker,
Sanguíneo
montaba guardia.

—Ya hace rato que todo el mundo está levantado —advirtió el sirio, intrigado—. ¿Por qué duerme tanto el novio?

Quiso acercarse a la tienda, pero el perro gruñó y le mostró los colmillos.

—¡Despierta, Iker! —gritó Amu, al que pronto rodearon varios curiosos.

No hubo respuesta.

—Apartad al perro con vuestras picas —ordenó a sus hombres.

La operación no resultó fácil, pero las armas obligaron al animal a moverse.

Amu entró en la tienda y salió casi de inmediato.
Sanguíneo
se había calmado repentinamente.

—Iker se ha marchado —anunció.

—¡Persigámoslo y traigámoslo aquí! —exigió alguien, excitado.

—Es inútil, antes o después huiría. Había olvidado que un egipcio no puede vivir lejos de su país. Aunque Iker no volverá a verlo nunca: hay demasiada distancia y demasiados peligros.

18

Isis salía de la biblioteca de la Casa de Vida de Abydos cuando un sacerdote temporal le entregó una carta con el sello real.

Temió una terrible noticia, por lo que acudió al templo de Sesostris para recuperar algo de serenidad. Rodeada de las divinidades presentes en las paredes y de textos jeroglíficos que celebraban un ritual imperecedero, recordó las etapas de su iniciación sin conseguir olvidar a Iker. Nunca hubiera creído que la turbara hasta ese punto la ausencia de un ser al que ni siquiera estaba segura de amar.

Si aquella carta le comunicaba su desaparición, ¿tendría el valor de seguir luchando contra la adversidad?

Al salir del santuario, ella, tan sonriente por lo común, apenas saludó a los temporales que encontraba en su camino y le deseaban que pasara un buen día pronunciando la fórmula: «Protección para tu
ka

Se acomodó en un jardincillo ante una pequeña tumba. Allí descansaban las estelas que permitían a aquellos a quienes estaban dedicadas participar mágicamente en los misterios de Osiris. Temblorosa, rompió el sello y desenrolló el papiro.

Sesostris le revelaba la existencia de un mensaje en código, firmado por Iker.

Iker, vivo…

Isis apretó la carta contra su corazón. De modo que su intuición no la había engañado.

¿Dónde estaba, con qué peligros se enfrentaba? Que hubiera sobrevivido demostraba la formidable capacidad de adaptación del joven y su aptitud para evitar los peligros, pero ¿durante cuánto tiempo seguirían protegiéndolo la suerte y la magia?

El general Ibcha llevaba un taparrabos coloreado, sandalias negras y sostenía la espada en la mano, lo cual le confería un aspecto muy fiero. A su lado, los jefes de tribu observaban golosos su futura presa: la ciudad de Siquem, muy pronto capital de Canaán liberado.

Cada uno de ellos pensaba ya en tomar el poder eliminando a sus antiguos aliados, pero primero había que obtener una aplastante victoria matando al máximo de egipcios.

—¡Qué error, haberse encerrado en la ciudad! —advirtió Ibcha—. Nesmontu es demasiado viejo para mandar. Ataquemos en masa por el sur, que está desprovisto de fortificaciones. Y os recuerdo la consigna: nada de prisioneros.

La jauría se puso en marcha.

—Aquí están —anunció el ayuda de campo.

—¿Sólo por el sur? —preguntó Nesmontu.

—Sólo.

—Primer error. ¿Fuerzas de reserva? —No, general.

—Segundo error. ¿Y los jefes de tribu? —Juntos y en cabeza.

—Tercer error. ¿Están nuestros hombres en su puesto? —Afirmativo.

—Ésta debería ser una hermosa jornada —estimó Nesmontu.

Ibcha preveía una encarnizada resistencia, pero la jauría no encontró obstáculo alguno.

Los cananeos invadieron las calles y las callejas, buscando en vano un enemigo al que despanzurrar. Cuando recuperaban el aliento, aquí y allá, centenares de arqueros egipcios se levantaron al mismo tiempo en las terrazas y los tejados.

Con una precisión facilitada por la proximidad de sus blancos, eliminaron en pocos instantes a la mitad del ejército cananeo.

Aterrados, los supervivientes intentaron salir de la nasa.

Pero dos regimientos, armados con lanzas, les cerraron el camino.

—¡Al ataque! —aulló Ibcha, tratando de olvidar el dardo que le atravesaba la pantorrilla.

El enfrentamiento fue breve y violento. Sin dejar de disparar, los arqueros diezmaban al adversario. Y la muralla de lanzas no dejó pasar a ningún fugitivo.

—¡No me matéis, soy vuestro aliado! —gritó Dewa, aterrorizado—. ¡Me debéis vuestra victoria!

El general Nesmontu no había considerado oportuno revelar su estrategia al vendido. El gordo de la barba rojiza pensaba desaparecer y volver a cobrar el precio de su colaboración, pero el desarrollo del combate lo condenaba.

Atravesado por las flechas, moribundo, el efímero general Ibcha tuvo fuerzas todavía para clavar su puñal en la espalda del traidor Dewa. Luego se hizo el silencio, roto de vez en cuando por la enloquecida carrera de un superviviente, que era interrumpida por el disparo de un arquero.

Los propios egipcios se sorprendían ante la facilidad y la rapidez de su éxito.

—¡Viva Nesmontu! —gritó un infante, y la aclamación fue repetida a coro.

El general felicitó a sus hombres por su rigor y su sangre fría.

—¿Qué hacemos con los heridos? —preguntó su ayuda de campo.

—Los curamos y los interrogamos.

Al caer sobre Trece-Años, un jefe de tribu había salvado al muchacho, consciente de la magnitud del desastre. Era imposible levantarse sin ser rematado en seguida.

Por el rabillo del ojo, Trece-Años veía los cadáveres de los cananeos que llenaban la arteria principal de Siquem.

Lo que más le hacía sufrir, horriblemente, era no poder cumplir su misión y decepcionar al Anunciador.

Pero ¡el destino le sonrió!

Algunos oficiales egipcios se acercaban. A su cabeza figuraba Nesmontu.

El general ordenaba que se quemaran los despojos y se fumigara la ciudad.

Unos pasos más y el jefe del ejército enemigo estaría a su alcance. De ese modo, su triunfo terminaría en desastre, y el sacrificio de los cananeos no habría sido inútil.

Trece-Años apretó el mango del puñal que hundiría, con todas sus fuerzas, en el pecho del general.

Cuando un infante desplazó el cadáver salvador, el chico saltó como una serpiente y golpeó. En ese mismo momento, un dolor atroz le desgarró la espalda.

La vista se le nubló pero, sin embargo, divisó a Nesmontu.

—¡Te… te he matado!

—No —respondió el general—. Tú eres el que muere.

Trece-Años vomitó un chorro de sangre, y los ojos se le pusieron en blanco.

Protegiéndolo con su cuerpo, el ayuda de campo de Nesmontu le había salvado la vida: el puñal de Trece-Años se había clavado en su antebrazo, mientras un lancero hería al terrorista.

—Me ha parecido que alguien se movía ahí —indicó el oficial.

—Para ti, condecoración y ascenso —decretó el general—. Para ese pobre chiquillo, la nada.

—¿Pobre chiquillo? Ni hablar, ¡era un fanático! —recordó el ayuda de campo, mientras un médico militar se ocupaba ya de él—. Nos enfrentamos a un ejército de tinieblas que enrola a un niño y no le dicta más ideal que el de matar.

Al entrar en Menfis acompañado por Bina y Shab
el Retorcido
, el Anunciador se detuvo.

Sus ojos se colorearon de un rojo vivo.

—El ejército cananeo acaba de ser exterminado, y la represión será severa —declaró—. Sesostris sabe ahora que sus enemigos son capaces de unirse. La próxima revuelta podría ser, por tanto, más amplia. Tendrá que concentrar el máximo de fuerzas en la región sirio-palestina. Nos dejará el campo libre y nosotros golpearemos en pleno corazón de las Dos Tierras.

—¿Ha tenido éxito Trece-Años? —preguntó Bina con una voz extraña.

—Me ha obedecido, pero no puedo ver el resultado de su gesto. Si Nesmontu ha sido asesinado, la moral del ejército se verá profundamente afectada. Ibcha, en cambio, ha muerto. No volverá a importunarte.

Jeta-de-través y sus hombres utilizaban otros accesos, mezclándose con los mercaderes. Todos pasaron sin problemas los controles de la policía, que buscaba, sobre todo, armas.

Pero era incapaz de descubrir las que, muy pronto, iba a utilizar el Anunciador.

El gato salvaje bufó.

Tras varias jornadas de agotadora marcha a través de los bosques, las ciénagas y las estepas, Iker se sentía casi sin fuerzas.

Si el felino saltaba del árbol seco y se arrojaba sobre él, todo habría acabado.

Con rabiosa mano, empuñó su bastón arrojadizo y lo blandió.

Y el gato salvaje se alejó, asustado.

Continuar… Tenía que continuar.

El hijo real se levantó, sus piernas lo llevaban a su pesar, como animadas por una existencia autónoma.

Pero acabaron cediendo, y finalmente Iker se tendió y se durmió.

Lo despertaron los trinos de los pájaros.

A pocos pasos vio un vasto estanque cubierto de lotos. Extrañado por haber sobrevivido, el escriba gozó del baño con infantil alegría. Masticando los azucarados tallos del papiro, recuperaba la esperanza cuando una negra masa ocultó el sol: centenares de cornejas de agudo pico.

Una de ellas se separó del grupo y trató de agredirlo, pero falló por poco. Una decena de congéneres la imitaron, y obligaron a Iker a tenderse entre las cañas.

Furiosos, los pájaros revoloteaban por encima de su presa, profiriendo estridentes gritos.

De pronto, el hijo real se levantó y lanzó hacia el cielo su bastón arrojadizo.

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